El segundo ejército
Perdida en una violenta maraña política,
la poderosa central se tambalea con sus tres millones de obreros

CGT
Los pocos que lo sabían lo ocultaron: Isabel Martínez de Perón había pasado su primera mañana en Buenos Aires con la señora esposa del coronel Gentiluomo. Esta fue la pista olvidada —y la más valiosa— en el misterio del brutal asesinato de la calle Tucumán. Según suponen los más íntimos allegados, "Chabela" había dejado en manos de Gentiluomo —a través de su señora— una valija, con instrucciones, planes, documentación y quizá dinero para invertir en futuras campañas políticas. Claro Argentino Romero, un hombre torvo y macizo, peronista por su pasado, quiso secuestrar ese maletín. Aparentemente, logró su cometido. Pero en el intento fue asesinada brutalmente la señora de Gentiluomo, que llegó a denunciar en su agonía a Romero y los Comandos Civiles. Mientras en medios peronistas se acusa a las Fuerzas Armadas de proteger o esconder a Romero, otras fuentes aseguran que el hombre ya está "muerto y enterrado". Así se desató un escándalo turbio cuyas aristas de misterio tal vez no se aclararán jamás: es indudable que fuerzas demasiado poderosas protegen a los asesinos de la señora de Gentiluomo.
¿Eran realmente comandos civiles antiperonistas? ¿Fue un accidente en una operación secreta de agentes militares de informaciones? ¿Qué contenía la valija? ¿Cuánto dinero, o qué instrucciones? Hay un mundo de preguntas. Solo se sabe que, detrás de estos interrogantes hay un solo punto inamovible que genera tensiones y ambiciones: la CGT argentina.

Perón contra Vandor
El setentón exiliado en Madrid ha lanzado un golpe demoledor, aunque sutil, contra los hombres más fuertes del movimiento obrero. La creciente figura de Augusto Vandor, al parecer, comenzaba a hacerle sombra. Dentro de este clima, el obsequioso periplo de Isabelita aparece como una nueva y sagaz maniobra de uno de los políticos más astutos del siglo. "Chabela" prodigó sus favores al sector político del peronismo, pero hizo objeto de repetidos desaires al célebre "Lobo" Vandor, exaltando en cambio la figura de otro sindicalista que se encuentra encaramado en la cumbre de la burocracia gremial: el secretario general de la CGT, José Alonso.
Pocas semanas atrás fueron "exonerados" en el movimiento justicialista tres hombres claves: Alberto Iturbe, Adolfo Cavalli y Alberto Serú García. Perón manda una carta tras otra, inquieto por el clima de "rebelión" que reina en Buenos Aires. Sus seguidores gremiales se le escapan de las manos y el líder, irritado, nervioso, opta por desplazar al poderoso Vandor, pilar del peronismo obrero, para apañar a un dirigente más bien burocrático y cerebral, José Alonso, y a la bancada parlamentaria.
Este galimatías revela la estructura interna de la central obrera. En otros tiempos, la CGT se asemejaba —sobre todo en sus momentos de acción inmediata— a un comando de Ejército. Todo estaba preparado para el acto culminante de protesta obrera: la huelga. Un comando superior ubicuo e influyente, un comando suplente para casos de detenciones, piquetes de huelgas y hombres de enlace diseminados por todo el país. Una llamada telefónica podía movilizar en pocas horas a las 74 delegaciones regionales, como si fueran regimientos. Un movimiento obrero unido, disciplinado, con dirigentes representativos, que muchas veces fue llamado segundo ejército.
En el actual ejército gremial, el comandante en jefe Vandor conspira contra el ministro José Alonso, y todos los coroneles, desde Framini hasta Armando March, dan muestras de indisciplina. Sin embargo, la central obrera sigue siendo —tanto como el Ejército o la Iglesia— una institución vertical, expectante, ávida de poder.
Suele reconocerse que el gremio más poderoso del país es la Unión Obrera Metalúrgica, coto del sagaz "Lobo" Vandor: cuenta con 300.000 obreros muy disciplinados. Pilares secundarios del movimiento obrero son el gremio textil (150.000 afiliados) conducido por Andrés Framini, el del Vestido (150.000), el de la Carne (60.000), que controla Eleuterio Cardozo, y una nube de sindicatos menores. Entre estos se ubica la experiencia más original del movimiento obrero: el Sindicato de Luz y Fuerza. Los protagonistas son Luis Angeleri, Juan José Taccone, Francisco Prado, Félix Pérez y un equipo directivo de ideas afines a las del ex presidente Arturo Frondizi. En realidad, Luz y Fuerza es netamente peronista, pero la astucia de sus líderes lo ha llevado a una neta prescindencia política. Es el único gremio del país que patrocina programas de televisión buscando su publicidad como sindicato eficaz. Los 30.000 afiliados gozan de servicios sociales inmejorables, varios hoteles y una sede en pleno barrio Norte: un perfecto gremio a la inglesa.
El poderoso gremio de los empleados de Comercio (independiente de las 62, pero dentro de la CGT), dominado por el señorial Armando March, prácticamente no concurre a la CGT. March no oculta sus simpatías por el gobierno y prefiere no apoyar a la peronizada conducción de la central.
Antonio Scipione, que orienta a la también independiente Unión Ferroviaria (250.000 afiliados), tampoco gusta del feroz antioficialismo de Vandor, pero la ensoberbecida oposición interna del gremio (peronistas y comunistas) le impide romper abiertamente con el "Lobo".
En la actualidad, el peronismo controla la CGT apoyado en la Unión Obrera Metalúrgica, la Asociación Obrera Textil y muchos sindicatos del Interior: se centra alrededor de las 62 Organizaciones. Apartados desde que se aplicaron los capítulos más borrascosos del Plan de Lucha, los Independientes conducidos por Armando March no se deciden a crear una temida CGT paralela y oficialista. Los comunistas y los gorilas, otrora influyentes, casi han desaparecido: el Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical pro comunista, solo agrupa a cinco gremios diminutos, donde apenas sobresalen Químicos y Canillitas. Las 32 Organizaciones Democráticas, que simpatizaran con el contraalmirante Isaac Rojas, apenas subsisten en el sindicato de los Despachantes de Aduanas.
En la cumbre de la burocracia sindical se ubica José Alonso, que a todas luces se ha independizado del peronismo oficial del todopoderoso Augusto Vandor, e intenta jugar una carta más moderada entablando cordiales relaciones con medios eclesiásticos y militares. Si Vandor ha soñado siempre con un Partido Obrero, Alonso abrigó la quimera de un gobierno militar amigo de los sindicatos, para lo cual los gremialistas deberían ser católicos, anticomunistas y conciliadores.

Aquí están, estos son
Al caer el régimen peronista, en 1955, buena parte de los dirigentes gremiales conocidos desapareció del mapa público. Un puñado de fieles peronistas se hizo cargo de los restos de la CGT; estaban entre ellos el textil Andrés Framini, los metalúrgicos Armando Cabo, Paulino Niembro, Avelino Fernández y el dirigente de la Carne, Eleuterio Cardozo.
Al mismo tiempo, y con ayuda del gobierno revolucionario, surgen dirigentes gremiales no peronistas, basados por lo general en su condición de sindicalistas capaces: el gráfico Riego Ribas, Armando March entre los mercantiles, Antonio Scipione en la Unión Ferroviaria. También florece un pequeño sector adicto al Partido Comunista.
Con el gobierno de Frondizi la situación se normaliza y el peronismo retoma naturalmente las riendas del movimiento obrero; surge así una nueva carnada de dirigentes peronistas. Son los que no pueden ser acusados de haber lucrado antes de 1955, porque ni siquiera han conocido personalmente a Perón. A la cabeza de esta nueva generación figura un metalúrgico campechano, rubio, de ojos celestes que sonríen permanentemente. Siempre viste de sport y se llama Augusto Vandor.
—Empecé en los establecimientos Philips —relata el "Lobo" con un dejo de nostalgia—, donde los compañeros me eligieron delegado de fábrica. Entonces conseguí dos cosas, novia y cárcel. Elida Curone, que hoy es mi mujer, era obrera de la misma fábrica. En seguida cayó Perón y yo estuve cuarenta y ocho días en la Penitenciaría y noventa en Caseros.
—¿Qué aprendió en esos días?
—Dos cosas: unidad y disciplina como único instrumento de la clase obrera. Unidos y organizados somos más fuertes que cualquier ejército.
—¿ Pero usted se siente enemigo del Ejército?
—¡No! Nuestras fuerzas armadas son pueblo y sienten las inquietudes de la CGT.
Vandor, que no cree en el comunismo ni en la ayuda norteamericana, aparentemente ha logrado impregnar a la Unión Obrera Metalúrgica con su slogan: unidad y disciplina. Hoy, los viejos líderes de otro tiempo, como Paulino Niembro o Armando Cabo, no son más que oficiales en el ejército de metalúrgicos que comanda el "Lobo".
Framini es más antiguo. Tiene un publicitado amor por el folklore y la guitarra. Un poco resignado, ahora que Vandor le arrebató rotundamente el control del peronismo gremial, parece un cuarentón hogareño y afecto a las teorías políticas. Fuma mucho, nerviosamente; cuando se le recuerda que el gobierno radical intenta proscribir a los sindicatos que "actúen en política", agita las manos.
—Ya lo dijo Scalabrini Ortiz —clama con voz ronca—: los trabajadores no son jazmines del aire. ¿Cómo no vamos a intervenir en política?
Tiene una manera tosca de sentarse, e incluso parece triste cuando menea sus viejas consignas como liberación nacional o transformación de estructuras (él introdujo la sociología de izquierda entre los sindicalistas peronistas). Últimamente, la Asociación Obrera Textil obedece más al tenaz Juan Loholaberry que a Framini. "Andrés sigue en el gremio —confesó un dirigente joven— porque tiene esa voz ronca, y ese peronismo a ultranza, que en los discursos queda macanudo".
Bordeando los cincuenta años, José Alonso parece a mitad de camino entre el profesionalismo de Vandor y el izquierdismo de Framini. Así como Vandor es hombre de acción, Alonso brilla en los gabinetes: estudioso, muy lúcido, despierto estratega. Llegó a secretario general de la central obrera como mero títere de Vandor; ahora sustenta opiniones muy propias y no lo pueden desalojar. Su fuente de poder reside en la burocracia cegetista y en su femenino gremio. "Cincuenta costureras", como dijo con desprecio un jerarca metalúrgico.
—No, Perón no influye en las acciones de la CGT —musita con aire inocente—. ¡No! ; Para nada! Las determinaciones la toman los cuerpos de la central obrera ..., claro que en eso tiene importancia la ideología personal de los miembros de la CGT. Pero nuestra organización es puramente sindical. Aparte, Perón puede sentir alegría, congoja o indiferencia por lo que hagamos nosotros gremialmente.
—¿Cree que la central obrera argentina puede llegar a ser orientadora del movimiento sindical latinoamericano?
—No nos interesa. Somos nacionalistas y creemos que cada central tiene derecho a llevar las cosas a su modo.
—¿Cree que el Ejército argentino es antiperonista?
—¡No! El Ejército no puede ser "anti" nada. Que se nutra de la savia del pueblo y defienda la esencia de nuestra patria. Nada más. Solo puede ser "anti" de la antipatria.
Juan José Taccone podría coincidir con estas ideas. Pero prefiere el silencio. Se cuenta entre los sindicalistas más jóvenes y asegura que el único secreto del éxito del método Luz y Fuerza (él es el secretario general de la sección Capital) reside en la eficacia.
—La clase obrera debe integrarse al resto de los sectores nacionales —masculla lentamente Taccone— de los que no excluimos, por supuesto, a la Iglesia o el Ejército. No debemos perder contacto con empresarios, industriales, profesionales: los trabajadores estamos a la búsqueda de una síntesis nacional. Nuestra Comunidad Gremial Solidaria de Trabajadores y Familiares es un ejemplo en pequeño, dentro del gremio.
Muy lejos de esta locuacidad, Armando March parece cansado. Habla con parsimonia, elige las palabras.
—Nunca he caído en el infundio personal —dice con parquedad— y por eso no tendré inconveniente en volver a prestar mi colaboración a la CGT, cuando esta deje de ser un comité peronista. No tengo nada contra Vandor: hemos trabajado codo a codo. No formaré ninguna central paralela u oficialista, como se dice, hasta que no esté seguro de que los sindicatos argentinos no pueden unirse para defender sus derechos en el campo específicamente gremial.
Para los entendidos, se aproximan épocas mejores en la trayectoria de March. Alonso necesita una central obrera unida, sin exclusiones, para hacerse fuerte y domeñar las ínfulas de Vandor. Con los independientes en la CGT, el reflexivo líder de las costureras podría cumplir el papel de árbitro.

La historia secreta
Tanto Alonso como Vandor tienen amigos militares; solo que el líder metalúrgico está interesado en perspectivas inmediatas y el jefe de la CGT prefiere las conversaciones teóricas.
—Vandor propicia una oposición furiosa —pontificó un lugarteniente de Alonso— y con eso va a conseguir que cambien a algún ministro o que, finalmente, los militares gorilas tomen el poder. No conseguirá ni soluciones inmediatas ni cambio de estructuras. Ya lo dijo Alonso: antes que un golpe militar lo que nos interesa es un cambio de mentalidad. Tenemos que saber por qué y para qué. De esa manera la clase obrera no estará sola y podrán comprometerse con ella la clase media, los militares, la Iglesia.
La teoría de Alonso relega, pues, la posibilidad inmediata de un gobierno militar o un proceso revolucionario, aunque no los niega en una perspectiva futura. Por ahora, se limita a la propaganda ideológica, a lograr un movimiento obrero sólido y a auspiciar un tibio evolucionismo político, con gran contento de los legisladores peronistas que ven en el extremismo gremial un peligro para la conservación de sus bancas.
Por todo esto, el sabio burócrata que ocupa la jefatura de la CGT invierte la mitad de su tiempo en los cursos de capacitación sindical, destinados a formar dirigentes gremiales completos y aptos.
Al mismo tiempo, impulsó a su esposa, María Luisa de Alonso, en la empresa de levantar la Entidad de Voluntarias de Ayuda Solidaria.
María Luisa tiene 36 años, habla con dulzura y no puede olvidarse en su presencia el recuerdo de Eva Perón.
—No queremos imitar a nadie —asegura— sino hacer el bien por el bien en sí. Los sindicatos financian a la entidad (su sigla, curiosamente, forma la palabra EVAS) que ayuda a la gente pobre de todo el país.
En realidad, detrás de la angelical apariencia de María Luisa de Alonso, palpita un designio político que utiliza la proverbial debilidad de las bases peronistas por la imagen de "la señora", que el recuerdo de Evita proyecta sobre Isabel Martínez o la esposa de Alonso.
Alonso, que se sabe el único amigo personal de Perón entre los gremialistas, que ha estrechado vínculos con la bancada justicialista del Congreso, también enemistada con los sindicalistas que la acusan de "conciliadora", se hizo fuerte y aprovechó un viaje a Ginebra por el Congreso de la Organización Internacional del Trabajo para visitar a Perón en Madrid.
La señora de Alonso inicia en esos días la actual revolución interna del peronismo : se anticipa y explica a Perón el problema creado entre Vandor y el jefe de la CGT. Días después llegan a Madrid, Juan Racchini —vandorista acérrimo— y Luis Angeleri, un neutral, pero el ex presidente argentino se niega a recibirlos. Alonso, finalmente, conversa con su viejo amigo y, según todo parece indicarlo, lo convence de la estrategia a seguir.
En julio de 1965 Vandor se encontraba en pleno proceso de reorganización. Pensaba mermar la influencia de Perón eligiendo democráticamente las autoridades de un nuevo Partido Justicialista, claramente separado de la bancada peronista del Congreso, algo blanda en sus posiciones. Dos cartas sucesivas de Perón apostrofan a los gremialistas que actúan en política (léase Framini-Vandor), aseguran que la reestructuración otorga armas al gobierno radical para proscribir al peronismo, y definen un cambio total en la posición opositora: "hay que terminar con los golpes de estado —dice Perón— e incluso hacer desaparecer a aquellos dirigentes que han venido manteniendo contacto con los azules". Mientras los contactos militares de Alonso son de tono ideológico, Vandor ha sido acusado de tenerlos en un tenor golpista. La carta del líder exiliado, pues, lo compromete.
Perón quiere negociar con el gobierno directamente, no puede ya tolerar la intermediación de Vandor. Ese es el sentido de su maniobra, que pinta un nuevo panorama: "su hombre en la CGT será ahora José Alonso, menos peligroso que los anteriores. Se planea reestructurar totalmente el movimiento justicialista, desplazar al vandorismo y establecer la jefatura del sector político. Detrás de esto aparece el prestigioso Raúl Matera. Más entre bambalinas aún, el poderoso financista Jorge Antonio, interesado en hacer las paces con el gobierno radical por razones económicas. Estos hombres, junto con el grupo de legisladores peronistas, naturalmente conservadores e interesados en gozar de sus bancas, han formado un frente que Perón respalda.
El gremialismo se resiste ferozmente. Ahora, Vandor —aparentemente apoyado por Framini, Coria y el sindicalismo en bloque— planea "retirarse hasta que aclare y hacer un viaje por el Oriente que incluiría Egipto, Yugoslavia y hasta China comunista". No será fácil deglutir a este parco gremialista cuyo arraigo popular es, ya, demasiado profundo.
Por su parte, Alonso se apresta a reinar en paz en el movimiento gremial. Ya ha iniciado contactos con March y sus independientes. Tampoco descarta la idea de buscar apoyo en el medio estudiantil : es previsible que los vandoristas le retiren sus hirsutos activistas de las campañas de agitación del Plan de Lucha.
La CGT, pues, cambia otra vez su confusa imagen. Todavía se debate bajo la férula del astuto egoísmo de Perón. Y a pesar de esa magnética influencia, del marasmo económico y el cansancio de ese ejército de tres millones de soldados no demasiado dispuestos a obedecer, lucha por conservar un poder que solo igualan la Iglesia y las Fuerzas Armadas.
Rolando Hanglin

LOS MILLONES DE LA CGT
Fue hace muy poco, en un canal de televisión. El gremialista Andrés Framini debía polemizar con el conservador Emilio Hardoy. Framini llegó en un Kaiser Carabela, representando a los obreros peronistas; Hardoy, encarnación de la vieja aristocracia, bajó de un modesto Citroën. Para algunos, esto significa que los tiempos han cambiado. Para otros, que el enorme poderío económico de la central sindical está en manos deshonestas u oportunistas.
En realidad, la CGT tiene una economía tan frágil como el resto del país. Aunque hay 7 millones y medio de trabajadores, solo 3 millones se encuentran afiliados a través de sindicatos y federaciones adheridas.
La burocracia gremial exige fuertes gastos de financiación: en los años 63 y 64, se dispusieron aportes especiales de 50 pesos por cabeza, a descontar del jornal del primero de mayo. Esto significó una entrada extraordinaria pero el gobierno radical prohibió en 1965 que se repitiera la fructífera recaudación. Entonces, la central emitió bonos de Ayuda Solidaria por valor de 100 millones de pesos.
Días atrás, el metalúrgico Avelino Fernández, secretario gremial, y de Interior, llamó a una reunión del Comité Central Confederal en pleno. En la orden del día figuraban interesantes puntos de carácter político, por lo que la prensa concurrió ansiosamente.
—En realidad, hay una trampita —confesó Fernández a los periodistas—; yo llamé a los muchachos para exigirles la plata. ¡O la guita... o los bonos de ayuda, una de dos! ¡Sin recursos no vamos a ningún lado!
Fatigada por las movilizaciones políticas, desalentada por la falta de objetivos, la masa se muestra remisa y retacea su colaboración.
Si la campaña de ayuda no tiene éxito, un fabuloso déficit mensual quedará sin financiación : es que entre el Organismo central y sus 74 delegaciones absorben 9 millones de pesos por mes. Un tercio de esta suma está invertido en los 127 empleados de la central, entre los que se cuentan, desde que subió Alonso, varios asesores y técnicos contratados para los trabajos "de gabinete".
El patrimonio de la CGT, que abarca desde inmuebles y edificios hasta una flotilla de automóviles, está valuado en 22 millones de pesos.
En cuanto a los "magnates del gremialismo", se sabe que son muy pocos y bastante pobres.
Al parecer, los dirigentes gremiales actúan con incentivos más bien espirituales: los aguijonean la pasión política y el ansia de figurar. Las legendarias inversiones del "Lobo" Vandor en apuestas de turf no han sido nunca probadas, aunque puede vérselo periódicamente en el paddock de Palermo.
La vinculación más contundente de la central obrera con la economía nacional, se ejerce a través de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, orientada por el peronista-nacionalista Eustaquio Tolosa. Catorce gremios vitales para la estructura productiva del país se agrupan, a pesar de sus distintos tonos políticos y ocupacionales, incluyendo a ferroviarios, portuarios, camioneros, changadores: esta Confederación es la única que, dentro de la CGT, puede paralizar a toda la Nación.

Revista Panorama
12/1965

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