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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

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LA MASACRE DE EZEIZA
(Yo fui testigo 1986)

-continuación-

 

El pacto social de Gelbard bajo fuego graneado de la derecha y la izquierda
Para los radicales, el pacto coincide con el programa de "La hora de los pueblos" elaborado, entre otros, ' por Antonio Tróccoli, Alfredo Concepción y los peronistas Alfredo Gómez Morales y Antonio Cafiero.
Los intransigentes y revolucionarios cristianos coinciden en que son  medidas "coyunturales" dentro de la estructura clásica del sistema capitalista, y reclaman medidas estructurales: reforma agraria, nacionalización de la banca -no sólo de los depósitos-, coparticipación ¡ obrera, etcétera.

 

 

El Partido Comunista señala, además, que "el peso de la crisis recae sustancialmente sobre la clase obrera y el pueblo, cuando a nuestro parecer debe ser pagada por la  oligarquía terrateniente y las empresas multinacionales". Extractado de "La Opinión" del 12 de junio de 1973.
En síntesis, estas opiniones reflejan muy bien lo que decíamos al comienzo, en cuanto al carácter "reformista" del programa económico del peronismo y dan pie a otra interpretación respecto del período. En vez de haber un abismo entre el "camporismo" y la política instrumentada luego por Perón, una no es más que la continuación de la otra, sólo con un acento diferente en función de la coyuntura. El proyecto socioeconómico estaría basado, como en el '45, en la alianza de la incipiente burguesía nacional -cada vez menos nacional por sus alianzas con el imperialismo y casi caduca más que incipiente, por el retraso de su modernización- con la clase obrera.
Lo que sucederá luego en Ezeiza, bajo esta óptica, más que la lucha abierta entre dos proyectos, uno de derecha y uno de izquierda, será entonces la utilización de grupos de derecha, inclusive parapoliciales y paramilitares, para erradicar del movimiento nacional la influencia "perniciosa" de una amplia comente de izquierda, cuyo apoyo fue significativo para aumentar el caudal de votos en las elecciones, pero que comenzaba, con sus demandas, a entorpecer la tarea de gobierno. Se trata sólo de una interpretación posible que sirve para numerosas especulaciones.
Sin duda, el Pacto Social no fue ni un paso hacia el socialismo nacional ni exactamente un retroceso a la política de Krieger Vasena. Lo cierto es que no atacó a los enemigos de un proyecto de liberación, y fue una débil alianza superada rápidamente por el desarrollo de las fuerzas productivas en aquel momento. Duró poco, y cuando se rompió fue tarde para recurrir a los sectores populares en franco retroceso, con sus dirigentes perseguidos, exiliados y asesinados. En esa circunstancia tomaron la conducción política y económica del peronismo los aliados naturales del imperialismo lanzando, ahora sí, una política liberal.
Se asiste una vez más en la historia argentina a un pretencioso proyecto nacional de la burguesía que, al no contar con el apoyo de la clase obrera, zozobra ante el ímpetu del imperialismo.
Como sucedió con Lonardi, cuando se alió con Aramburu contra Perón; como ocurrió antes con Uriburu contra Yrigoyen, los proyectos "nacionalistas" se hunden sin el apoyo masivo y activo de la clase obrera, y ésta, cada vez más, impone sola sus condiciones.

Se venden autos a Cuba y se restituyen derechos a obreros. Transformaciones

Otros cambios estaba produciendo también el flamante gobierno camporista en distintas órbitas. Obregón Cano, en Córdoba, disolvía los "batallones de combate" que servían para "control de disturbios". Eran organismos creados en el seno de la policía provincial, especialmente entrenados para la lucha antisubversiva y la represión de manifestaciones populares.
El padre Carlos Mujica, sacerdote tercermundista dedicado a trabajar solidariamente con los desposeídos, especialmente con los habitantes de la famosa villa miseria de Retiro, oficiará en esos días una misa en La Plata en memoria de las víctimas inocentes que cayeron durante los cruentos bombardeos a Plaza de Mayo, cuando los "gorilas" atentaron contra la vida de Perón, el 16 de junio de 1955.
El comercio con Cuba se inicia favorablemente con la compra, por parte de esa nación, de 58.000 toneladas de maíz. Es la primera acción comercial después del restablecimiento de las relaciones entre ambos países, acordada por los presidentes Dorticós y Cámpora, cuando este último asumió la presidencia.
A esta apertura a Cuba le seguirán otras operaciones, entre otras, la venta de autos fabricados en la Argentina. Frente a la misma, el gobierno de los Estados Unidos reaccionó a través de su representante, George Shultz. Esto motivó una enérgica y publicitada respuesta por parte del ministro de Economía, José Ber Gelbard.
En cuanto a las organizaciones sindicales, se prevé la derogación del decreto 969/66 dictado bajo el gobierno de Onganía, que reglamentaba y coartaba los derechos sindicales otorgados por la ley N° 14.455 de Asociaciones Profesionales. También se prevé la modificación de la ley N° 16.936, por la que tiene carácter de obligatoriedad la conciliación en los conflictos obreros.
El Justicialismo propone la libre negociación entre las partes y la intervención del Estado sólo cuando una o ambas la soliciten expresamente.
Otra de las leyes que entran en ese momento al Congreso considera la vivienda como un bien social cuyo fin último "estriba en consolidar la dignidad humana y propender al desarrollo del núcleo familiar".
Estas son sólo algunas referencias tomadas de los titulares de los diarios, con lo que intentamos mostrar el clima de libertad y de cambio que se vivía entonces. Recién después de 18 años se podía oficiar una misa por los inocentes asesinados a mansalva en junio de 1956 Por fin, después de muchos años, podíamos comerciar con Cuba, una nación hermana con la que el presidente Frondizi tuvo que romper relaciones a "punta de cañón" en febrero de 1962, amenazado por las Fuerzas Armadas, poco antes de su derrocamiento.
Si bien después de largas luchas se restituían básicamente sus plenos derechos a las organizaciones obreras, todo eso no era "la revolución", por supuesto, como decía la izquierda desde afuera del peronismo. Pero tampoco era ninguna "revolución subversiva" como pensaba, del otro lado, la derecha reaccionaria. Era, simple y llanamente, la restitución de algunos derechos inalienables del pueblo argentino.
Después de tantos años de represión, en aquel momento parecía el paraíso y muchos jóvenes se sintieron protagonistas y transformadores de la historia. A su paso, el mundo iba cambiando día a día. Esto les daba fuerzas para seguir adelante y pedir cada día más.

Procesos progresistas en América latina sacuden las estructuras tradicionales

En los mismos días en que en la Argentina se prepara el retomo del general Perón, en Perú, Velazco Alvarado se repone de una enfermedad que lo había alejado del gobierno durante un corto período. El general peruano retoma, ante la multitud que lo aclama, las "líneas tendidas por la revolución, la cual -según aclara en su discurso- "se dirige a crear una sociedad basada en la transferencia del poder económico y político a las instituciones libres y autónomas del pueblo, en la participación plena de sus hombres y mujeres en todos los asuntos de la vida económica, social y política de la nación, en la prominente pero no exclusiva propiedad social de la riqueza y en la efectiva existencia de una democracia que surja desde la base popular. Estos son criterios completamente divergentes de aquellos que constituyen la médula misma de los planteamientos capitalistas y comunistas".
Más allá de las especulaciones teóricas de la izquierda o de la defensa de tradiciones de la clase alta, el pueblo ve en el proceso militar iniciado por este general progresista "lo que tiene de medular y real: la reforma agraria, la creación de las comunidades laborales que los convierte en copropietarios de las empresas en las que trabajan e, inclusive, perciben el aliento visionario y casi poético de la anunciada "autogestión".
En Perú se llevaba a cabo una revolución de corte nacional y popular, encabezada por las Fuerzas Armadas, al igual que en Ecuador, donde la revolución de los militares de 1972 se hizo bajo signo nacionalista. En este último país, se anularon las concesiones a las compañías petroleras norteamericanas y británicas y se prometió la reforma agraria. Después de algunas marchas y contramarchas, en junio de 1973 el gobierno de Guillermo Rodríguez Lara parecía firmemente encaminado á la realización de la tan mentada reforma, conducida por el ministro de Agricultura, Guillermo Maldonado Lince, y a nuclear a su alrededor a las masas populares y a la  izquierda universitaria. Casi toda   América latina vivía un clima de cambio, en el que se sentía el influjo de la triunfante revolución cubana de 1959 y la acción posterior del Che Guevara. Este era casi un mito, que había encauzado ideológicamente, por la vía de la guerrilla rural, a cientos de jóvenes de todo el continente.
Cuando Lanusse inicia la apertura política todo está cambiando a nuestro alrededor. En Uruguay los Tupamaros ganan cada vez más terreno, sobre todo después de una extraña maniobra por la cual pierde las elecciones el candidato más popular del Partido Blanco, Wilson Ferreyra Aldunate, por escaso y discutido margen. El "colorado" Bordaberry, instrumento fácil de manejar por los militares, asume el gobierno. En 1973 la lucha política termina con un golpe de Estado encubierto.
El triunfo en las urnas de la Unión Popular abre en Chile la posibilidad, por primera vez en el mundo, de llegar al socialismo a través de elecciones libres, sin necesidad de enfrentamientos armados. Desde el 3 de noviembre de 1970 Salvador Allende lleva adelante una serie de medidas que significan un cambio trascendente de la estructura productiva del país. Se trata, ante todo, de la creación de un "área de propiedad social" y un "área mixta" en el sector industrial; de la profundización de la reforma agraria y de la nacionalización de la banca.

Cuando Perón se hace cargo todo cambia. Brasil impulsa nuevos gobiernos militares

Perón regresa a la Argentina en junio de 1973, cuando Allende vive el comienzo del fin con la huelga decretada por los mineros y las presiones de derecha e izquierda.
Como sabemos, Brasil se ha constituido en el principal bastión contra el comunismo de América latina. El 1 de abril de 1964 un golpe militar ha destituido al presidente Joao Goulart, líder nacionalista durante cuyo gobierno tomaron auge las ligas agrarias y las luchas campesinas y obreras. Este golpe, que cuenta con un incondicional apoyo norteamericano, modificará la geopolítica del continente.
Por otro lado, en 10 meses de gobierno del general Torres, en Bolivia, a fines de los años '70, se hace más que en varios años del gobierno nacionalista del MNR (Movimiento Nacional Revolucionario) de Paz Estenssoro, que había logrado modificar la estructura de la producción, nacionalizando la minería a mitad del siglo.
Torres anuló varias concesiones fraudulentas otorgadas a compañías norteamericanas por el gobierno antipopular que lo precedió, dio participación obrera en la Corporación Minera de Bolivia, estableció o reanudó relaciones con los países socialistas y creó "La Asamblea Popular", como forma de dar mayor participación a las masas. Sin duda. Torres venía del nacionalismo y avanzaba hacia posiciones socializantes. Por eso, y porque había muchos intereses en juego, fue derrocado en agosto de 1971. Dentro del gobierno del nuevo dictador los hombres fuertes eran considerados "probrasileños", hasta unos días antes del retomo a la Argentina del general Perón. Es en este momento que Hugo Banzer da un giro a su política y coloca en posiciones adelantadas a jóvenes coroneles proclives a considerar el "banzerismo" semejante, en lo sustancial, al peronismo.
Es decir que cuando se inicia la apertura política en la Argentina, la juventud, la intelectualidad y, en general, el conjunto del pueblo, están viviendo un clima agitado en todo o casi todo el continente.
Desde Panamá, en donde Torrijos cuestiona al imperialismo, pasando por México en donde sigue en pie, con problemas y retrasos, pero en pie al fin, la revolución campesina de Emilio Zapata y Pancho Villa, realizada en 1910, hasta los movimientos guerrilleros y de izquierda, América, en pleno, está en ebullición. No será por mucho tiempo. Cuando Perón asume el gobierno en octubre de 1973 el cuadro ha cambiado sustancialmente.
La punta de lanza, el gran bastión del imperialismo que quedaba en América, Brasil, se fue consolidando. A fin de ese año la Argentina estará rodeada de dictaduras militares.
¿Cuánto tiempo podrá durar como una isla en el continente? ¿Fue este cambio de la coyuntura internacional lo que hizo variar de política al general Perón, que trató de rescatar lo posible, aun a riesgo de renunciar a muchos de los objetivos previamente trazados?
¿La juventud no pudo comprender esto por inexperiencia? ¿O, por el contrario, como audazmente se llegó a decir, Perón mismo era parte de la política instrumentada por el imperialismo para detener el avance revolucionario de las masas? Lo cierto es que la lucha que se daba en los países hermanos entre revolucionarios y contrarrevolucionarios se dio con igual o mayor virulencia dentro del seno del Justicialismo y se expresó con claridad el 20 de junio, cuando de un lado y del otro del palco, todos al grito de "¡Viva Perón!", se tirotearon dejando un saldo de más de 200 muertos.
Los tiros de Ezeiza, ¿fueron los mismos que existieron entre Banzer y Torres, entre Pinochet y Allende, entre los Tupamaros y los militares? Eso es lo que trataremos ahora de dilucidar.

Caducan viejas antinomias y surge otra polarización: liberación o dependencia

En Mendoza, peronistas y radicales buscan acuerdos para expedirse en las cámaras sobre cuestiones tales como el proyecto de expropiación de 753.000 hectáreas a la Coney Argentina -filial de la norteamericana- para ser destinadas a la colonización. También considera la denominación de "trabajador dependiente", que propone el justicialista Arturo Ruiz, para definir al contratista que aporta su trabajo y el de su familia, con el propósito de diferenciarlo del que tiene empleados y se convierte, virtualmente, en "una especie de socio del propietario de la tierra".
Se trata una vez más de definir el país con otra concepción, de acuerdo a otros parámetros, que pasan por la posición socioeconómica y el rol que ocupan los sectores en la producción antes que por los sentimientos pro o antiperonistas.
En esa misma línea de acción, otro hecho importante se anuncia en las páginas de los diarios: "Alfonsin y Alende hablarán en un acto de los sectores de izquierda en Junín". Por primera vez se juntan en una misma tribuna oradores de las dos grandes vertientes en que se separó el radicalismo a partir del famoso congreso de Tucumán de 1956.
El nuevo eje que se empieza a vislumbrar en la Argentina, como verdadera "divisoria de aguas", es el que resume la consigna "liberación o dependencia".
A radicales e intransigentes los había dividido la ya caduca antinomia "peronismo-antiperonismo". Ahora soplan nuevos vientos. Mientras Balbín prepara su encuentro con Perón, Renovación y Cambio apoya el nombramiento de Mario Kestelboim como decano de la Facultad de Derecho, a propuesta de la Juventud Peronista, y se tienden puentes para apoyar en el Congreso a los 15 diputados representativos de esta última comente.
Cada una de las grandes líneas que dividen al peronismo encuentra fuera del espectro partidario aliados que la sostienen. Y esto es así, porque el sector o partido que está en el poder refleja las contradicciones y la relación de fuerzas de la sociedad en la que actúa.

 

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Así, entre los militares hubo quienes se unieron a los radicales para derrocar a los peronistas, y quienes se unieron a los peronistas para derrocar a los radicales.
El ejemplo bien vale para el hoy, donde se encuentra entre los radicales a quienes buscan alianzas con extrapartidarios para "derechizar" el gobierno de Alfonsin, y contemplan incluso la posibilidad de reemplazarlo; mientras hay otros que  buscan apoyos en la izquierda para "radicalizar" el proceso...
Si bien esto es normal en todo gobierno, en el peronismo el fenómeno se dio con mucha mayor intensidad por las características propias de este movimiento. Entonces era policlasista, carecía de democracia interna y venía de actuar durante muchos años en la clandestinidad.
Sólo Perón -y a veces ni él mismo- sabía a ciencia cierta quién era quién dentro del movimiento y qué papel había desempeñado en la resistencia. Cuando después de tantos años por fin se pudo sacar el carnet de afiliado de abajo de la cama y desempolvar los retratos de Evita y el General, todos se acordaron de golpe de su fidelidad al líder. Aparecieron peronistas "ortodoxos" por todas partes, así como habían desaparecido en 1955. Cada sector, cada grupo de poder y hasta los mismos equipos técnicos o intelectuales buscaron entre sus allegados peronistas con alguna trayectoria para encolumnarse detrás y participar así del nuevo proceso.

Las elites dominantes en busca de alianzas que antes eran inconcebibles

Perón necesitaba votos y abrió las puertas... Ya encontraría tiempo, después, para decantar las aguas revueltas. Por todo esto, apenas ganadas las elecciones comenzaron tiras y aflojes cuyas alternativas eran seguidas con mucho interés por partidarios y extrapartidarios.
La Juventud Peronista encabezaba diversos grupos de izquierda que apostaron al peronismo pensando que el líder siempre había sabido captar cuáles eran los cambios que requería la época, y que si en el '45 había abierto las compuertas al proceso de defensa de la industria y del obrero que retardaban las oligarquías, hoy iba a abrir las puertas al socialismo que era el movimiento hacia el que se dirigía por sí, casi "naturalmente", tanto la Argentina como toda América latina.
Era una posibilidad: acelerar el cambio desde adentro. Los grupos de izquierda que no creyeron en esto quedaron, de todas formas, a la expectativa.
Por su parte, los grupos "nacionalistas" e "industrialistas" que apoyaron con entusiasmo a Frondizi, se volvían a sentir representados en la alianza del FREJULI. Estaban convencidos de que Perón era el único que podía detener el avance del sindicalismo que tantos dolores de cabeza había causado al ex presidente intransigente.
Estos sectores no estaban preocupados por la juventud. Incluso valoraban en ella algunas cosas como la actitud heroica al estilo Robín Hood frente a la dictadura militar que, con Krieger Vasena a la cabeza, los había destruido, así como la enemistad que expresaban frente a las cúpulas sindicales. Además, no olvidemos que en una sociedad en plena alza del consumo los jóvenes se habían convertido en los principales consumidores.
Los militares, que tanto temían la guerrilla y su conexión con los movimientos armados de todo América latina, también encontraron sus aliados dentro del peronismo.
Los sindicalistas "burócratas" no tenían ningún interés en quedarse cruzados de brazos ante el avance de las juventudes peronistas y la izquierda obrera.
No veían la hora de sacarse de encima a algunos "zurditos" que les zumbaban alrededor, haciendo mucho ruido, y lo que era más grave aún, atentando directamente contra la vida de sus mejores hombres.
Así, las elites dominantes buscaron alianzas que no podían haber soñado años atrás. Nacionalistas reaccionarios de derecha, industrialistas progresistas, sindicalistas participacionistas y militares hacían frente común, con el apoyo de la Sociedad Rural Argentina y de los más firmes antiperonistas de antes, frente a la oleada revolucionaria que llegaba de las bases peronistas, encabezada por algunos políticos proclives a la "tendencia": Bidegain, Taiana, Puiggrós, Obregón Cano, etc. y agrupados, principalmente, en tomo de la juventud y las organizaciones armadas.
Antes que la contradicción se presentara en estos términos, hubo un período en que la burguesía progresista y dirigentes sindicales moderados oscilaron entre uno y otro frente.
Pero sin duda, el abrazo Perón-Balbín cerró una época, enterrando para siempre la antinomia "peronismo-antiperonismo", sólo resucitada con fines electoralistas en 1983. Pusieron en el tapete la nueva discusión: "liberación o dependencia".

Los viajes a Madrid, una rutina para funcionarios y ministros camporistas

Si durante los anteriores 17 años el país tuvo una virtual segunda capital en la quinta de Puerta de Hierro, en Madrid, desde la cual el Perón en el exilio digitaba los hilos más sutiles de la política argentina, ahora, a partir de la asunción del mando por el presidente Cámpora, el gobierno paralelo era un hecho. Ministros o subsecretarios, funcionarios, diputados y senadores, iban y venían con diferentes misiones, la mayor parte destinadas a finalizar los preparativos del retomo.
Un ejemplo ilustrativo de lo que decimos se da el 10 de junio de 1973, diez días antes de la fecha anunciada para el regreso definitivo del líder. El ministro de Trabajo, Ricardo Otero, estaba en el aeropuerto de Madrid esperando extrañamente al general, que había viajado a Barcelona a hacerse un chequeo en compañía de otro ministro argentino, José López Rega, de Bienestar Social. Y no había nada de extraño. Todo era pura rutina. Unos días antes había arribado a la capital española el director general de Canal 7, el canal oficial. Era el conocido actor y director peronista -luego exiliado en Venezuela- Juan Carlos Gene, que llegaba para ocuparse personalmente de todo lo relacionado a la filmación de la visita del presidente Cámpora y del viaje de Perón.
También, con el fin de preparar el arribo del presidente y la partida conjunta a Buenos Aires, llegaba en esos días a España Oscar García Rey, subsecretario técnico de la Secretaría de Prensa y Difusión de la Argentina.
El único que todavía no había pisado Madrid una semana antes del espectacular evento, era el embajador José Cámpora Martínez, quien recién acababa de obtener acuerdo en el Senado. Este hecho, que no tiene mayor relevancia en sí mismo, muestra cómo el movimiento peronista desbordaba en todas sus formas la rígida estructura burocrática del gobierno.
Los ministros actúan por sus roles espontáneos adquiridos en la militancia anterior más que por sus cargos específicos; Ni López Rega ni Otero están en Madrid porque su ministerio lo exija. El mismo presidente de la República no tendría motivo alguno para viajar a menos de un mes de asumir su mandato, si no fuera porque va a buscar al líder partidario. Sin duda no es cosa común que un presidente se movilice 12.000 kilómetros con ese fin.
A todos ellos se sumarán más tarde José Rucci, el pilar en el que se basa Perón para hacer el Pacto Social, y Castiñeira de Dios, a cargo de la prensa presidencial. Son dos más entre los tantos que van y vienen casi cotidianamente.

Al fin Perón vuelve y se busca para él un cargo de superministro o embajador

El inminente retorno de Perón renueva en las cúpulas de dirigentes del peronismo y del gobierno la polémica. ¿A qué viene el general? ¿Se va a hacer cargo del gobierno o de un ministerio? ¿Quedará como jefe del partido manejando los hilos del poder a cierta distancia, o tiene un rol más amplio que cumplir como "prenda de paz", más allá del que le confieren partidos y banderías? ¿Su regreso tiene trascendencia continental?
La presencia de Perón era esperada con diversas expectativas por cada uno de los sectores o líneas internas del Justicialismo. La juventud creía -o decía creer- que Perón se pondría al frente del movimiento para encuadrarlo por la vía revolucionaria. La derecha esperaba que tomara distancia del camporismo, no exactamente para encabezar la revolución sino para frenar los impulsos "izquierdistas" de los que rodeaban al ex delegado personal del general.
Pero más allá de estas expectativas amplias, se discutía el rol que Perón iba a desempeñar.
De un lado o del otro, en todas las líneas se suponía que entre las primeras tareas que iba a desempeñar el general a su regreso iba a estar la reorganización e institucionalización del peronismo. Aquella frase suya, "sólo la organización vence al tiempo", no había podido concretarse en la realidad porque habían mediado 17 años de persecuciones y represión. Había llegado el momento de dar al peronismo una estructura definitiva, sea dividido en ramas dentro de la concepción movimientista, sea dentro de la estructura partidaria, incluyendo el Partido Peronista Femenino.
El secretario general del justicialismo, Juan Manuel Abal Medina, había intentado poner un proyecto de este tipo en marcha, el que fue suspendido por orden de Perón.
Esto hacía suponer que la tarea quedaría exclusivamente a su cargo.
La juventud solicitaba convertirse en una rama autónoma para aumentar de esa forma su peso específico dentro del conjunto.
A medida que se acercaba el momento, la idea de Perón en su casa dirigiendo desde atrás se esfumaba. El pueblo había votado a "Cámpora al gobierno" pero a "Perón al poder" y éste, era claro, venía a ejercerlo.
Los días previos a su arribo se pensó en la posibilidad de que asumiera una función específica, como ministro de Relaciones Exteriores, superministro de gobierno o embajador.
La izquierda imaginaba a Perón cumpliendo la función de Fidel Castro, en tanto Cámpora era identificado con Dorticós.

 

En la emisión televisiva de "Yo fui testigo", dedicada a los sucesos de Ezeiza, dos participantes se explayaron sobre la personalidad del doctor Esteban Righi. Ellos son el ex ministro de Defensa, Ángel F. Robledo, y el periodista Horado Verbitzky. Estos son sus testimonios.
Ángel F. Robledo: "El doctor Righi era muy amigo del hijo de Cámpora, con quien había compartido los estudios en la facultad. Esa fue una de las razones determinantes -considero- para su designación como ministro del Interior dada la capacidad que le atribuía el doctor Cámpora. En tal carácter estaba, prácticamente a cargo de la seguridad que dependía de la Policía Federal".
Horacio Verbitsky: Righi era ministro del Interior, hombre de confianza del presidente Cámpora, socio del estudio jurídico del secretario general de la Presidencia, Héctor Cámpora hijo, que tuvo una participación importante al lado de su padre en todas las negociaciones que se realizaron durante los años setenta y uno y setenta y dos, y que permitieron el primer regreso de Perón, -el del diecisiete de noviembre del setenta y dos-. Su participación en la preparación de aquel regreso de Perón del setenta y dos fue importante. Ese regreso no se hubiera producido sin la participación decidida de Cámpora, que fue una de las personas que creyó que eso era necesario y creyó que eso era deseable, Righi estaba trabajando con él en la preparación del segundo regreso de Perón, del llamado definitivo, el del veinte de junio del setenta y tres, la participación de Righi fue menor, porque formaba parte de ese gobierno subrogado por López Rega, por Osinde, por Norma Kennedy, por Alberto Brito Lima, por toda esa federación de perdedores que, gozando de la confianza personal de Perón y de su esposa, organizaron las cosas a su manera. Dentro de ese sector también estaban Lorenzo Miguel y José Rucci.
El plan que había preparado la Policía Federal para Ezeiza, desde el punto de vista técnico, era muy inteligente y muy sensato.
De haberse seguido sus recomendaciones no hubiera sucedido lo que pasó."