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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Los cómicos ambulantes
por Beatriz Seibel

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Centro Editor de América Latina
1982

 

 

 

Los orígenes del teatro occidental se remontan, según los historiadores especializados, al 534 A.C., cuando un actor y autor llamado Tespis, realiza en Grecia la primera representación dramática conocida y asume distintos roles corporizando personajes que convoca el coro, su interlocutor. Eso sucedía dentro de la celebración de las grandes fiestas dionisíacas, ritos campesinos que se realizaban en el tiempo de cosechar la uva, simbolizando y festejando la resurrección anual de la vida en la naturaleza y la fertilidad.
Pero esta audaz novedad no fue bien vista en Atenas; Tespis fue acusado de fingir y mentir y la influencia de personajes importantes hizo que debiera alejarse de la ciudad. Salió entonces a recorrer los caminos, con una especie de escenario móvil, provisto de ruedas -"el carro de Tespis"- y se dedicó a dar funciones en los pueblos.
Hoy, olvidando esos controvertidos orígenes, el simbólico carro es admitido como la esencia misma del teatro occidental. Sin embargo, no se repara con el mismo interés en los grupos de actores que mantienen viva la llama de una experiencia dramática similar, recorriendo los caminos con sus vehículos actuales y armando sus escenarios móviles en los pueblos de nuestro país.
En tiempos posteriores a Tespis, la comedia ática antigua en Grecia presenta personajes cotidianos y los satiriza con monólogos, diálogos y cantos. Según Silvio D'Amico, historiador italiano, esa comedia es lo más parecido a nuestra actual "revista". Y había aún otro género no muy bien visto: el mimo. Según el mismo autor, era "un género inferior; una especie de farsa populachera, nacida entre el vulgo en las fiestas de provincia; probablemente improvisado en sus orígenes. Incluye, sin embargo, entre sus autores, a algunos poetas".
Ya podemos apreciar cómo no es de hoy la calificación de géneros teatrales en "inferiores" y "superiores", según sean populares o reservados a elites de poder cultural.
Muchos siglos más tarde, se realizan pantomimas en los circos que trabajan en nuestro país, en el siglo XIX concretamente; esas representaciones también son improvisadas y están destinadas a un público popular en ámbitos de provincia. Tuvieron el honor de recibir los mismos epítetos desvalorizantes que sus antepasados en Grecia. También existían allí los bufones errantes, "que divertían a la plebe"; andaban de gira en carros de saltimbanquis y actuaban sobre tablados de madera. Estos bufones y saltimbanquis llegaron hasta nuestros días, integrando las compañías circenses y de radioteatro, con las mismas características.
Frente a esa descalificación de los géneros populares, que parece evidente desde que el teatro existe, se alza otra realidad que expone por ejemplo el director teatral Peter Brook, al afirmar que hay dos clases de escena: el teatro "vivo" y el teatro "muerto". Y escribe en 'El espacio vacío': "Siempre es el teatro popular el que salva a una época. A través de los siglos, ha adoptado muchas formas, con un único factor en común: la tosquedad. Sal, sudor, ruido, olor: el teatro que no está en el teatro, el teatro en carretas, en carromatos, en tablados, con el público que permanece de pie, bebiendo, sentado alrededor de las mesas de la taberna, incorporado a la representación, respondiendo a los actores; el teatro en los cuartos de atrás, en los graneros; el teatro de una sola función en cada lugar, con una rota cortina sujeta con alfileres a través de la sala, y otra, para ocultar los rápidos cambios de traje de los actores. He tenido muchas discusiones fracasadas con arquitectos; he intentado en vano comunicar mi convicción de que el problema no es de edificios buenos o malos: no siempre un hermoso local es capaz de originar una explosión de vida; mientras que un local fortuito puede convertirse en una tremenda fuerza capaz de aglutinar a público e intérpretes. Este es el misterio del teatro."
En el Renacimiento, con el Siglo de Oro español, vemos reaparecer esa explosión de vida con el arte de los ambulantes "cómicos de la legua", que actuaban en los mesones y patios, llamados "corrales" y obtenían la misma respuesta del público, que "vivía lo que pasaba en el escenario y reaccionaba con pasión", según la descripción del profesor Emilio Carilla. Por los testimonios de la época, el actor se basaba sobre todo en el gesto, bailaba, cantaba y su arte era creado más en contacto con la vida que con el estudio. Pero esa vida incluía la presencia y el trabajo desde niño o muy joven sobre los tablados, aprendizaje vital y técnico similar al de nuestros actores de teatro popular.
Otra novedad del Siglo de Oro acentúa las similitudes: "Sacábanse ya caballos a los teatros. Grandeza nunca vista hasta ese tiempo... " dice Agustín de Rojas. Y si bien en nuestro circo las proezas ecuestres no eran novedad en el siglo pasado, si lo fue su inclusión en la representación de nuestro primer drama criollo: el Juan Moreira. A partir de allí, los héroes a caballo intervienen en numerosas obras de circo y radioteatro, presentadas tanto en las pistas como en los escenarios, constituyendo una de las atracciones de las puestas que complacían más al público.
También en aquella "época de oro" existió un teatro "clásico", con obras nacidas de la imitación de griegos y romanos, que no sobrevivió. Era el teatro muerto. Precisamente en una polémica que mantienen Cervantes y Lope de Vega se debaten conceptos muy actuales: frente a la conveniencia de los estudios "serios" y de respetar las reglas clásicas en el teatro, Lope responde: "Las reglas son cosa excelente, pero cuando escribo las encierro en el cajón con tres vueltas de llave". Y como Cervantes adujera que "los extranjeros nos tienen por bárbaros e ignorantes", Lope asume su originalidad con orgullo: "El bárbaro soy yo. Me llaman ignorante Italia y Francia".

El teatro "bárbaro" de los gauchos del drama

Nuestro teatro bárbaro, desarrollado también al margen de las reglas, al margen de las modas - hoy dictadas por los centros de poder cultural europeo o norteamericano- goza de esa vitalidad que poseen las creaciones culturales afirmadas en sus raíces y crecidas en fértil contacto con su medio, del que se alimentan sin prejuicios. Para Lope, como en nuestro teatro popular, eran suficientes "cuatro tablas, dos actores y una pasión."
Esa rica tradición escénica llega a nuestro país a través de los volatineros, saltimbanquis y bufones que hacen espectáculos circenses durante el Virreinato y según documenta Raúl H. Castagnino, eran "españoles los maestros y criollos o esclavos los discípulos", que andan por los caminos y gestan nuestro teatro nacional.
Efectivamente, en nuestro ámbito sus formas de representación se adaptan y modifican, incluyendo por supuesto las costumbres, los tipos humanos, la música y las modalidades propias de nuestro suelo.
Acerca de 1870, Arturo Capdevilla escribía: "Ahora y según andan los tiempos, la sola idea de formar una compañía argentina habría hecho sonreír. Parecía cosa inconcebible... ". Porque en ese momento todo era extranjero en el teatro: los actores, los autores y hasta las empresas que presentaban los espectáculos tradicionales en Buenos Aires. Pero la resurrección, la nueva vida de nuestro teatro proviene precisamente del circo, que ha seguido en contacto con el público, que ha desarrollado sus técnicas propias y expresa el sentir esencial de sus espectadores.
Formaba parte del espectáculo circense en el siglo pasado la representación de pantomimas que, después de ensayadas, se hacían "ad libitum", es decir, improvisando sobre un asunto previsto. En ellas, el tema solía ser las tribulaciones de Pierrot o distintos argumentos de "saínetes", denominación que habían adoptado los entremeses del Siglo de Oro para esa época.
Por otra parte, ya en 1881 un atleta y trapecista --José Podestá- había creado en el circo un nuevo estilo de payaso: Pepino el 88. Este "clown criollo", como lo denomina Raúl H. Castagnino, cambia la modalidad corriente de clowns a la inglesa, como Frank Brown, y hace canciones satíricas donde interpreta tipos populares de la época, refleja con humor costumbres y comenta las alternativas políticas del momento con agudeza e ironía, diciendo en broma y con música lo que siente la gente en serio en la calle.
Su estilo es el antecedente directo del que tienen nuestros monologuistas de revista en este siglo y los actores creadores de tipos populares como Parravicini, Muiño, Arata, etc. Pero el aporte del circo y la familia Podestá a nuestro teatro no se detiene allí. En 1884, en el circo de los hermanos Cario, nace la idea de hacer algo diferente para la pantomima de una función de beneficio y se elige un tema que saturaba el ambiente en ese momento: el del gaucho perseguido víctima de la autoridad. Ya José Hernández lo había registrado en su Martín Fierro con resonancia extraordinaria y Eduardo Gutiérrez lo desarrollaba en el Juan Moreira, que publicó en forma de folletín en el diario La Patria Argentina. Se elige este último personaje. Para protagonizar esa novedad, Gutiérrez exige un actor criollo. La elección recae en José Podestá, que canta, toca la guitarra, sabe montar a caballo y usar el facón; toda su familia es contratada además para completar el elenco.
La pantomima obtiene un gran éxito y todos sus cuadros se hacen con mímica, acompañada con música; sólo en la escena de la fiesta, Moreira canta un estilo que despierta el entusiasmo del público. Los caballos en la pista, las escenas de acción y el realismo en la pintura del ambiente causan sorpresa y adhesión. Un tiempo después, en 1886, alguien sugiere a Podestá introducir la palabra y así, el 10 de abril de ese año, se estrena en Chivilcoy el primer drama criollo, en un circo.
A partir de allí se desarrolla con vigor nuestro teatro popular, ya que la resonancia del Juan Moreira es tan grande que el repertorio se amplía y se incorporan los autores locales, muchos de ellos actores también del circo. En las obras se da lugar a las canciones, los bailes, las payadas, reuniendo en fructífera conjugación todas las expresiones de arte popular. El circo criollo define su imagen: espectáculo de primera y segunda parte, con acrobacia, payasos, animales, etc., en la primera y obra teatral en la segunda.
Hacia principios de siglo, ya son varios los circos que han adoptado esa modalidad original, y por su parte los Podestá pasan a los escenarios tradicionales, marcando con sus temporadas del Teatro Apolo en 1901 y 1902, con 1016 y 969 funciones respectivamente, la vigencia de un teatro nacional que dos décadas antes era impensable.
El estilo de estos actores, que en la primera parte actuaban como acróbatas, equilibristas o payasos y en la segunda interpretaban las obras, era naturalmente diferente. A todas sus destrezas físicas se sumaba la costumbre del predominio de la acción sobre el texto, lo que daba extraordinario realce a las escenas. Agregado a ello, su trabajo como cantores, bailarines o guitarreros conformaban un estilo propio que los hacía intérpretes completos.
José Podestá dice en sus Memorias: ¡"El circo, sí, el circo! ¡Sobre su arena fue nuestra escuela, sobre su arena conquistaron los gauchos del drama las tablas de los escenarios! Tal el humilde y honroso origen y ningún arte escénico puede ostentarlo mejor."
En efecto, de nuestro circo nace una dramática y un estilo que luego vuelca su cauce en numerosos ríos, para fecundar diversas expresiones del teatro popular. Por una parte, los escenarios tradicionales reciben el aporte enriquecedor de los actores y autores nacidos del circo, que señalan toda una línea temática de aproximación a la realidad, reflejada en la producción teatral de este siglo, con sus saínetes, dramas criollos, comedias porteñas o provincianas, más tarde con los grotescos, luego con las comedias musicales porteñas, etc., conformando una expresión propia en el área del teatro tradicional.
Por otra parte, los circos criollos continúan su marcha y si bien se van alejando del centro de la capital federal y de los centros de las grandes ciudades, recorren pueblos y suburbios ofreciendo sus representaciones diferentes, bajo la carpa, en la pista y el tablado, incorporando nuevas obras constantemente a su repertorio y llevando el teatro principalmente a todo el interior del país y a países vecinos. Bolivia, Chile, Perú, etc., gustan del repertorio del circo argentino.
Otras expresiones populares, aún no registradas en nuestra historia teatral, han recibido también el aporte fructífero del circo criollo. la revista y el varíete. Dos géneros, que como todas las expresiones dramáticas populares, se entrecruzan y mezclan influyéndose recíprocamente. La revista criolla (o revista porteña) con su desfile de bailes, canciones, sketchs y monólogos tiene características propias y diferentes de las que se presentan en otras partes del mundo, heredadas indudablemente de nuestro circo. Por su parte, el varíete, o lo que se llama números de variedades, reúne en su amplio espectro a cómicos, cantantes, bailarines, excéntricos, magos, payasos y toda la gama de artistas circenses que trabajan fuera del circo, en locales diversos de reunión pública que han ido cambiando en el tiempo, desde las antiguas confiterías del Balneario Sur hasta los actuales café-concert, desde los teatros de variedades y cabarets de otras décadas hasta la radio de antes y la televisión de hoy.
Se ha dicho que todos nuestros cómicos son hijos del circo y realmente lo son, en sentido real o simbólico. Son incontables los actores que han aprendido su oficio cuando niños en las pistas y los que no lo han hecho así han recibido sin embargo sus técnicas por tradición oral del mismo origen.
Las modalidades de trabajo de los circos criollos, "única oportunidad de diversión y el solo vehículo de un mínimo de arte que durante más de un siglo conocieron millares de argentinos", según Raúl H. Castagnino, son similares a las del teatro popular de todos los tiempos. Familias de comediantes, donde trabajan todos los miembros, chicos y grandes; intercambio de roles, según las necesidades del espectáculo; repertorio de obras nacionales, que en buena parte se conocen de memoria; estrenos frecuentes y reposiciones de "clásicos" populares que no pierden vigencia; dominio del cuerpo y de la voz para trabajar en diferentes estilos y adaptarse a distintos ámbitos; aprendizaje técnico sobre el escenario, realizado durante largos años, y generalmente comenzado en la infancia.

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La Compañía Juventud en 1936, cuando se iniciaba con Adalberto Campos, Elena Lucena y Audón López

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Humberto Lopardo "Pichirica"
en El Boyerito

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Pichirica en una Cruz entre dos madres

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Pichirica en Madre Gringa

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Oscar Ubriaco Falcón en El negro Candelario, pulpero y comisario (1967)

La vida en el circo criollo

Los testimonios relatan con la mayor elocuencia la realidad del trabajo circense; los hermanos Videla, descendientes de una familia que comienza su trayectoria hacia principios de siglo, con su abuelo Rufino, describen así su experiencia:
Oscar: "Yo nací en 1943, en Etruria, Córdoba, en el Circo Stancovich. En aquella época, hasta los circos chicos tenían muchísima gente; seis, ocho familias. Ese circo era de primera y segunda parte.
Jorge: Yo nací en el Circo Fernández, en el año 40; era de un gran actor y director, el señor José Fernández; también de primera y segunda. Estábamos siempre de gira por eso yo nací en Trenque Lauquen y mi hermano en Córdoba. Antes de tener circo propio, la familia trabajaba en diferentes compañías. En el trabajo nos complementábamos; por ejemplo, nosotros, que éramos cuatro, hacíamos así: yo hacía trapecio, mi hermano parada de manos y juntos, acrobacia; mamá hacía la damita en la segunda parte cuando era joven, o después las características; papá, los traidores...
Oscar: Los actores ensayaban a su vez acrobacia. Los chicos y todo el elenco teatral trabajaban en la pista. Mi tío José, que era director y actor, hacía también el tony Firulete.

Jorge: Era común que el primer actor cómico en las obras hiciera el payaso en la primera parte; algo parecido al capo cómico de la revista, que encabeza el espectáculo. Cada compañía tenía en su repertorio 40 o 50 piezas, porque había que hacer una por día. Papá hacía de todo también en acrobacia y mamá entraba con los acróbatas como figurita, hacía las poses en la pirámide, la parada de manos...
Oscar: Estuvimos con el Circo Elles, haciendo primera y segunda parte, hasta el año 64. Luego ya se fue perdiendo un poco el circo criollo.
Jorge: Nosotros hicimos acrobacia desde chicos; a los cuatro años ya estábamos en la pista. Y representábamos todos los papeles de chicos que había en las obras. La pieza típica para debutar era el prólogo de Flor de durazno.
Oscar: Y la otra, el papel del cachorro, el hijo, en Juan Moreira. Eran las primeras letras; y el primer papel de galán era el de El calvario de una madre. Cuando uno llegaba a ese papel, que tiene tres bocadillos en el primer acto, ya era importante.
Jorge: Y después, hacer el hijo de Mate Cosido. Por cierto, lo que queríamos los chicos era llegar a hacer esos papeles y después, los partiquinos; uno se iba fogueando, hasta que llegábamos a interpretar todos los personajes. A los 22 años hacía los galanes; también llegué a componer tipos, porque en el circo hay que hacer de todo.
Oscar: El actor de circo tiene otra formación que el actor de ciudad. Por ejemplo, cuando hay que hacer una pelea en una obra, nosotros peleamos a caballo, en el suelo...
Jorge: Nosotros hacemos pelea de caballo a caballo, de caballo al suelo, peleamos a sable, o lo que es más difícil, de sable a daga, o con lanza, o lo que sea... Escenas de acción.
Oscar: Yo heredé toda la ropa de mi tío Tulio, que falleció, y ahora hago la pareja de tonys con mi padre, que en los últimos años se dedicó a payaso y se llevó los mayores laureles. Hasta el nombre, todo igual, continúan: Piolita y Pacusito, sólo que ahora Pacusito soy yo."
Una generación anterior nos revela otros aspectos del circo criollo en una época más lejana. Héctor Lorenzo Couton, de 68 años de edad, recuerda: "Antes de nacer, ya era artista. Mi mamá trabajaba con dos caballos, sobre el hombro de mi papá. Entonces ella estaba en estado. Yo estaba adentro y ya era artista. En ese tiempo ellos trabajaban en el Circo Politeama Frank Brown, donde está ahora el Obelisco. Mis padres actuaban como Miss y Mr. Duprat, o Los Duprat, aunque nuestro verdadero apellido es Couton. Todavía conservo algunos programas de aquellos circos, por ejemplo uno del año 1916, cuando mis padres trabajaban con la "Gran Compañía Ecuestre Acrobática y de Dramas Criollos" dirigida por José J. Podestá. Era el circo criollo de primera y segunda parte, que se hacía en el Pabellón de Novedades, en Corrientes esquina Bermejo. Había función matinée, vermouth y noche. En la primera parte trabajaban los acróbatas, equilibristas, mis padres con sus actos ecuestres, los clowns, los tonys, la mona Geisha... En la segunda parte, se daba la obra: a la tarde, las tribulaciones de un criollo y a la noche Santos Vega, con una gran fiesta campestre, bailes criollos, el pericón nacional, el gato polkeado, el malambo... Había cantores, guitarreros y acordeonistas, además de los actores, que cantaban y bailaban. A los seis años aprendí a hacer contorsiones; primero enseñan los pasos de baile, el saludo; después ya lo cuelgan del trapecio, le enseñan a hacer saltos, parada de manos, parada de cabeza. A esa misma edad, hacía el Juancito, el hijo de Juan Moreira, que le viene a cebar mate al padre; después salía a bailar en el pericón y hacía de comparsa. El Juan Moreira era don Pepe Podestá.
Después, más grande, a los diez años, hice el prólogo en la obra Flor de durazno, donde aparecen los personajes cuando niños. Yo hacía Fabián, porque tenía cara de ángel, de muñequito, tanto que un día me quisieron vestir de mujer para reemplazar a la chica que hacía de Riña, y se había enfermado. ¡Me hacían pasar una rabia en el circo!... A esa edad ya hacía también el Juanín, en El rosal de las ruinas, el chico que atiende el boliche y la posada y tiene un momento en que canta una canción. Eso era en el Circo Totó, de mi cuñado, que hacía primera y segunda parte; era muy conocido en las provincias. Totó era tony y después era protagonista en las obras; hacía El último gaucho, Santos Vega, Juan Moreira, El rosal de las ruinas. El puñal de los troveros, etc. Era el marido de mi hermana, Ana Clara Couton. Andaba por todas las provincias, por Tucumán. San Juan, por todos lados.
A los 20 años, me independicé con mi hermano, Víctor Carlos, cuatro años mayor que yo. Formamos la pareja de clown y tony, y nos pusimos 'Les Couton'. Preparamos un número acrobático y cómico, que se denomina número de 'dandy' o de 'salón'."
La historia de Couton continúa hasta hoy. Ese dúo cómico con su hermano se prolonga pero se interrumpe cuando fallece Víctor Carlos, en 1981. Como "Les Couton" recorren América, llegan a Estados Unidos, trabajan muy bien allí y vuelven al país. Actúan en teatros cabarets, revistas, cine, televisión, lo mismo acá que en otros países. Actualmente, Couton hace otro personaje: "El Marinero Loco", donde toca la armónica y desarrolla su comicidad. Está destinado a los chicos y se presenta para cumpleaños infantiles, en clubes, en casas de familia, etc. Continúa trabajando.
Este testimonio nos muestra claramente cómo los géneros populares se intercambian sin dificultad y puede pasarse del circo al cine, del teatro de revistas a la televisión o a divertir a los niños, gracias a una preparación técnica que permite competir en los más diversos ámbitos. Inclusive en medios artísticos tan exigentes como los de EE.UU. donde "Les Couton" accedieron a los shows de teatro y televisión, al cine, etc. Precisamente cuando entre nosotros se pregona la falta de preparación de los actores argentinos o que no son completos ni tienen el nivel técnico que existe en Estados Unidos, por ejemplo, donde es común que el actor cante, baile y actúe.
Resulta evidente que esto sucede en el área de los actores "cultos", que por ruptura con nuestra tradición han dejado de lado las técnicas que dieron origen a nuestro teatro para dedicarse únicamente a métodos importados que hoy se reconoce que son insuficientes. Esto no sucede con los artistas populares, que por exigencia de los distintos medios en que actúan, sí poseen diversas destrezas físicas y adórales, como nuestros primigenios actores de circo.
La relación con el público también era y sigue siendo diferente. En el circo criollo, los espectadores se posesionaban, se producía esa explosión de vida que hacía que muchas veces alguien subiera al escenario a defender al héroe o atacar al villano. Las obras eran seguidas siempre, aunque conocidas, como si fuera la primera vez, con intereses apasionados. Con su repertorio de unas 50 obras, el circo podía quedarse tres o cuatro meses trabajando en un pueblo, haciendo un estreno por noche y manteniendo una gran compañía.

(sigue)

 

 

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