Blackie's blues Volver al índice
del sitio

Blackie

Las reglas del juego en los reportajes sólo ofrecen dos opciones: dominar de alguna manera al reporteado o limitarse a escucharlo. Este fue el consejo que un veterano periodista le dio al redactor de esta nota. La cosa siempre funcionó bien hasta hace pocos días. Exactamente el jueves 23 de julio. Porque en la tarde de ese día el redactor se encontró con Blackie y todos los esquemas se fueron al diablo. No pudo dominar a Blackie ni tampoco escucharla. Se dedicó a ver lo que dijo Blackie durante dos horas y media. La experiencia le permitió incursionar por los más encantadores matices de la emoción, la tristeza, la alegría y la nostalgia. Trate usted, entonces, de ver a Blackie a través de lo que expresó para este reportaje. Advertirá que se encuentra frente a una mujer excepcional. Porque Blackies no hay más.

—Hace diez o doce años —nunca tuve en cuenta las fechas— todo pareció que se me venía abajo. En poco tiempo murieron mi esposo (Carlos Olivari), papá y mamá. Llegué al borde de la desesperación y por lo tanto el problema se hizo grave. Pero no me dejé vencer. Me senté en ese sillón y allí estuve pensando exactamente ocho horas. "Mis famosas ocho horas", dicen mis hermanos. Fumé dos atados de cigarrillos y me rodeé de imágenes: Bueno, Negra, existe la posibilidad de que te busques un tipo por ahí, y después otro y después otro más. También puede ser que vayas cada dos minutos a la heladera y empieces a comer para olvidar y termines hecha una gorda fea y amargada. Y por último la posibilidad de que llegues a odiarte y a odiar todo. Es decir que no sólo te vas a j... sino que vas a j... a toda la sociedad, o al menos a todos aquellos que te rodean. No, Negra, eso no es posible. En esta soledad vas a agarrar para el c... Todo eso pensé. Al llegar a la hora octava me levanté del sillón y me dije: La solución es trabajar las veinticuatro horas del día. Así le gané al drama.
—No fue fácil...
—No creas. Tuve un padre excepcional que me dijo una vez: "Un Efrom es difícil que diga una cosa sin pensarla". Y que eso no te parezca cerebral. Pensá mejor que es analítico. Sucede que el viejo estaba muy adelantado a su época. Nos educó como si fuéramos sus hermanos y no sus hijos. Una vez, cuando alguien se enojó conmigo, gritó: "A Paloma no le griten ... arguméntenle". Y ahí está la clave. El viejo nos explicaba las cosas de cinco formas distintas porque éramos cinco hermanos distintos. Nosotros lo llamábamos Tata. Una vez le dije que me iba a Estados Unidos y él me contestó: "Si le parece bien, vaya". Pero después agregó: "Usted tiene diecisiete años y pienso que no está preparada para viajar sola. Es decir, ni usted ni el mundo están preparados para eso". Yo entendí y no viajé. ¡Tenía razón! Al poco tiempo se me dio por cantar negro spirituals y él me dijo: "Usted es una mistificadora por que no conoce el folklore del pueblo que está cantando". Entonces me mandó a Estados Unidos cuatro años "porque usted debe conocer ese país". Y allá no sólo vi a los negros sino que los viví. En todos lados, hasta en los prostíbulos. Tené en cuenta que estoy hablando de una época en que las niñas se acostaban a las cuatro de la tarde. Sí, sí, mi viejo estaba adelantado a la época.
—¿Y su mamá?
—En la misma escuela. Una vez vino a visitarla una amiga y ésta le dijo que su hija regresaba a su casa antes de las siete. Mamá le preguntó: "¿Y antes qué? ¿Acaso no se puede hacer el amor antes de las siete?" Te lo cuento para que valores esto: la valentía de mamá al decir eso delante de mí y en esa época. Y otra más. A mí me enseñó a fumar el viejo. No quería llevarse la sorpresa de encontrarme un día fumando a escondidas. Es decir que todos sus actos eran la antítesis de la burguesía porteña de esos días; los muchachos fumaban a escondidas pero los padres permitían que se tiraran lances con la mucama. ¡Papá era la verdad! El hombre que estuvo espiritualmente a mi lado en aquellas famosas ocho horas.
¿Qué pasó con su esposo?
—Estuvimos casados diez años y nos llevábamos maravillosamente bien. Discutíamos y todas esas cosas como todos los matrimonios del mundo, pero lo nuestro era distinto. Él era íntimo amigo de Sixto Pondal Ríos y yo estaba junto a ellos siempre. Todos bromeaban con eso. A mí me llamaban la mujer de Sixto Pondal Ríos y Olivari. Pero de pronto decidimos separamos. Lo pensamos, claro. Pero seguimos tan amigos o más que antes. Tanto, que nos veíamos casi todos los días. Carlos murió al año de la separación Yo lo llamaba Carlucho. Fue un hombre excepcional.
—¿No sintió la necesidad de tener un hijo?
—Carlucho tenía un hijo de su primer matrimonio. Y aquí vuelve la influencia de mi viejo. Yo lo adoraba al viejo, ya te dije, y tal vez fue por eso que experimenté una suerte de miedo: no creí que yo pudiera educar a mis hijos como lo había hecho el viejo conmigo. Temía no poder cumplir de la misma manera. Además hay algo más: Carlucho era un bohemio, con todo lo hermoso que eso implica. Yo me sentía un poco la madre de él. En realidad era la madre de Carlucho. Pienso que él también se sentía hijo mío. Pero te aclaro que adoro a los chicos. Los chicos te pueden llenar de sorpresas y ternuras.
—¿Que es un hombre?
—Es difícil decir "ése es un hombre". De todos modos te doy mi versión del hombre: antes que nada, inteligente, porque no me interesan los tontos; debe tener ideas, ser comunicativo y fundamentalmente respetar a la mujer. No me interesaría mucho que se tirara con otra mujer. Lo importante son los otros valores. Esos que te dije y que definen al hombre verdadero. Hombre es el que reconoce lo que tiene en su casa. Y te cuento una anécdota. Una vez fui a ver a un médico amigo. Al entrar al consultorio sentí un olor a perfume que mataba. Venía de una enfermera —una mina bárbara— que me anunció. Entré y al rato el médico la llamó para reprocharle un olvido: un trabajo que le había encargado y que ella no había hecho. La enfermera se inclinó sobre el escritorio dejando ver lo que hay que tener, y el médico se mareó. "Bueno, hágalo mañana", le dijo. Como yo era amiga del médico le dije: "¡Largá a esa mina; te va a traer problemas!". Al poco tiempo tuvo un lío bárbaro que casi lo lleva al divorcio. Claro, yo de eso sé un rato largo y adiviné el final. Ves, ése no es un hombre. El hombre que yo respeto es el otro. Que tenga la enfermera si quiere... pero en el trabajo el que manda debe ser él. ¿Está claro?
—¿Qué es una mujer?
—Debe tener los mismos valores que te mencioné del hombre ... pero si es bonita mejor. No me gustan, en cambio, las que usan la seducción. Esta es un arma artera. Las que usan la seducción para lograr algo no son mujeres. Al menos no es la que yo idealizo. ¿Está claro?
—Usted llega a su casa todas las noches. Cierra la puerta del departamento y no encuentra a nadie adentro. No debe ser lindo eso. ¿Cómo supera la soledad?
—¿Y quién te dijo que estoy sola? Soy la mujer más acompañada de Buenos Aires. Por el contrario, a veces busco la soledad. ¡Cuantas veces tengo ganas de sentarme y escuchar al viejo Bach! Pero no puedo. Estoy constantemente ocupada. No me alcanza el día, te aseguro. En cambio yo me siento rodeada de todo. Cuando entraste me dijiste que (...) me mandaba saludos y un beso
grande; hace un rato el fotógrafo (Hugo Rodríguez, ¿no?) me dijo que se pasaría horas fotografiándome y escuchándome ... ¿Te parece que todas estas cosas, estas felicidades, me permiten sentirme sola? No viejo ... está solo el que está solo por dentro.
—Por qué tiene la casa tan revuelta?
—Todo apareció de repente. Me tuve que internar porque el médico me encontró una úlcera. Gran tipo el médico. Se las sabe todas. Me dijo que la úlcera sólo le nace a las personas inteligentes. ¡Mirá si sabrá tratar a los enfermos! Bueno, como te digo. Estuve internada y después en convalescencia aquí, en casa. De repente descubrí que el departamento me apretaba. Me empezó a doler esta casa. Estaba en cama y me acordé que aquí murieron papá y mamá. Entonces comprendí que esta casa está muy atada a los recuerdos. Decidí renovarme. Le pedí permiso al médico, me metí en un coche y busqué algo nuevo. En septiembre me mudo a un piso que compré en Santa Fe y Laprida. La úlcera me invitó a innovar. Cuando me lleve este moblaje revuelto la casa se quedará con los recuerdos y todo lo demás.
—¿Es una mujer alegre o triste?
—Más que alegre soy optimista. Pero me reconozco un defecto. Soy muy exigente —por no emplear otra palabra— cuando trabajo. Me di cuenta que soy muy exigente. Debe ser porque me considero una perfeccionista. Algunos de los que trabajan conmigo se quejan pero no se dan cuenta que si ellos le meten durante ocho horas yo le doy durante veinticuatro. Hasta caerme de cansancio.
—¿No siente la necesidad de escribir un libro?
—Sí. Es más: ya lo tengo terminado. Pero lo voy a publicar dentro de dos años, cuando me retire. Ahí —en el libro— está todo lo que vi, con nombres y todo. ¡Me van a mandar en cana!
—¿Tan grave es?
—No es grave. Es cierto.
—¿Qué pasa con la televisión?
—Los que piensan que la televisión debe ser cultural piensan mal. Yo diría que están ... fuera del tarro. Además si intentás hacer algo muy importante, el público se olvida a los cinco minutos. Tené en cuenta que generalmente se ve televisión en medio de un ruido infernal: los chicos que corren o gritan o lloran, la señora que está preparando la comida, todos esos líos que encierra una casa y distrae atención del televidente. Por tanto les resulta más fácil entender o retener, por esas circunstancias, lo fácil, lo directo. Este es el planteo de los ejecutivos, claro. Pese a todo se hacen cosas buenas. Tenes el ejemplo de 'Cosa juzgada'. Ya sé que se incursiona en la truculencia, pero está hecho con dignidad. Stivel es muy hábil y Gené mucho más. Los dos entendieron que hay un límite y llegan justo hasta él. Ni un paso más ni un paso menos. Además, cómo puede ser cultura la televisión, si los noticiarios nos están mostrando muertos, asaltos, crímenes y todo eso. ¿Soy clara?
—No del todo.
—¡La televisión no puede ser arte porque es industria!
—Ahora si.
—De todos modos yo no transé con eso. Presenté 'Cita con las estrellas' y gané. Sucede que ante mis proyectos los ejecutivos se agarran la cabeza ... pero al final dan el visto bueno. Además está ese monstruo que se llama rating y que destroza todo. Yo digo que los ejecutivos se desayunan con café, una aspirina y el rating. Pero te repito que conmigo eso no sucede. En septiembre empiezo en el 11 un programa que irá a partir de las doce de la noche hasta la una y media de la mañana. Me dijeron que es un programa difícil... pero como yo no subestimo al público le tengo mucha confianza. Te cuento una anécdota para que te des cuenta lo que es el rating. Yo hacía un programa en Canal 9 —de esto hace ya unos siete años— que llegó a 62 de rating. El portero me saludaba y me abrazaba todos los días cuando llegaba al canal. Un martes llego y veo que el portero me mira mal y me dice con bronca: ¡Su programa bajó dos puntos en el rating! No me abrazó y se metió en su garita. Decidí tomar un coche y pasear por Palermo: "A pensar y meditar, Blackie", me dije. Dos horas después lo tenía decidido: el rating se va al c... Voy a hacer lo que me gusta y si no, me dedico a otra cosa. Por eso hago lo que hago en televisión.
—Parece que tiene un bajón. La televisión digo.
—Sucede en todas partes del mundo. A los diez o doce años se produce una baja pero después vuelve a repuntar. Es allí cuando los ejecutivos deciden cambiar los esquemas. El poder de la televisión es terrible. Acordate del famoso debate que le hizo ganar las elecciones a Kennedy cuando enfrentó a Nixon por televisión. Y sobre esto tengo una anécdota. ¿La querés?
—¡Claro!
—El asesor de asuntos de televisión de Kennedy era Henry Fonda. Él le enseñó todos los secretos que permiten enfrentar con serenidad a las cámaras. Y Kennedy los aprendió a fondo. Una vez le hicieron un reportaje en la Casa Blanca. Antes de iniciar la grabación Kennedy gritó: "¡Cambien ese foco. Esa luz no me favorece la cara". ¡Qué te parece!
—¿Cuál es la fórmula de la pareja: novios-casados-amantes o amantes-casados-novios.
—El estado, o mejor dicho el proceso ideal, es amantes-casados-novios. ¡Pero ojo! deben hacerlo si están preparados, si la educación les permite asumir esa actitud. Aunque te aclaro que esto no siempre sale bien. De la misma manera que la otra fórmula (novios-casados-amantes) también suele culminar en fracaso. Son muchos los matrimonios que fracasaron porque no había entendimiento sexual. Además está el tabú de la virginidad. Mucho más acentuado en el hombre que en la mujer, claro. De todos modos pienso que el camino más lógico para llegar a la felicidad es el primero: amantes, después casados y finalmente novios. Claro que, como te dije, esta actitud deben tomarla aquellos que estén preparados, educados para arriesgar. ¡Pero es tan difícil la felicidad!
—¿Cómo es eso?
—La gente que se casa y cree que tiene derecho a la felicidad está equivocada. ¿Por qué el que te acompaña tiene la obligación de hacerte feliz? La felicidad es una niña casquivana que aparece cuando se le da la gana. Después de todo la felicidad es un estado de ánimo.

Las reglas del juego en los reportajes sólo ofrecen dos opciones: dominar o escuchar al entrevistado. Pero ella rompió el esquema: obliga a ver sus palabras. Porqués 'Blackies' no hay más. Ya lo dije.

Revista Semana Gráfica
31.07.1970

Ir Arriba

 

   Paloma Efrom. Blackie. Ahora, un programa de radio (Diálogo con Blackie). Pronto, un programa de televisión. Detrás, una mujer increíble. Aquí, de cómo le ganó al dolor en el sillón de las ocho horas, terminó con el trauma del rating en un paseo por Palermo, venció a los ejecutivos que se desayunan con café y aspirinas, resumió la felicidad y algunas cosas más
Blackie
Blackie