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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

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LA MASACRE DE EZEIZA
(Yo fui testigo 1986)

-continuación-

 

Algunos van a fogones, pero otros preparan mechas para encender el gran fuego
El día antes, el peronismo, el país en pleno, estaba alborozado por el acontecimiento que sucedería ese miércoles. Que el 20 de junio de 1920 se recuerde como el día de la "anarquía" porque hubo tres gobernadores, no parecía ser un mal augurio. Este 20 de junio también habría, virtualmente, tres presidentes. Cámpora, que asumiría el mando apenas aterrizara el avión de Aerolíneas Argentinas fletado especialmente para esta oportunidad; Solano Lima, que lo había reemplazado en su ausencia como vicepresidente, y Perón, el "presidente" real de los argentinos, que —nadie lo sabía entonces— volvería a serlo oficialmente a los pocos meses.

 

 

Se vivía un clima de fiesta. Los diarios estaban plagados de solicitadas que daban la bienvenida al general. Los medios extranjeros comentaban con asombro el único caso en la historia en que un presidente depuesto vuelve al país después de 17 años de exilio. A los 77, Perón retornaba con todos los honores que le habían sido avasallados y una multitud, calculada en tres millones, iría a esperarlo.
Los trenes y ómnibus llegaban de todos los rincones abarrotados de gente. El FREJULI se había hecho cargo del 50 % del costo de los pasajes, el resto sería absorbido por los organismos estatales y federaciones de transporte.
Desde el día 18 —y hasta el 22— todos los medios de comunicación quedaban abocados al operativo. Las órdenes iban y venían. Plazas para viajar, alojamiento, comida, todo debía ser previsto.
El 19, a partir de las ocho de la noche, se organizó un fabuloso festival popular en la zona universitaria de la avenida Córdoba y Junín, en donde se encontraban entonces las facultades de Ciencias Económicas, Filosofía y Letras y Medicina. Estaba prevista la actuación de Leonardo Favio, Piero, Hugo Marcel y Oscar Alonso, entre otros cantantes populares comprometidos con el peronismo. Marilina Ross, Soledad Silveyra y otros actores de la misma línea habían viajado a Madrid para volver con Perón en el charter.
En esos momentos corre entre las filas universitarias la versión de que la juventud desfilará frente al palco con 5.000 militantes uniformados, con camisa blanca y pantalón o pollera oscura. Nadie lo desmintió, pero nadie pudo, tampoco, comprobar si así fue. En Neuquén, el Poder Ejecutivo declaró feriado el día 19 para facilitar el traslado de la gente, mientras en Santa Fe el vicegobernador Eduardo Cuello confirma que una verdadera multitud se apresta a viajar a la Capital Federal.
La Comisión Organizadora pide que los edificios públicos y privados mantengan, esa noche, las luces encendidas como expresión de alegría por el retomo del líder. Por último, se suspenden las clases en todos los colegios desde el 19 al mediodía hasta el 21 a la tarde...
Por todas partes se anuncia a la población la ubicación de los puestos sanitarios, instalados por el Ministerio de Bienestar Social, en el Aeropuerto de Ezeiza, piletas de Ezeiza, Autopista Richieri. Se publican los teléfonos de urgencias médicas y se avisa a la población que puestos móviles acompañarán la marcha. La Juventud Peronista —por iniciativa propia—, durante los días previos, convocó a médicos y personal sanitario para brindar su propio servicio de atención de urgencias. ¿Desconfiaba de las ambulancias de Bienestar Social? ¿Sabía, de antemano, que éstas iban cargadas no con medicamentos sino con armas?
La noche previa, en un clima de alegría y entusiasmo, las columnas que llegaban se iban acercando al palco.
Algunos hicieron noche junto a fogones, cantando alrededor de una guitarra en pleno campo. No faltó quien, previsor, montara una parrillada para cocinar alguna tira de asado y matar el hambre hasta el día siguiente. En los patios de la universidad se organizaron fogones y se repartió comida preparada en los mismos comedores universitarios, por los alumnos de las juventudes peronistas.
Todo anunciaba una gran fiesta. ¿Todo?
En realidad, aunque esta era la imagen que podía obtener el observador más desaprensivo, en el mismo llamamiento había pautas que hacían sospechar o prever enfrentamientos. Sin embargo, nadie podía imaginar la índole que llegaron a tener.
Como ya señalamos, la JSP hacía correr el rumor de que los Montoneros querían llegar al palco para "matar a Perón". Las líneas más allegadas a las 62 Organizaciones en el estudiantado, el FEN (Frente Estudiantil Nacional) y la OUP (Organización Universitaria Peronista), decían en su convocatoria que "el único escudo a la vida del general Perón son sus 'grasitas', sus 'descamisados' que hoy, con tanto fervor como siempre, con más ardor que nunca, se aprestan a terminar de organizar el ejército peronista para tomar el poder..., construir el socialismo y desarrollar la revolución peronista para la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación".
Ejército: ¿escudo a la vida del general? Por su lado, la JUP, que responde a la conducción de Juventud Peronista y Montoneros, asegura "la presencia de las masas en esta jornada, así como las nuevas formas organizativas que se ha dado el pueblo peronista como producto de estos 18 años de proscripción, que son la garantía del carácter definitivo del regreso de nuestro conductor".
Se refieren, cuando hablan de nuevas formas organizativas, a las organizaciones armadas que ahora pretenden tomar un rol de vanguardia en la conducción del proceso.
La intención expresa de este último sector, que llegó a nuclear a casi 10.000 militantes que, con brazaletes rojos y negros custodiaron y llevaron a cabo tareas organizativas, era demostrarle a Perón su poder de convocatoria y de movilización.
¿Se estaba preparando realmente una fiesta? ¿Por qué sectores opuestos entre sí asumen la defensa del líder, cuando hay fuerzas al servicio de la Nación que tienen ese compromiso, como la policía o las Fuerzas Armadas? ¿Se necesitaban más ejércitos, más "garantías" que la de los votos? ¿Qué pasó al día siguiente?

A las 16 Iba a llegar Perón con su comitiva al palco levantado en el puente 12

Aunque la tragedia de Ezeiza enlute nuestro recuerdo, no debemos olvidar la enorme trascendencia que tuvo para el país el retomo definitivo del general Perón después de 17 años de exilio.
Una multitud calculada en más de dos millones de personas, es decir, el doce por ciento de la población total (incluidos ancianos y niños) estuvo presente demostrando en forma contundente la inutilidad de los métodos represivos utilizados durante casi dos décadas para acallar las voces populares.
No había aclaración ni salvedad posible de hacer. Allí estaban todos: obreros, estudiantes, sectores medios... Con banderas, bombos, cánticos... Las caravanas avanzaban lentamente desde la madrugada por las principales arterias.
Se había indicado que los medios de transporte quedaran fuera del circuito, bastante amplio, que rodeaba el palco, para evitar embotellamientos que entorpecieran el arribo de las columnas. Así, la gente se trasladó desde los más lejanos rincones del país en trenes, ómnibus, camiones, camionetas y todo lo que fuera posible, embanderados y al son de bocinas hasta los alrededores de Ezeiza. Algunos grupos —como dijimos— pasaron la noche en casas cercanas y otros alrededor de los fogones de la universidad o en medio del campo, en carpas o sólo envueltos en mantas.
Amaneció un día "peronista". Aunque era pleno invierno, un tibio sol le dio color y alegría a la fiesta de recepción del general. Los vendedores ambulantes que ofrecían de todo, desde el criollo "choripán" hasta las insignias y escudos peronistas, se alinearon al borde de las carreteras de acceso. Las radios transmitían con entusiasmo desde los distintos puestos móviles que cada una había ubicado en las inmediaciones.
El terreno había sido bien dotado de instalaciones imprescindibles, baño y agua comente, y los 36 distritos de la provincia de Buenos Aires, comprometidos en el acto, habían sido declarados zona de emergencia para garantizar que todo ocurriera sin sobresaltos.
Dieciocho cámaras, 150 técnicos y 15 periodistas de televisión, de los cuatro canales capitalinos, estaban distribuidos en los diversos puntos estratégicos para filmar todos los acontecimientos para el país y para la transmisión en directo a Eurovisión y las cadenas norteamericanas CBS y NBS. El mundo estaba pendiente del retomo de Perón.
El epicentro del evento era el palco situado sobre el puente 12 donde estaba previsto que, a las 16, arribara el teniente general Juan Domingo Perón con su esposa, Isabel Martínez de Perón, y parte de la comitiva.

Las columnas anónimas iban a ver al mito convertirse en realidad

A la vera del camino, las agrupaciones colocaban sus carteles y saludaban el paso de las columnas; estaban todos, inclusive las organizaciones armadas peronistas, Montoneros, FAR, FAP y el sector del ERP "22 de Agosto", que se sumaba a la recepción.
Es difícil describir la sensación de los miles de anónimos que formaban el grueso de las columnas y que vivían, más allá de las siniestras previsiones, el entusiasmo de ir a recibir al líder. Cada uno de ellos era "uno más" en medio de millones, pero parte, al fin, de esa multitud.
Los rostros desconocidos que se saludaban significaban algo más importante, aunque en ese momento nadie se diera cuenta: por primera vez en casi veinte años, los argentinos nos estábamos "mirando la cara". Empezábamos a salir a la luz y a reconocerlos. Era un día luminoso y Perón —¿el mito? ¿la realidad?— se acercaba para quedarse definitivamente en la patria.
Todo había cambiado desde aquel primer retomo en noviembre.
Ahora, el peronismo era gobierno y el pueblo estaba en pleno en los alrededores de Ezeiza recibiendo a su líder con todo el honor y la alegría que corresponde. En noviembre del año anterior, en cambio, el gobierno estaba aún en manos militares que custodiaron fuertemente el aeropuerto y el pueblo marchó en plan de lucha.
Este 20 de junio, un día de sol glorioso, colaboraba para aumentar el clima de júbilo.
Aquel día de noviembre, la lluvia y el cielo encapotado configuraban un escenario de guerra, de combate.
Sin embargo, algo iba a suceder que convertiría esta demostración de alborozo en un día de luto para los argentinos.
No sólo no se producirá el ansiado encuentro, sino que el saldo de casi treinta muertos y cientos de heridos, marcará el comienzo del final: es el antecedente del genocidio.

Las columnas de la Jota Pe, los custodios y la "zona de seguridad", atrás del palco

Los testimonios y documentos fílmicos o fotográficos demuestran que el palco fue ocupado desde el día anterior por los hombres reclutados por el teniente coronel de Inteligencia, retirado, Jorge Osinde, quienes poseían armas largas; ametralladoras y fusiles con miras telescópicas, además de abundantes armas cortas. Según "La Opinión" de días posteriores al acto, estos hombres eran:
• Un grupo relativamente reducido del que Osinde fue integrante en forma personal.
• Activistas de un grupo denominado CNU (Confederación Nacional Universitaria).
• Sin que haya sido posible confirmarlo, algunas versiones mencionan como formando parte del equipo a grupos de la Alianza Libertadora Nacionalista, incluyendo a Queraltó, jefe de la misma.
Por otra parte, dos informes policiales indicaron, en los días subsiguientes, que "dichos grupos estarían compuestos por custodios al mando del general retirado Miguel Ángel Iñíguez, quienes se comunicaban por medio de 'walkie-talkies', usando un número y la sigla 'COR'; integrantes de la Juventud Sindical Peronista y miembros del Comando de Organización que orientaba el dirigente Alberto Brito Lima".
Esto lo publica también el citado diario.
A las 10.30 de la mañana se producen las primeras escaramuzas cuando una columna de la Juventud Peronista intenta acercarse al palco. Algunas versiones indican que llegó a ocuparlo y que fué desalojada rápidamente por la custodia.
Al mediodía ya era prácticamente imposible acercarse al escenario montado sobre el Puente 12. Toda la hondonada había sido ocupada por la Juventud Sindical Peronista y por columnas de manifestantes sindicales que se reconocían por los distintivos color verde de sus brazaletes y carteles de la UOM y de las 62 Organizaciones.

 

sigue

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Las columnas de la Juventud Peronista, que llegan a esa hora, tratan de ganar posiciones para poder pasar frente al general cuando éste se dirija al pueblo, por lo que empiezan a bordear a este grupo, colocándose a ambos lados.
La gente de la custodia procuraba que ningún sector se ubicara detrás del estrado, hacia el aeropuerto, porque esta era considerada una "zona de seguridad".
Por eso, las primeras refriegas violentas se producen cuando una columna de la zona sur, provenientes de Ensenada, La Plata, Quilmes, Berisso, Wilde, etc.,
se aproxima a las inmediaciones por la Ruta 205, con banderas y estandartes de la Juventud Peronista, de la JTP, Montoneros, FAR, FAP y otras agrupaciones de base que se alinean en la llamada "Tendencia Revolucionaria". El cordón de seguridad de la columna está mantenido por jóvenes con brazaletes negros y rojos.
A las 14.30, aproximadamente, envían desde el palco una delegación para detenerla. Parlamentan y, al no llegar a acuerdo alguno, la columna sigue su camino, por atrás del palco, para poder ubicarse del otro lado.

Caían como fantasmas al ser alcanzados por balas de armas con silenciador

Se los intimida por los parlantes, para que se detengan, porque estaban entrando en la "zona prohibida". Se les dice que: "Si son soldados de Perón, que permanezcan en sus puestos".
En este punto, las versiones son varias y encontradas. Algunos afirman que los tiros comenzaron cuando unos estandartes cayeron sobre el palco. Otros dicen que hubo un intento de "copamiento" por las organizaciones armadas peronistas —apoyadas por el ERP—, pero la mayoría coinciden en el relato que recoge "La Opinión":
Por los parlantes llegó una señal a los cabecillas de la columna de que se los tenía 'en la mira' y que no dieran un paso más. Se escuchó entonces la primera ráfaga —según los testimonios, de ametralladora— y luego se generalizó el intercambio de balas."
La columna se desbanda y los grupos dispersos buscan refugio en el barrio Esteban Echeverría, o al otro lado de la ruta doscientos cinco, donde se encuentra el Hogar Escuela.
Esto trajo una grave consecuencia fuera de todo cálculo: La confusión entre los miembros de un mismo bando, que muy bien describe el periodista Horacio Verbitsky en su libro "Ezeiza", publicado por editorial Contrapunto.
Al parecer, los hombres de Osinde, comandados por un tal Martín o Martínez, ven llegar hasta el lugar a grupos de jóvenes corriendo en desbandada y anuncian que están sufriendo un "copamiento". Los del palco creen, al escuchar disparos, que el Hogar Escuela ha sido tomado por Montoneros y otras agrupaciones armadas, y en el Hogar Escuela suponen lo mismo, respecto al escenario. Se dispara a mansalva.
En realidad, no hicieron más que tirarse entre ellos y masacrar en el medio a jovencitos de la UES, que huían despavoridos. "Desde la custodia del palco —señala 'La Opinión'— se organizó luego un verdadero centro represivo. Desde abajo se levantaba en vilo a 'prisioneros' que eran golpeados en el palco."
En otros casos, se llevó a detenidos al aeropuerto de Ezeiza, donde actuaba otro grupo de la misma custodia.
El tiroteo duró mas de cuarenta y cinco minutos. Mientras tanto, el resto de la gente asistía atónita y sin entender nada lo que estaba sucediendo. Desde el palco, Leonardo Favio trataba en vano de tranquilizar los ánimos. Su mensaje de "paz" y "amor" sonaba absurdo ante los cuerpos que caían como fantasmas, alcanzados por balas de armas con silenciadores.
El público que está en la zona, la Orquesta Sinfónica Nacional y los periodistas se tiran cuerpo a tierra o corren en cualquier dirección sin saber a dónde ir.
Los "detenidos" que se llevan a Ezeiza serán cruelmente torturados según el testimonio posterior de Leonardo Favio. De las ambulancias que dispuso el Ministerio de Bienestar Social bajan hombres armados y cargamentos de ametralladoras y fusiles.
Testimonios posteriores aseguran haber visto pasar a estas ambulancias sobre jóvenes tendidos en el suelo para ultimarlos.

Algunos creen ver un avión que sobrevuela la ciudad y lo festejan. Eso es todo

El arribo de Perón es anunciado sucesivamente para las 15.30 16.30 y 16.45.
Cuando se aproxima esta hora Leonardo Favio comienza, desde el único micrófono, a pedir que "se bajen de los árboles".
Los mensajes son contradictorios. En un momento se pide un aplauso para los que bajaron y en otro se los vuelve a intimidar para que lo hagan inmediatamente. De lo contrario se actuaría en su contra.
Algunas versiones afirman que los árboles fueron "tomados" por las organizaciones armadas, Montoneros y sus aliados, desalojando a la custodia allí existente.
Lo cierto es que las plataformas estaban desde el día anterior. Como confirma Verbitzky, "se trata de tarimas de madera, con gruesos brazos de hierro, asegurados a las ramas de un árbol con remaches de acero, una obra complicada que nadie pudo instalar en el radio de seguridad del palco sin autorización de quienes desde días atrás controlaban el terreno".
El avión que conduce al general Perón de regreso sobrevuela Buenos Aires. Algunos de los presentes creen divisarlo y empiezan a golpear bombos y a hacer sonar pitos y sirenas. Esto se confunde con otro silbido, el de las balas. Daba comienzo el segundo tiroteo de la tarde.
En medio de las balas, Leonardo Favio sugiere cantar el Himno Nacional. Sus estrofas se entremezclan en una singular profecía, con las órdenes de tiro y los gritos de guerra: "... el grito sagrado libertad, libertad, libertad... pero vienen del lado de atrás... ya su trono dignísimo abrieron... Manchuca, para ese lado que tenemos armas allí... ¡Oh juremos con gloria morir!... no tiren compañeros, no tiren..." relata Horacio Verbitsky, extrayendo el material de dos cintas grabadas esa tarde.

Perón llega y la multitud toma el camino del retorno. Un mensaje por televisión

A las dieciséis treinta horas, Solano Lima resuelve abandonar las instalaciones del aeropuerto de Ezeiza, después de dar orden al avión que aterrice en la base aérea de Morón, por razones de seguridad. Al parecer, Cámpora desde el avión desestima la precaución, pero el viejo caudillo conservador popular insiste, haciendo uso de su investidura. "El presidente por ahora soy yo", había dicho.
De inmediato Solano Lima se dirige a Morón, con los comandantes en jefe de las tres armas: Carcagno, Alvarez y Fautario. A las diecisiete, aproximadamente, aterriza el charter y el doctor Héctor Cámpora asume el mando ante el escribano mayor, Jorge Garrido.
Desde Morón, apenas retoma el mando, Cámpora da un mensaje por radio en el que tranquiliza a la población, respecto al buen estado del general Perón y acusa a "elementos que están en contra del país, de pretender distorsionar el acto". Anuncia para el día siguiente, a las veintiuna horas, un discurso del líder, y pide: "que esta frase del general Perón se haga nuevamente cierta en esta oportunidad: de la casa al trabajo y del trabajo a casa".
Las columnas emprenden la retirada, poco a poco, mientras se siguen escuchando párrafos como si se tratase de otro espacio y otro mundo en el que el pueblo va a alcanzar su objetivo definitivo. Las palabras se perdían en el atardecer... "Ahora más que nunca se encuentra el general Perón entre nosotros". El sentimiento de fracaso embargaba a todos por igual. La multitud, el pueblo, empezaba el camino de retomo, con una sensación de derrota. ¿Era otra premonición?
La gente, con las banderas envueltas, los mástiles bajos, los chicos dormidos en brazos y los pies cansados, caminaban lentamente. Sus figuras se dibujaban, espectrales, en el marco de las fogatas que algunos prendieron al borde del camino. Parecía un ejército en retirada. Sin cánticos. Sin alegría. El reencuentro había fracasado.
El saldo político y el saldo humano: 20 muertos y más de 200 heridos
Esa noche, Perón da un mensaje por cadena de televisión a la población. Los que lo esperaban ansiosamente para comprender algo de lo que habían vivido aquella siniestra tarde, tuvieron que irse a dormir sin explicaciones. Era sólo un saludo cordial del líder, grabado desde la quinta presidencial de Olivos. Allí pasó la noche, por razones de seguridad, después de ser trasladado en helicóptero desde Morón.
"Dicen que sobrevoló Ezeiza en helicóptero y nos vio", comentaba la gente, para no sentir que tanto esfuerzo había sido en vano.
Los dos informes policiales que citamos anteriormente aseguran que los disparos comenzaron desde el palco. No hubo intervención policial. Actuaron estructuras parapoliciales, subordinadas a la Comisión Pro Retomo, vigilando un acto que debió garantizar el Estado.
La existencia de posibles grupos provocadores que iniciaron el tiroteo y la respuesta de la custodia, que actuó en forma represiva, acentuó el clima bélico y contribuyó a la continuidad de las escaramuzas.
En torno a estos puntos se desarrollará el debate en los días posteriores.
Ese era el saldo político. El otro fue de veinte vidas y más de doscientos heridos.