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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Azules y Colorados
Los tanques en la calle

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Revista Yo fuí testigo
(fragmentos)
1986

 

LA IRONÍA TRÁGICA DE NUESTRA HISTORIA
AZULES Y COLORADOS: DOS MASCARAS DE UN MISMO DISFRAZ

La derrota militar de los colorados en los sucesos de setiembre lejos estaba de suponer una derrota definitiva. En realidad, lo que hizo fue abrir las compuertas para que la lucha continuara en otro campo: el político.
Los hechos consumados tuvieron como consecuencia inmediata la reestructuración del gabinete en donde se reflejaron los cambios en la relación de fuerzas. En el Ministerio del Interior se nombró nuevamente a Rodolfo Martínez y en Relaciones Exteriores a Carlos M. Muñiz, de la Unión Cívica Radical Intransigente, al igual que el Presidente de la República.

 

 

Señalamos esta última "coincidencia" porque es curioso cómo, en la mayor parte de los textos sobre la historia argentina en ese período, pasan por alto la presencia del presidente Guido, quien se tuvo que adaptar, calladamente, a los cambios ministeriales que resolvían las Fuerzas Armadas.
Era tal la participación de ellas en el ejercicio real del poder que, meses más tarde, el general Rauch llegó a proponer que el cargo de ministro del Interior estuviera ocupado, por norma, por un miembro de estas fuerzas. Pero a eso llegaremos más adelante.
Por ahora nos detendremos en la lucha política que estalló a partir de que los "azules" garantizaron la continuación de la "legalidad" y la salida electoral para el 7 de julio de 1963.

Entre tanta mediocridad, Onganía se perfila con brillo propio

Otra de la consecuencias políticas de los acontecimientos de setiembre fue lo que señala Félix Luna: "La proyección popular de la imagen de Onganía como un jefe comprometido con el orden y la legalidad y, además, con espíritu de lucha y valor personal. La opinión pública se sintió impresionada con este soldado de espesos bigotes y lacónicas palabras que, sin vacilaciones ni tibiezas, había terminado, en pocos días, con el 'golpismo' y el 'gorilismo' del Ejército. Desde 1945 un militar no despertaba resonancias semejantes en el corazón del pueblo".
Como ejemplo de esta naciente "popularidad" del jefe de los "azules", el historiador cita aquel estribillo que se popularizó en la hinchada de Boca Juniors que decía: "¡Melones! ¡Sandías! ¡A Boca no lo paran ni los tanques de Onganía!"
Una nueva figura entraba a tallar con peso propio desde las filas del Ejército, pero no era la primera vez que sucedía. En otro color y en otras circunstancias, Aramburu también había logrado traspasar sus condiciones de líder de las Fuerzas Armadas al campo político y le toca desempeñar un papel importante en estas elecciones, en las que logra ubicar a UDELPA (Unión del Pueblo Argentino) en tercer lugar con 1.326.855 votos.
Fue una opción ante un radicalismo dividido, anémico, y un peronismo proscripto y perseguido.
Pero a nadie se le ocurría comparar a Aramburu con Perón, su enemigo acérrimo -al menos hasta ese momento- si no fuera desde una óptica despolitizada que mide sólo la injerencia de las Fuerzas Armadas en la estructura de poder en la Argentina (análisis muy rico que desarrolla bien el sociólogo José Luis Imaz).
La "popularidad" de Onganía en un primer momento se debe a dos razones conexas. La primera es una característica psicosocial: la necesidad de encontrar líderes que asuman los valores morales y espirituales de un pueblo.
La destreza, el valor, la fuerza, la capacidad táctica son valores arraigados en el pueblo, que busca y encuentra sus ídolos fundamentalmente en dos campos: el deportivo y el militar. En ambos se desencadena una lucha entre dos bandos, lo que hace fácil tomar la determinación de estar de un lado o del otro, cosa que no siempre sucede en la realidad, en la que se transita, casi toda la vida, por los matices.
Además de esta característica común a todos los pueblos -al menos los occidentales y "cristianos"-, en una sociedad altamente militarizada como la Argentina, que desde 1943 a 1958 vivió o en una dictadura militar o gobernada por un líder de ese origen y los otros cuatro años que la separan del momento que estamos viendo, tuvo un gobierno civil que soportó graves presiones de este sector, no es raro que parte del pueblo, dirigentes políticos, e inclusive algunos dirigentes sindicales, pusieran sus ojos en las Fuerzas Armadas como si fueran una especie de "semillero" donde se podía encontrar con facilidad un "líder".
La experiencia de Perón, que había logrado el apoyo popular, y que de coronel "influyente" del Ejército pasó, en poco tiempo, a constituirse en el líder indiscutido del pueblo argentino, marcaba a fuego la conciencia política y funcionaba como un modelo interno para mirar la realidad.
Onganía, además, tenía algunas características que lo acercaban a esa imagen; por ejemplo, su proclamado nacionalismo y su posición contra el golpismo "gorila" (por eso la comparación de Luna no es tan errada).
Todo esto hizo sembrar expectativas alrededor de su persona como candidato de un nuevo frente político para estas elecciones, conformado por el viejo pacto Perón-Frondizi, al que se sumarían los conservadores populares y sectores de las Fuerzas Armadas, además de otras fuerzas.

En busca de objetivos coincidentes nace a la política el Frente Nacional y Popular

Alain Rouquié define este frente como el lugar donde "los militares azules tenían que ponerse de acuerdo con los peronistas respetuosos, notables locales o burócratas sindicales, a fin de formar una alianza de grupos políticos y de clases sociales análoga a la que anhelaban Frigerio y sus acólitos: una coalición de 'productores' (obreros e industriales) interesados en modernizar el país con el apoyo de un Ejército resueltamente industrialista", hasta aquí el texto de Rouquié.
El principal gestor de esta idea, que movió los hilos durante este período desde el Ministerio del Interior, fue Rodolfo Martínez.
Frondizi y Frigerio vinieron a llamar "productores" a los que Perón, apoyado por la clase obrera, llamó "una sola clase de hombres: los que trabajan". El interés era "defenderlos", no "igualarlos" oponiéndolos como unidad frente a la oligarquía agroexportadora que creía que podía prescindir de los sectores industriales que tanto conflicto traían al país; una clase ociosa que vive de rentas y que está aliada al imperialismo por su extrema dependencia del mercado exterior.
En el Ejército, por un lado crecía el compromiso con la política de defensa continental delineada desde el Pentágono, por la cual los enemigos estaban, ahora, de las fronteras para "adentro" y, como lógica contrapartida, los aliados estaban "afuera", concepción que empezó a delinearse al final de la guerra, en 1945, como señalamos al inicio de este trabajo.
Pero, por otra parte, los mandos cada vez tomaban más conciencia de las falencias del material bélico que Estados Unidos les "prestaba" por algunos años, manteniendo, con la propiedad, el derecho a intervenir en las decisiones para su utilización. Lo que la potencia del Norte vendía a los ejércitos latinoamericanos era material de desecho, casi inútil, pagado a altos costos. La falta de modernización hundía más a las Fuerzas Armadas, convirtiéndolas en meros custodios de los intereses norteamericanos en la región.
Esta situación, alimentó posiciones industrialistas, sobre todo en el Ejército, e impulsó planes de desarrollo de industrias de base -en especial las vinculadas con la producción de guerra-, de modernización del Estado y de actualización de la infraestructura: todo cuanto a usinas hidroeléctricas, puentes y caminos se refiere.
Había condiciones para que estos sectores del Ejército se sumaran a un proyecto "industrialista" digitado por el frigerismo con el apoyo popular del general Perón.
Civiles y militares se pusieron en marcha con el fin de hacer coincidir, en la práctica política, un plan que, desde afuera, desde el punto de vista de un observador ajeno a las particulares características de nuestro país, parecería totalmente descabellado.

El frente reaviva el sentimiento "gorila" de los sectores militares

Católicos y ateos, frondicistas, desarrollistas, corporativistas y peronistas, obreros y burgueses, civiles y militares sumaban fuerzas coordinados por tres figuras ausentes: Perón desde Madrid, a través de su delegado personal y de una amplia y bien manejada correspondencia, mantenía casi intacto su poder de convocatoria. Frondizi, desde su confinación en Bariloche y Rogelio Frigerio -el "Maquiavelo" de la política desarrollista- que actuaba incansablemente desde su exilio en Montevideo.
El peronismo había encontrado la fórmula para participar de las elecciones a través de un pequeño partido, la Unión Popular, fundado en 1955 por el ex ministro de Perón, Bramuglia, y liderado por Rodolfo Tecera del Franco, que formaba parte del Consejo Coordinador del Justicialismo.
El Frente Nacional y Popular estaba integrado, por lo tanto, por la UCRI, la Unión Popular, el Partido Conservador Popular, el Movimiento del Frente Nacional, el Movimiento por un solo Radicalismo, el Partido Federal y la Unión Federal.
El problema era encontrar candidato..., pero ésa es otra historia. Antes de que se empezaron a barajar los nombres, la Marina reaccionó enérgicamente, en febrero, para que se aplicara a la Unión Popular el decreto nº 7165/62 por el que se reprimía al peronismo y a toda fuerza o persona que pretendiera su presentación política.
El gobierno, presionado, emite un comunicado en el que decía: "Las agrupaciones o sus posibles candidatos o dirigentes que admitiesen nexos de dependencia o injerencia política del responsable máximo de aquel régimen (se refiere al peronismo), estarán moralmente inhabilitados y judicialmente excluidos".
Como esto no fue suficiente, la Marina pidió oficialmente, el 18 de marzo, la prohibición del partido Unidad Popular.
Los azules consideraban que esa era una medida extrema. Esperaban que los acontecimientos definieran mejor los contenidos de la Unión Popular y veían con agrado la posibilidad de que el peronismo se integrara a un frente, con lo cual se captaban los votos "fantasmas", al mismo tiempo que creaban un "colchón" para que el general exiliado se viera condicionado. Estaban tratando de "domesticarlo", pero la carta final de Onganía era eliminar al líder quitándole las bases sociales y políticas que lo sustentaban aquí.
Los otros partidos, la UCR y los conservadores, vieron en esta actitud de la Marina una excelente arma para librarse de un competidor que llevaría, con seguridad, la mayoría de los votos.
Entre los obstáculos con que tropezó el frente, ese no era el más importante. Dentro mismo de sus huestes había serios inconvenientes. El sindicalismo argentino, desde la ausencia de Perón, había aprendido a caminar solo -aunque siguiera fiel al peronismo-. Por una parte, crecía el "peronismo sin Perón", cuyo mejor exponente sería Augusto Timoteo Vandor, dispuesto a negociar con el poder, aunque éste sea militar y antipopular; el peronismo burócrata, el que tomó de Perón las banderas de conciliación de clases, que se vendía -y se vende- al mejor postor como "freno al comunismo".
Por otra parte, el sindicalismo combativo que rescataba del peronismo las reivindicaciones sociales, la lucha de los trabajadores, la solidaridad obrera, etcétera, aprendió a foguearse en la oposición y sintió en la marginación del peronismo de la vida política del país la marginación de la clase obrera de los beneficios del sistema de producción. Este último sector se expresó en contra de la política frentista repudiando el comunicado N° 150 y la "política entreguista" de Frondizi, es decir, repudiando a los aliados de Perón.

La Marina intenta lo suyo con un nuevo golpe militar

En el frente surge la idea de calmar los ánimos, al menos con los que podían cortarle el camino a la Presidencia -la Marina y los sectores gorilas de adentro y de afuera de las Fuerzas Armadas-. Para esto no se les ocurre mejor idea que ofrecerle la candidatura de vicepresidente a un conocido y acreditado "gorila": Miguel Ángel Zabala Ortiz. La tarea estuvo a cargo del ministro Martínez, quien no contó con la astucia de este dirigente que, no sólo no aceptó lo que a todas luces era una trampa para desarmar a sus correligionarios, sino que, ofrecimiento en mano, lo denunció a viva voz.
Zabala Ortiz, en una carta abierta, denuncia, además del ofrecimiento, el apoyo que tenía el frente por parte de las Fuerzas Armadas, como forma de integrar al peronismo en "pequeñas dosis".
Fue la chispa que hizo estallar la bomba. Peronistas y antiperonistas se alzaron en una protesta generalizada. El 27 de marzo renuncia Rodolfo Martínez. Onganía desmiente su vinculación con el frente y su posible candidatura.
El clima estaba creado.
El desconcierto y el escándalo es aprovechado por la Marina que, el 2 de abril -¿fecha especialmente grata a esta arma?- se subleva transmitiendo por dos radios ocupadas una virulenta proclama firmada por el general retirado Benjamín Menéndez.
El ex vicepresidente Isaac Rojas y los almirantes Sánchez Sañudo y Rial fueron los mentores ideológicos del levantamiento y lo apoyaron grupos civiles de distinta extracción política.
Tanto Benjamín Menéndez como otro de los almirantes implicados, Jorge Palma, tenían como "honroso" antecedente, como título certificado de conspicuo "gorilismo" el haber intentado, muchos años atrás, derrocar a Perón.
Ha estallado la segunda parte de "azules y colorados".
El conflicto se inicia a las 7 de la mañana en la base naval Punta Indio, desde donde salen tropas de Infantería de Marina hacia la ciudad de La Plata, y aviones navales atacan repetidas veces, durante toda la mañana, el VIII Regimiento de Caballería Blindada de Magdalena, destrozando las instalaciones.
Era la revancha a aquellas exitosas maniobras dirigidas por López Aufranc, durante los sucesos del año anterior.
Ocupan también el V Regimiento de Infantería de Bahía Blanca. Los infantes de Marina se sublevan en Mar del Plata y un pequeño foco en Buenos Aires. Por primera vez el ataque es violento y con derramamiento de sangre; se suceden los primeros atentados a altos mandos "azules", ejecutados por comandos civiles -no siempre "tan civiles"-. En total se calcula que hubo, durante los episodios que duraron tres días, 15 muertos y casi cincuenta heridos.
Los tanques de Magdalena y Campo de Mayo salieron a la calle y los efectivos del Ejército de Palermo y Campo de Mayo limpiaron la Capital Federal. Los "azules" volvían a triunfar.
El Ejército, al tiempo de encarar las acciones represoras, dio a conocer un comunicado que llevó el número 151, por el que reafirmaba la continuación del proyecto instaurado el 23 de setiembre. Llevaba la firma del comandante en jefe del arma, Juan Carlos Onganía, y anunciaba la represión violenta e inmediata "de los totalitarios que creen en la dictadura militar como solución nacional e intentan nuevamente negar al pueblo el derecho a construir su propio futuro".
La Aeronáutica será la que terminará de definir el conflicto con el apoyo del secretario del arma, brigadier MacLaughin. Sectores internos, como el liderado por el comandante Lentino, no logran tener peso suficiente.
Con la capitulación de Puerto Belgrano termina la sublevación. El secretario de Marina, Derozi, renuncia, y se encarcela a los principales cabecillas, incluido el ex vicepresidente partidario de la "dictadura de la democracia", almirante Isaac Rojas.
Vuelve el tiempo político. Un nuevo ministro ocupa la cartera del Interior. Es el general Rauch, de conocida actuación durante el primer enfrentamiento entre "azules" y "colorados".
La Unión Popular podrá seguir siendo una opción, pero, ahora, les toca a los políticos tratar de destruirla por todos los medios.

La vieja consigna ahora se renueva contra el frente, para acabar con el peronismo

Rojas, Sánchez Sañudo y otros "colorados" apoyan a la Unión Cívica Radical del Pueblo, que había canalizado, como señalamos en otra parte, los votos antiperonistas de los sectores medios.
Pero, más que "derrotados", los "colorados" habían sido "absorbidos" por los "azules".
Como si los hubieran despertado de un largo letargo o se sintieran necesitados de lavar alguna culpa, los "azules" dan el comunicado nº 200, con el que se cierra el episodio, que tiene un marcado tono antíperonista.
Por decreto del 10 de abril se extiende la proscripción a todos los que elogien al "tirano prófugo" y a los que mantengan algún tipo de contacto con él distribuyendo información, visitándolo o comunicándose de alguna otra forma, directa o indirecta, los que serán plausibles de prisión o de suspensión de sus derechos cívicos.
La acción de Rauch en el Ministerio del Interior es congruente con este decreto: encarcela a la más variada muestra de pensadores y políticos que están relacionados de alguna forma con el peronismo, el frondizismo o el comunismo. Caen así, por "antidemocráticos", Ernesto Sabato y Ricardo Rojas, en la misma bolsa y por. la misma sinrazón.
La UCRI apoya a Rauch, pero éste se extralimita en su afán "anti-frondicista" y cuestiona a los ministros de esta tendencia que, como dijimos, es la misma que la del Presidente.
Su "coloradismo interior" le hace proponer, como anunciamos antes, que el ministro del Interior sea, para siempre, nombrado por las Fuerzas Armadas entre sus miembros, con lo cual está "legalizando" una forma de poder dictatorial.
El secretario de Guerra, también "azul", el general Rattembach, presiona para acallar a este hombre y lo logra, aunque le cuesta el puesto a él y a todo el gabinete. Al parecer, Onganía no estaba del todo en desacuerdo con Rauch. Este es suplantado por el general Osiris Villegas que mantuvo, sin embargo, la misma postura antifrentista de su antecesor.
Entretanto, el frente busca su candidato. Intenta primero con un magnate petrolero, Carlos Pérez Companc, pero, ante la aireada protesta de las bases obreras, se descalifica la fórmula desde Madrid (uno de los que se opuso fue el entonces "fiel" peronista Augusto Vandor, que viajó de inmediato a ver al general).

Finalmente, el líder exiliado elige su candidato: un hombre de trayectoria política coherente, aunque silenciosa, que fue leal aliado de Peron: Vicente Solano Lima. El vicepresidente de la fórmula será Carlos Sylvestre Begnys.

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Onganía en el ejercicio de su presidencia

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Los golpes militares desde 1930 se constituyeron en una constante de nuestra realidad histórica. Desde Uriburu hasta Videla, curiosamente los llamados "objetivos" y los comunicados estableciendo los "fundamentos revolucionarios" fueron siempre un calco unos de otros. Los resultados también: expoliación, quebranto industrial, miseria para el pueblo, censura, represión y muerte

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G Borda, ministro del interior de Onganía

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Krieger Vasena, ministro de economía de Onganía

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El gabinete de Onganía

MINISTERIO DEL INTERIOR: doctor Guillermo Borda; secretario de gobierno: doctor Mario Díaz Colodrero; secretario de Cultura y Educación: profesor Carlos María Gelly Obes; secretario de Justicia: doctor Conrado Etchebarne (hijo); secretario de Comunicación: general Julio Argentino Teglia. MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES Y CULTO: doctor Nicanor Costa Méndez. MINISTRO DE ECONOMÍA Y TRABAJO: doctor Adalberto Krieger Vasena; secretario de Agricultura y Ganadería: doctor Lorenzo Raggio; secretario de Hacienda: contador Francisco Aguilar; secretario de Industria y Comercio: doctor Ángel Alberto Sola; secretario de Energía y Minería: ingeniero Luis María Gotelli; secretario de Trabajo: señor Rubens San Sebastián; secretario de Obras Públicas: ingeniero Bernardo J. Loitegui; secretario de Transporte: ingeniero Armando Silio Ressia. MINISTRO DE DEFENSA: ingeniero Antonio R. Lanusse; comandante en jefe del Ejército: teniente general Julio Rodolfo Alsogaray; comandante de Operaciones Navales: almirante Benigno I. M. Varela; comandante en jefe de la Fuerza Aérea: brigadier general Adolfo T. Alvarez. MINISTRO DE BIENESTAR SOCIAL: señor Roberto J. Petracca: secretario de Promoción v Asistencia de Comunidad: doctor Raúl Puigrós; secretario de Seguridad Social: doctor Samuel W. Medrano; secretario de Salud Pública: doctor Ezequiel Holmberg; secretario de Vivienda: ingeniero García Olano, Ernesto.

Al poco carisma de los candidatos se sumó la deserción de Oscar Alende, que se presentaba con fórmula propia.
Así las cosas, se acercan las elecciones. Pocos días antes, los "azules", en plena ruptura con el frente, establecen la legalidad de los decretos que reprimen al peronismo y, para sorpresa de todos, el día antes Perón y Frondizi dan la orden de votar en blanco.
¿Qué había sucedido? ¿Onganía había descubierto en este frente una maniobra de Perón para forzar a las Fuerzas Armadas a aceptar su retomo a la presidencia? Lo cierto es que los "azules" empiezan a volverse "colorados". El defensor de la "legalidad" empieza a pensar en el golpe. Los que combatieron "la dictadura de la democracia" abrieron el camino democrático para llegar a la dictadura.

Los "azules" no pueden renegar de su pasado y cambian de color

Como señalamos antes, el proyecto político de Onganía para las elecciones de 1963 había fracasado. Su opositor, Illia, asumía el gobierno con el beneplácito de los "colorados" ya que, aunque en su discurso, y luego en su accionar, tuviera un toque "antiimperialista" que podía molestar a los amigos norteamericanos, tenía todas las garantías de antiperonismo que podían solicitarse a un candidato y, al mismo tiempo, su imagen era potable para las masas populares. Es probable que en ese momento haya surgido en el comandante en jefe del Ejército la idea de asumir el poder en forma dictatorial: exactamente lo contrario de lo que había pregonado y por lo cual había expuesto su honor y su persona... y la de sus subordinados.
La elaboración que va a tener el Estatuto de la Revolución Argentina y las alianzas políticas que anticipan su acceso a la primera magistratura, hacen pensar que así fue. No es un acto improvisado. Más bien da la impresión de que la única función de Illia fue la de dar tiempo a los mandos militares a elaborar un plan de acción para derrocarlo. Su suerte estaba echada desde el primer día y la frialdad que reinó durante todo el período entre ambos no fue más que un augurio.
La debilidad del gobierno democrático fue sólo una excusa. Aunque, en efecto, Illia asume con sólo el 25 % de los votos y los opositores erradicados del panorama político -Perón exiliado y Frondizi preso-, no son razones suficientes para justificar el golpe. Aunque, ¿hay alguna razón "suficiente"? ¿Hay alguna razón para "justificar" la proscripción y el encarcelamiento de enemigos políticos?
La campaña de descrédito del Presidente se desata sobre la perspectiva de este golpe anunciado que se parece al libro de García Márquez "Crónica de una muerte anunciada": todos sabían qué iba a suceder y nadie pudo evitarlo.
Entre las principales usinas "golpistas" se encuentra la revista "Primera Plana", desde cuyas editoriales el joven abogado que redactó el famoso comunicado Nº 150, Mariano Grondona, habla de la "tierra prometida" y del "mesías", y pide a gritos la intervención de las FF.AA.:
"El Ejército tiene que tomar partido en lo que ocurre en el país porque siempre lo ha hecho".
El sindicalismo moderado, dispuesto al pacto del cual hablamos antes, encabezado por el dirigente metalúrgico Augusto T. Vandor, ve la oportunidad de separarse del paternalista líder exiliado. Intenta su primera prueba en las elecciones de Mendoza, en 1965, donde fracasa. Pero tiende sus redes hacia todos los costados, inclusive hacia los cuarteles. Esta no es la única experiencia en el movimiento obrero. El plan de lucha que lanza la CGT será un factor determinante en la conciencia de las propias fuerzas que adquiere la clase obrera.
Se acerca la definición. La intervención de Estados Unidos en Santo Domingo pone al Presidente en un serio aprieto: por una parte, como jefe de Estado de un gobierno democrático, debe defender la no intervención de las fuerzas norteamericanas en un país soberano; por otro lado, el Ejército clama por la participación activa en el conflicto.
Se pone a prueba en los hechos la doctrina expresada por Onganía en agosto de 1964, durante la celebración de la V Reunión de Comandantes de Ejércitos Americanos en West Point.

La doctrina de West Point abre las compuertas que nos llevarán al genocidio

El discurso que Onganía pronuncia en esta oportunidad es de tal organicidad que quedó para la historia como la doctrina de West Point o la doctrina de Onganía, y se considera el primer antecedente de la llamada "Doctrina de la Seguridad Nacional", en nombre de la cual se produjo, en Argentina, el peor genocidio de su historia, a partir de 1976.
Miguel Ángel Scenna la resume así: "Acatamiento de la Constitución, apoliticismo, defensa de la soberanía... Todos estos eran objetivos del Ejército, pero también el arma debía cooperar con el poder civil en el desarrollo de la Nación como un ente activo y dinámico al que no se podía radiar o pasar por alto. Y tras reclamar esa participación (Onganía) puso un límite a la obediencia que el Ejército debe al poder civil: si éste es desbordado por extremismos foráneos, si su falta de autoridad abre paso a la violencia o si atentara contra la libertad o los derechos de los ciudadanos. En esos casos, el Ejército debía intervenir". Y agrega más adelante:
"De las tres posibilidades en que el Ejército se reservaba el derecho de intervenir, dos estaban claramente dirigidas al gobierno radical: la de ser sobrepasado por hechos que no pudiera dominar, sea por infiltración marxista o por desarrollo de la violencia a través de la subversión. El tercer caso -atentado a las libertades y derechos- estaba reservado indudablemente al peronismo", y a toda fuerza política que pudiera salirse de los marcos de la democracia liberal burguesa, así como se la definió en nuestro país a principios de siglo.
Al mismo tiempo que elabora esta teoría que justifica su ascenso al poder, los cursillistas católicos elaboran un proyecto de "nación", en el que el nacionalismo se toma del brazo del catolicismo y la sociedad aparece como una interrelación de sectores o grupos de poder que pueden coexistir pacíficamente dentro de un esquema integrador que no permita que ninguno de ellos se extralimite abusando de los derechos de los demás, es decir, el liberalismo político aplicado a las clases sociales en una teoría que tiene nombre concreto: corporativismo.
Así, cuando en junio de 1966 Onganía asume en nombre de la autodenominada -no sin pretensiones- "Revolución Argentina", hay un proyecto sólido que hace suponer, aunque no se hable de fechas, que va a sobrevivir durante un largo plazo.
Como pasó con Uriburu primero y con Lonardi después, ese proyecto cristiano corporativista, tan caro a los militares, no hace más que dejar paso al liberalismo económico más descamado.

La hora de la desilusión y un modelo nuevo de dictadura

Los sindicalistas neoperonistas, los políticos y nacionalistas que tuvieron alguna expectativa se desilusionan cuando, el 1 de enero de 1967, asume el Ministerio de Economía un conocido liberal monetarista, Adalberto Krieger Vasena, y en el Ministerio del Interior lo acompaña en el proyecto el conocido antíperonista Borda. Alsogaray abre las puertas a la penetración de capitales extranjeros y promueve el endeudamiento desde su puesto de embajador en Washington. El plan estaba trazado.
Las dos piernas en las que, de aquí en más, se apoyarán todas las dictaduras antipopulares y proimperialistas estaban firmes en sus puestos: la política económica liberal -que tan bien retomara Martínez de Hoz años después- y la represión popular de la que sobran ejemplos.
Cuanto más se consolida y endurece el plan imperialista, más fuerte será la reacción popular que llevará, como señalamos, a la creación de la CGT de los Argentinos, el surgimiento de importantes dirigentes de izquierda, la radicalización del estudiantado, la violencia popular generalizada en la calle (como el "Cordobazo" y el "Viborazo", etc.) y la formación de las organizaciones armadas guerrilleras.
En 1967 moría el Che Guevara en Bolivia, los ejércitos latinoamericanos se reunían en la capital de este país hermano para elaborar una estrategia antisubversiva, pero la rebelión estaba en la calle y estallaría no sólo en Argentina, sino en casi toda América latina.
Algo había cambiado a nivel internacional desde Frondizi a Onganía. Cuando el primero abrió las puertas para el ingreso de capitales extranjeros, éstos estaban dispuestos a hacer inversiones; en cambio, cuando Onganía hizo lo mismo, se encontró con que los capitales ya no invertían: o compraban industrias que estuvieran produciendo con buenas y comprobadas ganancias o prestaban el dinero con un interés suficiente como para obtener un buen rédito sin riesgos. Ya nadie quería arriesgar y menos en países de inestabilidad política. Una nueva forma de dominación surgía en el mundo a través del fácil endeudamiento.
Con las bases que señalamos antes: la represión que se demostró en la noche de los bastones largos -que acabó con la autonomía universitaria-, la intervención de los sindicatos y la persecución ideológica a través de un instrumento legal: la ley de acción contra el comunismo, por un lado, y la política económica liberal y monetarista por otro, la Argentina entraba de lleno en el circuito de la dependencia.
Algo más aún que nos ayudará a entender a Onganía como antecesor preclaro del proceso y el genocidio: la utilización de esos créditos externos fue, en parte, la construcción de una infraestructura que necesitaba el Ejército como base propia de autonomía: redes viales, represas hidroeléctricas, desarrollo de energía nuclear, etcétera, que también eran requisitos que exigían, ahora, los capitales para instalarse en el país. Pero, por otra parte, estos créditos también serán para la compra de armas con el "Plan Europa". Las Fuerzas Armadas, como dijimos, sabían que estaban cumpliendo bien su nueva misión -fronteras adentro- como para soportar la ofensa de que Estados Unidos les venda armas de mala calidad o se reserve el derecho a la propiedad de las mismas. Ahora -y después- en el poder salen a comprarlas en los mercados libres internacionales. Su propia contradicción con el imperialismo -que estallaría en Malvinas, en 1982-, se empieza a plantear.

Una reflexión final para asumir la esperanza

Por último, a modo de reflexión, cabe señalar que en América latina parece cumplirse una vieja teoría llamada "de los espejos". Esta dice que en el nuevo continente se dan todos los procesos que suceden en el mundo desarrollado, pero a la inversa: como en un espejo.
El liberalismo, que en Europa rompió con el feudalismo es, en la América latina, la fuerza retardataria que nos vincula con el poder imperial.
El nacionalismo, ligado al corporativismo que en Europa fue represivo y provocó uno de los genocidos más grandes de la historia, aquí representa, encamado en los líderes antiimperialistas y populares, una propuesta progresista y de avanzada.
La masacre que allí fue del brazo de los líderes nacionalistas aquí vino de la mano de los más acérrimos liberales. Así es la historia. Al menos la nuestra.
¿Qué es lo que importa?: asumirla con sus características propias, sin fantasmas ni modelos extranjeros que no nos sirven.

 

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