Un periodista inquieto pretendió, hace algunos
meses, hurgar en la oratoria de los Ministros de Economía que
cubrieron sucesivamente el puesto creado en 1958, cuando Arturo
Frondizi reformó la estructura del Gabinete. Concurrió entonces a la
oficina de prensa del Ministerio, pero sin éxito, porque allí no se
ocupan de conservar los discursos. Apenas se pronuncian, los
transcriben, los reparten entre los hombres de prensa y, si existe
un sobrante, los archivan hasta que el titular de turno renuncia —la
historia revela que 14 Ministros cumplieron este trámite; sólo uno
falleció en su puesto—, en cuyo caso se tiran y se pasa a
transcribir los discursos del nuevo Ministro. Las copias no usadas
se arrojarán al cesto apenas eleve su renuncia.
Las palabras de
Aldo Ferrer, decimosexto titular de la cartera económica, parecen
condenadas a la misma suerte. Pero esta tradición burocrática que
tiende un manto de silencio tras los talones de los Ministros
salientes, disimulando contradicciones, exabruptos y promesas
incumplidas, será particularmente piadosa para con el último de la
serie, pronosticador empecinado en torcer el rumbo de las cosas, con
derroches de optimismo y pirotecnia verbal. Porque Ferrer abusó del
lenguaje más que la mayoría de sus predecesores y casi tanto como
Álvaro Alsogaray.
Avalado por una reconocida experiencia
académica, su fugaz gestión al frente de la cartera de Economía de
la provincia de Buenos Aires, su identificación con el desarrollismo
cepalino y el reproche nacional a la línea económica impuesta el 13
de marzo de 1967, Ferrer aparece como la "conciencia crítica" del
Plan Krieger Vasena. "No es desdeñable la reducción de la inflación
en un 20 por ciento", confiesa a primera plana diez días antes del
cordobazo; tampoco la acumulación de divisas ni la estabilidad del
dólar. "Quizá sea el equipo Krieger lo que necesita el Gobierno en
esta etapa", se dice entonces, pero lo hecho no alcanza —de ello
está seguro— para impulsar la etapa del despegue económico. Se
desaprovechan los recursos que el Estado tiene a mano, falta una
clara política de radicación de capitales y, más aún, "Krieger
carece de la actitud política y la sensibilidad social necesarias
para pasar de la estabilización al despegue". La rigidez salarial,
sin la debida contención de los precios, puede llevar al fracaso de
todo el esquema político del Gobierno, vaticina.
Es más, cuatro
años antes del incendio cordobés, Ferrer tenía bien claro que "para
lanzar una vigorosa política de desarrollo es esencial la
consolidación de la normalidad política e institucional". "Error
frecuente de los planificadores —machaca en 1965— es suponer que
basta tener un plan para asegurar el desarrollo, cuando lo
fundamental es la decisión de ejecutar políticas efectivas. El plan,
en tal caso, es apenas un instrumento de tales políticas." Ferrer
supone, en octubre de 1970, que el ex Presidente Levingston acomete
a fondo una rectificación del rumbo de la Revolución Argentina; no
vacila entonces en prestarle sus banderas económicas, casi la última
esperanza del sector empresario nacional, uno de los más castigados
por el plan estabilizador.
El Banco Nacional de Desarrollo; el de
Comercio Exterior; la acometida de 50 grandes proyectos en materia
de obras públicas, "para que los argentinos nos quitemos todos los
complejos"; la exaltación de las industrias básicas; la tonificación
—reconversión— de las manufacturas deprimidas; el tibio nacionalismo
del "Compre Nacional"; la promesa de aliento al agro; la reapertura
del diálogo obrero-patronal; más otros puntos menores, constituyen
el programa salvador con el que tienta a sus interlocutores.
Pretende forzar el paso, pero tantas veces como lo hace se da de
cabeza contra la pared y, como si nada importase, sigue hilvanando
promesas en público, tejiendo la trama de falsas expectativas que
acabaría por atraparlo y Ío entregaría, atado de pies y manos, a los
críticos liberales. Obligados a silencio por su fracaso histórico,
los economistas ortodoxos y la prensa que los respalda no atacan de
frente a la conducción Ferrer, no cuestionan explícitamente sus
banderas: prefieren unirse al coro de los que reclaman hechos
concretos.
Heredero de una economía en franco avance hacia la
recesión y el despertar de una inflación adormecida compulsivamente
por Krieger Vasena y sus sucesores, Ferrer propone atacar la primera
—desatando las fuerzas del desarrollo— para conjurar la segunda.
Sabe que ello lleva su tiempo, que el clásico ciclo auge-depresión
de la economía argentina no va a desaparecer de la noche a la
mañana, que toda una trama de relaciones económicas y sociales está
montada para frustrar sus intenciones, que existe un poder formal y
otro real y no es precisamente el segundo el que se le permite
ejercer, que los sectores que suscriben sus intenciones no pueden
apuntalarlas, que para impulsar el crecimiento es imprescindible "la
consolidación de la normalidad política e institucional". Sin
embargo, a pesar de todo, se compromete a producir resultados
rápidos, casi milagrosos: en 1971, la inflación no treparía mucho
más allá del 10 por ciento, porque la economía crecería cerca de un
8 por ciento.
Estos pronósticos de principios de año constituyen
casi un símbolo del estilo de conducción de Aldo Ferrer y su staff
de jóvenes tecnócratas, casi todos ellos formados en la disciplina
del Instituto Torcuato Di Tella. Acostumbrados a vivir en las
etéreas abstracciones de la economía académica, la cruda realidad
los mueve a falsear cifras y pronósticos, a construir deliberados
castillos de arena, antes que a cuestionar sus esquemas doctorales.
No les queda otro camino, entonces, que caer en el más crudo
oportunismo político.
Un símbolo: durante las primeras semanas de
su gestión, Ferrer ejercita con todo desparpajo la más extrema
demagogia agrarista, porque le era imprescindible lograr puntos de
apoyo, por más endebles que éstos fuesen. Por ello no ataca de
entrada el problema de las carnes y se niega al consejo de imponer
ya la veda como le susurran algunos de sus asesores. Sólo cede mucho
después, cuando la situación es irreversible, bajo la presión
conjunta de los frigoríficos y algunos industriales, al borde del
colapso de las exportaciones y el índice de precios; en fin, cuando
la diversificación de sus puntos de apoyo le permiten prescindir del
aval agropecuario.
Se trata de quedar bien con Dios y con el
Diablo, si es posible. Este estilo del gabinete económico saltó, en
los últimos días, las fronteras nacionales; aparece nítido cuando se
compara la gestión del Subsecretario de Economía Juan V. Sourrouille
en Santiago de Chile, en la reunión de la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL), con la del propio Ferrer en Lima, durante la
asamblea anual del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El
primero, como jefe de la delegación argentina, se opuso a la
inclusión en el documento final de la conferencia de un tibio
párrafo sobre el cambio de estructuras —dice textualmente: "Los
cambios estructurales en el sector agrario y económico son el
prerrequisito del desarrollo, al cual, por otro lado, debe
distinguirse del simple crecimiento económico, que no altera las
estructuras y puede agravar el desequilibrio socioeconómico del
continente"—. Ferrer,
por el contrario, desempolvó en Lima un
duro discurso en el que destacó los efectos nocivos de la acción de
las corporaciones multinacionales en América latina, quizá para no
quedar muy atrás de Perú, Bolivia y Chile. Pero ello no le impidió,
de regreso en Buenos Aires, tomar contacto con la Cámara de Comercio
Argentino-Norteamericana para asegurarse un buen recibimiento en
Washington, hacia donde voló después para rendir examen anual ante
el Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso (CIAP).
Pero, más allá de la anécdota, lo que cuenta es la dura realidad
económica, el análisis de los resultados del primer trimestre del
año a la luz de los pronósticos oficiales. Nada se ajustó a las
previsiones del Ministerio de Economía: por ello, el equipo Ferrer
se vio en figurillas para contestar a las famosas 50 preguntas de
las Fuerzas Armadas en su último examen ante el Ejecutivo, el
definitivo. "Estaban hechas con muy mala intención", recuerdan los
técnicos de Economía, que tuvieron que extremar sus malabarismos
estadísticos para tratar de hacer un digno papel. Pero días más
tarde, cuando comienzan a trascender las cifras del informe
económico del primer trimestre del año y diversos estudios privados
que las complementan, comienza a desnudarse ante los observadores
una realidad sólo entrevista hasta entonces y que no justifica el
optimismo fácil, aun apelando a benevolencias extremas.
El país
sólo creció un 2,3 por ciento durante el primer cuarto del año, lo
que indica que aún no llegó al final de la pendiente (en 1970 la
economía argentina avanzó un 4,8 por ciento, contra un 6,9 por
ciento promedio de toda América latina). Ocurre que el agro retaceó
ahora su aporte y esta falta apenas fue compensada por la actividad
industrial y los servicios. Sin embargo, Ferrer se aferró a algunos
índices de producción industrial de marzo que revelan tendencias
ascendentes para justificar su confianza en que ya se estaba
saliendo de la recesión, contra la impresión de muchos sectores
empresarios. Su caballito "de batalla es el caso de la industria
automotriz —en marzo la producción aumentó un 15 por ciento y las
ventas un 27 por ciento— pero al analizar la situación del sector
surge la duda.
En primer lugar las ventas de automóviles van
sobre ruedas sólo porque la inflación galopante es el mejor
argumento para cambiar de modelo o comprar el primer coche y, por
otra parte, porque en marzo se colocan en el mercado los pedidos
acumulados de los nuevos modelos. Un índice claramente negativo es
el de la fabricación de unidades comerciales —casi siempre revelador
de la marcha de la inversión—, que cayó un 13,5 por ciento. En suma,
el crecimiento del sector automotor es un globo que puede
desinflarse en un santiamén, en pocos meses.
El otro ejemplo
puesto sobre el tapete es el del ritmo de despachos de cemento a
plaza —trepó en marzo un 28,4 por ciento—. En realidad, en parte es
resultado de la reciente ampliación de la capacidad productiva de
las cementeras nacionales y, además, si la construcción privada
conserva un tren intenso es en parte también resultado de las
expectativas inflacionarias que se arraigan cada vez con más fuerza.
Ferrer omitió también informar los índices de desocupación de abril,
que revelan un firme avance del desempleo en todos los frentes: sólo
la ciudad de Formosa está creando nuevos puestos de trabajo en la
medida suficiente como para reducir las legiones de los sin trabajo.
En el Gran Buenos Aires, los desocupados ya alcanzan el 6 por ciento
y en las provincias pobres o en crisis —Tucumán, Comodoro Rivadavia
y Posadas— suman entre el 9 y el 12 por ciento de los trabajadores.
Éstos resultados, sin embargo, no parecen concordar con los de una
encuesta privada, la que la Fundación de Investigaciones Económicas
Latinoamericanas (fiel) realiza entre 400 grandes firmas
industriales: los resultados del primer trimestre parecen satisfacer
a los grandes empresarios, y éstos no abrigan grandes temores con
respecto al resto del año. Sin embargo, el balance final confirma la
imagen recesiva y la presunción empresaria de que la inflación
permitirá reactivar la economía sólo por algunos meses. Las
economías del interior, entretanto, no podrán remontar la cuesta
abajo hasta tanto la demagogia federalista no cuaje en medidas de
relevancia (ver págs. 16-17).
Las exportaciones de los primeros
tres meses del año fueron afectadas por el intríngulis de las carnes
y la pobre cosecha de trigo, que apenas cubre la demanda interna. En
cambio, las importaciones resultaron muy superiores a lo previsto, a
contramano de la marcha de la economía. "Se trata —opinan los
observadores especializados— de compras especulativas aconsejadas
por el temor a grandes devaluaciones, aunque también incide en el
hecho de que las grandes empresas extranjeras usan el expediente de
sobrefacturar sus pedidos a las casas matrices para ocultar la
remisión de dividendos al exterior". En definitiva, se esperan
exportaciones por 1.600/1.700 millones de dólares para el año, menos
que el año pasado pero nada catastrófico. Mejorarán en los próximos
trimestres sobre la base de la normalización de los embarques de
carnes —proceso que ya se insinúa— y la salida de una excepcional
cosecha gruesa —maíz y sorgo.
Pero ocurre que los movimientos
de capitales están haciendo tambalear al Banco Central; las reservas
continúan drenando al compás de la fuga cíclica de los capitales de
corto plazo y la especulación cambiaría derivada de temores
políticos —la cuasi confirmación del alejamiento de Ferrer y los
rumores de asonada castrense llevaron el dólar paralelo hasta los
490 pesos viejos, el viernes—. Este proceso pone en peligro el
sistema de las minidevaluaciones en uso, porque si el peso argentino
—ya sobrevaluado— continúa alejándose de la paridad real con el
dólar, no le va a quedar a las autoridades otro camino que apurar un
brusco reajuste, con el deterioro que implica. Como única
alternativa viable, llegado el caso, queda el denostado control de
cambios, con el que no comulga el flamante presidente del BCRA.
Entretanto, una de las consecuencias domésticas del famoso
estrangulamiento externo (la escasez de divisas y la imposibilidad
de mitigarla) es la iliquidez. El heterodoxo Daniel Fernández, ex
conductor del BCRA, desligó la oferta de dinero de los vaivenes de
la balanza de pagos; con ello logró acompañar la inflación, aunque
no canalizar el crédito hacia la empresa nacional pequeña y mediana
(antes que arriesgar, los bancos prefieren tener el dinero en el
tesoro). No se sabe cómo actuará Grüneisen, pero se puede presumir
que optará por la cautela, con tal de no seguir alimentando la fuga
de dólares. "Una vez más, la inflación va a ganar la carrera —se
comenta en Economía—, y los aumentos salariales resultarán una pobre
tónica."
El presupuesto, entretanto, hace agua por todos lados,
tensionado por los sueldos e inversiones de las empresas públicas,
las cruzadas populistas del Ministro de Bienestar Social, la limosna
para las provincias atrasadas, la necesidad de repartir generosos
reintegros impositivos entre las industrias de exportación (el
Secretario Llamazares se muestra muy dinámico en esta área), y otras
necesidades perentorias. A ello no deja de contribuir, por supuesto,
la dadivosidad del titular de Hacienda, Juan Quilici, que parece ser
algo así como la antítesis de Leonardo Anidjar, extremadamente
celoso en abrir la puerta del Tesoro. En suma, el déficit fiscal se
cuadriplicará fácilmente este año, y ahora se trata de elegir la vía
de financiamiento menos dolorosa, una mezcla de vía libre
crediticio, empréstitos internos con cláusula de reajuste
inflacionario y empapelamiento del BCRA.
Y todo transcurre en el
marco de una inflación incontrolada o, mejor dicho, seudocontrolada
por abigarradas listas de precios máximos que dan mucho que hablar,
pero nadie cumple ni hace cumplir. Comerciantes e industriales
especulan con la debilidad del Poder y su histórica inconsecuencia
cuando se trata de aplicar medidas de control económico; los
consumidores no se molestan en denunciar a los infractores porque no
confían en las autoridades y, en definitiva, saben que todo esfuerzo
será vano. "Los argentinos están cansados de la inflación y la
hipocresía", fue uno de los ácidos juicios ciudadanos que Primera
Plana recogió la semana pasada. Una aproximación a la clave del
sentir popular.
Y mientras los problemas de corto plazo agobian
los escasos días de vida que restan al Ministerio de Economía,
además de aconsejar el rechazo de la cartera a los últimos
candidatos disponibles en plaza ("Ni que me lo pida el mismo Perón",
fue la última respuesta de Alfredo Gómez Morales a sus amigos), el
CONADE se aboca a la estructuración de las tareas de control del
cumplimiento de un Plan Nacional de Desarrollo, que más que un
abanico coherente de objetivos —lo mínimo que puede exigirse de un
plan— es un catálogo de obras públicas desconectadas, una lista de
expresiones de deseos que tienen mayor o menor asidero según su
cumplimiento entre o no dentro de la órbita del Estado.
Pero el
problema básico del Plan es el mismo, al fin de cuentas, que hace
utópico el cumplimiento de los precios máximos. Se trata de la
cuestión de fondo en toda planificación: en la Argentina no existe
hoy consenso acerca del país que se pretende construir. La
administración de la cosa pública ya no es compatible —como lo era
antes de la crisis de 1930— con las expectativas de la comunidad. Y,
lo que es más grave, no existe tal comunidad, en tanto que graves
fracturas dividen al cuerpo social, alrededor de problemas de todo
tipo, nimios y de fondo.
ALDO FERRER: EL JUICIO FINAL
"Es
deseable que la UIA y la Confederación de la Industria (CGE) se
agrupen en 'una' organización representativa de todas las fuerzas
industriales del país. ¿Está usted de acuerdo, en desacuerdo o
indiferente?" De los 100 empresarios inquiridos, 78 estaban de
acuerdo; 35 porque "la unión traerá mayor eficacia e influencia
política, más poder"; 23 porque "la diferencia entre ambas está en
los hombres, no en los intereses". Pero la encuesta había sido
realizada entre 1967 y 1968, cuando empezaba a afirmarse la política
de estabilización de Krieger Vasena. Altri tempi. Hoy Lanusse, por
primera vez desde hace quince años, consulta a la CGE antes que a la
UIA, se complace en tenerla como interlocutora.
Hay bastante más
que las insignias distintivas en las solapas. Por de pronto, la CGE
se constituyó en el Interior, directamente enfrentada a la
conducción de los empresarios del Litoral y Buenos Aires, y con el
beneplácito peronista. Algo que no olvidan ni los libreempresistas
ni el Gobierno. La comisión directiva cegeísta tiene 8 porteños de
un total de 35 dirigentes; las empresas de alto nivel y gran
concentración económica no son precisamente mayoría. En la UIA, en
cambio, abundan las más tradicionales de capital nacional, con
alguna participación del gran capital extranjero. La estabilidad de
los directivos parece ser una nota común: Julio Broner y José
Gelbard se alternan en la lista desde hace tiempo y recientemente la
UIA modificó sus estatutos para dar lugar a la reelección de Elbio
Coelho. La representatividad de la propia central es un dogma para
cada sector; en verdad, reivindican distintos criterios: capacidad
productiva instalada (UIA), número de pequeños y medianos
empresarios (CGE). Mientras los capitanes de industria uiaístas
guardan celosamente los bastiones de la ortodoxia liberal, los
cegeístas son cepalinos, afectos a la planificación estatal, pero
concertada. Cuidadosa de la distancia entre quienes gobiernan y son
gobernados, a la UIA le cae mal el sueño dorado de la CGE:
institucionalizar la participación industrial a través de un Consejo
Económico Social, más o menos el mismo que planea la Comisión
Coordinadora del Plan Político. Habría que "eliminar los grupos de
presión como tales —declaró el jueves pasado el representante de
Ejército, general Sánchez de Bustamante—, institucionalizando la
presencia de su opinión en los cuerpos orgánicos del Gobierno".
La Ley de Promoción Industrial que auspicia Chescotta ofrece una
satisfactoria porción de intervencionismo estatal y, aunque no
menciona explícitamente a la pyme, apoya a la empresa nacional y la
descentralización, como quieren los pequeños y medianos empresarios.
La CGE, sin embargo, se niega al flirt con Ferrer, que no
interpretaría sus doctrinas en la práctica.
La reforma fiscal de
la UIA es compartida, en general, por el Secretario de Hacienda,
Juan Quilici, pese a que se propenda a la concentración y la
desnacionalización industrial, en opinión de la CGE. Mientras tanto,
los popes de la política uiaísta, Carlos García Martínez y Rafael
Olarra Giménez, trinan contra el Compre Argentino, el botón de
muestra de una filosofía económica que lleva a la frustración
cíclica, dicen.
En fin, Elbio Coelho cree descubrir una quiebra
política entre la conducción del actual Ministro y la de Krieger
Vasena; Julio Broner (junto con Gelbard, el empresario más opulento
de la CGE) la tilda de continuista. Nadie es profeta en su propia
tierra. Aldo Ferrer alguna vez dijo que "un modelo de desarrollo
será viable en la medida en que sea políticamente viable". El suyo
ni siquiera cuenta con el consenso de las elites empresarios.
-primera plana: ¿Cómo caracteriza la actual coyuntura económica?
-Elbio Coelho: Lo distintivo es la generación de expectativas
inflacionarias, provocada por el alza de precios; la consiguiente
paralización de las inversiones privadas y la falta de claridad en
la política económica para revertir este proceso. La industria, sin
embargo, mantuvo el ritmo de actividad que venía sosteniendo desde
el año pasado. Quizá porque se espera que el ajuste salarial
provoque un crecimiento de mayor ritmo en la demanda.
-julio
Broner: No existe la coyuntura económica. Desde la aplicación del
Plan Krieger Vasena en 1967, el ciclo económico parece haberse
escindido en dos comportamientos regionales o geográficos
diferenciados. En el área metropolitana y algunos otros puntos
aislados del país —que entre 1967 y 1970 registraron un nivel de
actividad económica satisfactorio en general, particularmente para
las grandes empresas—, asistimos hoy a una coyuntura de
estancamiento general, con fuertes presiones inflacionarias. Estas
probablemente conduzcan, en forma sólo transitoria, a una pequeña
reactivación de la demanda de bienes de consumo duradero en los
próximos meses, pero los problemas de fondo se mantendrán.
En el
resto del país, el panorama es tan malo como dos o tres años atrás.
Desde 1965, aproximadamente, las economías provinciales iniciaron un
proceso descendente que no ha sido detenido y al que el Gobierno
parece no prestarle demasiada atención, salvo en los enunciados.
Para la enorme mayoría de las provincias argentinas, la "recesión"
no es noticia.
En definitiva, la coyuntura se caracteriza por un
estado de desintegración de la economía nacional, con evidentes
ventajas para la región metropolitana a partir de la política
económica de los últimos cinco años. Este estado de desintegración
compromete gravemente las perspectivas de mediano y largo plazo.
-p.p.: ¿Cree que la política económica del Ministro Ferrer es eficaz
para superar lo que algunos definen como "recesión con inflación"?
-e.c. : Creo más bien que no hay recesión sin inflación: en todo
caso, ésta es la que finalmente provoca la recesión en términos
permanentes. Por otra parte, lo que caracteriza a la actual política
económica es una inflación reprimida mediante un control sobre los
precios que no permite su ajuste natural, ajuste que se dará
irremediablemente en un tiempo limitado. Con estas decisiones no
aparece clara la posibilidad de revertir el proceso inflacionario,
enfrentando la recesión.
-J.B..: A mi entender, el país no tiene
política económica alguna. La CGE ya lo ha expresado declinando una
invitación del Ministro Ferrer para discutir aspectos parciales de
la labor oficial, como la política impositiva.
Coincido en que
estamos en una recesión con inflación, pero creo que las expresiones
técnicas ya no alcanzan para definir la situación nacional. La
economía está exhausta porque durante cinco años hubo una política
de postergación de la inflación que afectó a las actividades
productivas nacionales en el agro y la industria, en beneficio de
los sectores intermedios, particularmente los financieros.
-p.p.:
¿Existe continuidad entre la actual línea económica y las que la
precedieron desde 1966?
-E.C.: De las que la precedieron con
características propias hay que destacar la gestión del doctor
Krieger Vasena, política que con matices poco diferentes se
interrumpió al asumir el actual Ministro de Economía. No hay tal
continuidad ya que la anterior no estuvo presionada por factores
políticos que actualmente empeoran la gestión económica.
-j.b.:
Sí. La actual línea económica continúa, en lo esencial, la política
del Plan Krieger Vasena. Las declaraciones nacionalistas de algunos
altos funcionarios —incluyendo al propio Ministro de Economía— no se
corresponden con las medidas concretas. Las decisiones que
indicarían una efectiva reargentinización de la economía se frenan y
postergan, las otras se aprueban sin ruido y velozmente.
-p.p.:
¿Cómo aprecia la industria las perspectivas para el segundo y tercer
cuatrimestre del año?
-E.C.: Si bien el proceso no va a ser
expansivo, creemos que ,1a actividad podrá mantener su impulso
actual sin que se presenten ciclos negativos de importancia,
considerando que el mejoramiento salarial mantendrá un ritmo
adecuado de la demanda. Sin embargo, nos preocupa el comportamiento
de los precios que, desde principios de año, vienen siendo
presionados por una tendencia alcista alarmante. Si esto continúa,
los efectos pueden eclosionar antes de fin de año, con repercusiones
sociales y económicas difíciles de prever.
-j.b.: La economía
argentina es esencialmente sana. Son las políticas oficiales las que
la enferman. Si el Gobierno nacional adoptase firmemente una
política económica de orientación nacional, emprendiese la
reargentinización con convicción y abandonase ciertos mitos
ideológicos sobre la falsa libertad económica, la situación podría
mejorar rápidamente. Si se persiste en una acción sin política —lo
que significa preservar la política preexistente— o se retrocede
hacia esquemas eficientistas más crudos, la crisis se acentuaría y,
lo que es más grave, podría arrastrar al país a impensables
enfrentamientos sociales y políticos. Por mucho menos, ya tuvimos
dos cordobazos.
Es muy probable que la Secretaría de
Agricultura y Ganadería acceda al rango de Ministerio, caro anhelo
de los empresarios agropecuarios. Pero, simultáneamente, no sólo
Ferrer insiste en una rígida política de veda, también extiende los
precios máximos en la etapa mayorista a todo tipo de carnes, siempre
a santo del proceso inflacionario. Las centrales gremiales —que
hasta supieron, con rara habilidad alentar la industrialización de
los 30— se sienten ladeadas por la política oficial. De nada
valieron los almuerzos —sin bifes, claro— con el secretario Perren.
No es la primera vez que cierran filas cuando la ocasión es venida.
Pero nunca tan estrechamente como ahora, en la Comisión de Enlace de
las entidades agropecuarias. El 17 de noviembre de 1970, en la
Concentración Nacional de Productores, aunaron voluntades, sin dejar
de mirarse de reojo. Tienen sus argumentos: "La limitación de la
oferta, de carne ha colocado al país ante la posibilidad de importar
los productos de los cuales era tradicional exportador". Y sus
quejas: "Los productores no especularon con los precios de la
escasez, sino, por el contrario, propiciaron una política de
estímulo a la producción, pero no fueron escuchados". Estas son las
opiniones de Jorge Zorreguieta, de la Comisión Coordinadora de
Entidades Agropecuarias :
Por fuerza de las circunstancias y
en contra de los deseos de los Gobiernos, aumentaron los precios de
la carne como resultado de la liquidación de vientres en los últimos
tres años:
disminuyendo la oferta, suben los precios y de allí la
crisis. Hoy hay precios rentables: se pasó de 70/80 pesos a 150/160,
porque las leyes obligaron a pagar los precios reales. Estos
guarismos no son comparables; los últimos son remunerativos, pero
los primeros eran de desastre.
La eliminación de las quitas
zonales y la competencia de la ALALC han creado una mala situación
para los cultivos intensivos del NO y NE. Si los productores quieren
sobrevivir, deben violar la ley o morir en la legalidad.
En
definitiva, las situaciones favorables para el agro se deben a
causas ajenas a las medidas del Gobierno y las situaciones críticas
son causadas por las decisiones oficiales.
Por otra parte, basta
recordar que los precios máximos nunca tuvieron éxito. Y que es una
verdad de Pero-grullo que no se puede trabajar bien con una gran
oferta en una semana y sin ninguna en la siguiente. No se solucionan
así los problemas de los frigoríficos ni la desocupación. Los
supuestos beneficiarios de la medida, los obreros, piden que se la
revea. El consumidor tampoco salió bien parado: se encareció el
costo de la vida, subieron los productos sustitutivos. El productor
se desalienta: sabe que cuando sus precios son catastróficos no pasa
nada, pero cuando son retributivos se decide la veda y los precios
máximos. Dijo Ferrer que la situación obliga a la veda. Nosotros
decimos: si bien la oferta de mayo de este año es todavía menor que
la de mayo de 1970, es superior a la oferta de la época de crisis;
por tanto, ya no tiene sentido la veda. Dijo Ferrer que la veda se
levantará cuando vuelva la normalidad. Nosotros decimos: la
normalidad volverá cuando se levante la veda.
25/V/71 • PRIMERA
PLANA Nº 434
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