Asume Alfonsín
1983

Alfonsín
Asume Alfonsín
A medida que avanza el tiempo y mejora la perspectiva, los analistas políticos van aislando con mayor precisión la síntesis del triunfo radical en las elecciones. La clave fue —es la opinión— la sencillez y contundencia de su proyecto político. ¿Y cuál es? Este: la reinstalación perdurable de las instituciones republicanas en la Argentina. En otras palabras, conformar una situación tal que haga imposible, impensable, la repetición de los golpes de Estado.
El mensaje, el concepto general de este proyecto político se expresó (se expresa) así: "defender la vida, la justicia y la libertad". Y son justamente las instituciones de la República las que garantizan esa defensa. ¿Y sobre qué se sustentan? Simplemente sobre normas morales. Justamente por eso el común denominador del último discurso presidencial (el pronunciado ante la Asamblea Legislativa) fueron las apelaciones a la ética que —aunque parezca etéreo— es donde se funda la vida en democracia:
•Hay muchos problemas que no podrán solucionarse de inmediato, pero hoy ha terminado la inmoralidad pública: vamos a hacer un gobierno decente.
•La justificación de los medios por el fin constituye la apuesta demencial de muchos déspotas, e implica el abandono de la ética política.
•La lucha contra los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia, es el reaseguro del protagonismo popular. Las dos cosas, en realidad, van juntas: no se puede luchar contra la corrupción que está en la entraña del régimen sino a través del protagonismo popular, pero no se puede preservar el protagonismo popular sin sostener una política de principios, una ética que asegure su perduración.
Estas reiteradas apelaciones a la ética no son gratuitas: forman parte de la médula del proyecto político radical. Y además, fueron el motor de las primeras medidas de gobierno: el enjuiciamiento de las tres juntas militares y de los cabecillas subversivos. La medida tiene un claro fundamento ético, pero también un mensaje político inmediato: la ley ha comenzado a funcionar. Y justamente la ley es la base de la República.
Pero esta primera medida de gobierno (que a juicio de los analistas es de alta escuela) tiene también un sentido político práctico: dar señales claras de fortaleza. El mensaje es obvio: la democracia es tanto o más fuerte que los gobiernos de facto, pero además, con los códigos en la mano. La intención expresa es que el ciudadano perciba rápida y claramente la diferencia entre el autoritarismo y la democracia.
¿Cómo se planea la instrumentación general? Sobre la base del respeto a la persona humana. "Lo primero que no debemos olvidar —dijo Alfonsín en su discurso— es que lo más valioso que tiene nuestro país son los hombres y las mujeres que lo habitan. No es el petróleo, ni las vacas, ni el trigo, ni las fábricas, sino el trabajo y la capacidad de creación de todos y cada uno de nuestros habitantes lo que da sentido y riqueza a nuestra Argentina, como a cualquier otra nación del mundo". ¿Y cómo se instrumenta esto en el plano práctico de la política? Procurando la participación general, incluso la del adversario político.
Y en un plano más estrictamente partidario, el proyecto político alfonsinista parecería apuntar —por lo menos hoy por hoy y según una apreciación ya bastante difundida— a asegurar para el radicalismo la plaza socialdemócrata en el espectro de la política argentina.
Revista Somos
16.12.1983
Alfonsín
Alfonsín
Discurso de Alfonsín

la crónica de Félix Luna en este enlace
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/discursos-asuncion-presidentes-alfonsin.htm

Alfonsín
Alfonsín
Casi una ceremonia aparte
Fue el primer gran acto político que protagonizó desde que los militares la desalojaron del poder allá por marzo de 1976. El escenario y las circunstancias no eran desdeñables: la Asamblea Legislativa y un radical jurando como presidente de la Nación. María Estela Martínez de Perón tenía motivos —y muchos— para estar ansiosa cuando a las 7.55 del sábado 10 se introdujo, acompañada por Arturo Frondizi, en la gran sala del Congreso.
También estaban nerviosos los diputados y senadores peronistas que la aguardaban y que, casi en un acto reflejo, se pusieron de-pie para aplaudirla apenas estuvo a la vista. Todo el recinto se unió al aplauso con algunas excepciones nada inesperadas para quienes conocen el paño político
argentino: María Cristina Guzmán, por ejemplo, encendió displicentemente otro largo cigarrillo rubio y Álvaro Alsogaray mostró su indiferencia acomodando un ejemplar de La Nación que tenía sobre el pupitre.
Un custodio altísimo, pelo encanecido, traje marrón, abrió el camino para que la señora, llevada del brazo gentilmente por Frondizi, llegara a su butaca. Con la cara tensa, como si los aplausos no existieran, Isabel Perón ocupó su silla. En la bancada peronista, sobre la derecha, comenzó a notarse un hormigueo. Diego Ibáñez titular del bloque, enfundado en un traje azul, peinado a la gomina y con corbata roja, fue el primero en decidirse: se paró y fue a saludarla. Le dio un beso, le dijo unas pocas palabras y volvió sobre sus
pasos. Pareció el guiño esperado: una larga fila de diputados y senadores comenzó a formarse para saludar a la señora.
El escribano Deolindo Felipe Bittel —según dicen uno de los hombres más cuestionados del Consejo— tuvo que meditar algunos minutos antes de levantarse. Tamborileando con los dedos sobre el pupitre, con el saco de su traje blanco desabrochado, tardó tres minutos para jugar su carta y correr el riesgo de enfrentar a la señora. Se puso en la cola y llegó ante Isabel para repetir el mismo saludo de todos los compañeros legisladores: un par de palabras sonrientes, un beso en la mejilla, y circular para salir por la otra punta, pasando por delante de Frondizi.
Norberto Imbelloni —secretario habitual de Herminio Iglesias— quiso hacer por su cuenta el camino inverso y saludar a la señora entrando
por donde todos salían. En esa marcha a contramano, tuvo que permanecer cuatro minutos apoyado en el respaldo de la silla de Frondizi porque nadie quería cederle paso. "Hasta aquí nos : quiere patotear", comentó un diputado de Capi-|tal, antes de volver a su banca. Cuando final-I mente llegó ante Isabel, la ex presidente ya aplaudía el ingreso de Raúl Alfonsín al recinto y fue claro su gesto de reprobación ante tanta falta de tino.
A las 8.07 el presidente comenzó su discurso. Isabel escuchó atentamente con las manos cruzadas sobre la falda. Su actitud contrastó con la de Arturo Frondizi, quien varias veces sonrió o le guiñó un ojo a algún legislador conocido que tenía enfrente. La ex presidente pareció ablandar su expresión cuando Alfonsín habló de la guerrilla y la violencia: tragó saliva un par de veces e hizo gestos de aprobación con apenas un movimiento
de cabeza.
Cuando iban 52 minutos de discurso, Isabel Perón aplaudió por primera vez, acoplándose a quienes pensaron que el presidente había terminado su exposición. A las 9.09 Alfonsín terminó su discurso e Isabel aplaudió entonces fervorosamente, haciendo un notorio gesto de aprobación con su cabeza en dirección a la mesa de la presidencia. Frondizi le hizo un gesto para pararse y la ex presidente pareció relajarse: por primera vez, comenzó a sonreír y a mostrarse desligada del protocolo. Nadie supo qué cosas pasaron por su mente mientras escuchaba la exposición de Alfonsín, pero fue notorio que hizo, más de una vez, esfuerzos para controlar su emoción, quizás también algún llanto. El gran acto había terminado y la reaparición en la escena política de la heredera de Juan Domingo Perón recién comenzaba. Afuera, seguía la fiesta alfonsinista
Alfonsín e Isabel
Alfonsín e Isabel
FUERZAS ARMADAS
El cimbronazo

El sorpresivo anuncio de que serán juzgados las tres primeras juntas militares y los cabecillas de las subversión produjo un verdadero cimbronazo, especialmente entre los militares. Un tema caliente que corrió parejo con los nombramientos, los retiros y otros cambios que está decidido a emprender el gobierno radical.
Haciendo caso omiso a la fecha —justamente martes 13— y cuando todavía no concluía el cuarto día de su mandato, Raúl Alfonsín enfrentó a la cadena nacional y produjo el primer cimbronazo democrático: con voz grave, flanqueado por su gabinete, anunció que ponía a consideración del Parlamento dos decretos por los cuales se juzga a la cúpula militar responsable del Proceso por un lado, y a los dirigentes subversivos por el otro. Cuando pocos lo esperaban, y mostrando que está dispuesto a manejar personalmente el timing político de su gobierno, dio el paso que había sido una de las promesas clave de su campaña electoral.
Por el decreto 157 se pone en el banquillo a Mario Eduardo Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Ricardo Armando Obregón Cano, Rodolfo Gabriel Galimberti, Roberto Cirilo Perdía, Héctor Pedro Pardo y Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, por los delitos de homicidio, asociación ilícita, instigación pública a cometer delitos, apología del crimen y otros atentados contra el orden público. Y por el 158 se somete a juicio sumario ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas a Jorge Rafael Videla, Orlando Ramón Agosti, Emilio Eduardo Massera, Roberto Eduardo Viola, Ornar Graffigna, Armando Lambruschini, Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Isaac Anaya, por los delitos de homicidio, privación ilegal de la libertad y aplicación de tormento a los detenidos. Este paquete de medidas —paquetazo ironizó alguien en Gobierno— se completaba con la derogación de la Ley de Pacificación —la que la jerga política calificó de autoamnistía—, reformas al Código de procedimientos y al de Justicia Militar, y otras que tienden a proteger al sistema institucional de golpes o atentados contra los derechos humanos, como la tortura. Pero sin duda estas medidas pasaron a segundo plano ante la magnitud de la primera parte del anuncio.
Según todos los indicios, el mensaje del presidente no tomó desprevenidos a los ex comandantes en cuanto al contenido, aunque tal vez sí en cuanto al momento. Un hombre que frecuenta el edificio Libertador aseguró que Cristino Nicolaides se mostró sombrío y tenso el día de su pase a retiro, y habría comentado que la decisión de Alfonsín de llevar a la justicia a las tres primeras Juntas del Proceso lo tenía preocupado por los efectos que podría causar en el Ejército. Nicolaides habría dicho también que a su juicio es imposible establecer limites sobre la responsabilidad de los excesos antisubversivos, porque la denuncia de aquellos que se sienten damnificados puede descender en la escala jerárquica hasta graduaciones muy bajas. En su descargo se remiten a los decretos firmados por Isabel Perón (febrero de 1975) ordenando intervenir en Tucumán, y al firmado por Ítalo Luder (octubre de 1975) ordenando reprimir a la subversión en todo el territorio nacional. En las dos resoluciones —tomadas con las instituciones democráticas funcionando, insisten los militares involucrados— se ordena a las Fuerzas Armadas a proceder a la aniquilación del enemigo. De todas maneras la avalancha de procesos contra militares parece inevitable. En medios allegados a la Procuraduría General de la Nación se habla de que entre 40 ó 50 oficiales estarían en la mira de la justicia.
El estremecimiento de un primer momento —no faltó en la calle el recuerdo de Nüremberg— entre los militares se fue apaciguando a los días siguientes. Evidentemente a los hombres uniformados los disgustó sobremanera verse equiparados con terroristas, pero entendieron que —al fin y al cabo— iban a ser juzgados por sus pares y la medida tendía a neutralizar un desfile salvaje de militares cuestionados por los tribunales del país. Algo que —obviamente— tampoco le conviene al gobierno, que se guardó así la iniciativa sobre el tema desaparecidos y evitó que la tomaran otros grupos como, por ejemplo, los sectores más radicalizados de derechos humanos. Que, por otro lado, objetarían algunos puntos de las medidas.
En general, en los medios políticos se estima que, la simétrica equidistancia de los dos tipos de violencia que asolaron al país en los últimos años que tiene la iniciativa del Ejecutivo es buena.

LOS CAMBIOS. Claro que esto, más allá de lo que significa en sí mismo, también es una muestra evidente de que el gobierno radical está dispuesto a imponer importantes cambios en las estructuras de las Fuerzas Armadas.
Por de pronto se sabe que en algunos despachos del Senado se analizan las modificaciones que, al menos en una primera etapa, podrían introducirse en los planes de estudios de los institutos para la formación de oficiales. Y si bien el tema está aun en pañales no pocos asesores dan vueltas sobre la idea de que los programas se dicten con el visto bueno del Ministerio de Educación. SOMOS también averiguó que no son pocos los legisladores que miran con buenos ojos la propuesta para que en adelante los profesores del Colegio Militar, Escuela Naval y Escuela de Aviación Militar cuenten con una suerte de acuerdo de la Cámara Alta.
La atención, ahora, está centrada en las designaciones que Raúl Borras haga en cada una de las fuerzas. El miércoles pasado un cronista le preguntó al ministro de Defensa sobre esos nombres en Córdoba. Borras, con una sonrisa, le contestó: "Los nombres son los que están picando en el área .
En el área de Estado Mayor Conjunto, por ejemplo, picaba el general Julio Fernández Torres. Según todos los indicios, este general se ha mantenido al margen de los avatares que sacudieron al Ejército en los últimos tiempos y se desempeñó en roles que algunos califican de burocráticos. Sin embargo, los que han tenido contacto con él señalan que bajo una apariencia de afabilidad, casi de timidez, es un hombre que sabe hacerse obedecer. Los memoriosos recuerdan que integró aquel grupo que alguno bautizó como ¡os coroneles de Viola, y desde la CGT mantuvo una cordial relación con el general Liendo cuando este era ministro de Trabajo.
Donde la designación de Fernández Torres no caería del todo bien sería en las otras dos fuerzas, especialmente en la Fuerza Aérea. En el Cóndor se dice que con ese nombramiento se dejaría de lado el sistema de rotación aceptado para la jefatura del Estado Mayor Conjunto que imponía a un aviador para los próximos dos años. La cuestión destapó otros rencores que todavía están lejos de ser olvidados: los aviadores consideran que la misión de ese organismo es producir la conducción unificada de las fuerzas y que no es casualmente en el Ejército donde se obtuvieron ejemplos de preparación en materia doctrinaria para la guerra moderna, con el ejemplo de Malvinas a la vista.

EJERCITO. La designación del general Jorge Hugo Arguindegui —sin hache se recordó con suspicacia— como jefe del Estado Mayor General del Ejército desató diversos comentarios. Los que conocen la tela castrense aseguran que la elección es buena y dan sus razones. Algunos radicales, incluso integrantes del gabinete, no lo ven con tan buenos ojos, y también dan sus razones. Los primeros dicen que Arguindegui —un oficial de caballería— tiene una brillante foja de servicio y es profesionalmente inobjetable. Figura entre los primeros de su promoción, fue el number one de su curso en la Escuela Superior de Guerra y se destacó ampliamente en un curso que realizó en la Ecole Militaire de París. Dicen además que sabe mandar la tropa y goza de prestigio entre sus pares, algo no desdeñable para los tiempos que vienen. Pero, claro, su nombre también salió al tapete cuando los que hacían planes eran los peronistas, antes de la derrota electoral. Es que el perfil político de este general es marcadamente nacionalista, y por ende no faltan quienes lo tachan de pro-peronista. Así !a cuestión, el tema habría llegado al gabinete y no serían pocas las presiones internas que debe soportar Borras.

ARMADA Y FUERZA AEREA. El tema no es menos polémico en el Edificio Libertad. Los que conocen la intimidad marinera aseguran que en la Armada se habría desarrollado una fuerte resistencia a que el nuevo jefe del Estado Mayor surja de la promoción 79, es decir, la de contralmirante en su segundo año. De neto corte masserista y con evidentes afinidades con el peronismo, sería la promoción que habría estado en el tapete durante la comandancia de Massera. Por eso —se asegura— la promoción siguiente y varios capitanes de Navío habrían hecho presentaciones en Defensa señalando estos hechos. La polémica viene a cuento porque el martes pasado el ministro de Defensa había propuesto el nombre del contralmirante Ramón Arosa —un hombre de la promoción 79— para capitanear a la Armada. Arosa se desempeña actualmente al frente de la Casa Militar y como tal se lo vio saludando al presidente Alfonsín cuando ingresó en su primer día de trabajo a la Casa de Gobierno.
Los nombres que circulaban para el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea no eran pocos y crecían o decrecían según los días de esta última semana. Finalmente se designó al brigadier mayor Teodoro Waldner, un oficial de pelo muy blanco, al que sus amigos llaman El Oso, y que tiene fama de ser uno de los mejores pilotos que dio la Fuerza. Entre sus camaradas que lo admiran, se dice que es capaz de volar con un piano. Hasta ahora se desempeñaba como Comandante de Operaciones, un cargo de vital importancia. Por otra parte, en el Edificio Cóndor disienten con las apreciaciones que dicen que el nombramiento de Waldner produciría una alteración mínima en la cúpula con el pase a retiro de sólo tres brigadieres (Insúa, Berástegui y Giosa). Sostienen que en realidad pasarían a retiro 24 brigadieres, sobre un total de 31, ya que esto se debería a una imposición del gobierno que desea que los cuadros de máximo nivel tengan una determinada proporción con la totalidad de oficiales de cada fuerza.
De cualquier manera, la ronda de consultas que llevó adelante el ministro de Defensa, dejó una clara conclusión entre sus interlocutores militares: Borras no es un experto en temas militares, y si ocupa ese cargo es por la ilimitada confianza que deposita en él Alfonsín. Lo cual deja desde ya una conclusión política evidente: el tema Fuerzas Armadas —un tema más que difícil sin duda— será manejado casi personalmente por el presidente.
Revista Somos
16/12/1983
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