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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Azules y Colorados
Los tanques en la calle

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Revista Yo fuí testigo
(fragmentos)
1986

 

FRIGERIO: UN TESTIGO DE LUJO
La historia institucional argentina de fines de la década del cincuenta y comienzos de los años sesenta, marco en el cual se debe situar el examen del enfrentamiento entre "Azules y Colorados", guarda, como ningún otro período político de nuestro pasado reciente, importantes lecciones que tienen gran interés para analizar el presente.
Lo que hace, a mi juicio, que este periodo sea más interesante que otros, es el hecho verdaderamente singular de que entonces estuvo en el ejercicio del gobierno un grupo político que se proponía modificar sustancialmente la estructura argentina. 

 

 

Antes y después -sin que ello implique necesariamente un juicio de menosprecio a quienes les tocó gobernar- ejercieron el poder diversos sectores políticos con muy distintas orientaciones ideológicas, y lo hicieron en el marco de gobiernos de facto o elegidos por la voluntad popular en condiciones particulares. Pero en todos existe el mismo común denominador: no se caracterizaron por abordar frontalmente la modificación del país, básicamente subdesarrollado, con una estructura industrial no integrada, dependiendo de la exportación de sus productos agropecuarios para obtener las divisas necesarias para adquirir los insumos importados, sin los cuales no podría seguir funcionando, con una proporción altísima de empleo improductivo o desocupación -de todos modos, nunca tan alta como ahora-, con inflación crónica y con una dificultad objetiva para elevar sostenidamente los salarios reales y financiar un nivel de vida digno para sus habitantes.

La Revolución Libertadora: el origen

La Revolución Libertadora tomó el poder en setiembre de 1955. El período peronista concluyó dando como resultado el aislamiento de la clase obrera respecto de los demás sectores, cuyos intereses en el sentido de convenirles afianzar la condición nacional, eran, sin embargo, concurrentes. Por eso, a pesar de contar aún con un amplísimo apoyo cuantitativo, no pudo evitar el derrocamiento del general Perón. Sus intentos previos para abrir el espectro político, entonces ya muy desfavorable, fracasaron. Fue en esa oportunidad cuando les fue ofrecida la cadena oficial a dirigentes de la oposición. Habló Frondizi -quien presidía el radicalismo- cuestionando severamente el contrato con la California para la explotación de petróleo. En ello expresaba su posición adversa a la participación del capital extranjero, tal como lo había expuesto en "Petróleo y política", publicado un año antes. Poco después, en un gesto de grandeza intelectual y política, revisaría esas posiciones ideológicas asumiendo las tesis nacionales en el tema.
El golpe de Estado fue apoyado por segmentos muy amplios de la sociedad y por la mayoría de los partidos políticos en un arco que iba desde la izquierda hasta la derecha, pasando por el radicalismo y las otras expresiones partidarias que gustan en llamarse centristas. Ello implica, dicho sea de paso, que sean sospechosas las actuales protestas de defensa de la vida democrática en quienes tienen pasado de conspiración y golpismo, sin la debida autocrítica. Esta observación viene a cuento porque muchos de los que hoy se presentan como campeones de la democracia fueron entonces golpistas, no sólo contra el gobierno peronista derrocado en 1955, sino también contra el gobierno constitucional que presidió el doctor Arturo Frondizi entre 1958 y 1962. Una curiosa teoría -muy difundida en estos días- reconoce ese hecho pero añade que, de todos modos, por una suerte de ley de compensaciones, nadie tiene derecho a quejarse porque, a su vez, las víctimas de aquellas conspiraciones hicieron lo propio luego contra sus adversarios políticos: concretamente, contra el gobierno del doctor Illia, entre 1963 y 1966. Se trata, sin duda, de un aporte ideológico destinado a calmar problemas de conciencia. Pero sucede que es total y cabalmente falso. El gobierno de Illia cayó por su inoperancia, que no logró ocultar su sectarismo y revanchismo: anuló los contratos petroleros que dieron el autoabastecimiento al país, pagó indemnizaciones a las compañías contratistas que no correspondían y luego -"sotto voce"- renegoció los mismos contratos para evitar una mayor caída de la producción. Pero, además, tampoco fue el gobierno democrático que se reitera tanto últimamente: cuando llovían sobre nosotros los peores infundios e infamias, pedimos una y otra vez un minuto en los medios de información oficiales por cada hora que nuestros enemigos usaban en esos mismos medios para atacamos con los más agraviantes calificativos. No sólo no nos concedieron la oportunidad de responder, sino que ni nos contestaron las reiteradas solicitudes al respecto.
Ese mismo espíritu revanchista, pero ejercido contra un sector aún más amplio, fue el que primó en la Revolución Libertadora, entre 1955 y 1958. Revanchismo que incluyó cárcel, persecución, inhabilitaciones y hasta fusilamientos para los "personeros del régimen depuesto", como se decía eufemísticamente entonces. Ese sesgo persecutorio era perfectamente coherente con la inspiración reaccionaria de la política económica, que trató de descargar sobre las espaldas de los trabajadores el costo de una situación económica crítica. Una vez más en la historia económica argentina, es posible constatar la estrecha vinculación entre inspiración reaccionaria, antinacional y antipopular, y el ejercicio de la represión en el campo político. Eso ocurrió en la Revolución Libertadora, cuyo gabinete integró, por ejemplo, el ingeniero Aisogaray, aplicando controles de precios y medidas inhibitorias de la producción y la inversión.

Hacia la presidencia de Frondizi

En el seno del radicalismo, esa orientación del gobierno de facto provocó realineamientos. Un sector comprendió que no podían ahondarse las falsas divisiones en la sociedad nacional e inició el camino que lo llevaría a posiciones integradoras. Fue ese sector el que, liderado por Arturo Frondizi, asume las objeciones que merecía la política de la Revolución Libertadora, cuestionándola. Otro segmento radical reacciona de modo diverso y se aparta, formando la Unión Cívica Radical del Pueblo. En las elecciones constituyentes de 1957, excitando los sentimientos antiperonistas del electorado, este último sector obtiene ligeramente más votos que el sector oficial, el cual tomó el nombre de UCRI, y era dirigido por Frondizi como presidente del Comité Nacional. Esto causó estupor y no poca desazón en las filas del radicalismo intransigente, donde se registró un repliegue a posiciones adversas al desarrollismo. Pero el análisis que entonces hicimos desde la revista "Qué "contribuyó a una comprensión cabal de lo que había ocurrido y permitió hacer avanzar la conciencia sobre las perspectivas del Frente Nacional. Por la simple operación de sumar los votos en blanco (peronistas) y los votos de la UCRI, se advertía que existía en el país, tal como lo habíamos venido sosteniendo, una gran mayoría dispuesta a superar las falsas antinomias y a apoyar una política genuinamente transformadora. Ello nos encaminó a buscar y profundizar el acuerdo programático con el general Perón, entonces en el exilio.
Tan negativa fue para el país la política de la Revolución Libertadora, que provocó una considerable reacción positiva en diversos sectores, entonces antagonizados artificialmente en el enfrentamiento peronismo-antiperonismo.
A modo de ejemplo: mientras la Junta Consultiva se enredó dos años en la discusión sobre los negociados de la CADE, donde los slogans y discursos reemplazaron la claridad necesaria para resolver los problemas, el país, y en particular la ciudad de Buenos Aires, se perjudicaron grandemente con la dieta eléctrica, resultado de la muy insuficiente producción de fluido. Aun a riesgo de adelantarme brevemente en el relato, señalo que, cuando nosotros llegamos al gobierno, en pocas semanas compramos las máquinas necesarias y las pusimos a andar, restableciendo el abastecimiento normal. Ello marcó el estilo del nuevo gobierno, cabalmente distinto de lo anterior.

Azules y Colorados

Vale la pena señalar, sin embargo, que ya antes de asumir el gobierno desarrollista estaba planteado en el seno de las Fuerzas Armadas el enfrentamiento interno que, además de desprestigiar y distraer de sus funciones a las instituciones castrenses, desembocó más tarde en el enfrentamiento entre azules y colorados.
Existía un sector legalista que consideraba indispensable respetar el pronunciamiento electoral y entregar el gobierno a las autoridades elegidas en el comicio del 23 de febrero de 1958. Otro sector, gorila y golpista -que luego se transformaría en el sector colorado-, sostenía que no debía entregarse el poder.
El mismo día de la asunción del gobierno desarrollista se deliberaba todavía si se admitiría que asumiera el mando. El general Aramburu, entonces a cargo de la presidencia provisional, se juega a favor de la actitud legalista y fue posible que asumiéramos nuestras responsabilidades.
De inmediato nos lanzamos a llevar a los hechos el programa que habíamos elaborado y que había sido prolijamente expuesto al país en las páginas de la revista "Qué", de enorme tirada entonces. Lo más espectacular fue lo que hicimos con el petróleo, pero nuestros éxitos se repitieron en diversos ámbitos. Los expongo sintéticamente: en cuarenta meses, triplicamos la producción de petróleo, negociando y firmando contratos de explotación, liquidando la importación de hidrocarburos que, durante cincuenta años, había caracterizado nuestra economía.
Téngase presente que comprábamos en el exterior las dos terceras partes del petróleo que consumíamos. Pero, además, cuadruplicamos la producción de caucho, duplicamos la producción de acero, triplicamos la inversión en caminos, renovamos totalmente el parque automotor, habilitamos importantes redes de consumo domiciliario de gas, tendimos oleoductos y gasoductos, avanzamos mucho en la infraestructura y en la tecnificación y mecanización del agro. La enumeración es necesariamente insuficiente. Quiero señalar, sin embargo, que esas medidas fueron resultado de un programa de desarrollo que privilegiaba, ante todo, la inversión. Por eso pudieron instalarse más de 2.000 millones de dólares de bienes de capital en el país. Paralelamente, se encaró la racionalización del sector público, con la más exitosa política de privatizaciones que se haya llevado a cabo en el país en toda su historia. Resolvimos rápidamente los conflictos pendientes con los grupos CADE, ANSE, DINIE y Bemberg, e iniciamos un proceso acelerado en el cual la transferencia de empleados públicos a la actividad privada -que se encontraba en veloz crecimiento- se pudo hacer sin grandes tropiezos. Al punto que más de un cuarto de millón de agentes abandonó el sector público y pasó a desempeñarse en la actividad privada.
Sólo en el ferrocarril -al cual renovamos totalmente el parque de tracción- dejaron de pertenecer al presupuesto más de 70.000 agentes.
Esta política, llevada a cabo en forma drástica, partió del presupuesto de que lo que se debía hacer había que realizarlo rápida y simultáneamente. Arrojó resultados inmediatos: la inflación, que fue de 111 % en 1959, de 27,1 % en 1960 y de 13,7 % en 1961. Pero, además, dictamos la Ley de Asociaciones Profesionales, la Ley de Convenciones Colectivas de Trabajo, la Ley de Enseñanza Libre, el Estatuto del Docente. Devolvimos la CGT a sus legítimos dueños...
Todas esas realizaciones, que a la distancia se agrandan en su significación porque la comparación con todos los demás gobiernos resulta muy favorable a nuestra gestión, se pudieron hacer a pesar de un cuadro político por momentos verdaderamente asfixiante. Téngase presente que hubo casi cuarenta planteos militares que intentaron derrocar al gobierno.
Gobernar en esas condiciones era muy difícil.

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Frondizi como presidente, por última vez
en la Casa Rosada

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El encuentro con el "Che", le costó a Frondizi la presidencia

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Arturo Frondizi

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Aramburu apoyó a Frondizi

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Frondizi quiso y no pudo

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Lonardi y su "Ni vencedores ni vencidos"
Rojas no pensaba igual

Pero nos distribuimos las tareas eficientemente. Con el presidente elaborábamos toda la política y, además, mientras él atendía el frente político interno, yo me ocupaba -con el equipo que habíamos formado desde años antes, primero en "Qué "y luego en la Secretaría de Relaciones Económico-sociales- de traducir a medidas concretas de gobierno las decisiones que habíamos tomado tras aquella elaboración. Así fue como innovamos profundamente en la rutina de la administración del Estado y desde la Presidencia surgía, de hecho, el principal impulso de la política, al enviarse a los ministros los decretos redactados y firmados. No dependíamos de la inercia burocrática. Entre los colaboradores, quien no estaba de acuerdo, se podía ir en ese mismo momento. Así fue como debió dejar su puesto en el gabinete el ingeniero Aisogaray, donde lo nombramos para disuadir al golpismo, pero de donde debió ser alejado cuando empezó a entorpecer abiertamente la política del gobierno.
Teníamos una concepción y la aplicamos. Ante el difícil cuadro político, con una relación de fuerzas tan desfavorable, decidimos dejar de lado todo lo accesorio y defender muy firmemente lo fundamental. Por eso hicimos muchas concesiones formales y ninguna esencial, y los resultados están a la vista.
Forzoso es reconocer que quienes debían ser aliados nuestros en la política de expansión acelerada de las fuerzas productivas, no siempre lo fueron. El 18 de enero de 1959, por ejemplo, en vísperas de un viaje presidencial al exterior, la circunstancial dirigencia de la CGT reclamó perentoriamente del gobierno diez medidas. Nos reunimos esa noche en mi casa. Analizado el petitorio, les dije que el gobierno estaba en condiciones de dar una respuesta satisfactoria a nueve de los diez puntos planteados, el restante dependía de un tratamiento legislativo que también decidimos impulsar. A medianoche, el país se enteró de qué la conducción obrera había declarado una huelga revolucionaria por tiempo indeterminado ante la "insensibilidad" del gobierno frente a los reclamos. Cuando más tarde se conocieron las listas de quienes debían ser fusilados en uno de los conatos frustrados de golpe, además de los principales miembros del gobierno, figuraban también allí esos dirigentes que no comprendieron quiénes eran sus aliados y quiénes eran sus verdaderos enemigos. Desde luego, creo que la clase obrera está en condiciones de ir reemplazando a quienes yerran así en la evaluación de la relación de fuerzas.
En ese contexto prosperaron los sectores golpistas de las Fuerzas Armadas, a los que conviene no confundir con las instituciones, pues hubo militares que no sólo respetaron la legalidad, sino que también ; actuaron en consecuencia. Tal el caso del teniente coronel Alzaga que -en defensa de la legalidad- decidió sofocar un intento golpista y marchó al frente de su unidades-; de Magdalena. Terminó destituido por quienes preferían desatender sus responsabilidades institucionales y acosaban al gobierno.

Síntesis

A modo de síntesis, éste es el cuadro en el que se gestó el enfrentamiento entre azules y colorados, que estallaría con ese nombre después de derrocado el gobierno desarrollista. Los colorados eran la Revolución Libertadora revivida. Por eso contaron con firmes apoyos en los sectores partidocrátfcos que habían alentado el golpismo y el revanchismo en sus diversas formas.
Tras la caída del gobierno más innovador y revolucionario que haya tenido el país, en la segunda mitad de este siglo, asumió la Presidencia de la Nación el doctor José María Guido, un hombre bien intencionado pero débil. La política de desarrollo fue abandonada y la gestión del gobierno fue entregada a sectores abiertamente opuestos a ella (liberales), que se dedicaron de inmediato a demoler todo lo que pudieron de lo que ya se había realizado, paralizando lo que estaba en marcha.
Frondizi fue detenido y llevado a Martín García, y luego confinado en el sur del país. Por mi parte, debí exiliarme en el Uruguay, desde donde participaba activamente de los acontecimientos.
Las contradicciones que habían tenido expresiones más o menos solapadas, no tardaron en aflorar abiertamente. Ese fue el enfrentamiento entre azules y colorados, que prologó el acceso al poder, con apenas el 20 por ciento de los votos, del gobierno radical de Illia, en 1963. Desaparecido el marco de una política nacional, el "triunfo" azul, sin embargo, no se tradujo en un apoyo positivo de las Fuerzas Armadas, como instituciones fundamentales de la Nación, a un programa para superar el estancamiento y el atraso.

Buenos Aires, 25 de julio de 1986

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