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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

La censura


Fragmentos del programa
Yo fuí testigo
1986

La planificación de la censura
La censura en nuestro país fue cuidadosamente planificada. No sólo se trataba de acallar ciertas voces, sino también de suprimir la capacidad pensante de todo un país. S. Kovadloff lo explica certeramente:

"La forma en que la censura traduce su eficacia en nosotros mismos, en quienes tratamos al mismo tiempo de combatirla, es múltiple. (...) El hábito de dejar de hablar de las cosas que importa comentar y reflexionar, traduce muchas veces el efecto de la censura.

 

 La suavidad con que nos deslizamos hacia la trivialidad, casi siempre, el gusto conque acatamos lo que más odiamos y lo que más nos destruye, hablan asimismo del poder de la censura".
Es preciso dejar de trivializar, dejar de acatar. Es necesario, de una vez por todas, que hagamos lo que hizo el rey de Suecia al enterarse de las bravatas de Hitler, en el sentido de que aplastaría a todo el que llevara una estrella de David: se puso él, el rey, una estrella y salió a caminar, sin guardias, por las calles de Estocolmo. Y Hitler a Suecia no entró.

El censor es consciente de su rol

Para el censor no hay gradaciones ni matices: como los chicos mal acostumbrados, divide en buenos y malos. Como los chicos, necesita que los cuentitos se cuenten siempre con las mismas palabras, sin un solo cambio, porque cambiar asusta. Tiene la tranquilidad de la repetición. Si el perro del hortelano no come ni deja comer, el censor no ha crecido y no deja crecer a los demás.
Así como un niñito se siente seguro apoyándose en cosas mínimas, el censor, en lugar de arrastrar su conejo de peluche, se apoya en trivialidades: los barbudos son sospechosos, son mejores los más lindos, hacen su caminito por las mismas veredas de conocimiento y aporrean por envidia al que consigue transitar nuevos carriles. El censor se valora por lo que tiene, no por lo que es, y en consecuencia valora a los demás según esa misma óptica miope: uno vale por su status, su empresa, su juventud, su poder.
"No hay que engañarse por esto suponiendo que el censor no es consciente de lo que cercena -nos dice la licenciada Silvia Di Segni-; los valores de las pautas que censuran son bien conocidos por los censores, y con gran frecuencia son conscientes del manejo político de la censura. Saben que hay cosas que no convienen ideológicamente y su mesianismo invade al conocimiento. Por ejemplo los que prohibieron las obras de Bertold Brecht sabían perfectamente que Brecht era un genio, pero sumaban al interés político su personalidad narcisista autoritaria. Es como si dijeran: "Eso es muy bueno, pero no lo voy a dejar pasar; por consiguiente yo soy más importante que él".
Es característico también que el autoritario congele la realidad, y al acceder al poder haga planes como si fuesen a estar en ese poder cien años. Hay dos aspectos a tener en cuenta en la personalidad del censor: el explícito es mostrarse como figura mesiánica; el implícito, concentrar la atención sobre sí. El censor que está siguiendo a un determinado régimen, no es líder, pero tiene peso, y centra en su eficiencia como censor el seguir teniéndolo, por lo tanto censura más y más como una demostración de poder. En realidad admira a quienes persigue, pero su admiración lo hace sentirse inferior, y la seguridad del otro pone en riesgo su autoridad. Entonces, percibiendo bien las cosas, siendo muy conscientes de la realidad, ésta se les hace insoportable y salen a combatirla, porque no la toleran. Es como si quisieran sacar del campo de vista a los demás. No son ingenuos. Saben lo que quieren y parten apriori. El apriori es la sociedad que ellos quieren, y para llegar a ese ideal no admite ningún cambio. Mientras los demás pueden adecuarse a los cambios, el censor los combate, lo da todo por sabido, y el que lo contradice automáticamente es tomado por un enemigo al que hay que combatir, porque, insisto, cambiar es desestructurar".

Los militares, la Iglesia y los valores fijos

 

Hay ciertos ámbitos en los que las estructuras son poco permeables al cambio, en algunos casos inmutables y eternas. Nos referimos, obviamente, a ámbitos como las Fuerzas Armadas y la Iglesia. En ambas se estimula la subordinación y ser "creativo" puede ser castigado con rigor. En ellas la voluntad debe ser acallada y la espontaneidad punida. No es casual que en Esparta, ciudad-estado eminentemente militar, no haya habido manifestaciones de arte a partir de las leyes de Licurgo, porque el artista, en cuanto hombre libre, en cuanto renovador y creativo, es para ciertas sociedades, como la espartana, un sospechoso de subvertir el orden. Se "toleran" las manifestaciones de un arte congelado, academicista con la academia dictaminando según el saber y parecer del Estado, pero nada que plantee un cambio es permitido. El mismo Napoleón afirmó:
"No hay que constreñir ni perseguir aquellos caprichos o singularidades que no perjudiquen", lo cual se infiere que sí hay que prohibir lo que perjudique al "establishment".
Los casos de persecución al intelectual o artista son abundantísimos en la historia, desde la censura aplicada a las obras de Aristófanes en el siglo V antes de Cristo, por el funcionario de turno, Cleón, hasta Hitler que desmanteló la Bauhaus o persiguió a los intelectuales, pasando por la prohibición de traer novelas a América durante el dominio de España, o el cierre del instituto Di Tella en los '60 por orden de Onganía.

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Miguel P. Tato
El pensamiento de un censor
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El índex cinematográfico de la Argentina tuvo como responsable durante mucho tiempo a Miguel P. Tato, el "gran censor".
A lo largo de variadas entrevistas el señor Tato, antes de censor, cronista cinematográfico, se fue definiendo así: "Sí señor, soy un cavernícola, y puede ponerlo con todas las letras." (7 Días, 26-8-74) "Los melenudos y los intelectuales de izquierda dicen que soy un reaccionario, porque creo firmemente que debe existir la censura. (...) Habrá algunos filmes que no permitiré que se exhiban en ninguna parte, especialmente aquellos ofensivos a la religión (como 'Jesucristo Superstar'), a instituciones nacionales o a gobiernos de países vecinos. En ese sentido creo que 'El último tango en París' y otras parecidas están muy justificadamente puestas fuera de circulación. (...) Para mí 'Boquitas pintadas' es una película pornográfica de pies a cabeza" (7 Días, ibid). En un reportaje concedido al diario Clarín, Tato dijo: "Soy un servidor público gratuito, y estoy ejerciendo la profilaxis del cine. Tengo el respaldo de la Curia, el Ejército y, por sobre todo, del pueblo y la familia argentinos".
La libertad de que se había gozado en 1973, bajo el gobierno de Cámpora, se esfumó como por arte de magia. Tato afirmaba que él calificaba; la que censuraba era la ley. La ley a la que se refería era la 18.019, promulgada en 1968, durante el gobierno de facto de Onganía. En el artículo II, en las "disposiciones generales" dicha ley determina que quedan prohibidas las escenas o películas en las cuales se incurriera en las siguientes faltas: a) Justificación del adulterio y, en general, de cuanto atente contra el matrimonio y la familia, b) La justificación del aborto, la prostitución y las perversiones sexuales, c) La presentación de escenas lascivas o que repugnen a la moral y las buenas columbres. d) La apología del delito, e) Las que nieguen el deber de defender a la patria y el derecho de sus autoridades a exigirlo, f) Las que comprometan a la seguridad nacional, afecten las relaciones con países amigos o lesionen el interés de las instituciones fundamentales del Estado.
Interrogado Tato sobre los alcances de esta ley, en muchos tramos absolutamente ambigua, expresó:
"Hay que iniciar la apertura a la descolonización mental, atacando los 'westerns' del subgénero italiano (¡SIC!) y similares, desterrar los filmes sobre artes marciales, proteger al cine nacional de mentalidad argentina y lograr la desaparición de 100 a 150 filmes foráneos por año de las pantallas del país. (...) Se trata también de una política de saneamiento moral, artístico y cultural, que combate las plagas principales: la pornografía y la morbosidad. (...) Es imprescindible erradicar la industria paralela a la anterior, la de las artes marciales, que en Estados Unidos se califican más exactamente como 'artes mutilatorias', y que han comenzado ya a perseguirse en este país como evidencia de violencia, partiendo del kung-fu, el karate y otros similares." (Clarín, 10 de diciembre de 1975.)

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Cardenal Aramburu y Videla
iglesia y estado
"mano a mano"

La Iglesia, al considerarse depositaría de la verdad absoluta, se cree agredida cuando esa verdad es contrariada. Ya en la Edad Media la Iglesia tuvo que ceder ante el poder de los estados temporales. Al carecer de ejércitos, apeló a la enorme fuerza espiritual condenando por herejes a quienes no se sometieran al Papado, negando asistencia con el recurso de la interdicción: "En virtud de la excomunión, se declaraba al individuo expulsado y proscripto de la sociedad cristiana; su alma estaba condenada al infierno por toda la eternidad. Si un gobernante era excomulgado, los súbditos no le debían ya obediencia; los vasallos quedaban liberados de todas las obligaciones feudales respecto de él, un hombre excomulgado quedaba fuera de la protección de la ley y podía ser herido o perseguido con impunidad. La interdicción consistía en la supresión de todas las funciones eclesiásticas y de todos los servicios del clero en el distrito al que se aplicaba la prohibición. Se suspendía la administración de los sacramentos. Esto significaba que los pecadores no podían alcanzar el perdón mediante el sacramento de la penitencia, que no se podían santificar los matrimonios, que no era posible bautizar a los niños, que los moribundos quedaban privados de los últimos ritos de la Iglesia y del perdón definitivo de sus pecados. En una época de fe, eran por cierto armas terribles" (Joseph Reither, "Panorama de Historia Universal").
Surge la época de la "pornocracia", en la que los sacerdotes se casaban, tenían amantes e hijos, vendían indulgencias, designaban a sus sucesores, cobraban impuestos, hacían vida licenciosa. La Reforma de Lutero y luego Calvino intentó volver a una iglesia primitiva. "Lutero dio al hombre independencia en las cuestiones religiosas, despojó a la Iglesia de su autoridad, otorgándosela en cambio al individuo (...) Por otra parte, la teología de Lutero expresó los sentimientos de la clase media que luchaba contra la autoridad de la Iglesia y se mostraba resentida contra la nueva clase adinerada, al verse amenazada por el naciente capitalismo y subyugada por un sentimiento de impotencia e insignificancia individuales. (E. Fromm, "El miedo a la libertad").

 

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