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Jueves 29: en Río Salí (Tucumán) muere el obrero Ángel Rearte. En
Rosario, más de 4.000 estudiantes desafiarán la ley marcial, para rendir homenaje a los
caídos. Colocan en la galería Melipal una placa recordatoria: "Aquí cayó Adolfo
Bello, asesinado por las balas de la dictadura, en lucha por la liberación". Una
muestra significativa del cambio semántico-ideológico operado entre los jóvenes
argentinos. Ya no se oponen a los representantes del iluminismo en las altas esferas
castrenses. Está bien claro que su accionar se va encauzando en función de la
Liberación Nacional.
Pero, en Córdoba, nuevamente la
crónica se escindirá en dos. Por un lado, la pequeña anécdota que tiene como origen
las luchas entre minúsculas facciones que detentan el poder. Por el otro, el pueblo, la
masa trabajadora, los estudiantes, aquellos que tienen demasiado bien ganado su papel de
verdaderos actores de la historia. Si alguien intentara desvirtuar esto último, se
encontraría con un postulado innegable: la mayor parte de los muertos son de ellos.
En la primera opción, los actores se renovarán en parte. Ya no es el general
Roberto Aníbal Fonseca. Esta vez el honor le corresponde al Comandante del III Cuerpo,
Eliodoro Sánchez Lahoz.
Un personaje, sí, será constante: Juan Carlos Ongania, incapaz de entender la
política, único hombre que asume con soltura la antihistoria. Pero no es él quien
determina el proceso. Estará coaccionado por un cerco de hábiles políticos: entre
ellos, Bernardo Bas, Leónidas Bringas Núñez, el propio Alejandro Agustín Lanusse. No
es casual que, transcurridos un par de años, y luego de haber ocupado puestos
importantes, estas personalidades de extraños ribetes integren -junto a Arturo Mor Roig y
José Luis Cantilo- el equipo que otorga flexibilidad, contundencia y capacidad de acción
a A. A. Lanusse, ya en el poder. Ellos brindaron su lúcida especulación para que el
proceso deteriorante en que se desenvuelve el liberalismo argentino arribara al GAN (Gran
Acuerdo Nacional): ceder en lo nimio, para que las prebendas sigan teniendo vigencia por
un lapso aún mayor.
Sin embargo, en aquel momento descontaban el accionar de la masa popular.
Entendían que con algunas jugadas se podía producir el barullo necesario para desmontar
a un general de la Presidencia, para acercarle el poder a otro. No esperaron, bajo ningún
concepto, que el anecdótico conflicto se transformara en anticipo de guerra civil. Es que
las mayorías tienen objetivos propios: la lucha por la Liberación Nacional. Resisten
siempre, hasta la exasperación, el papel de mera cifra que les otorgan espurias
planificaciones.
Los preparativos para la puesta en escena, no es extraño, giraron alrededor de la
redacción de Clarín en Córdoba. Oscar Robino (actualmente encargado de difusión y
relaciones públicas de Obras y Servicios Públicos) y David Kaplan (quien luego fue
Secretario de Prensa de la Junta, al caer Ongania) imponían coherencia a los esfuerzos.
Leónidas Bringas Núñez era el puente con sectores liberales; Bernardo Bas (amigo de
Osiris Villegas), el nexo con sindicalistas de derecha; Lucho Garzón Maceda, responsable
de la izquierda gremial. Luis Ángel Cholo Peco, junto a Enrique Llamas de Madariaga,
tendrían a su cargo la imagen de los hechos que acaecieran: en otras palabras, imprimir a
la situación, en ambientes periodísticos, toda la gravedad que fuera necesaria. Hasta
hubo un financista: Jaime Lockman brindó su apoyo monetario al cónclave.
Así, Alejandro Lanusse desconocía una vez más a su ex Jefe. Mejor aún,
completaba lo que inició con el rosariazo. Quien había sido atraído hacia la cúspide
de la estructura del poder por Ongania, daba paso a sus especulaciones personales. En su
avance triangularía el terreno, colocando en cada puesto clave a quienes respondían ante
su figura de caudillo militar. Era, por su extracción y características psicológicas,
el elegido para mantener las reglas de juego del estabíishment -esa simple filial de Wall
Street-. En fin, la mejor opción del gatopardismo.
Un proceso que, sin entrar en sutilezas, ya arrastraba más de cinco muertos.
Muertos de carne y hueso; seres que, hasta el momento de su injusta eliminación, tenían
una vida plena, una serie de potencialidades a desarrollar. Muertos que por toda respuesta
a sus inquietudes recibían una bala de calibre reglamentario en el cuerpo (un rastro que,
según algunos malintencionados, pretenderían anular luego las carabinas FM 22 largo, con
mira telescópica). Muertos que perdían su existencia en medio de un panorama de
impunidad total, transformándose en un cachetazo sobre la cara de quien se preciara de
argentino.
"... ¿quién controla a los militares? -escribió Perón en junio del 69-,
que han comenzado por elegirse a sí mismos y que, pese a cuanto está ocurriendo y la
unanimidad del repudio de todo el país, pretenden seguirse quedando con un poder que,
además de no corresponderles, no lo saben manejar sino para cometer toda clase de
desatinos y arbitrariedades: nunca como ahora han funcionado las torturas y los crímenes
monstruosos contra el Pueblo en lo que tiene de más representativo y legítimo: sus
estudiantes y sus trabajadores."
La Montada
igualita que en el far-west
Manifestantes en Córdoba
esa era la bandera que molestaba
Onganía: No la quería entender
Rosario: Solo el principio
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Bello: No bastó matarlo
CÓRDOBA; LOS NUEVOS HECHOS
Todo comenzó el jueves 28, a las
11 de la mañana, cuando por resolución de las dos CGT los obreros abandonan sus puestos
de trabajo, en cumplimiento del paro activo. Para marchar sobre la ciudad, van
encolumnados; y la manifestación de IKA -solamente- congrega a 3.000 personas.
El primer núcleo ingresa a Córdoba por la avenida Vélez Sársfield; el resto por
el boulevard San Juan. Mientras, los estudiantes descienden por Colón hasta General Paz.
Ese es el centro comercial de la ciudad, y a esa hora allí se arraciman los cordobeses
que van a hacer compras y la gente de oficina.
Ante los primeros incidentes con la Policía, los transportistas particulares
retiraron sus vehículos de circulación. Así, empleados y paseantes quedarían
envueltos, en algunos casos a pesar suyo, en el conflicto que tenía por escenario el
casco chico de la Docta.
Mientras los abogados realizan un acto frente a Tribunales (congregó a más de
1.000 personas), en otro lugar la tragedia hacía su aparición: Máximo Menna, 25,
afiliado a SMATA, y N. N. Castillo, 32, daban con sus huesos en la calle, un par de balas
acallaban su enojo.
Alrededor de las 13.30, rescatar el cadáver de Menna en el Sanatorio Sobremonte se
transformaba en consigna para muchos grupos. Hora y media después, una patrulla de
Policía y otra, de Gendarmería se tiroteaban por error. A las cinco de la tarde, el
Ejército se dispuso a entrar en acción. Las fuerzas policiales habían sido confinadas a
un área de diez manzanas, las que circundan al Departamento Central. Tropas verdeolivas,
fuertemente armadas, iniciaron sus desplazamientos bajo los vuelos rasantes de aviones
Menthor y Morane Saulnier, pertenecientes a la Fuerza Aérea.
Es que más de 140 manzanas habían sido ocupadas por los descontentos. Dos
soldados, para ese entonces, recibían heridas de bala: Carlos Nieto y José Cubillas.
Veinticuatro horas después, en el hospital, Cubillas relató que salieron de la
guarnición cantando la marcha de las Fuerzas Aerotransportadas:
"Tu voz alienta guerreras canciones
Supremo anhelo de vencer o morir
Ni la metralla, ni el pavor de la muerte
Podrán oponerse a tu empuje viril."
Demasiados pífanos y timbales, quizá, si se tiene en cuenta el enemigo que los
conscriptos debían vencer: el propio pueblo al cual pertenecen. Ellos sabían, cuando el
Jefe los despidió con la consigna de Victoria o muerte, que los gritos pertenecían más
al orden cerrado que a la profunda convicción del soldado defendiendo la Patria.
A las 19, el general Sánchez Lahoz anunciaba que sus tropas iban ocupando,
paulatinamente, la ciudad. La táctica fue sencilla: a través de la Avenida Colón, tan
amplia que deja lugar a las armas pesadas, ningún insurrecto se atrevería a pasar. Pero
las FF.AA. también tenían su talón de Aquiles: la dificultad para aventurarse en las
estrechas calles laterales, erizadas de barricadas.
A las 20.45, fuerzas de la aeronáutica hacen causa común con las verdeolivas. Las
tropas, en general, ingresan por la avenida Colón al 2600. Algunas avanzan en camiones;
otras, a pie, pegadas a las paredes. Su marcha es recibida por piedras y algunos tiros
(más que nada intimidatorios, de lo contrario el panorama hubiera sido distinto).
Se conoce, entonces, una anécdota protagonizada por el líder cegetista cordobés,
Miguel A. Correa, y Sánchez Lahoz. El general lo instó personalmente a que se retiren
los obreros del casco urbano. "Yo le dije -deslizó Correa- que los trabajadores no
son responsables de la violencia callejera. Esa es una responsabilidad de la brutalidad
policial."
Nuevos muertos se van sumando, mientras se desarrolla el Cordobazo, .a las listas
extraoficiales. En medio del incesante rumor de la metralla, se cuentan más de 20 heridos
y una treintena de detenidos.
Durante la mañana del viernes 30, media Córdoba se volcó a las calles. Por la
avenida Colón pasaban los soldados (en camiones o a pie) efectuando disparos al aire como
si fueran cow-boys. En avenida Colón y Chaco, las fuerzas represivas hieren en el brazo a
un chico que agitaba una bandera argentina.
En el ínterin, un policía manifestaba al corresponsal de PRIMERA PLANA:
"Ustedes creen que a mí me falta cabeza para comprender la gravedad de la cosa; pero
yo también tengo un hijo y no me alcanza para mandarlo a la Universidad". Eran las
13 del viernes, y la situación no había sido controlada.
Por la tarde, el Consejo de Guerra Especial condenaba a Humberto Videla a 3 años
de prisión militar: era un obrero. Otro, Miguel A. Guzmán, tenia menos suerte,
conseguía 8 años en la repartija. Cerca de veinticuatro horas después, se le asignaban
8 y 3 meses a Agustín Tosco (Luz y Fuerza) y 4 y 8 meses a Elpidio Torres (SMATA).
A las 18 se produce la ocupación del barrio Clínicas por efectivos uniformados.
Allí se registraron intensos tiroteos, usándose incluso ametralladoras pesadas. El
saldo: más de 2 docenas de heridos que ingresaban al Hospital de Clínicas, en busca de
asistencia médica. A las 22, todavía seguían los tiroteos aislados. Las listas
oficiales consignarían una docena de muertos. Suponiendo que fueran veraces, hablaban
también de un centenar de heridos.
Eran los resultados de la batalla desigual que libraron unos 3.000 hombres armados
contra el pueblo de Córdoba. Las huestes civiles se defendieron con hondas y piedras,
levantaron barricadas, prendieron fogatas. En cuanto a los francotiradores que denunciaron
las autoridades castrenses, seguramente no fueron activistas entrenados en Cuba, ni usaron
modernos fusiles checoslovacos con mira telescópica: entre las fuerzas de seguridad hubo
sólo dos heridos de bala. Cualquiera que diga lo contrario, lo sabe, está mintiendo.
Patética, una leyenda pintada con alquitrán sobreviviría a las acciones:
"Soldado, no tires a tus hermanos."
Una advertencia que los organismos de seguridad, la Policía, el Ejército, han
olvidado -al parecer- con demasiada frecuencia. Elba Susana Guerrero, de cuatro años, es
mudo testigo de ello.
H. F. R. |