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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

La censura madre que nos tocó

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por Carlos Ulanovsky
Revista Satiricón
1973

 

 

En la segunda semana de agosto pasado en una ceremonia sobria que, como era de esperar, contó con una difusión periodística reticente, un cuasi golpecito de estado derribó a una de las formas más estables de cogobierno con que contó el poder argentino en las dos últimas décadas: la censura cinematográfica, un ejército de tijeras dentro de un sistema militar para cortar cualquier rastro de signo contrario al "argentine way of life" que osara surgir. En esa fecha asumió como interventor del llamado Ente de Calificación Cinematográfica, el señor Octavio Getino.

 

 

El resultado más visible de esta designación es —mientras Getino y colaboradores elaboran una ley de recambio de la 18.019 actual— el estreno de un subido lote de films extranjeros y nacionales que los argentinos estábamos impedidos de ver en nombre de —mira que bien-imposibles jerarquías paternalistas y autoritarias. Algunos bodrios, algunas porquerías que nadie se explica por qué estaban prohibidas contaron con el inmenso favor de poder publicitarse —¡canallunes!— como ex cintas prohibidas. Pero entre todo esto, también una obra de arte notable y transformadora. Gritos y susurros, de Bergman y un documento excelente, Estado de sitio, de Costa Gavras. Es probable que, en medio de esta euforia, en donde muchos están haciendo pingües negocios (lo prohibido sigue siendo fuente de taquillas). aún no se haya medido justicieramente el más saludable aspecto de este episodio.
Ahora que la cosa pinta como para que la censura reciba una merecida pateadura en el traste y Getino le ordene irse a la cucha cada vez que se acerque, cabe —por carácter de identidad— que nos acordemos de todas aquellas formas de represión en las que vivimos y crecimos en los últimos 20 años, de las bravas y cruentas que algunos argentinos padecieron hasta su muerte, hasta las más frívolas o intelectuales que tuvimos que aguantarnos los que vivimos de este lado de las rejas (tirones de orejas por el uso de pelo largo o minifaldas, secuestros de películas, intervenciones de teléfonos. etc.) Ahora, tenemos que acordarnos (porque son una misma cosa y porque no se acabaron para siempre) de la era siniestra del comisario Margaride metiéndose en la vida de la gente y husmeando por los hoteles alojamiento; de las razzias de libros políticos; de la prepotencia de la grúa o de los inspectores municipales "fabrica boletas"; de las sirenas de la policía ululando todo el día por la ciudad metiendo temor y parálisis; de la censura de todos los días; de la violencia de la pavada; de la dictadura que impone la desigualdad de oportunidades. De todo esto y no es todo. De la censura, amén.
A estas formas de violencia y represión políticas e ideológicas ataca la medida en contra de la censura cinematográfica. En unas declaraciones recientes, Getino aclara aún más la cosa:
"la censura, como la tortura, no es el problema central de una sociedad, sino el más visible, en donde la violencia de esa sociedad se explícita: en el corte de la tijera del censor o en la picana del torturador. Pero no significa esto que desapareciendo la picana o la tijera desaparezca la violencia que han generado estas cosas. Esta violencia, si existe un sistema de dependencia cultural, va a seguir canalizándose bajo otras formas más encubiertas, más sutiles que a veces, pasan inadvertidas".
Es cierto, acaso el tema de la censura cinematográfica (su fin, que no es su fin, sino una moderada, reparadora descompresión) sirva como metáfora para explicar una parte del poder, un modo de dominación, acaso la figura del censor mayor. Ramiro de la Fuente importe igualmente, no como el más ogro del barrio sino para ejemplificar acerca del tipo de conductores que nos tocaron. Acaso sea todo más fácil, o más entendible, o menos impresionante, entender a través de una película mutilada que a través de una persona mutilada. ¿Por qué no? Cualquier camino vale. El asunto es entender.

La censura

Dentro de un esquema político en el que el poder descree absolutamente de las posibilidades inteligentes de la ciudadanía. de su entendimiento, de su madurez, de su sentido de la elección, de su discernimiento lógico acerca de lo que es bueno, malo, o engorda, la esencia de una censura artística rígida no debe causar extrañeza. Una decisión de la Cámara del Crimen originada en un caso de censura a un film en el año 1964, lleva más luz a este cuadro: para ejercer la censura, se sostenía allí, "no se parte de ningún criterio especializado sino del plano del hombre y de la mujer común, de la gente anónima y corriente que constituye la inmensa mayoría de dicho público y cuyo normal criterio será naturalmente conformado por las pautas culturales de nuestra civilidad, de nuestras costumbres, de nuestro ambiente, de nuestro modo de sentir y de nuestro estilo de vida". Que en resumidas cuentas no quiere decir ni medio; pero para el caso importa porque quiere decir todo.
También la censura actuaba de esta manera: aplicaba un código colmado de criterios excesivamente enunciativos y genéricos y castigaba sin definir. Pero así y todo, casi sin reglas escritas aclaratorias, se dio el lujo durante muchos. años de tutelar los modos de distracción de los argentinos, de meterse en la cabeza de la gente y manotear en el área de sus predilecciones artísticas.
Estos carcamanes del "no va" libraban impunes su guerra al pensamiento, en un matiz tan amplio como carente de selección en el que igual eran y valían Bergman y Armando Bó. Cuando trabajaban se ponían el traje de los oscuros, esos a los que no les interesa la adultez de la gente. Se dijo por allí que la censura argentina tenía —cuando no— cierta inspiración en un celebre y ya en desuso código norteamericano de censura, el código Hays. Lo dudamos, porque también según se dice, el cuquito yanqui tenía la "delicadeza" de haber fijado hasta cuántos segundos debía durar un beso como máximo de acercamiento entre un hombre y una mujer o prohibía que en el guión de las películas se gritara "Fuego" previendo que algún espectador dormido en la sala pudiera sobresaltarse y provocar una situación de pánico. Esto —ser un detallista de la gran siete— no exime que el Código Hays o cualquiera similar en el mundo nos parezca una basura.
Lo cierto es que en la Argentina la falta de normas más o menos precisas hizo que la censura no tuviera una línea a que atenerse, nunca se sabía de qué lado iba a venir el despropósito; Por su excesiva ambigüedad hubiera sido obra de sabios aplicarla con justicia. Y bueno, estos chicos, con Ramiro de la Fuente a la cabeza (la poca cabeza) ya se sabe, sabios no son.
Rastreando algunos archivos encontramos una investigación del semanario Primera Plana fechada en 1968 y que señala que mientras se prohiben películas como Morir en Madrid o Made in USA (porque no se terminaba de aclarar su sentido político o por lo que putas pudiera) o Tierra de. Angeles, porque su tema central contenía una sublevación de pobres contra ricos, se dejan pasar obras "inocentes sólo en apariencia:Tom Jones, que contiene más sexo que cualquiera que haya sido cuestionada por desbordes de ese tipo o la Leyenda del Indomable que pasó como una andanza más de Paúl Newman y es en realidad uno de los más corrosivos panfletos jamás filmados contra todo un sistema autoritario de cosas".
Esta especie de descriterio (que muestra a la censura a veces más papista que el Papa y en otras como errándole al enemigo real) nunca podrá decidirse si fue o no una suerte.
En la Argentina la mayor cantidad de cabezas solicitadas por la censura provinieron de supuestos excesos en los rubros como sexo, política, y uso de drogas. Frente a los cortes o a las prohibiciones cabía preguntarse: ¿qué clase de moral se pretendía resguardar? ¿Qué es el bien.y qué es el mal para el país de los argentinos? ¿Cuáles son. las buenas costumbres nacionales y cuáles las contrarias? ¿Qué forma, dimensión y colores tiene .el estilo de vida argentino?. Como respuesta a estas preguntas, los censores —inflamados de pudor ajeno, mojigatería, prejuicio, fanatismo y una respetable dosis de hipocresía— decidieron que tos "infiltrados" tenían forma de película, de libro, de obra de teatro, de exposición de arte, de ópera. Temían, tal vez, el poder revulsivo de cualquier obra de arte que se precie, temían que una película le hiciera funcionar excesivamente la croqueta a la gente. En el caso de la censura cinematográfica, los muchachos no se conformaban con colgarle el atractivo cartel de prohibida para menores de 18 años, sino que para autorizarla le aplicaban soberanos tijeretazos.
Con su estilo de muerte, se erigían en protectores del estilo de vida, sin diferenciar ni distinguir entre una obra maestra del cine y una obra maestra del cine pornográfico. Frente a la moviola, la cabeza se le ponía hecha un cambalache y en tal desbarre, los dibujos animados de Watt Disney se salvaron de pura casualidad.

Una punta de antecedentes

En 1961 la sanción del decreto de censura cinematográfica 5797 desató una lluvia de pullas y embates contrarios. Hasta ese momento todo se regía por el artículo 128 del Código Penal que reprime con diversas penas los delitos de "corrupción y ultraje al pudor originado en la exhibición de imágenes obscenas" y la relación entre la censura no establecida (pero existente) y los que hacen negocio con la exhibición cinematográfica no era demasiado agitada. En los diarios de la época las aguas se encrespan y salpican frases tan cursis—pero lindas—como "Más vale una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila".
En septiembre de 1963, Guido, que fue un presidente de los argentinos, creó, poco tiempo antes de entregar la manija, el Consejo Honorario de Calificación Cinematográfica. Su decreto 8205/63, un regalito a los radicales, implanta el duro callo de la censura en el biógrafo, la era del corte a diestra y siniestra. Con su creación deroga la ley 62 de la "libertadora" sobre libertad de expresión que especificaba la imposibilidad de efectuar prohibiciones.
En el año 1964 el entonces diputado Celestino Geisi presenta un proyecto de ley para tirar abajo la censura, que ya había sido declarada inconstitucional en varios fallos antológicos del doctor Vila un juez bueno. Nada se consigue hasta que el 24 de diciembre de 1968, el ministro del interior de Onganía, Guillermo Borda, reestablece, la más afilada ley de censura, la 18.019 —esencia de la filosofía de la Revolución Argentina— "para prohibir determinados films, no para autorizarlos con cortes". 47 artículos inauguraron una época terrible de secuestros, cortes, clausuras, multas, allanamientos e incautaciones.
El artículo segundo amenaza con prohibiciones a aquellas películas que incurran en las siguientes faltas:

1) Justificación del adulterio y en general de cuanto atente contra el matrimonio y la familia;

2) Justificación del aborto, la prostitución y las perversiones sexuales;

3) presentación de escenas lascivas o que repugnen a la moral y las buenas costumbres;

4) apología del delito;

5) los que nieguen el deber de defender la Patria y el derecho de sus autoridades a exigirlo;

6) los que comprometan la seguridad nacional, afecten las relaciones con países amigos o lesionen el interés de las instituciones fundamentales del Estado.


Ilustración de Cascioli


Ilustraciones de Izquierdo Brown

Los que daban el tijeretazo

La ley preveía que el Ente estaría integrado por un director general, dos directores adjuntos, un secretario y secundado por un consejo asesor honorario integrado por quince personas que representarían al Ministerio del Interior, al Ministerio de Defensa, la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Educación, la Secretaría de Prensa y Difusión y el Servicio de Informaciones del Estado y a seis instituciones privadas "con notoria relevancia en la defensa de la familia y los valores morales de la comunidad": Liga de Padres de Familia; Liga de Madres de Familia, Liga de la Decencia de la ciudad de Rosario, Asociación Argentina de Protección a la Infancia, Obras Privadas de Protección al Menor y Obras de Protección a la Joven. Una nota memorable hubiera sido la crónica minuciosa de alguno de estos encuentros. ¿Comerían asado? ¿Bailarían minué? ¿A cuántas moviolas jugarían? ¿Adonde fueron a parar los cientos de cortes practicados? ¿En qué misterioso baúl se aloja ahora esa desatinada película de largo metraje? Imagino a los caballeros cediendo su sitio de corte a las señoras: "Primero las damas". En toda esta tarea de protección a las denominadas "pautas culturales" se destacó el director general, un abogado llamado Ramiro de la Fuente, un funcionario que empezó su ciclo de tajos con Guido, continuó con Illia, se encumbró con Onganía y confirmo su estabilidad —sólo comparable a la del escribano Garrido— con Levingston y Lanusse. Sucesor de otro fiscal "cuco" —el doctor Guillermo de la Riestra, actuante en la administración Frondizi. célebre desde las prohibiciones de Los amantes o Hiroshima mon amour— De la Fuente, alias El hombre de la bolsa, alias El Catón argentino, tiene 52 años y 5 hijos, un título de abogado, varios puestos de profesor (de historia y la ex instrucción cívica) en el Normal 8 y en el Normal 7 de Buenos Aires, un curriculum que aloja gemas como una Subsecretaría de Culto entre 1960 y 1961 y un puesto de jurado en varios festivales de la oficina de Cine Católico. Reconoce que —igual que la grúa— no es popular. "La censura es útil, nadie la quiere pero hace falta", precisa. "Creo que lo que hago está bien. De lo contrario no lo haría. Creo también que estoy adecuado a la época porque a veces les digo a mis colegas cuando quieren censurar palabrotas, que las dejen, total se escuchan en cualquier colectivo", agrega en un reportaje publicado por Gente. El remate aporta la clave para entender los peligros opresivos de la censura: "No creo que una excesiva excitación sexual contribuya a fomentar el orden social, así como tampoco conviene dejar librado al criterio de todos un espectáculo de masas: HAY PERSONAS ADULTAS QUE PUEDEN MANEJARSE CON CRITERIO PROPIO PERO SON LAS MENOS".
Enhorabuena
A esta hora, en la cucha de censura, el interventor Octavio Getino (quien por cábala debería exigir que le cambien el sillón de su preclaro antecesor) sigue consultando tupido con los hombres y mujeres sabios para decidir en conjunto qué forma deberá tener la futura nueva ley. 'Salga la ley que salga, lo cierto es que por la cabeza de Getino desfilan otros tanques que por la de su colega. Lo otro —inevitable— es que hará falta tiempo. Tiempo para que la gente deje de vivir en estado de censura y se deje de filmar cosas para un estado censurado. Tiempo para que la gente modifique en su croqueta el solitario de sus necesidades, sus conceptos de lo que está bien o lo que está mal, de lo permitido o lo prohibido. Tiempo para que una película deje de atraer sólo por sus contenidos calentantes. ¿Tiene que haber censura? Tiene que haber un pueblo educado, con capacidad de elección, con madurez para no engancharse con camelos, suspiritos de excitación o dos grandísimas tetas.

El artículo tercero "amplía" las ambigüedades y sigue sin concretar los limites: "Para efectuar la calificación de una película se tomarán en cuenta sus repercusiones educacionales, lo que afecte a las instituciones básicas de la Nación (familia, símbolos patrios, valores éticos y culturales que caracterizan a lo nacional) y aquello que pudiera lesionar la soberanía de la Nación, su integridad territorial, el orden constituido o aquellas relaciones internas de la República, los que importan agravio al pudor, a creencias religiosas, a razas o a colectividades extranjeras, o a la apología del delito, de la deshonestidad, de la inmoralidad o de la violencia".
Así, entre estos criterios se manejó el comité de censura. "Cortan películas que puedan pervertir a personas de 19 a 84 años", decía una nota crítica del semanario Panorama, señalando que la preocupación central de la censura excedía la protección a los menores pasando a la de las personas mayores de edad.
A veces las estadísticas que no son tartamudas expresan con elocuencia la verdad de la milanesa. En 1969, por ejemplo, el Ente de Calificación Cinematográfica, informa en un folleto que durante ese año examinó 417 películas, de las cuales 7 fueron prohibidas y 76 resultaron con cortes de diversa envergadura; 135 fueron calificadas como prohibidas para menores de 18 años y 96 prohibidas para menores de 14 años. En las 179 que fueron declaradas aptas para todo público se incluyen decenas de films cortos presentados como documentales de interés turístico por las embajadas.
En los últimos años la volteada de la censura castigó con cortes o prohibiciones a cientos de películas: "If", "Teorema", "La Chinoise", "Mash" "Morir en Madrid", "Made in USA", "Decamerón", "Operación Masacre", "La Hora de los Hornos", "Lejos de Vietnam", "La Naranja Mecánica", "El Silencio", "Adorado John", "Fiebre", "Fuego", "Furia Infernal", "Frutos Prohibidos del Paraíso", "Una mujer, un Pueblo", "Ufa con el sexo", "Los Psexoanalizados", "El Graduado". Pero no sólo cine. Otras comisiones de censura le bajaron la caña a obras de teatro: "El Vicario", "Salvados", "La Vuelta al Hogar", "Extraño Clan"; libros: "Candy", "Nanina", "El Lamento de Portnoy", "Haciendo el Amor por los Parques"; exposiciones de arte, pinturas: "Lea Lublin" "Sala Nacional de Artes Visuales 1972" (donde se hacían referencias a diversos instrumentos para la tortura) ¿y por qué no revistas?... como SATIRICON Nº 6
¿Y qué decir de los códigos de censura de la TV? En televisión —por decreto— no se puede hablar de aborto, homosexualidad o relaciones prematrimoniales, también minga de drogas o atentar contra este estado de cosas. Se puede, en cambio, desfasar criminalmente la realidad, provocar con la violencia de lo que ocurre, promover la estupidez, el humor que no es humor, el teatro que no es tal, etc.

 

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