I —MUJER AL PASO. Estaba parada entre dos pedazos
de sombra, tenía todo el sol encima y, en consecuencia, un agobiante
calor y gruesas gotas de sudor que le humedecían el vestido. Uno de
los más lindos, para ir a ver al marido. Era una desgracia haberle
sacado el dobladillo, ahora parecía más ordinario. Pero, si no lo
hacía, no llegaba al patio, lleno de gente, con más calor, justo en
la mitad de la cárcel. La orden es que las faldas deben terminar
cuatro dedos debajo de la rodilla. Muchas no hacen este trabajo
de costura. Van provistas de alfileres y una sobrepollera de
cualquier género, incluso lona o arpillera, y se la ponen antes de
trasponer el umbral del instituto penitenciario. No les importa que
los colores no combinen bien con la blusa. "La primera vez que
vine me puse en el rincón y no hablaba con nadie. Me sentía muy mal.
Al segundo día ya no sabía lo que hacer, pero vino la petisa,
despeinada, y me dijo: soy pesada, ¿cómo te llamás?, ¿por qué está
adentro él?, bueno, ponete acá y quedate en el molde. No, no se crea
que son malas, son las que tienen más carácter. Siempre se salvan
las que tienen más carácter. A veces pegan. Cuando hay líos en la
cola ellas dicen quién tiene razón y si una está muy apurada para
ver al marido, porque se siente mal, por ejemplo, la hacen pasar
antes. Esto es horrible, todo, todo. Abren las puertas a las nueve;
para entrar más o menos temprano, para tener un número bueno, hay
que estarse a las cuatro de la mañana por lo menos. Los días de
fiesta, en Navidad o Año Nuevo o los Reyes —se calló para poder
lagrimear— uno puede poner en el suelo la tablita con su nombre que
nadie se la va a sacar. Eso se respeta. Entonces puede ir al bar y
esperar. Los días de fiesta viene tanta gente que hay que estar a
las tres de la mañana. Para entrar a las diez más o menos." Ahora
iba a tener que hablar de la requisa, del paquete, de las charlas en
la cola. Decía que había cosas que le daban vergüenza. Además no
conversaba con las otras, prefería mantenerse en silencio, pero sin
enojarse. En silencio, pero no por desprecio. Era una desgracia para
ella, ser algo tímida. Por ahí la pasaban. Aquella otra conversaba
más. Iba a contar lo que ésta no quería, no sabía o no podía. En
el primer tramo de la charla, atacó. "Yo ojeo a algunas que pagan
40 y 45 mil por mes del departamento y hasta llegan en auto. Esas
viven de mejicaneadas. Se visten y ahora vienen con la maxi. Ellas
sí que pueden traer un paquete bueno y, entonces, al marido lo
respetan más, allá adentro. Yo trato de juntar algo y compro acá en
el Libertad". Enfrente de la puerta de la cárcel de Villa Devoto,
el bar se llama Libertad. "Hay tres clases de bares, uno para las
que tienen y pueden comprar buenos sánguiches para el marido, o el
amante, o queseyó. El de ahí, el del medio es para las que se
defienden, ahí paran las de la pesada. El otro, para las que no
compran y ahí está la pesada fuerte. Todos cobran más caro que los
otros bares o almacenes. Adentro revisan todo el paquete, no dejan
nada sin revisar, en todo meten la mano. Pero, la requisa, la
requisa, es un suplicio, es un horror, y no son nada más que dos
minutos o tres. Al entrar, la hacen pasar a un cuartito que después
cierran con la cortina, son como los probadores y entonces la que
revisa te hace sacar la ropa o te la saca. A mí me arrancaron los
botones del tapado, me lo arrugaron todo. Y empieza entonces, te
tocan todo, la nariz, las orejas, los senos, todo lo que tenga
canto, todo donde uno se pueda pegar algo. Te revisan el pelo, una
viene de la peluquería para estar linda y te destrozan el peinado, a
propósito, porquesí. A algunas les gusta tocar. No, no es impresión
mía, les gusta tocar, son dos o tres, en cuanto la jefa no ve,
empiezan. Yo al director le pude decir y las sacaron, ese director
es bueno, camina por el patio, saluda, charla. A mi marido lo puedo
abrazar si no hay mucha gente, puedo agarrarlo del brazo. Aunque
cuando llego casi siempre estoy despeinada; él dice que estoy linda,
que soy mona. Pobre. Sí, de la cárcel me cuenta cosas, las peleas,
se imagina, hay una sola canilla para un montón de presos y eso los
pone nerviosos y aparecen sucios. Ahora no, siempre está limpio. Las
de afuera, qué quiere que hablen. En la fila siempre se habla de lo
mismo. Si les fue bien los abogados son muy buenos, si no, no sirven
para nada. Los jueces, hay tres o cuatro que tienen fama de malos. Y
de la justicia qué se puede decir. A mi marido le pusieron tres años
y medio, por apelar le dieron cinco. Qué quiere que diga de la
justicia. Para las fiestas quiero traerle algún regalo. Para entrar
van llamando grupos. Pasen del 1 al 10. A los bebes también los
requisan, les sacan la ropita, los pañales, aunque estén enfermos,
no se salva nadie. Algunas intentaron pasar cosas prohibidas pero
las pescaron y les suspendieron las visitas. Yo no le puedo llevar
paquetes a mi marido, él es paria. Por suerte él siempre trabajó.
Espero que eso sirva, se siente mejor trabajando, haciendo algo,
algunos trabajan para hacer conducta. Cuando termina la visita hay
que esperar que todos los hombres desalojen el patio para poder
salir. Preferiría no abrazarlo, no agarrarlo del brazo, verlo a
través de una mampara de vidrio antes de tener que soportar todo
eso." No tenía nada más que decir. Dentro de unos días iba a
contar exactamente lo mismo que ahora estaba pasando.
Inexorablemente visitan a los detenidos. Lo que cambia
fundamentalmente es la vida de la familia de los presos. La que
estaba de amarillo, con la sobrepollera blanca, era prostituta,
porque no ganaba para darle todo a los hijos. Estos se dedicaban a
vagar por la calle para sacar algo. Era uno de los tantos casos.
Había otra que fue a ver al abogado para saber la pena del marido;
unos cuatro años. "Yo que hace tanto que soy un modelo, fiel, que
soy virtuosa, que trabajé como una loca. ¿Ahora qué hago, todo este
tiempo? ¿Qué hago? ¡¿Qué hago?!". Ya estaba perdiendo su virtuosidad
al empezar a decir. La ley condena el adulterio, impide al preso
tener relaciones. La sociedad proscribe, generalmente, a los
amantes. Es frecuente que después de un tiempo de esfuerzo y
soledad, caigan en los brazos de otro. El principal problema es
comunicar al que está en la celda la nueva situación.
II. —
LLEGA UN NOVATO. Seguramente se había obsesionado demasiado con el
casamiento. A los 21 años, José K... ya quería tener mujer e hijos.
El mes anterior lo habían echado del trabajo. A la noche, después de
muchos te quiero y una buena cuota de propósitos, se presentó en el
garaje! con un revólver para llevarse un auto para vender. Después
de andar una cuadra y media le dieron casi cuatro años de cárcel. La
novia todavía está por casarse pero con otro. José K... se
esforzó en quedarse tranquilo la primera tarde de preso. A la noche,
cuando todo tenía que estar en orden y en silencio, lo violaron. Lo
hicieron entre ocho. Otro tuvo suerte, no le pasó eso: Al mes de
convivir con los presos, sólo hablaba un lenguaje distinto y tenía
un tatuaje en el antebrazo que le había dolido al grabarlo, pero al
principio no más, después ya no. Aquí "Los barroteros empiezan a
golpear las ventanas con más fuerza que la habitual, algo que de
todos modos avisa a los demás cuadros que ese día no tendrán
revisación. Juntamente con éstos comienzan sus tareas los patoteros,
que con palos de madera golpean las paredes y el piso en busca de
algún hueco o boquete. "Después se oyen los ruidos del desarme de
las camas que están compuestas de tres partes: elástico y dos
respaldos que son de caño redondo y hueco. La yuta desarma las camas
una por una y golpea furiosamente los caños contra el piso, siempre
hay dos o tres camas que ya no sirven más después de la requisa. Hay
que dormir en el suelo esperando que alguna quede libre. Hay algunas
camas que son de hierro macizo y las rompen igual. Es para decirnos
que ellos son los que mandan. Que uno es impotente, que no les puede
hacer nada porque son de la yuta." Finalizada la requisa los
presos deben ingresar al comedor en fila india, hasta llegar al
fondo. Entonces viene la orden: "Continuar". Comienzan las
carreras desenfrenadas de reconstrucción. Comienza el rastreo. El
personal de la requisa no puede saber lo que es de uno y lo que es
de otro. "Al requisar los yutas mezclan todo, juntan las comidas de
las ranchadas. Al llegar uno se lleva todo; total el otro ¿a quién
le va a reclamar? ¿A la yuta? No va a hacer eso un buen muchacho. Un
logi achacado tiene que aguantiñarse en el molde." "Los que
tienen su cama en un sitio y ranchan en otro corren desesperados de
aquí para allá. Los que ranchan en el comedor la pasan peor: son los
parias, los logis, los bichos, porque total, qué importa robarle a
los giles esos." Antes los colchones también iban a parar al
piso; pero como son yuteros, ya no los tiran más. Las ollas, tazas,
cartas, libros, fideos, revistas, los cartones que reemplazan a los
vidrios rotos, todo queda en el suelo. Hay sábanas con dulce de
leche, corbatas en el tacho de querosene, aceite usado en los
zapatos. Los palos de escoba, los secadores, se trasforman en
percheros.
IV. —FOLKLORE LOCAL Los tatuajes en el pecho y el
antebrazo eran habituales en los presos. Generalmente representaban
un corazón atravesado por una flecha con el nombre de la novia, de
la esposa o de la concubina. También abundan, actualmente, figuras
representativas de la traición o la venganza. Con el tiempo,
esta costumbre va siendo suplida por los cortes. Es frecuente ver
detenidos con atroces cicatrices en los brazos, antebrazos y cuello,
inclusive en el estómago y pubis. Los que más las ostentan
pertenecen a la pesada. Esta costumbre se originó 20 años atrás.
Constituyen un timbre de honor y ningún grata que se precie de tal
puede dejar de tener varias cicatrices. Los cortes se
autoinfieren en las comisarías con cualquier elemento para evitar la
continuación de la parrilla. En los institutos penales hay épocas
en que se desatan verdaderas psicosis que originaron una expresión
en el lunfardo carcelario: Está para cortarse. Se aplica cuando ha
ocurrido algo sumamente agradable o se ha recibido una noticia
alentadora como la reducción de la pena. Todo el que esté con
muchas cicatrices es señal que ha sufrido y merece respeto. Las
costumbres carcelarias no se detienen en esto. Más importante aún
para la supervivencia es el lenguaje: el lunfardo, cuyos términos
muchas veces son utilizados en la conversación corriente. Por esta
razón en la cárcel se denomina querusa. Lo utilizan constantemente
los de la pesada. Los de la liviana y los logis lo usan para
comunicarse. Según la especialidad del delincuente esta jerigonza
varía en sus términos. Los scruchantes, por ejemplo, suelen advertir
al compañero de trabajo, cuando hay algún policía en el pasaje del
colectivo: "Hay agua por acá". Para comunicarse es frecuente que
también se utilice en las cárceles el idioma de los sordomudos y
mímicas especiales. Los gratas suelen expresarse de esta manera:
"Oiga, oiga, don, ¿no tiene un fazo? ¿No me vio antes, don? Salí
escrachado en la muía. Perdimos en el choque cuando nos zarpábamos
con un par de bigotes. Fue un laboro de pesada pero, desde la
lancha, nos cargaron a cohetazos. ¿Cómo se llama? ... ¡Ah! Su nombre
lo pasaron en la víbora. Lo oí el otro día cuando puse la cantora.
Por ahí baten todo. ¿No le tocó un fiscal brígido como a mí? ¿Cuál
le tocó? Yo hace rato que estoy en ésta, ¿vio? Pero cuando me dio la
condena larga me entró a fallar el bobo. Es una desgracia ¿vio, don?
Bueno don, después le sigo contando. Me olivo a tomar unos amargos."
V. — LOS LIMITES DE LA LEY. Instintivamente los reclusos se
dividen según sus formas de obrar en el delito. El asaltante es
naturalmente resentido, no olvida en ningún momento su extracción ni
su condición de analfabeto o semi-analfabeto, la noción de bueno y
malo es confusa en él desde la infancia. El estafador es cerebral,
paciente, capaz de perpetrar delitos que requieran gran cantidad de
tiempo, sabe esperar, continuamente se perfecciona en su métier.
Ambos conforman los principales estratos, fundamentalmente
distintos, de la sociedad carcelaria. Esta clasificación es
inútil para despoblar las cárceles o tratar de evitar la continuidad
del delito. El penado, una vez fuera de la cárcel, difícilmente
es recibido por la sociedad, y cuando es aceptado se trata de un
acto benéfico que sólo complace al benefactor. Los reclusos son
perfectamente conscientes de esta situación e incluso se refugian en
ella. La vida carcelaria ha ido aumentando sus resentimientos.
Algunos han sido víctimas de violaciones, han observado las mayores
perversiones sexuales y soportado todo tipo de matonismo. Su odio se
vuelca hacia el uniforme. "¿Sabe cuándo van a servir las cárceles?
—confiaba un penado—: cuando vengan los guardapolvos blancos."
Aún más pernicioso que esta vida, totalmente contraria a los usos y
costumbres que preconiza la sociedad, es la mezcla de delincuentes
primarios, ocasionales y emocionales con recalcitrantes del delito
que lo llevan dentro y carecen de intenciones de cambiar. Elías
Neuman, abogado especializado en criminología, que detalló la
sociedad carcelaria a lo largo de seis obras, respondió un
cuestionario sobre el tema: —¿Es posible la real clasificación de
los presos? —La clasificación de presos debe hacerse con criterio
criminológico, es decir, tras un estudio biológico, psíquico y
social del individuo, teniendo en cuenta factores como su actitud
pasada, presente y futura y su aptitud. Todo ello con sentido
dinámico. No se trata de clasificar simplemente sino de seguir la
evolución y la permeabilidad a determinado tratamiento
penitenciario. Esa clasificación permitirá formar series de
poblaciones carcelarias homogéneas y tiende a personalizar la pena,
o sea, enviar al recluso al tipo de establecimiento carcelario que
se adapte a su persona y a su posibilidad de readaptación social.
Tan importante como esta clasificación es el reclutamiento de
personal penitenciario idóneo, sinceramente interesado en la misión
social que significa lograr reinsertar con utilidad, a la comunidad,
a quienes han delinquido. —No fueron precisamente humanos al
delinquir. El darles un trato totalmente humano, ¿no los dejaría sin
castigo? El castigo, la vindicta social, se ejerce mediante la
sentencia condenatoria de un juez que priva de la libertad por el
mal uso que se ha hecho de ella. La ley señala también que el
delincuente no ha perdido su condición humana y que debe tratárselo
dignamente en la prisión ya que en la mayoría de los casos habrá de
reinsertarse —tarde o temprano— a la sociedad, y ello debe ocurrir
con utilidad y provecho para él, la familia y la sociedad. El preso
no es una categoría legal, es un ser humano. Resulta socialmente,
además de humanamente, nefasto depositarlo como una cifra más y
someterlo a castigos que la ley no autoriza, porque es una forma de
generar o robustecer su resentimiento, su odio contra la comunidad y
las pautas morales y jurídicas de convivencia. —¿Cómo debe ser el
trabajo carcelario? —Entiendo que todo preso, aunque sea un
encausado —que aún no ha recibido sentencia— o condenado, debe
trabajar obligatoriamente!. El trabajo es un derecho inherente a
toda persona humana y ninguna ley, por simple detención en la cárcel
o la condena en la, prisión, sanciona accesoriamente al ocio
forzado. El trabajo carcelario constituye, además, una terapia y
permite mantener, y a veces crear, un hábito benéfico. El hombre se
siente útil. Claro está que no debe tratarse de un trabajo estéril.
—¿Qué es el pabellón de observación y cómo se utiliza? —Al
ingresar delincuentes primarios a Villa Devoto van a dar a los
llamados pabellones de observación, donde se albergan hasta treinta
detenidos. Los reincidentes, por lo general, son enviados
directamente a otros pabellones. En la práctica la estadía en los
pabellones de observación es fluctuante. Cumplirían con la tarea de
seleccionar al detenido para enviarlo al pabellón que más convenga a
su edad, delito o personalidad. —¿No sería una solución la pena
de muerte? ¿En qué delitos se podría aplicar? —Hay que matar al
delincuente, no al hombre. La pena de muerte es una venganza legal
que repudia nuestro sentimiento y muy pocas doctrinas aún la
sustentan. La justicia es falible, existe siempre la posibilidad de
error y ésta es la pena más irreparable de todas. No es cierto, por
otra parte, que intimide o disuada al delincuente en potencia. No
puede disuadir a un habitual del delito o a un marginal o al
delincuente emocional, por ejemplo. La prueba está en que
diariamente caen en encuentros con la autoridad delincuentes y, sin
embargo,- el delito no para. La violencia engendra la violencia y es
por ello que también, lamentablemente, caen los guardadores del
orden en manos de delincuentes. —¿Qué serían las cárceles
abiertas? —Las prisiones abiertas, que introduje doctrinariamente
en nuestro país a través de mi tesis doctoral publicada en 1962,
implican una nueva concepción de la pena de privación de la
libertad. Son establecimientos agropecuarios o industriales que hoy
triunfan en todo el mundo y también en nuestro país. No existe
ningún tipo de fuerza contra la evasión. No todos pueden gozar de
ese régimen sino presos bien seleccionados tras un estudio muy serio
de su personalidad bio-psico-social. También el personal no puede
ser el mismo que ha estado en prisiones de máxima seguridad. Debe
ser bien seleccionado. Hay que pensar que el guardiacárcel pasa a
ser capataz de una cuadrilla de presos que trabajan. —¿No pueden
fugarse constantemente? —La experiencia mundial ha demostrado que
no. Un crédito de confianza, el trabajo proficuo, la asistencia —en
amplio sentido— cordial, la inmediación de un buen director y no
menos buenos funcionarios, el clima de corrección respecto de los
familiares de los internos, crea, entre otras cosas, una comunidad
psicológicamente desfavorable a la evasión. Por lo demás, al
romperse el margen que separa al penal de la vida en la comunidad,
el hombre toma conciencia de que debe volver a la sociedad con la
mejor actitud. Diríase que, en una prisión abierta, los presos están
presos de su conciencia. Personalmente creo que, en estos casos, no
se debe hablar de fuga sino de abandono, pero repito, son muy poco
comunes. En cambio en las prisiones de máxima seguridad la evasión
es casi total. Me refiero a la evasión legal; la ley dice que deben
readaptarse pero ninguno se readapta. En los establecimientos
abiertos, vencer la tentación de fugarse implica un buen comienzo
para la recuperación del delincuente. —¿Cómo podrían despoblarse,
aunque sea en parte, las cárceles de procesados? —En el ámbito de
la Capital Federal, sin ninguna duda, mediante un procedimiento
penal más rápido. También en la creación de, por lo menos, diez
juzgados de instrucción. Esto último permitirá un desahogo de
trabajo e impediría la permanente delegación de funciones a que
deben recurrir los jueces. Mucho es lo que podría decir sobre el
arcaico procedimiento escrito de nuestra justicia penal y su
duración, en muchos casos, interminable. Se me ocurre que una forma
de despoblar parcialmente la cárcel de Villa Devoto —en que pese a
los mejores deseos se viola el artículo 18 de la Constitución
Nacional, que establece que "las cárceles deben ser sanas y
limpias"— podría hallarse a través de la personalización de la
excarcelación. O sea, que el juez instructor no se vea compelido a
no excarcelar —libertad bajo caución— por mandato legal en
determinados delitos y circunstancias. El juez podría, mediante un
estudio de la personalidad del justiciable, sobre todo cuando se
trata de un delincuente novel, permitir su egreso condicional y a
expensas del juicio. En Villa Devoto hay muchos detenidos a quienes
se está deteriorando moral, física y psíquicamente, sin ningún
provecho social, sólo por haber cometido un delito de cohecho de
pocos pesos, por ejemplo. —¿Qué leyes penales sancionaría?
—Las leyes más draconianas no erradican por sí solas ningún tipo de
delito intencional. En todo caso debe promulgarse la ley penal tras
un estudio consciente, a nivel interdisciplinario, de lo que ocurre
en la realidad social argentina, en el ámbito delictual. Nadie es
poseedor de la verdad, ni siquiera la ley, en este terreno. No creo
en injertos de leyes de países europeos a nuestro código, por más
afamado que sea el codificador. Creo en la reflexión e investigación
de campo (áreas delictivas) que es lo que permitiría luego plasmar
la ley penal. La incidencia de de terminados delitos no es similar
ni si quiera etiológicamente, en las ciudades y en el campo. Y esto
habría que estudiarlo porque la ley penal es de fondo y para todos
los habitantes. PANORAMA, MARZO 9,1971
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Los mejores testimonios sobre las cárceles no
pueden ser brindados por abogados, jueces o guardianes,
sino por los mismos presos y por sus familias. Eso se
procuró conseguir en el texto siguiente, preparado por
un equipo de Panorama, mediante la entrevista a los
personajes de ese medio. Por razones obvias, no pueden
señalarse los nombres propios de los entrevistados. Se
ha mantenido sin embargo el típico lenguaje carcelario,
una jerga convencional que los novicios deben aprender.
Para su mejor comprensión se adjunta un vocabulario.
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