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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

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Nicolás Mancera en Sábados Circulares
LA TELEVISIÓN EN ARGENTINA
(Enrique Raab - Panorama, 2 de agosto de 1973)

 

 

una nota interesante de la revista Panorama sobre la televisión en la década 63/73, con varias fotos de programas característicos de aquellos años
Daniel Buero

 

 

LA INTIMIDAD DE LOS DEMÁS

En cada segundo del día, un televisor argentino se prende en alguna parte entre Ushuaia y Jujuy. Hace sólo siete meses, ese dato estadístico tan simple como contundente no habría podido ser computado, pero desde diciembre de 1972, las noches de los porteños se ven, cada vez más, vigiladas por la luz de los tubos catódicos encendidos. Por ahora, los compañeros de vigilia de estos trasnochadores son Wallace Beery, Cary Grant, Katherine Hepburn, Shirley Temple (ésta varias veces por mes), Lex Barker, Fernando Fernán Gómez y muchos otros astros o asteroides que se pasearon frente a alguna cámara cinematográfica entre 1930 y 1965; quienes lo hicieron en algún año posterior, no quedaron confinados, por ahora, a la vida nocturna. Graciela Borges, Alfredo Alcón, Sofía Loren y Marcello Mastroianni reciben todavía el tratamiento privilegiado que consiste en aparecer, salpicados por profusas tandas publicitarias, en algún Cine estelar, Hollvwood en castellano o Mundo del espectáculo. Desde la quietud de Trasnoche en continuado, Gregory Peck y Alita Román aguardan con sonrisa sabia y paciente: saben que cualquiera fuese la envergadura de la estrella, cualquiera el monto publicitario que facturó en su estreno, su destino final consistirá en acompañarlos a ellos, entre la 1 de la madrugada y las 7 de la mañana, y hacer reír, llorar o simplemente aburrir a los televidentes desvelados. En 1973, el cine ha desencadenado su ofensiva final en la televisión argentina: los sábados, ocupa el 85 por ciento del tiempo de programación de Canal 11, de Buenos Aires; los domingos, un porcentaje casi igual en las horas de emisión de Canal 13. Canal 9, por su parte, registra uno de sus ratings más altos con su Cine estelar de los miércoles; y el Canal 7, estatal, no sufre demasiado el hecho de que cualquiera de las películas que conforman su cineteca ha tenido más de 50 pasadas durante la última década, ni tampoco la evidencia mejor dicho, la paradoja de que jamás haya proyectado un film nacional.
Si hay que buscar coherencias o simplemente líneas claras de evolución en este último decenio de la televisión nacional, el esfuerzo será inútil. Ningún otro medio de comunicación masivo se ha mostrado tan errático en sus orientaciones, tan voluble en sus afanes de audiencia, tan crudamente supeditado a la competencia comercial. Es cierto que también el periodismo, el cine y la radio son moldeados a través de una rígida ley de la oferta y la demanda, que también estos medios buscan la adhesión de un consumidor mayoritario, el que, en última instancia, asegura su existencia y sus posibilidades de subsistir. Pero es también evidente que un diario, una revista e incluso una radio, libran su batalla a partir de una ideología cultural determinada: nadie supone que Américo Barrios sería un buen columnista para los lectores de La Nación así como nadie espera encontrar, en las páginas de Crónica, el último soneto de Borges o los recuerdos que aún vinculan a Victoria Ocampo con Lawrence de Arabia o con Coco Chanel. En televisión, en cambio, todo es posible: desde 1963, Tato Bores deambuló por 3 canales; otros tantos fuere recorridos por Nicolás Mancera; la misma cantidad do mudanzas fue emprendida por Roberto Galán. Durante breves temporadas, algún canal reivindica para sí más cultura, más popularidad o más información; desde 1968 Alejandro Romay etiquetó al 9 con el mote de canal de la creatividad, en el momento en que los creativos y los ejecutivos pasaron a simbolizar quién sabe qué vagas fantasías sobre el status y la audacia intelectual de la casta de los decision-makers. Por su parte, hace pocos meses, Canal 13 dejó de ser el canal de los espectáculos para bregar por una televisión mejor.
Estos slogans no representan, por supuesto, líneas programáticas concretas; apenas si son un índice de la desorientación permanente de los cuadros directivos. Hacia 1963, casi todos los canales, excepto el 7, habían comprendido la inoperancia total de los programas así llamados culturales; espacios como Universidad del aire fueron paulatinamente desplazados de los horarios centrales hacia otros cada vez más tardíos o hacia esas largas mañanas dominicales en que el televisor está prendido porque los ravioles con estofado aún se hacen esperar, y sólo Canal 7 siguió insistiendo en sus recitales de violoncelo, en sus conferencias literarias y en sus emisiones de danza clásica, probablemente porque su presupuesto no da para más. En 1967, el empresario periodístico y actual propietario de Canal 11, Héctor Ricardo García, intentó la única empresa de envergadura espectacular que pasó por Canal 7: un programa ómnibus, llamado 7 y medio, que debía competir con los Sábados continuados de Antonio Carrizo o los Sábados Circulares de Mancera. La tentativa, que costó más de 500 millones de pesos en sus 7 meses de duración, fracasó: no por razones de calidad, sino porque -como lo evidenció una encuesta - el televidente ni siquiera giraba su botón hasta el 7, por temor a encontrarse con algún programa cultural.

AY! LA FAMILIA, LA FAMILIA...
En 1963, el teleteatro se fortalece: La familia Falcón, de Hugo Moser, recoge los bríos ya decrecientes de Cándido Pérez, señoras e instaura un modelo de obvia comodidad. .La familia es una unidad compuesta por varias indivi-dualidades, cada una de ellas con sus vínculos de relación específicos determinados por el lugar de trabajo, por las amistades y por sucesivos casa-mientos. Esta vieja aberración bur-guesa de la familia espejo tuvo en Pe-dro Quartucci, Elina Colomer, Emilio Comte y Alberto Fernández de Rosa un módulo de larga vigencia; hasta 1969, una audiencia primero vasta, lue-go mermante, se identificó con esta "familia argentina" - que, sin embargo, llevaba un apellido derivado del nombre de un auto de origen norteamericano - y con su inacabable serie de encuentros y desencuentros sentimentales. 

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La Señora Peel y el Señor Steed en
Los Vengadores

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Claudio García Satur

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Jorge Barreiro, Eduardo Rudy, Rodolfo Bebán y José María Langlais

¡La filosofía implícita de La familia Falcón se nutría en el más craso reaccionarismo, disfrazado por la habilidad de Moser para la crónica contemporánea; si alguno de sus integrantes se desviaba de la buena sen-da o se acercaba a la delincuencia, siempre reaparecía el núcleo familiar como infalible tabla de salvación. Esta familia monolítica fue perdiendo, con los años, su potencia de símbolo o espejo, probablemente a causa de la pérdida de autoridad de los padres en la clase media argentina. No es casualidad que Rolando Rivas, taxista, su heredero más destacado, vuelva a em-prender un retrato familiar, pero esta vez con un héroe desprovisto de pa-dres: el protagonista ya no tiene nin-gún puerto seguro al cual recurrir y sólo son sus muchos compañeros de trabajo, los tacheros, quienes le sirven de sostén en la lucha por la vida. El teleteatro de Alberto Migré aporta otras innovaciones ideológicas: la lu-cha de clases, solapadamente plantea-da con la relación entre Rolando y Mónica Helguera Paz, adquiere carac-terísticas involuntariamente realistas en el fracaso de esa relación; la tajan-te simplificación a que Migré somete a esas clases - los ricos siempre to-man whisky, los pobres siempre co-men milanesas porque "frías son ri-cas igual"-- no quita nada a la eviden-cia de este cambio profundo en la per-cepción popular.
Otros teleteatros como Simplemente María, Estrellita o Muchacha italiana viene a casarse reeditan un viejo es-quema de la novela populista: una mu-jer bruscamente desglosada de su con-texto arcaico y puesta, violentamente, en un medio urbanizado. La ecuación es, en todos estos engendros, la misma: ingenuidad campesina contra sordidez ciudadana; calvario de la sencillez que debe vivir o convivir en medio de la complejidad mezquina de la vida de las ciudades. No es otro el esquema de Carmiña, de Abel Santa Cruz; sólo que la curiosidad del argentino por su historia reciente - un fenómeno sin duda positivo de la evolución po-pular- empuja esa historieta eterna hacia la década del 30, permite saciar los afanes nostálgicos con las presen-cias de Yrigoyen, Uriburu, Alfredo L. Palacios y autoriza, sobre todo, a revalidar el viejo dictamen de Alejandro Dumas: "El folletín es el realismo aplicado al pasado."

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La familia Falcon

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Cándido Perez Señoras

 

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Los Campanelli