Los psicoanalistas tratan de curar las neurosis
haciendo surgir los problemas en la conciencia de sus pacientes.
Indudablemente, como médico, el doctor Illia debe ser contrario al
método psicoanalítico. Pero, simultáneamente, debe ser contrario a
los drásticos sistemas de la psiquiatría tradicional. Para el
presidente, en apariencia, los problemas no son la causa sino la
consecuencia de la neurosis del país; la causa sería el exceso de
actitudes espectaculares. Reducida así la dimensión de la causa, la
terapia adecuada parece ser una larga paciencia. Lo cierto es que
el presidente de la República tiene una visión idílica de la
Argentina. Pero la realidad golpeó la semana pasada con inusitada
violencia a la Casa de Gobierno. Y, demasiado aferrados al esquema
del doctor Illia, sus funcionarios parecían no entender cómo la paz
del verano podía desmoronarse tan repentinamente. A fines de
semana, el plan de lucha y la conmoción social habían causado ya
tres muertos, mientras el ministro del Interior, doctor Juan
Palmero, hablaba de la vida pacífica que se iniciaba para los
argentinos, el envío de proyectos de derogación de leyes represivas
al Congreso y la participación del justicialismo en el juego
republicano. A las 24 horas, un hombre con categoría de
viceministro, el subsecretario de Defensa Nacional, Hernán Cortés,
desmentía categóricamente a su colega y ex condiscípulo, y expresaba
las razones por las cuales las proscripciones no podrían ser
levantadas. Poco después, el ministro de Economía, Eugenio Blanco,
hablaba de soluciones de fondo; de planes de largo, corto y mediano
alcance y de las perspectivas interesantes que aparecían como
consecuencia de la política económica del gobierno. Al día
siguiente, la Confederación General del Trabajo ratificaba su plan
de lucha, mientras los empresarios seguían expresando que las
soluciones de fondo propuestas por los sectores laborales eran
indispensables, aunque pudiera discreparse con los métodos.
Indudablemente, sí el país está neurótico —como diagnostica el
doctor Illia— las prescripciones presidenciales no parecen surtir
efecto. Esta última ha sido una semana de duras y contundentes
experiencias para el gobierno. Hace dos meses, algunos asesores
presidenciales trazaron un cuadro sinóptico. Había cuatro esferas de
problemas posibles: situación internacional, Fuerzas Armadas,
peronismo y el rubro económico-social. Solamente en lo
económico-social se presentan problemas —coincidieron entonces—, y
el gobierno se puede dedicar a trabajar en soluciones a largo plazo,
con absoluta calma, porque el tema crítico estaba circunscripto.
Pero los asesores del doctor Illia no tenían presente la posibilidad
de una complicación del tema crítico: en medicina, complicación es
el ingreso al organismo de una enfermedad que entra aprovechando la
brecha abierta por otra. La situación económico-social exacerbó
el dormido tema del peronismo, y mientras alentó por un lado a la
línea dura justicialista provocó, por el otro, la agresiva reunión
de comandos civiles revolucionarios, que una versión periodística
menciona como realizada en "algún lugar de Córdoba" y que, en
realidad, habría tenido lugar en una quinta de General Rodríguez
que, según algunos rumores, pertenecería a un alto funcionario del
gobierno. El tema "plan de lucha de la CGT" había hecho que la
conflictiva situación que se vivía en lo económico-social contagiara
su estado crítico al problema peronista. Al mismo tiempo,
proseguía la campaña justicialista indicativa de que Juan Domingo
Perón volvería al país en 1964. El ex presidente comenzó desde hace
un tiempo a decir a todos sus visitantes: "Estaré en Buenos Aires en
el año 1964; no sé si en enero o diciembre". Y hasta el cauteloso
ingeniero Alberto Iturbe, luego de algunas resistencias, tuvo que
repetir la frase para no quedar en déficit ante sus correligionarios
más entusiastas. Lo cierto es que Perón habría dicho que este año se
darían las condiciones para su regreso, pero no quedó aún claro a
qué condiciones se refería: si a una situación muy pacífica o si a
una situación muy violenta. Aunque el tema pueda ser meramente
propagandístico, lo cierto es que sirvió para crear inquietud en
numerosos sectores —inclusive de las Fuerzas Armadas— que advertían
la posibilidad de una situación extremadamente crítica si Perón
intentaba confirmar en los hechos las declaraciones que
insistentemente se le atribuyen. El gobierno pudo ver así cómo,
en ese clima, es el subsecretario de Defensa (y no cualquier otro
subsecretario) quien desautoriza al ministro del Interior. La
enfermedad económico-social se había complicado con un rebrote del
tema peronista, y el tema peronista creaba inquietud en algunos
mandos, y simultáneamente, inesperadas declaraciones de Cortés.
Entre tanto, tres personas morían en tiroteos y había varios
heridos. De los tres temas que el gobierno entendía como
normalizados hace sesenta días, uno había entrado decididamente en
crisis (el peronismo) y un clima de tensa vigilia comenzaba a
vislumbrarse en el otro (Fuerzas Armadas). El esquema inicial había
quedado hecho pedazos por los acontecimientos. Sin embargo,
parece que, al menos en un sector, la experiencia surtió sus
efectos. Después de un primer rechazo de su proposición de conversar
informalmente con la CGT, el ministro del Interior comprobó que la
tesis de arreglar las cosas con diálogos de café no era más
transitable y optó por el ofrecimiento oficial. También el
ministro de Defensa Nacional, Leopoldo Suárez, tiene una idea clara
de la realidad, ya que, apenas enterado de las declaraciones de
Hernán Cortés, se apresuró a solidarizar a todo su ministerio con la
gestión del titular de Interior. Pero el gobierno debe comprender
que difícilmente la opinión pública acepte la explicación de que
Hernán Cortés habló a título personal, a menos que resuelva
inmediatamente, en sentido favorable, la renuncia verbal del
subsecretario. E, inclusive, si acepta esa renuncia, es difícil
ahora pensar que el radicalismo del Pueblo que hizo una sistemática
prédica gorila como partido opositor, que luego prometió un gobierno
equidistante y de pacificación, que alberga en su seno a las
tendencias más opuestas, ha logrado resolver sus contradicciones
internas y la lucha de sectores, uno de los cuales está representado
por Hernán Cortés. Evidentemente, en el curso de los próximos
días, el gobierno debe decidirse por una línea homogénea y
coherente, en los hechos y no solamente en los discursos. Esta
dramática segunda mitad del siglo veinte debe llegar a tener
vigencia, también, entre los radicales del Pueblo, quienes parecen
no decidirse a abandonar la dinámica de 1920.
CGT
Todavía puede haber solución
El viernes a la noche, el primer piso de la Casa de Gobierno —donde
está ubicada la Sala de Periodistas— presentaba inesperadamente la
misma imagen física que se ofrecía en la época de los planteos
militares. Quizá en el momento en que el movimiento de periodistas
era más intenso, la expresión de un funcionario de la secretaria de
Prensa —"parece que llegamos a Dallas"— colocaba el matiz dramático
en el ambiente. Indudablemente, las derivaciones del conflicto entre
la CGT y el gobierno habían devuelto a los ambientes oficiales, casi
sorpresivamente, un clima de tensa expectación.
La
guerra y la paz Durante mucho tiempo, la Confederación
General del Trabajo, a través de sus directivos, había insistido en
que el plan de lucha se desarrollaría pacíficamente en todas sus
etapas, incluyendo la ocupación de las fábricas. Esa evolución de
los hechos parecía, al menos, posible. Los memorándum de los
servicios de informaciones de las mismas Fuerzas Armadas no preveían
graves alteraciones del orden, y un informe del ministerio de
Trabajo —que llegó a manos del presidente a principios de la semana
pasada— vaticinaba que la tensión social creada por el plan de lucha
comenzaría a diluirse antes de alcanzar su temido punto explosivo:
la ocupación de las fábricas. Las Fuerzas Armadas,
simultáneamente, convencidas de que el orden público no sería
gravemente alterado, se mantenían en la disposición de no intervenir
en las tareas represivas: no podían arriesgarse a ningún grado de
deterioro cuando todo indicaba que algunos previsibles episodios
aislados podían ser resueltos sin dificultad por las fuerzas
policiales. Lo que nadie había calculado es que los grupos
comunistas, por una parte, y los nazis de Tacuara, por la otra,
aprovecharían la oportunidad que les brindaba el plan de lucha para,
encaramándose en los acontecimientos, dirimir a balazos sus
cuestiones. Los acontecimientos de Rosario —que habían producido
tres muertos hasta el cierre de esta edición— introducían,
indudablemente, nuevos aspectos en la situación. La Confederación
General del Trabajo insiste en que el panorama deducible de los
hechos de Rosario no puede aplicarse al resto del país. Los
dramáticos acontecimientos que se registran en esa ciudad —dicen— no
pueden extenderse a otros lados donde existe disciplina gremial y la
CGT controla la situación desde las mismas bases gremiales.
Precauciones A fines de semana, el jefe nacional
de Tacuara, Alberto Ezcurra, solicitó una entrevista personal al
secretario general de la CGT, José Alonso. Alonso se negó a
recibirlo y le hizo transmitir que si Tacuara intentaba seguir
infiltrándose en el problema gremial, la central obrera contaba con
fuerzas suficientes como para barrerlos del mapa. En cuanto a los
comunistas, los gremios adheridos a la CGT están suficientemente
alertados y se disponen a marginarlos —si llega el caso,
enérgicamente— de toda posibilidad de interferencia. La CGT tomaba
así sus precauciones para que los grupos extremistas no pudieran
operar a través del plan de lucha. Sin embargo, esas precauciones
no despejaban una inquietante incógnita: si algunos episodios no
permitirán, en determinado momento, retomar la iniciativa a
elementos extremistas. Algunos observadores admitían como posible la
siguiente secuencia: los obreros ocupan las fábricas; la policía se
dispone a desalojarlos; los obreros acatan y se disponen a
retirarse; en esa etapa reaparecen nazis y comunistas y aprovechan
para recrear el clima de violencia. En ese caso, por supuesto, la
evolución prevista para la situación cambiaría radicalmente. Los
más prudentes entienden que lo preferible es un acuerdo entre las
partes que evite que el plan de lucha sea llevado a sus extremos.
Pero el gobierno intentaba, hasta la semana pasada, contener a la
Confederación General del Trabajo por una curiosa aplicación de la
metodología radical del Pueblo: contestar indirectamente y en forma
tangencial a las demandas. Alonso dijo: "Quieren rodearnos. Es
infantil". Así se sucedieron los discursos del ministro del
Interior, Juan Palmero, diciendo que el Congreso considerará la
derogación de la legislación represiva y que el peronismo tendrá
acceso a la legalidad, y el mensaje del ministro de Economía,
Eugenio Blanco, asegurando que las realizaciones y proyectos del
gobierno permitirán una solución de los problemas sociales. Lo
cierto es que los directivos de la CGT no se manifestaron conformes
con esas respuestas indirectas. Y el jueves 27, la declaración del
subsecretario de Defensa, Hernán Cortés, pasaba a incorporarse como
nuevo ingrediente a la situación. A partir de entonces, la CGT
resolvió desconfiar decididamente de todas las afirmaciones que no
fueran declaraciones oficiales del propio presidente de la
República.
Dos invitaciones Entretanto,
las gestiones oficiosas de mediadores, realizadas con el objeto de
que la CGT levantara el plan de lucha —o al menos suspendiera su
última etapa—, continuaban. También proseguían las gestiones
oficiosas de altos funcionarios del gobierno: el jueves, el
secretario de la central obrera recibía una invitación telefónica
del ministro del Interior para concerté una entrevista. La respuesta
de Alonso fue negativa, luego de consultar al doctor Palmero si se
trataba de una invitación oficial para alguna propuesta concreta. El
ministro dijo que no, que se trataba de considerar informalmente la
situación. Alonso señaló entonces que no tenía sentido, en ese
momento, una simple conversación, si no se llevaban a esa
conversación elementos nuevos que permitieran una evaluación de los
hechos, y que asistiría solamente si mediaba una invitación oficial.
El viernes se producía esa invitación oficial para dos entrevistas
de la CGT con el doctor Palmero y el presidente de la República. La
novedad se dio a conocer en la Casa de Gobierno y en la central
obrera, y se informó que la CGT aceptaba. No hay agenda previa para
las conferencias, pero la posibilidad de una solución volvía a tomar
cuerpo. Revista Primera Plana 03.03.1964
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La semana pasada, el presidente de la República
señalaba a uno de sus asesores que el país ha vivido en
los últimos tiempos demasiado neurotizado por un
constante choque de opiniones y enfoques que trajo como
consecuencia una exacerbación de los problemas reales
en la imagen que de los mismos tiene la opinión pública.
La terapia que sigue —según dijo— consiste en tratar que
la gente se acostumbre a resolver los problemas con
tranquilidad, paciencia y tiempo.
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