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ABAL MEDINA, RAMUS
LA MUERTE DE LOS ESLABONES

Abal Medina, Ramus
   
Un tiro en la boca, otro en la oreja, dos en la nuca y dos en el corazón, acabaron el lunes 7 con la vida del longilíneo Fernando Luis Abal Medina (23, soltero), uno de los secuestradores de Aramburu, según la policía. Como el otro raptor, Emilio Ángel Mazza, ya había expirado en un hospital cordobés pocos días después del operativo La Calera, cundió cierta decepción entre los investigadores cuando se enteraron que el joven estanciero Carlos Gustavo Ramus, en cuyo feudo de Timote fue hallado el cuerpo exánime de Aramburu, apenas si sobrevivió unos segundos a su compinche Abal: el mismo lunes 7 se autodestrozó con una granada que intentaba arrojar a los cuatro policías con los que se tirotearon en la pizzería La Rueda, de William Morris, Hurlingham. Claro que resta aún la posibilidad de que los prófugos Mario Firmenich, Esther Norma Arrostito y Carlos Capuano Martínez, puedan ser atrapados con vida: el testimonio de este trío podría ser importante para convencer al juez de que los detenidos Carlos Maguid, Nélida Arrostito de Maguid, Ignacio Vélez y el cura Alberto Carbone faltan a la verdad cuando afirman que nada tuvieron que ver con el secuestro de Aramburu. Es que justamente el día que se iniciaba la instrucción judicial contra estos últimos, una llamada telefónica anónima alertó a la seccional cuarta de Morón: individuos sospechosos —dijo el misterioso informante— platicaban en torno a una mesa de La Rueda. "Con las primeras horas de la noche —explicó el comisario Fernando Tuzio, titular de esa seccional— 63 común recibir ese tipo de denuncias; por eso enviamos una dotación reducida." El miércoles 9, sin embargo, el coronel Pedro Osvaldo Quiroga, subjefe de la policía bonaerense, dijo a los periodistas que los investigadores ya estaban sobre la pista de elementos sospechosos en esa zona, por lo cual "la repartición alertó a todas sus unidades, hasta que el 7 del actual se recibieron sendos llamados telefónicos, primero en la Unidad y luego en la seccional cuarta". Este alerta previo tal vez explique la presencia en el lugar del agente Héctor Carlos Sevico, herido durante el tiroteo —se afirma —pese a no haber integrado la comisión remitida por la seccional; sería imprudente, por otra parte, imaginar que Sevico —ahora internado en el hospital Churruca —es miembro del Comando Conjunto de Operaciones de la Comisión Nacional para la Observancia de la Ley, una institución que se atribuye los telefonazos a la policía; el jueves se desmintió que Sevico hubiera estado en el lugar. Lo cierto es que el fatídico lunes 7, cerca de las 8 de la noche, había dos automóviles estacionados en la calle Potosí, casi esquina Moctezuma, de la localidad de William Morris: un Peugeot borravino, con las luces encendidas, y un níveo Fiat 1500, completamente a oscuras; entre ambos rodados se abría una distancia de 10 metros. Los testigos relatan que tres jóvenes de sexo masculino bajaron y tomaron asiento en torno a la penúltima mesa de La Rueda, que da a un amplio ventanal sobre la calle Moctezuma. "Charlaban despreocupadamente y reían", confesó José Gerardo Sabatino (35, dos hijos), dueño de la pizzería. En cada uno de los vehículos había quedado un hombre, de modo que éstos pudieron observar cómo, a las 20.15, el patrullero Ford Falcon — único con que cuenta la seccional cuarta— estacionaba entre los dos. El cabo 1º Roque Hernández (40, dos hijos) se dirigió al local mientras su colega Roberto Caruso se aprestaba a interrogar al habitante del Fiat; el cabo Luis Mario Bravo y el agente Clemente Ríos se apostaron en la puerta. Todo sucedió en unos pocos y vertiginosos minutos: mientras el conductor del Fiat se bajaba de su coche y con pasmosa tranquilidad declaraba que se había olvidado todos los documentos en su casa, el cabo Hernández fue recibido por una impresionante balacera, descerrajada por los tres individuos que estaban dentro de la pizzería. Inmediatamente, el sujeto del Fiat se sumó al ataque y otro tanto hizo el que estaba en el Peugeot (Ramus) y que, hasta ese momento, no había sido notado por los policías. Algunos testigos prefieren otra versión. Según el pizzero Sabatino, los disparos vinieron de afuera del local y recién entonces, los tres parroquianos —que vestían sobriamente, lucían bigote y uno de ellos larga cabellera— desenfundaron sus armas y acometieron contra Hernández. Uno de los desconocidos destrozó con su cuerpo el amplio ventanal y pudo huir, herido por las astillas del cristal roto, mientras el cabo se replegó sobre la calle, introduciéndose en la rotisería La Reina, contigua al local: "Estoy herido, mire cómo me dieron", musitó Hernández al dueño de la rotisería, quien no quiso dar su nombre. "Me dio mucha impresión —continúa—. Luego, al ver a otro compañero herido, empuñó el arma y salió otra vez. Muy valiente. Volvió a recibir impactos y cayó sobre la vereda. Recuerdo que su cabeza estaba en dirección a la esquina, pero sus disparos iban dirigidos en sentido opuesto, hacia el Peugeot: desde allí llegaban ráfagas de ametralladoras". En tanto, uno de los terroristas que estaba dentro de la pizzería, buscó refugiarse en los coches corriendo por Potosí; fue acribillado a los pocos metros, pese a haber traspuesto en su carrera los cuerpos caídos de Hernández y Caruso: era Abal Medina. Herido desde el principio, Ramus salió del Peugeot con una metralleta en la mano y una granada en la otra; un balazo chocó contra la granada y ésta explotó sobre el cuerpo del montonero: "Lo que más recuerdo fue el grito desgarrador que siguió al estruendo; yo no pude ver nada porque al primer disparo bajé la cortina", memora Amalia I. de Hernández, quien atendía un quiosco sobre Moctezuma. A partir del alarido de Ramus, muerto casi en el acto, el tiroteo decreció hasta desaparecer. De los cinco terroristas, dos habían muerto (rumbo a la comisaría, arriba, izquierda); uno de los que estaban en la pizzería fue apresado y dos huyeron: el del Fiat y el que atravesó los vidrios. Entre los policías, dos cayeron gravemente heridos (Hernández y Caruso), el cabo Bravo recibió un raspón en el hombro y el agente Ríos resultó ileso. Cuando la pólvora se disipó, comenzaron a correr rumores de que los prófugos eran Firmenich, Capuano Martínez y la Arrostito; también circuló la especie de que el comando se aprestaba a tomar las instalaciones de Radio Belgrano, algo inverosímil teniendo en cuenta que ninguna célula experimentada comete el error de reunirse en un lugar público, sobre el fondo del local y junto a una ventana, fechorías. Ya tranquilos los ánimos, el pizzero Sabatino balanceó los hechos ante SIETE DIAS: "Ahora vendrá más gente aquí, no lo niego, pero me dejaron todo el spiedo agujereado de 17 balazos". Pero el turbión continuaba: los días miércoles y jueves azoraron a los pobladores de Morón, y Bella Vista con cinematográficos operativos en busca de Firmenich y Cía., al tiempo que desde otros ángulos se desplomaban sobre el país inquietantes signos: una impresionante corrida de dólares — se reveló el miércoles— está desgarrando las arcas oficiales. Según Egidio Ianella, titular del Banco Central, la "demanda especulativa observada en el mercado de cambios" hizo disminuir las reservas de la Nación en 3.500.000 dólares y lo obligaron a vender 720 mil para mantener la moneda norteamericana a 4 pesos nuevos. Ese mismo día, el gobierno incursionaba en la audacia: se creaba finalmente la Comisión Interministerial (Ver SIETE DIAS Nº 174) "destinada a proponer las estrategias económicas de corto y mediano 'plazo", según expuso en la primera reunión del organismo (miércoles 9) el presidente Roberto Marcelo Levingston. ¿Qué función cumple entonces el ministerio de Economía —se preguntaban los observadores—, sobre todo si dicha comisión estudiará también la "reactualización de la política de ingresos"? Levingston agregó que la labor a emprender requiere "por sobre todas las cosas, un total desprendimiento de esquemas personajes". ¿Se refería a los liberales, a los desarrollistas —dos sectores antagónicos que anidan en su gabinete— o a ambos a la vez. El jueves 10, La Razón interpretó que el gobierno se había dado un plazo de 5 años antes de dejar el poder. Lo único indudable, con todo, fue la urgencia de implementar antídotos político-económicos contra la subversión, un ítem que a partir de los últimos hechos reingresó en zonas penumbrosas: "Es un disparate la ideología que se pretende atribuir a mi hermano —tronó Juan Manuel Abal Medina (arriba), correligionario de Marcelo Sánchez Sorondo—; Fernando era nacionalista católico". Hacia el mediodía del jueves se difundía un presunto comunicado de los Montoneros: decía que la muerte de los "dos combatientes" se debió a un "error propio" y anunciaba que los "delatores" serán "pasados por las armas"; otra célula, denominada Emilio Mazza, enviaba pruebas de su participación en el asesinato de José Alonso.
Revista Siete Días Ilustrados
17.09.1970

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