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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

La herencia de
Juan B. Justo
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1925: el senador Juan B. Justo llega a Jujuy
Américo Ghioldi lo reemplaza al frente de
La Vanguardia

Revista Siete Días
1969

 

El 7 de abril de 1894 un puñado de pioneros fundaba La vanguardia, "periódico socialista científico y defensor de la clase trabajadora", según enfatizó su primer director, Juan Bautista Justo. Hoy, a 75 años del suceso que prenunció el nacimiento del Partido Socialista en el país, el viejo periódico sufre la división de sus huestes y un letargo político que eriza a los dos sectores en pugna.

 

 

"Me encontraba de mirón en la esquina, de pronto apareció en el lugar el doctor Alfredo Palacios, éste. enardecido al ver cómo eran incendiados los talleres en donde se imprimía el periódico, y con ellos la mayor biblioteca obrera del país —tenía más de cien mil volúmenes—, increpó al oficia! de policía: «Pero, ¿cómo es que no impide este salvajismo?». A lo que aquél respondió: «Vea, doctor, .mejor que se calme . . . ¡Son órdenes de arriba!»". José Tristán Ginzo (69, dos hijos), caricaturista político cuyos muñecos simbolizaron toda una época durante la cual el periódico socialista La Vanguardia se erigió en el máximo vocero del antiperonismo, reconstruyó de esa manera, la semana pasada, el momento que culminó con el incendio del local partidario, tradicionalmente conocido como Casa del Pueblo, en Buenos Aires. El hecho, ocurrido el 15 de abril de 1953, clausuró el período de mayor influencia del combativo periódico: en ese entonces, hablar de La Vanguardia equivalía a citar el punto más drástico de la oposición demócrata-liberal, un foco de reunión para amplios sectores ciudadanos.
Hoy, a 75 años de la fecha —7 de abril de 1894— que acunó el nacimiento de La Vanguardia y a tres lustros de distancia de su incendio a manos del peronismo, la efemérides resulta bastante empañada por lo que muchos observadores califican como total senectud de la corriente política que te dio origen. Tambalea más aún cuando se piensa en la actual división del partido (o ex partido, ya que oficialmente todos ellos están disueltos) en dos núcleos minoritarios: el Socialismo Argentino (PSA) y el Democrático (PSD). Ambos ostentan sus respectivas Vanguardias: la azul y la negra. Tales apelativos aluden, claro, al color en que están impresos.
Es una situación que para un cierto número de militantes (por ejemplo, para Jorge Selser, 37, secretario general del PSA y secretario de redacción de La Vanguardia azul desde 1963) da lugar a ásperos calificativos: "¿Qué diferencia hay entre esos socialistas que siguen con La Vanguardia negra y los viejos conservadores? ¿Dónde quedó la pureza de la primera hora? ¿Qué se hizo de la lucha de clases, que ellos convirtieron en prédicas contra el alcoholismo y el tabaco?". Un estado de cosas que, sin duda, estaban lejos de prever aquellos pioneros de la primera hora, cuyos esfuerzos aspiraban a la creación de un "periódico socialista científico, consagrado a la defensa de la clase trabajadora", al decir de su primer director, Juan Bautista Justo, y de su primer tipógrafo, Esteban Jiménez.

"ESTE PAÍS SE TRASFORMA"

La chispa inicial de! polémico —y a la vez discutido— periódico debe ubicarse hacia el 2 de agosto de 1893. Al atardecer de ese día, el médico y profesor de la Facultad de Medicina, Juan Bautista Justo, penetró decidido hasta los fondos del Café Francés, en la Capital. Desde las últimas mesas llegaban las voces: él se presentó, tomó asiento. Cuatro horas más tarde, cuando se levantaban para despedirse, La Vanguardia quedaba fundada.
Juan Bautista (o, mejor: Juan B., según se lo llamó desde ese instante) Justo fue así el flamante director del vocero. Aquellos conjurados no alcanzaban a la media docena: eran Víctor Fernández, Isidro Salomó, Augusto Kuhn, Esteban Jiménez. Sin embargo, y pese a la atmósfera de misterio que rodeaba la escena, la participación del líder socialista en la empresa había sido casual; en la mañana de ese mismo día había reparado en un aviso aparecido en el matutino La Prensa: "Periódico Obrero. Hemos recibido la siguiente comunicación: se invita a los presidentes de todas las entidades obreras a concurrir a la conferencia que se celebrará hoy a las 7.30 p.m. en el Café Francés, calle Esmeralda 318".
Se necesitarían otros esfuerzos, todavía, para coronar la empresa política-periodística que iba a cubrir una extensa etapa de la vida argentina: Augusto Kuhn reunió trabajosamente trescientos pesos, fracasó más tarde una colecta para reunir fondos y Justo no tuvo entonces otra alternativa que vender su coche y empeñar la medalla de oro (premio "Montes de Oca", de Medicina) en setenta pesos. Con lo reunido concurrieron a un remate, donde se liquidaban los restos de un fundido diario de la colectividad italiana. Veinte cajas de tipos tremolaban la indeclinable decisión. De este modo, en la otoñal mañana del 7 de abril de 1894, cuatro páginas de 45 por 29 centímetros, en las que se abarrotaban 11.800 palabras del texto, fueron la culminación del nacimiento. Antes, Justo tuvo que resolver cuál sería el nombre del semanario, instalado en los fondos de un inquilinato de la calle Independencia 1252. Para ello recordó que entre Las Flores y Tapalqué (dos localidades bonaerenses) existía un fortín lindante con los campos de su padre, que fue leyenda en su infancia: "Como la empresa periodística que iba a comenzar también empezaba en la frontera, decidí llamarla igual que aquel fortín: La Vanguardia", reveló luego el político.
Los tres mil ejemplares de la novísima edición soportaron, sin embargo, algunos antecedentes: en abril de 1890, un grupo de exaltados —en su mayoría extranjeros— del Comité Internacional Obrero convocó a la celebración del Primero de Mayo. Entre las resoluciones de aquella asamblea se resolvió "crear un periódico para la clase obrera". Como fruto de ese reclamo, el ingeniero alemán Germán Ave Llallemant redactará durante tres años El Obrero, que se trasformaría más tarde en El Socialista. Sin embargo, la paz parecía reinar sobre la ciudad, ya que ni El Obrero ni El Socialista conocieron las peripecias que acompañaron luego el curso de La Vanguardia.
Durante su primer año de vida el semanario debió mudarse en dos oportunidades: Chile 959 fue su segundo domicilio "Era una casa espaciosa donde, además, se celebraron algunas veladas político-literarias", recordará años después Kuhn. Pero el júbilo de los redactores y simpatizantes duró poco tiempo, porque al cabo de cuatro meses debieron mudarse nuevamente: la flamante sede será en la calle Europa (hoy Carlos Calvo) 1971, de donde son desalojados por presiones policiales. El sosiego aparecerá recién una década más tarde: en Defensa 888 funcionará desde 1904 y durante dos décadas la errabunda redacción de La Vanguardia. Una colecta popular y la decisión de su director, Nicolás Repetto, posibilitan al fin una larga ambición del semanario: ganar la calle. La cruzada se cristaliza en 1905, cuando una máquina plana doble testimonia el crecimiento, pese a que el lugar era "un tugurio lóbrego, falto de aire y de luz", como evocará el tipógrafo Jiménez.

"¡SALUD Y REVOLUCIÓN SOCIAL!"

El 28 de junio de 1896, dos años después de fundada La Vanguardia, y coincidentemente con el 31ª cumpleaños de Justo, se realiza el Congreso Constituyente del Partido Socialista. Se acercan al movimiento Leopoldo Lugones, Roberto Payró, José Ingenieros. En ese momento el semanario es el representante de los núcleos obreros que se han ido formando en el interior del país. El primer editorial, titulado Este país se trasforma, aborda desde una lineal perspectiva marxista la realidad nacional. Según el historiador Luis Pan (48, dos hijos, editorialista de La Prensa y actual colaborador de La Vanguardia negra), "por primera vez la política argentina conocía la declaración de principios de un partido, la plataforma electoral y el programa de acción. Ya en 1895 —aún no fundado el Partido Socialista— se celebró un Congreso Provisorio del Socialismo Argentino. Los socialistas participamos en las elecciones de 1896; desde luego, el fraude fue tan grande que ni hizo falta recontar los votos. En ese reparto, al partido le adjudicaron 138 . . . ".
El clima político del fin de siécle se enturbia rápidamente. Los socialistas, deseosos de disputarle a los anarquistas la primacía que tenían dentro del incipiente proletariado, organizan un acto en los Corrales Viejos. La policía irrumpe repentinamente y varios militantes, entre ellos Enrique Dickmann, son alojados en la comisaria. La Marsellesa, Hijos del Pueblo, el Himno a Turati son entonados con fervor por los detenidos. El comisario Vives les ordena entonces, perentoriamente, que se callen; no lo consigue, vuelve a insistir. . . y el canto se hace más fuerte. Resuelto, abre el calabozo y a empellones reparte a los detenidos en distintas celdas, junto a los borrachos. Minutos más tarde toda la comisaría entona La Marsellesa; el batifondo se vuelve infernal. Desconcertado, Vives decide liberar a los insurrectos para acabar con la batahola.
Las escaramuzas con la policía continúan y llegan a hacerse diarias.
Los "anarquistas de arriba" (como los socialistas definían a la clase gobernante) y los "anarquistas de abajo" preparaban el clima que culminaría con su primera clausura, en 1902. Las huelgas y enfrentamientos de los bandos que se disputaban el control del movimiento obrero, así como las diarias manifestaciones, desataron las iras del Congreso Nacional. En la noche del 22 al 23 de noviembre de 1902 se promulga y sanciona la Ley de Residencia (4144); entre los gestores de la medida se contaba el idílico y romántico Miguel Cané, autor de Juvenilla. Pero la energía policial no bastó para acallar a los entusiastas sostenedores del ideario socialista:a pesar de la clausura. La Vanguardia se imprimía ilegalmente y era distribuida entre los suscriptores por los propios afiliados.
La redacción, ubicada en aquel año en la calle México 2070, era "una habitación amplia con dos puertas, que se abrían a patios distintos. El compañero Mergal, un andaluz entusiasta que escribía las cartas con tinta roja y las encabezaba invariablemente con las palabras ¡Salud y revolución social!, era el administrador". Así recordaría posteriormente Nicolás Repetto su primera experiencia periodística, luego de ser ungido director del vocero socialista por el congreso partidario de 1901. "Nunca había penetrado en un taller tipográfico —recordó Repetto—; no sabia nada de burros ni de galeras."

LA BELLE EPOOUE

En París, el 7 de octubre de 1905, el dirigente socialista Jean Jaures pronuncia un discurso reclamando la jornada de ocho horas: la policía carga contra los reunidos. Doscientos heridos, más un millar de detenidos, es la culminación de la refriega. En Buenos Aires, entre tanto, los radicales se preparan para tomar el poder. Un motín estalla, pero es rápidamente sofocado; se declara el estado de sitio para reprimir la violencia de las huelgas que sacudían Rosario, Bahía Blanca, San Nicolás, San Fernando. El día 9 del mismo mes, el coronel Fraga, jefe de Policía, ordena a La Vanguardia "abstenerse de comentarios sobre estos desórdenes"; el diario no acata el ucase: con la edición del día siguiente se lo sanciona con 90 días de clausura.
En las vísperas del centenario la ciudad vivía un clima de inusitada violencia. Los anarquistas deciden entorpecer los festejos hasta lograr la derogación de la ley 4144, y el gobierno recurre, una vez más, al estado de sitio. El 14 de mayo de 1910, al atardecer de un día plomizo, gris, a los gritos de "¡Viva la Patria!, ¡Viva la policía!", una patota nacionalista incendió y saqueó el local de La Vanguardia. El ataque es tan rápido y efectivo que los redactores apenas si pueden escapar por los techos que dan hacia la calle Estados Unidos. Pero la mecha había sido encendida un año antes: un militante anarquista da muerte al jefe de Policía, coronel Ramón Falcón, responsable, según ellos, de la represión policial. Como consecuencia, La Vanguardia es clausurada por varios días y se suspenden las garantías constitucionales.
El fervor popular amenguara, meses más tarde, el desastre del 14 de mayo: se reúnen 25 mil pesos y así, el 16 de agosto —en pleno estado de sitio— el diario reaparece. Tal normalidad no seria quebrada hasta 1931, en plena dictadura o "dieta-blanda", como solían calificar los opositores al gobierno.
Para el autodidacto Juan Antonio Solari (70, un hijo, ex periodista, ex diputado) "la emoción más grande de mi vida fue e! día en que el doctor Nicolás Repetto dio su aprobación para que ingresase en la redacción de La Vanguardia. Dos años más tarde, producido el golpe de Estado de 1930, Mario Bravo, entonces secretario de redacción, confeccionó una serie de preguntas para que yo entrevistase al ministro del Interior, Sánchez Sorondo. En la primera conferencia de prensa traté de cumplir lo ordenado por Bravo. Los cronistas destacados no atinaban a efectuar preguntas importantes, cuando de pronto interrogo: 'Señor ministro, ¿cuándo habrá elecciones?'. Sánchez Sorondo levanta la cabeza, mira ofensivamente hacia mi, e inquiere: '¿A qué diario pertenece usted?'. Respondí sin prisa: 'A La Vanguardia, órgano del Partido Socialista, señor ministro'. Sánchez Sorondo, ya repuesto de su estupor, masculló: 'Socialista tenia que ser, con esa pregunta."

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el número anterior a la clausura en 1947

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boletín clandestino surgido luego de la clausura

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el saludo desde la cárcel
"En el 4º aniversario de la clausura de los talleres de La Vanguardia, encerrados en la cárcel de Villa Devoto recuerdan con emoción y orgullo al órgano que durante más de medio siglo fue luz y guía del proletariado argentino y ratifican su fe en las ideas e ideales que con tanta valentía y verdad defendiera contra todos los enemigos del progreso social"
Buenos Aires, agosto 27 de 1951

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edición en el exilio, 1955

 

UN IDEALISTA CASCARRABIAS

El profesor de Instrucción Cívica Américo Ghioldi (69) explicó a SIETE DÍAS cómo desde su infancia estuvo ligado al periódico: "Tenia ocho años y me inicié doblando prolijamente los ejemplares del semanario que había que mandar al interior del país. Asumí por primera vez la dirección de La Vanguardia en 1925, en el mes de enero. El doctor Justo era el director y como debía tomarse licencia me pidió a mí que la dirigiera durante el verano (mis vacaciones de maestro); yo tenía 24 años y jamás había entrado en un diario. Del oficio, lo único que sabía era ... leer y escribir. El día que llegué a la redacción —hace memoria Ghioldi— ni siquiera sabia sentarme en el escritorio . . . Nunca he sufrido más que en esos tres meses. La primera semana que pasé en la casona de la calle Defensa fue inaguantable. yo no sabia nada de nada. Desconocía la función de director y todos los días tenia que escribir el editorial, recibir temas, revisar los originales. Fueron tres meses dramáticos. Mi principal problema consistía en aguantar el carácter de un redactor singular y único, de un temperamento cascarrabias incurable, desordenado pero talentoso: Esteban Jiménez. Todos los hombres del partido que lo conocieron coinciden en manifestar que dos ejemplares humanos de cascarrabias como él no deben de haber existido. Comenzaba a redactar un artículo (perfecto, desde luego) a las 2 de la tarde. Escribía una palabra, leía todos los diarios, subrayaba, gritaba, anotaba algo al dorso de una boleta electoral, con letra ilegible. Resulta que Jiménez solía corregirse hasta último momento. De una hoja, dejaba quizá sólo una palabra. Sus artículos eran cientos de hojitas sin numerar que requerían hasta última hora de la noche (momento en que se efectuaba la entrega de originales) la presencia de un linotipista especial en los talleres."

LOS CAMINOS DEL EXILIO

La noche del 4 de junio de 1943 Ghioldi durmió en el diario. Había estallado un golpe de Estado y se temía que se repitiera lo acontecido en 1910, según evoca ante SIETE DÍAS Luis Pan. Ese temor, sin embargo, se cumpliría una década más tarde. Los antecedentes que culminaron con el incendio de la Casa del Pueblo se originaron en 1942. Ese año el diario sufre 4 clausuras, en sus editoriales se anatematiza al régimen acusándolo de nazifascista y de colaborar con las potencias del Eje. A fines de diciembre de 1943, el gobierno del general Edelmiro J. Farrell ordenó a los diarios que los editoriales debían individualizarse con la firma de sus autores; como consecuencia. La Vanguardia dejó de aparecer.
Tres meses más tarde reaparece, pero siete días después es nuevamente clausurado. El cincuenta aniversario se festeja ante el silencio de las rotativas; "el diario tenía un aire fantasmagórico, comenzaba una época distinta", memora Pan. La irregularidad de las apariciones provoca un estado de falencia económica que obliga al diario a convertirse en semanario. "Para muchos —memora el caricaturista Tristán— era la época del auge; llegaron a imprimirse 280 mil ejemplares. Cada salida del semanario era como un verdadero mitin." Para Pan, en cambio, "fueron momentos difíciles".
La represión policial obliga a los socialistas a fundar una imprenta clandestina en Ranelagh, en la provincia de Buenos Aires, que la policía —a su tiempo— descubrió. "Porque la policía siempre llega —advirtió Pan—. El procedimiento para clausurar en 1947 a La Vanguardia fue sencillo: se enviaban diariamente inspectores de todo tipo, hasta que un día, haciendo pie en la supuesta queja de los vecinos de que la rotativa producía ruidos molestos durante la noche, a pesar de que imprimíamos entre las dos y cinco de la tarde, jamás a la noche, la Intendencia Municipal, por orden de Perón la clausuró". "El actual ministro de gobierno, el doctor Guillermo Borda - si mal no recuerdo - era secretario de gobierno en la Municipalidad", evoca Juan Antonio Solari al ser entrevistado por SIETE DÍAS. Una semana más tarde de la clausura apareció el primer número de La Vanguardia clandestina. El editorial pontificaba "Nos quitan la pluma de la mano, pero no podrán ocultar la verdad de nuestra prédica". Aparecía todas las semanas, gracias al trabajo de un pequeño equipo; la composición se efectuaba en un taller del barrio del Once. Una vez armadas, las páginas se trasladaban en auto hasta diversas localidades del interior de la provincia, y a veces hasta Rosario, donde en imprentas clandestinas —y casi siempre de noche— se imprimía.
El equipo comandado por Pan, consigue eludir la persecución policial hasta que éste se exilia en Montevideo. Desde allí (a partir de 1951, luego del frustrado golpe encabezado por el general Benjamín Menéndez) La Vanguardia se edita en la última página del diario El Sol, dirigido por Emilio Frugoni. Meses más tarde, el periódico socialista tiene dos ediciones, una en papel común y otra en papel biblia. La última se distribuía por todo el mundo.
El 15 de abril de 1953 estallaban bombas opositoras en Plaza de Mayo y en la cabecera del subte "A". La revancha de los peronistas fue el incendio del Jockey Club, la Casa Radical y la Casa del Pueblo. Con las llamas se perdió la primera (y única) colección de periódicos obreros que existía en el país; los archivos de la redacción, los muebles, la sala de máquinas y todas las pertenencias del Partido Socialista. Curiosamente, sólo se rescató el fichero de afiliados.
Con los últimos estallidos sobre Plaza de Mayo, los socialistas se aprestaron a reabrir La Vanguardia. Las ediciones sobrepasan los 200 mil ejemplares. Sin embargo, la oposición neutralizó esa tirada al editar otras hojas políticas. Entre 1955 y 1956 la doctora Alicia Moreau de Justo defenestra de la dirección a Ghioldi. Ese fue el comienzo de fracturas que se irán profundizando con el correr de la década. En julio de 1958 se escinde el partido, y a partir de entonces las nuevas agrupaciones se distinguen como Partido Socialista Democrático (Ghioldi, Solari. Pan y otros) y Partido Socialista Argentino (Muñiz, Palacios, Alicia Moreau de Justo y toda la juventud). Para el sector comandado por Palacios quedará La Vanguardia.
"En este momento La Vanguardia aparece en manos de los dos núcleos del partido Socialista (Argentino y Democrático), siendo yo director de lo que ahora se conoce como Vanguardia negra, en contraposición a la Vanguardia azul, del PSA", explicó Pan. Para Selser "la escisión se originó por la lucha del poder dentro de La Vanguardia, porque ellos son responsables del estado dei partido en este momento, de su desprestigio en la masa peronista. El antiperonismo de La Vanguardia en 1955 se parecía demasiado al antiperonismo de los gorilas, tenía su mismo aire de rencor salvaje contra la clase trabajadora". Un corolario, en fin, que no condice con aquellos ambiciosos enunciados del 7 de abril de 1894.

 

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