Están matando al circo
Tiene una historia de amor y aserrín que duró dos mil años. Ni los gestos luminosos de un payaso, ni la magia grotesca de los enanitos pueden resucitar al espectáculo más viejo del mundo: ahora los niños salen defraudados y el circo pierde millones

Circo argentino
Se lo puede encontrar en la calle Corrientes, cerca de los viejos cafés que alguna vez fueron, como el Politeama, refugio de escritores, artistas y bohemios. Sale de tanto en tanto, con las ropas raídas, los ojos detenidos en una lejanía insondable; y recorre los bares pidiendo plata. Cuando se pone pesado, terco, para conseguir una moneda, es probable que alguien le grite: "¡Salí... payaso!". Entonces él se encoge, se hace aún más chiquito de lo que es y vuelve a su reducto, en una pensión de la calle Talcahuano al 1500.
A veces, los olores del circo, de ese maravilloso Sarrasani donde "Piña" fue en 1925 primera figura de clowns y tonys, toman por asalto su nariz, inundan la pieza oscura. Él, con su media lengua de alemán mal adaptado se sumerge en frases incoherentes, oye voces del pasado: "¡Silencio! ¡Listos! Preparados para la función... Tu turno, Piña...". Quizás cualquiera pueda imaginarse entonces a "Píña", aquel tony desgarbado, ingenuo y lúcido; pantalonudo, corbatudo, cuelludo y enfundado en un holgado sacón verdoso que se descolgaba sobre sus zapatones y cuyos guantes, de una blancura impecable, apretaban los inmensos dedazos del payaso. También se podrá imaginar su cara triste, roja y empolvada, manchada con el aserrín húmedo de las pistas.
Ahora, sin embargo, está solo. Cuando vuelve en sí de sus recuerdos es probable que entienda algunas preguntas y, con su voz dulce de viejo maltratado por la fama y los años, conteste:
—¿El circo, señor? El circo ha muerto hace muchos años.

LOS BUROCRATAS DEL ASERRIN
"Piña" es uno de los últimos protagonistas y testigos de la huella que estamparon en nuestro país los circos auténticos. Hablar de la muerte del circo en 1967 no sería justo. En realidad, durante los últimos 100 años, el circo ha muerto muchas veces. En 1900, por ejemplo, el auge de los "cafés-concert" hizo que los artistas circenses abandonaran el ruedo para lucirse en los escenarios. Los circos desaparecieron. Después de 1925, con la llegada del Sarrasani, algunas compañías extranjeras se atrevieron a venir al país. Fue la época de "Piña" y "Sacudile", la verdadera edad de oro del circo en la Argentina. Pero, desde hace aproximadamente 15 años, solo funcionan los circos de todos los días —en Flores, Liniers y Primera Junta—, donde se congrega únicamente el público de las barriadas. Allí, trabajan los burócratas del aserrín. Los que siendo domadores, equilibristas o tonys, podrían ser, con el mismo entusiasmo, albañiles, bancarios o empleados. En los artistas de hoy no existe amor. No hay magia. No hay entusiasmo. Quizás, solo los payasos, con sus caracterizaciones milenarias, se convierten en los últimos vestigios del circo.

FAMILIAS, PESOS Y NIÑOS
En total funcionan 6 circos en la Argentina; 3 en Buenos Aires. Todos pertenecen a familias de artistas que, desde años, asimilan los conocimientos de sus antecesores pero no se preocupan por aportar elementos nuevos a un espectáculo que, único en su género, debería hacer vibrar las cuerdas inocentes de cada niño, haciéndolos cómplices de la mágica aventura del circo. Los pocos niños que hoy buscan alegría en él se sienten defraudados. Por eso, la muerte. Basta este dato para certificarla: en 1925 el Sarrasani recaudó en un mes de trabajo un millón novecientos mil pesos. En 1967, en su mejor temporada, uno de los circos porteños recaudó un millón y medio. Todo se confabula para que desaparezcan: los costos fabulosos que implica alzar una carpa, la rapiña de los dueños de terrenos que cobran hasta 400 mil pesos mensuales de alquiler, la falta de escuelas de capacitación de artistas circenses. En la Argentina hay cerca de 30 mil artistas de circo: muy pocos se formaron en el extranjero y son buenos. El resto aprendió por su cuenta y no tiene trabajo.

CEPILLO, DULCE Y PIPICO
Los sábados, al mediodía, se sienta frente a un vaso de cerveza y come pan y queso. Tiene los ojos vidriosos. Es acróbata, músico, domador y payaso. Se llama Cepillo. Nadie le conoce otro nombre. A su lado están Dulce y Pipico, clowns, acróbatas y músicos: son su mujer y su hijo. Casi dueños de medio circo (uno que hasta fin de mes funciona en Rivadavia al 6300) son el exponente vivido del circo 1967. Dice Cepillo: "Estoy cansado... me paso la vida viajando, de aquí para allá, levantando y quitando carpas... haciendo reír y llorar a los chicos... estoy verdaderamente cansado". "Dulce" fuma sin parar. Enjuta, seria, agotada, Pipico es ágil. Aprendió de su padre a moverse en el picadero (el ruedo de aserrín) a los tres años. Ahora casi lo supera. "Yo trabajo con amor —dice— pero esto de hoy no es circo: faltan profesionales." Están allí los tres, con esa tristeza infinita que caracteriza a todos los artistas de circo. En la mesa de un café, en Flores, no tratan de falsificar una sonrisa como lo hacen en el picadero, no simulan bofetadas ni intentan cabriolas. Son apenas un hombre, una mujer y un muchacho, cansados, condenados a vivir bajo la lona de un circo porque nacieron payasos y la ley es inquebrantable: buenos o malos, van a morir payasos.
A 40 cuadras de allí, Manolito, un enanito de 43 años, ex jockey del hipódromo oriental, tony de otro circo, habla las mismas cosas, siente de la misma manera. Con él están George, un domador, y Lázaro Pensado, el patrón: "Nos mata la televisión —dicen—, nos arruinan los precios fabulosos de las carpas: todo está contra nosotros..."
Y en seguida continúan preparando la próxima función. Tal vez asistan 50 ó 60 personas. O si es un día "bueno", los espectadores sumen 100. Los días de semana son los más difíciles. A veces deben salir a la arena, domar, bailar, y hacer piruetas mecánicas en el aire para 10 personas. Si hay menos, se suspende la función. Pero la carpa está siempre fría. Falta ese clima cálido, expectante, esos murmullos infantiles que brindan su admiración y el aplauso sincero, espontáneo.
Es de pensar lo que representa una organización artística semejante: el sueldo de los artistas, los jornales de los obreros y la comida de las fieras suman cantidades fabulosas. ¿Pera ésa es la única razón por la que muere el circo? En realidad, la TV, que da emociones tan diferentes ¿puede restarle público al espectáculo más viejo del mundo? En los cafés de la calle Corrientes hay una respuesta. Es la de un viejo fantasma de 75 años que anda pidiendo monedas. Es "Piña", que también guarda en su armario de pensión la imagen viva de un tony desgarbado, cuelludo, pantalonudo. Esa imagen que desde su encierro, grita todo el amor que hay que tener por el oficio más triste de la tierra, para que el circo no muera.
Revista Siete Días Ilustrados
25.07.1967
Circo argentino

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