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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

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LOS ULTIMOS DIAS DE EVA PERON
(1969)

(continuación)

 

 

 

QUO VADIS?

Mientras tanto, el peronismo se preparaba para festejar la iniciación del segundo período presidencial, el 4 de junio, y ella -que había jugado un papel importante durante la campaña proselitista- se empeñó en presenciar el acto, aunque todos trataran de impedirlo. "Llegué a la residencia a las 10 de la mañana -recuerda Apold- para entregarle un ejemplar de Eva Perón, un libro que la Subsecretaría acababa de editar y que reflejaba su obra. Perón conversaba animadamente don doña Juana, madre de Eva: ambos están preocupados porque no habían podido convencerla de que no debía asistir a la ceremonia. El general me sugirió que le dijera que hacía mucho frío. Cuando entré a su habitación la señora vestía un piyama celeste. Hojeó el libro con atención y al ver las fotos las lágrimas anegaron su mirada triste: 'Lo que llegué a ser y mire cómo estoy ahora...', me dijo. Para cambiar de tema le comenté que en la calle hacía un frío tremendo, pero me interrumpió:'Esa es una orden del general. Yo voy a ir igual. La única manera de que me quede en esta cama es estando muerta.' No tuve más remedio que comunicarle a Perón que mi gestión había fracasado."
Varias aplicaciones de morfina en la nuca y el tobillo -donde aparecieron las metástasis del tumor-, un original sistema de sostén ideado por un empleado de la residencia para que Eva pudiera mantenerse en pie dentro del coche presidencial, y un equipo de enfermeras dispuestas a actuar en cualquier momento, conformaron el improvisado dispositivo preparado para apuntalarla. Vestía un tapado de piel y ostentaba sobre el pecho la Gran Medalla Peronista en Grado Extraordinario, otorgada por Perón el 17 de octubre, y la Distinción del Renunciamiento en Primera Categoría Laureada, una condecoración acuñada por la Confederación General del Trabajo.
El coche descubierto salió por la puerta que daba a la avenida Libertador. Pese a la baja temperatura y a la insistencia de Perón, Eva se negó a sentarse. Presentía que era su última salida y no quería dejar de observar a la multitud que arrojaba flores y papel picado a su paso. Al llegar a la Casa Rosada le aplicaron dos calmantes para impedir un desmayo. Finalmente, apoyada con disimulo en una silla, pudo presenciar la ceremonia. Ese fin de semana, como de costumbre, la Subsecretaría de Informaciones proyectó ante la pareja presidencial un largo metraje. Esta vez la película fue Quo Vadis?

UN MITO VIVIENTE

Al título de Jefa Espiritual de la Nación, otorgado el día de su cumpleaños, sucedió una verdadera avalancha de honores, condecoraciones y nombramientos que convirtieron a Evita en la argentina más homenajeada en todos los tiempos. La Cámara de diputados comenzó a tratar el proyecto de la diputada nacional Celina Rodriguez de Martinez Paiva sobre construcción de un monumento den vida, debatido por más de ochenta legisladores (en su edición del 18 de junio el diario de Sesiones dedica 200 páginas para transcribir las opiniones de la bancada peronista).
a fines de junio Eva escribe su testamento. Con letra temblequeante, sobre una hoja con su nombre en el membrete, dice: "Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y es, por lo tanto, mi última voluntad. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlo con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo que me quema el alma. Si Dios lo llevase del mundo a Perón, yo me iría con él".
El 7 de junio, diecinueve días antes del fin, el Congreso Nacional crea por ley la Comisión Pro Monumento; diez días más tarde el Senado sanciona la obligatoriedad del libro 'La razón de mi vida' en las escuelas primarias y secundarias de todo el país. El anteproyecto de monumento fue presentado por la comisión designada (que integraban las diputadas Celina Rodriguez, Dora Matilde Gaeta y Delia Parodi, y las senadoras Juana Larrauri, Hilda Nélida de Castiñeiras y Rosa Calviño de Gómez) a la propia homenajeada, quien dio expresas instrucciones: "Que sea el mayor del mundo. Tiene que culminar con la figura del descamisado. Habrá una cripta para que allí descansen los restos de un descamisado auténtico, de aquellos que cayeron en las jornadas de la revolución. Lo buscaremos -insistía- y él los representará a todos. Allí espero descansar también yo cuando muera". Recordando la de Napoléon, que visitó en París, en 1947. Evita deseaba que su tumba fuese contemplada por las muchedumbres de una manera similar. La comisión, accediendo a sus deseos, previó en el proyecto definitivo que una tapa de plata reprodujera las formas de su cuerpo yacente y pudiera ser retirada para dejar completamente descubierta la caja de cristal donde descansarían sus restos. De haberse construido (sólo se erigió la base, sobre el lado Este de la avenida del Libertador, frente a los jardines de la Facultad de Derecho), habría sido -con sus 137 metros- el monumento más alto del mundo, sobrepasando a la Estatua de la Libertad de Nueva York (91 metros) y al Cristo del Corcovado de Río de Janeiro (38). "Esto es maravilloso; es genial, porque es grande y sencillo", comentó Evita al observar la maqueta. Los 400 mil kilos de hierro y 4 mil metros cúbicos de hormigón utilizados en al obra fueron rematados como material de demolición por la Revolución Libertadora.
La verdad es que el propio gobierno peronista no mostró mayor interés en completar la construcción, iniciada a ritmo lento en 1954 e interrumpida por el golpe militar de septiembre del año siguiente. El tema fue desde el comienzo un punto de fricción entre Perón y algunos sectores de las Fuerzas Armadas, algo que ya se había revelado en las esferas oficiales. Un indicio fue el multitudinario acto de homenaje y apoyo a la erección del monumento organizado por la CGT el 4 de julio de 1952 en el Luna Park. Decretado el paro general a partir de las 15, los trabajadores afluyeron masivamente para escuchar el ditirámbico discurso de su líder, José Espejo: "En los lejanos tiempos de Grecia milenaria y la Roma heroica (historió- cuando la personalidad de un ciudadano se perfilaba con características extraordinarias, su pueblo la inmortalizaba incluyéndola entre sus héroes. Era la apoteosis. Con una ceremonia similar, Augusto, primer emperador romano, erigió un culto religioso a la memoria de César, convirtiéndolo en dios. es el paso a la inmortalidad, y los caracteres personales se esfumaban ante la divina condición del héroe. Hoy la patria entera realiza la apoteosis de su heroína".
Cientos de misas diarias, paros simbólicos y rogativas colectivas crearon, efectivamente un clima que lindaba la adoración religiosa. En Santiago del Estero, por ejemplo, miles de personas desfilaban en incesante peregrinación ante el altar de El Señor de la Salud. El matutino oficialista Democracia titulaba, el 3 de julio: "Todo el país reza por el pronto restablecimiento de Eva Perón". Mientras un avión volaba por primera vez en el mundo a más de dos mil kilómetros por hora y se ponía en marcha el Segundo Plan Quinquenal (que intentaría restablecer infructuosamente el desequilibrio creado en la balanza de pagos, mitigar el constante drenaje de divisas por la importación de combustibles y detener la incesante inflación, que ya alarmaba a las amas de casa), el aparato propagandístico del régimen inició la ejecución de uno de los mayores operativos publicitarios de que se tenga memoria en la Argentina. "La sucesión de comunicados de prensa sobre la salud de Eva Perón tendían a crear, pero también a controlar, la expectativa de la opinión pública, inaugurando una nueva era en cuanto a técnicas de acción psicológica", recuerda un redactor de la Subsecretaría de informaciones, actualmente empleado en la Secretaría de Gobierno de la Nación.

LA ULTIMA SEMANA

El 18 de julio la alarmante noticia llegó a quienes permanecían en la planta baja de la residencia presidencial: Evita se moría. Los médicos comprobaron el estado de coma y fue llamado de urgencia su confesor, el padre Hernán Benitez. Dos testigos de aquel momento, Renzi y Apold, coinciden en su relato: "Ese día creímos que se moría. en la habitación había varios tubos de oxígeno y algunos elementos quirúrgicos para hacer las últimas tentativas. De pronto, inesperadamente, ella se incorporó y preguntó extrañada: "¿Por qué tanto movimiento? ¿qué hacen esos tubos aquí?. Nadie atinó a contestar, hasta que el doctor Finochietto encontró una mentira piadosa: Señora, acabamos de extirparle el nervio que le causaba tanto dolor en la nuca; ya no sufrirá más. De inmediato Eva se levantó y apoyada en su mucama fue hasta el baño. En el pasillo junto a la habitación, Juan Duarte corrió alborozado hasta un grupo de funcionarios que aguardaba en el hall de entrada: ¡Eva se salva! ¡Eva se salva! gritaba, poseído, como si hubiera asistido a un milagro".
Al día siguiente, Sara Gatti (51, soltera, manicura personal de Eva Perón) atendió por última vez en vida a su encumbrada cliente. Este es su testimonio inédito: "Cuando llegué a la residencia un mundo de gente rezaba en los alrededores. Muchos se habían arrodillado en plena calle, a pesar del frío, y el murmullo de las oraciones era impresionante. Irma, la mucama, me avisó ese mismo día que llevara el esmalte trasparente. Eso fue un mal augurio, y yo presentí que el final se acercaba. Sentada a la derecha de la cama, entre ella y el soporte del suero que le aplicaban desde hacía un tiempo, tomé su mano izquierda. Tenía dedos largos, uñas almendradas, chicas, fuertes. Le temblaba el pulso. Observé que no lucía joya alguna, excepto la alianza matrimonial. Tomé el frasco de esmalte color Queen of Diamonds, de Revlon, y comencé mi trabajo. Tardé media hora. Mientras le hacía las manos llegó el general a saludarla y le dio un beso. Cuando terminé le arreglé la cama. La sábana y el cubrecama eran blancos, como los que usan en los hospitales. El domingo 20 amaneció lluvioso. Al mediodía el presidente recibió el diagnostico de dos especialistas alemanes especialmente llegados para revisarla ("La muerte es inminente", coincidieron) y solicitó al padre Benitez que "prepare a los trabajadores -en esos momentos congregados frente al Obelisco porteño, asistiendo una misa impetratoria organizada por la central obrera- para recibir la noticia".
En tanto que el sacerdote Virgilio Filippo, asistido por dos colegas y cinco seminaristas, desarrollaba el oficio religioso, a través de los parlantes instalados por la dirección de Festejos de la Municipalidad de buenos aires, Benitez hablaba a la multitud. sus palabras trasmitidas por Radio del Estado -hoy Radio Nacional-, predisponían en realidad a todo el país: "Por qué dios ha elegido precisamente a Eva Perón para hacerle sufrir la cruz de una larga enfermedad? ¿Por qué cuando ella conquistó todo con el merecimiento heroico y el amor apasionante de sus pueblo, dios la aleja de sus obreros, de sus pobres, de sus enfermos, de sus ancianos y de sus niños? Compañeros: habíamos pedido el milagro de la salud de Eva Perón, pero Dios nos concedió otro milagro. El milagro del heroísmo cristiano de Eva Perón, el milagro de haber abierto con su dolor de par en par las puertas de la Iglesia para que el mundo obrero se refugie en el corazón de Jesucristo, redimido de su ateísmo comunista y del nihilismo anticristiano de épocas pasadas". Mientras hablaba, la lluvia impedía que la orquesta y el coro del Teatro Colón ejecutaran la Misa de Schubert, la CGT ordenaba un nuevo paro simbólico de 11.30 a 11.40 y los boleteros de los cines y teatros porteños suspendían su labor.
En la residencia presidencial el interés de la enferma por seguir la ceremonia aguzó el ingenio de quienes la rodeaban. "Instalada la radio sobre la mesita de luz -recuerda Renzi- todos hablábamos al mismo tiempo para impedir que Evita escuchara al padre Benitez. Cuando vimos que no podíamos dar más vueltas para distraerla me acerqué disimuladamente al aparato y, desenchufándolo, lo silencié. Inútiles fueron mis esfuerzo para 'arreglarlo'", ironiza.
A cinco días de su muerte, la enferma recibió del Congreso Nacional la joya más valiosa de su colección: el collar de la Orden del Libertador General San Martín, cuyo uso le fue otorgado con carácter vitalicio. El collar constaba de 4.574 elementos finamente labrados en platino, brillantes, oro, esmeralda y rubíes.
Innumerables amuletos, estampitas, piedras milagrosas y hasta reliquias sagradas llegaban diariamente a la residencia presidencial. El 22 de julio numerosas instituciones suspendieron los actos programados y una cadena de comunicados médicos fue marcando la secuencia del desenlace. "Los especialistas que asisten a la señora Eva Perón -decía uno de ellos- informaron esta noche a las 22 el estado de salud de la ilustre enferma, a pesar de la mejoría experimentada el sábado y domingo pasados, continúa delicado." Ese día la Sociedad Científica Argentina pospuso la celebración de su octogésimo aniversario, pero el Instituto Superior de Cultura Religiosa agasajó al cardenal Santiago Luis Copello con motivo de su cumpleaños.

LA MUERTE

La manicura Gatti fue quizás la única persona que escuchó de Evita palabras de resignación ante el inevitable fin. "El viernes 25 -relató a Siete Dias la semana pasada- la señora me mandó llamar. Cuando llegué a su habitación, Eva, tomando de la mesita de luz una pequeña cajita azul, me la entregó. Cuando la abrí, observé una medalla de oro con su rostro grabado. al dorso se leía: 'Eva Perón a Sara Gatti -1952-. Cuando levanté la vista, Evita me dijo: 'Úsela como recuerdo mío en su cadena'. Luego se incorporó y tosió. 'Estoy muy mal, Sarita', gimió. Tenga paciencia, señora; se va a poner bien dentro de poco, la consolé. No... ya no, me disuadió resignadamente. Conteniendo mis lágrimas, busqué un pretexto y me fui de la habitación. Ya no la vería más con vida. Hasta allí llegaba un lejano murmullo que los cortinados no lograban atenuar. Afuera, la gente rezaba."
Irma Cabrera de Ferrari (47, un hijo), la mucama que acompañó a Eva desde los primeros tiempos, recuerda con fidelidad la jornada del sábado 26 de julio:"Cuando llegué a las siete de la mañana ella ya estaba despierta, esperando al joyero Ricciardi, que debía llevarle unas alhajas de obsequio. Recuerdo que lo hicimos esperar en la biblioteca y luego postergamos la audiencia para más adelante. También llegaron dirigentes del Partido Peronista Femenino, a los que entregó recuerdos personales (una pulsera, varios anillos, un par de aros). Hasta las 10 de la mañana estuvo recibiendo gente. Por momentos, a solas, evocó su infancia: 'Nunca estuve conforme con esa vida; por eso me escapé de casa. Mi madre me hubiera casado con alguien del pueblo, cosa que yo jamás hubiera tolerado' También me dijo que una mujer decente se lleva el mundo por delante, y rezamos juntas".
A las 11 de la mañana, ya grave, sus familiares la rodeaban. Uno de ellos -que prefiere permanecer anónimo- recuerda sus últimas palabras: "Me voy a descansar. Eva se va... Eva se va". Antes de cerrar sus ojos alcanzó a mirar a la madre y murmuró: "La Flaca se va...". Y se durmió.
La agonía duró todavía unas horas. A las 16.30 un comunicado médico informó: "El estado de salud de la señora Eva Perón ha declinado sensiblemente". Media hora después entraba en estado de coma. A las 8 de la noche la Cadena Oficial de Radiodifusión anunció que la enferma estaba "muy grave".
Uno de los que estaban junto a la moribundo, Raúl Apold, describió así los últimos momentos: "Perón, su madre y sus cuatro hermanos, Orlando Bertolini, Carlos Aloé, Raúl Mendé, Armando Méndez San Martín, Oscar Nicolini, Héctor Cámpora, Jerónimo Remorino, Atilio Renzi, Irma, las enfermeras y yo, mirábamos atentamente el rostro del cardiólogo Alberto Taquini (actual presidente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología), quien, sentado al lado de la cama, le tomaba constantemente el pulso. De pie, con lágrimas corriéndole por el rostro, el doctor Ricardo Finochietto le apretaba fuertemente las mandíbulas para evitar que se tragara la lengua y no se asfixiara. Murió a las 20.23 y no a las 20.25. Juan Duarte, enloquecido, salió corriendo: ¡Ya no hay Dios! ¡No creo en Dios! gritaba. Su hermana Erminda, saliendo tras de él, trató de tranquilizarlo: Sí hay Dios -decía- y ésta ha sido su voluntad. su esposo tomó a Juan del brazo y junto con Carlos Aloé se aislaron en la biblioteca".

 

Apold, que ya había hecho instalar un micrófono en la habitación para informar directamente por radio la muerte de Evita, redactó de inmediato el comunicado, pero una crisis de llanto le impidió leerlo. A las 21.36 la cadena oficial, en la voz del locutor Jorge Furnot, irradiaba el boletín: "Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la señora Eva Perón serán conducidos mañana, en horas de la mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente".
Esa misma noche, a las 23, Juan Perón envió al intendente de Buenos Aires, arquitecto Jorge Sabaté, y al jefe de Ceremonial de Estado, Raúl Magneret, al convento de San Francisco. Tenían la misión de tramitar ante esa orden la obtención de un lugar para sepultar a Evita. Las autoridades del convento aceptaron la proposición y señalaron, junto a un confesionario lateral a la nave principal, el lugar adecuado. El intendente se ocupó de que al día siguiente una cuadrilla de la Dirección Autárquica de Obras Municipales realizara los trabajos necesarios. Pero a las tres de la madrugada una delegación de la CGT integrada por los secretarios Espejo, Santín y Soto, se hizo presente en la residencia y planteó su posición. "Perón no aceptaba, en principio, que Eva fuera depositada en la sede de la central obrera hasta tanto se terminaran los trabajos del monumento. Idéntica posición asumió su madre -recuerda Soto-, pero nosotros recurrimos a varios discursos de Evita donde había expresado claramente su voluntad. Y a pesar de que no era partícipe de nuestra idea, el general terminó aceptando."

EL TAXIDERMISTA

Apenas producido el deceso se informó telefónicamente al doctor Pero Ara (78, casado, profesor honorario de la Facultad de Medicina de Madrid, ex director del Instituto de Anatomía de Córdoba y miembro honorario de varias academias europeas y americanas) que ya podía concurrir a la residencia para comenzar su trabajo. Según Renzi, "Ara llegó pasadas las 22 horas y se introdujo en la biblioteca, donde redactó y firmó el contrato de embalsamamiento (100 mil dólares, unos 35 millones de pesos actuales, pagaderos en diez cuotas, la última de las cuales le fue abonada por Juana Larrauri el mismo día en que cayó Perón). En seguida se encerró a trabajar con un ayudante. Estuvieron toda la noche. A las 5 de la mañana del domingo dieron por terminada su labor. Fue un trabajo admirable. el cuerpo quedó tan natural que parecía dormida. Hasta conservaba su aspecto y color naturales. Infundía respeto, piedad, dulzura". En agosto de 1956 el embalsamador se jactó en declaraciones hechas a la revista brasileña Manchette de no haber extirpado ningún órgano. "Conserva -detalló- todas sus vísceras internas, sanas o enfermas, excepto las que le fueron extirpadas por actos quirúrgicos."
Después de Ara, le tocó el turno a Julio Alcaraz (58, casado), peinador personal de la extinta. "Tuve que esperar casi toda la noche, hasta que terminaran de embalsamarla -se quejó ante Siete Dias-. Pero estaba acostumbrado a las demoras. Yo fui la única persona que acompañó a Eva Perón durante toda su trayectoria: la peiné cuando era actriz, la acompañé en todos sus viajes oficiales y, finalmente, peiné su propio cadáver. Y nunca fui afiliado al Partido Peronista."
Por último, Sara Gatti estuvo encargada de arreglar las inertes manos: "Un coche oficial me vino a buscar a las seis -recuerda-; llegué a la residencia veinte minutos después. En la calle, bajo la lluvia, la gente lloraba y pugnaba por acercarse a las verjas de la casa forcejeando con la policía. se me acercó Perón y cariñosamente (Venga, hija, venga) me llevó a la habitación. La cama estaba vacía y a un costado, en el suelo, el féretro con evita. La rodeaban el doctor Ara, de guardapolvo blanco, doña Juana y los hermanos. El doctor me ayudó a separarle los dedos. Con acetona le quité el color que le había colocado días antes y sólo le apliqué dos capas de brillo transparente. Apenas tardé quince minutos".

LAS HORAS Y EL TIEMPO

Aquel 26 de julio de 1952, a la 20.25, el tiempo pareció detenerse en la Argentina, símbolo que pretendió perpetuar el reloj de la entonces Secretaría de Trabajo y Previsión, detenido a esa hora, y la obsesiva letanía repetida por radio del Estado, cada día a las 20.25 en punto, "hora en que Eva Perón pasó a la inmortalidad". Pero la verdad es que el tiempo seguía indiferente su curso. Las noticias periodísticas informaban que todavía latía en el pueblo la ola de descontento provocada por el aumento del pan (de 1.10 a 1.20 pesos el kilo), las grandes tiendas Gath y Chaves anunciaban sus ofertas de liquidación (sobretodos, 250 pesos; trajes de hombre, 289; zapatos de mujer, 49), y recorriendo los avisos clasificados cualquiera podía adquirir lotes en Alta Gracia, Córdoba, de 702 metros cuadrados, a 25.75 la cuota mensual, o comprar una motocicleta usada por 800 o un lavarropas por 2.900. claro que entonces el peso argentino tenía una cotización más favorable que ahora en el mercado de cambios: el dólar valía 14 pesos, la libra esterlina 39.20, el franco francés 4 y la peseta española 0.30.
Mientras tanto, el deporte seguía siendo fuente de satisfacciones para el país: el sábado 26 Argentina ganaba ajustadamente a Canadá en básquet, durante la disputa de los Juegos Olímpicos en Helsinki, Finlandia. Trece días antes, el mono José María Gatica había batido por KO al panameño Federico Thompson, dedicando su triunfo al presidente Perón, como era su costumbre. Aunque las noticias internacionales quedaron postergadas por los detalles de la enfermedad de la primera dama. La Prensa alcanzó a informar que, "por imposición de las fuerzas armadas, se obligó a abdicar y a salir del país al rey Faruk de Egipto". Culminaba así el golpe militar encabezado por el mariscal Mohammed Maguib. Inglaterra no permaneció indiferente al hecho: ese mismo día adoptaba especiales medidas de seguridad en el canal de Suez ante la crítica situación egipcia. En Chicago, Estados Unidos, la convención demócrata elegía al senador John Sparkman como compañero de fórmula del candidato a presidente, Adial Stevenson, para las elecciones nacionales de noviembre.
Mientras Eva Perón moría, una fuerte llovizna se abatía sobre Buenos Aires (a las 20.30) había 13 grados de temperatura y 85 por ciento de humedad). El mal tiempo, que se mantuvo durante toda la tarde, no impidió que se jugara la fecha correspondiente al certamen de primera "B", organizado por la AFA. El puntero, Gimnasia y Esgrima, derrotó a Sarmiento de Junín (ciudad natal de Eva Perón) por 3 a 2. Su escolta, Colón de Santa Fe, goleaba a Almagro por 6 a 1.
Por su parte, algunos personajes que todavía hoy tienen actuación pública se dedicaban prolijamente a sus funciones específicas. Pedro Eugenio Aramburu era agregado militar de la embajada argentina en Brasil; Guillermo borda, que había sido secretario de Vivienda de la Municipalidad de buenos Aires, pasó a desempeñarse -a comienzos de 1952- como juez nacional en lo civil (puesto que conservó después de la Revolución Libertadora); Francisco Imaz era oficial de enlace del Estado Mayor conjunto dedicado a la tarea de represión del golpe militar del general Benjamín Menéndez; Arturo Illia era diputado nacional por el Partido Radical de la provincia de Córdoba; Isaac Francisco Rojas era comandante de la base naval de Puerto Belgrano. y comandante del crucero 9 de Julio; había sido edecán naval de Perón, "Rojas recibió con grandes elogios a la causa -memora Soto- la Medalla a la Lealtad que le entregué en nombre de la CGT".

EL DIA QUE SE ACABARON LAS FLORES

La Prensa del 28 de julio relata fielmente el traslado del cuerpo de Eva Perón hacia la capilla ardiente el día anterior: "A las 6 ya era imposible transitar por la calle Aguero y el desplazarse por la avenida del Libertador hasta Callao. Eran las 9.30 horas cuando se aproximaron al féretro los integrantes de la Comisión Nacional del Partido Peronista Femenino para despedir a su Jefa. Inmediatamente después, el general Perón, su secretario Juan Duarte; el gobernador de Buenos Aires, Carlos Aloé; el secretario general de la CGT, José Espejo; el presidente de la Cámara de diputados de la Nación, Héctor Cámpora; el subsecretario general de la CGT, José Espejo; el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Héctor Cámpora; el subsecretario de Informaciones, Raúl Apold, y el administrador de la residencia, Atilio Renzi, tomaron el ataúd que introdujeron hasta una ambulancia de la Fundación Eva Perón, que poco después se puso en marcha hacia el Ministerio de Trabajo y Previsión. Detrás salía un automóvil ocupado por el presidente de la Nación y el cortejo fúnebre, que hizo su entrada por la diagonal Julio A. Roca y se detuvo a la altura de la calle Perú".
En la acera del ministerio Perón fue saludado por ministros y funcionarios de Estado, y juntos se dirigieron caminando hasta el hall central. Colocado el ataúd sobre un promontorio, se procedió a levantar la tapa. El cadáver estaba dentro de una caja de cedro, con laureles tallados y revestimiento inferior de cobre. A través del cristal podía verse la figura yacente de Evita. cuatro cadetes de la Escuela Militar, con bayoneta calada, montaron guardia de honor junto a los del Liceo Militar y alumnos de las Escuelas de Arte y Oficios Raggio. Una delegación de las organizaciones obreras se renovaba cada cuarto de hora. La gente entraba a la rotonda en doble fila y giraba sin detenerse, retirándose por la puerta posterior del edificio, sobre la calle Perú.
La coordinación general y organización del funeral estuvieron a cargo del secretario adjunto de la central obrera, el ferroviario Florencio Soto. Sus recuerdos son precisos: "El 29 de julio me entrevisté en una casa particular con representantes de las tres armas, la policía, la fundación y otras instituciones. Convinimos en que sería depositada en el salón de actos del primer piso del edificio de la calle Azopardo, por lo que solicitamos al intendente de Buenos aires que ordenara a la dirección de Obras Municipales (DAOM) la preparación del recinto. El arsenal Esteban de Luca, en sus talleres, construiría la cureña en que se trasladarían los restos. La DAOM -por su parte- también se encargaría de realizar la carroza fúnebre de la CGT y del gremio petrolero, que encabezarían el cortejo. El ejército nos prestó su colaboración y el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas se comprometió a ordenar la presentación de armas y vista a la derecha, igual que en los desfiles".
Soto recuerda que durante el velatorio en el Ministerio de Trabajo y Previsión "el doctor Ara estaba muy preocupado. desde los altos de la cúpula del hall central observaba constantemente con un largavista el cadáver de Eva Perón". Poco tardaría Soto en enterarse de los motivos de su preocupación: ese mismo día, la Subsecretaría de Informaciones difundió un comunicado oficial: "El general Perón ha dispuesto que el velatorio continúe un mes o dos, si es preciso, hasta que el último ciudadano haya visto a la compañera Evita. Se procura, de esta forma, evitar inconvenientes a los ancianos y niños que forman en las columnas del pueblo para rendir su postrer homenaje a la Jefa Espiritual de la Nación". ara comenzaría a preguntarse si su trabajo resistiría tan larga vigilia.
El 31 de julio, mientras una misión comercial argentina adquiría en Alemania Occidental una partida de trolebuses para el trasporte urbano porteño y La Prensa publicaba ciento once avisos fúnebres dedicados a Eva Perón, el doctor Ara insistía con vehemencia ante Perón para que el velatorio no insumiera más de quince días, plazo límite durante el cual garantizaba la no descomposición del cadáver. Por las noches, después de las 24, se suspendía el desfile pretextando tareas de limpieza y acondicionamiento del recinto: en realidad era el momento en que el embalsamador observaba el estado del cadáver.
Bajo la lluvia, filas de hasta 35 cuadras de largo aguardaban para ver por última vez a Evita. Una de las colas llegaba desde la diagonal Julio A. Roca hasta la esquina de Entre Ríos y Belgrano; otra cubría la calle Perú, bordeaba la Plaza de Mayo y continuaba por Paseo Colón. Otra, por avenida de Mayo y 9 de Julio llegaba hasta la Plaza de la República. El Ministerio de Salud Pública instaló en las calles mil camas y cuarenta puestos sanitarios. La Fundación repartía frazadas y vivaques del Ejército distribuían comida, también gratis.
El 9 y 10 de agosto el féretro permaneció en el Congreso Nacional, por la tarde de este último día se lo trasladó al edificio de la CGT. Alrededor de dos millones de personas se congregaron en el trayecto (Rivadavia, avenida de Mayo, Hipólito Yrigoyen, Paseo Colón, Independencia) para presenciar el paso de la cureña. A las 17.50, mientras se escuchaba en la callada ciudad una salva de 21 cañonazos y el toque de silencio a cargo de un corneta del Ejército, seis lacayos de la empresa de pompas fúnebres Lázaro Costa introdujeron el ataúd en la Confederación General del Trabajo.
Allí permaneció -en el primer piso- hasta el 11 de agosto, cuando el embalsamador Ara comenzó una nueva etapa de su trabajo en el recinto especial que, a sus pedido, le preparó la central obrera en el segundo piso. "Eran tres o cuatro tarimas -memora Soto- y varios piletones. También había una mesada de mármol donde el doctor hizo depositar el cuerpo de Eva. Las llaves estaban en tres manos: en las de él, las de Perón y las del secretariado nacional de la CGT."
En el recinto del primer piso, presidido por un enorme crucifijo, atenuadas luces violetas creaban una especial atmósfera de recogimiento. Afuera, en los barrios de la ciudad, proliferaban los altares populares, los faroles enlutados, los colegiales con crespones negros.

Los redactores de esta nota, Otelo Borroni y Roberto Vacca, son también autores del libro "La vida de Eva Perón", que en dos tomos (Documentos y Testimonios para su historia) será publicado próximamente por Editorial Galerna.

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el trabajo del taxidermista Ara fue perfecto pero Perón y Juan Duarte volvían a verificarlo una y otra vez, con obsesivo interés

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una de sus últimas apariciones frente a la plaza de Mayo



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