Elecciones: Perón sabe y puede
Cámpora al gobierno, Perón al poder

   

Se conoce el fallo popular: el peronismo, con más de seis millones de votos, reconquistó el poder en la Argentina. En el cuarto oscuro, lugar donde los justicialistas ganaron las mejores batallas políticas de los últimos 25 años, Héctor Cámpora quedó consagrado presidente para el mandato que asumirá el 25 de mayo próximo; sólo un verdadero cataclismo podrá impedir que el candidato frentista asuma el poder, ya que la ilusión de la segunda vuelta se marchitó en la misma noche del domingo 11. Es que al haber superado la barrera del 40 por ciento de los sufragios, caudal suficiente para vencer en la segunda elección, Cámpora podría obtener otros dos millones de votos en la eventual contienda con los radicales.
La restauración del peronismo llega a los 18 años de su derrumbe y luego de siete años de administración militar; el pacífico retorno, bullicioso y alegre de acuerdo con la mejor tradición justicialista, revela que los enemigos de Juan Perón hicieron muy poco para superarlo y demasiado para reivindicar una etapa que consideraron superada. A pesar de las conjeturas surrealistas que poblaron la madrugada del lunes 12, el país no retrocederá a septiembre de 1955; en política no se marcha para atrás y las experiencias son inéditas, de modo que dentro de diez semanas la Argentina comenzará a vivir una nueva y apasionante fase, cargada de riesgos pero con la esperanza de superarlos.
El análisis del resultado de las elecciones y de sus consecuencias inmediatas tal vez quede superado rápidamente por la realidad; pero aun así puede arriesgarse que las tendencias del voto de los argentinos revelan una indefinida exigencia de la mayoría por los cambios drásticos en la conducción política. De ese modo, el aluvión de adhesiones al frentismo apunta, por encima de las emociones y del manifiesto repudio al gobierno, a vigorizar las premisas nacionalistas que florecieron con todo su esplendor al promediar los años cuarenta y que, con maestría, Perón cultivó hasta su caída.
El control del comercio exterior, la nacionalización de los bancos, la administración estatal de! crédito y !a orientación de las inversiones se manifiestan como las últimas recetas para curar los males crónicos de !a economía argentina; se sabe que esa medicina prosperó hace 30 años como recurso transitorio luego de lo guerra, y que ahora es nuevamente admitida por los países capitalistas centrales con relación a los de la periferia. En otras palabras: en Estarlos Unidos se descuenta que la Argentina acentuará la nacionalización de su economía, pero se alienta la esperanza de que esa inclinación no comprometerá las inversiones básicas y la esencia del dominio de los medios productivos. Sea como fuere, lo cierto es que los postulados económicos frentistas fueron compartidos por el radicalismo y los candidatos de la Alianza Popular Revolucionaria apoyados por el Partido Comunista.
El porcentaje de votos obtenido por Francisco Manrique, la revelación junto al FREJULI, indica que un sector apreciable de la opinión moderada optó una vez más "por el bueno por conocer que por el malo conocido", la excepción a la regla que en la Argentina mantiene su vigencia. Para el radicalismo y la derecha tradicional, los votos de la Alianza Popular Federalista señalan una advertencia; no resulta imprudente conjeturar que la UCR balbinista será sacudida por las rebeliones juveniles, consecuencia del fracaso electoral y de la postergación de Raúl Alfonsín, aquella esperanza que pudo haber amalgamado los votos partidarios con los de la izquierda y los independientes.
Por fin, para la izquierda, también se encendió la luz colorada; un millón de votos —entre ellos los que obtuvo la fórmula Oscar Alende-Horacio Sueldo— no demuestra un avance ponderable en un país que fue golpeado durante cuatro años por las protestas obreras, la violencia y la agitación estudiantil. Se podrá argumentar que muchos izquierdistas votaron por el frentismo y que la opción giró en torno a la antinomia Perón-Lanusse; pero el porcentaje abrumador de votos populistas pone en evidencia la fragilidad de la izquierda marxista, a pesar de que las condiciones políticas le abrieron un cauce aceptable para manifestarse en la elección.

LO QUE VENDRA. Las generalidades que contiene el programa del FREJULI con excepción de las propuestas de los denominados grupos tecnológicos, hace vacilar a los observadores. Los dirigentes veteranos del peronismo repiten una y otra vez que "a partir del 25 de mayo comenzará la reconstrucción nacional", y el mismo caudillo —desde Madrid— dijo el lunes 12 que esperaba con euforia y optimismo el "reencuentro de los argentinos". Pero el llamado de Perón a "la pacificación de los espíritus" y la tarea de "reconstruir" el país tiene diversos intérpretes dentro del amplio segmento frentista. Para la vieja guardia ortodoxa integrada por los moderados del justicialismo, y también para los dirigentes sindicales que sobrevivieron a la larga emergencia militar, los desarrollistas, conservadores populares y nacionalistas, la idea de la reconstrucción define a un pacto social afianzado por h prosperidad económica y un cierto margen de independencia con respecto a las relaciones internacionales Para la juventud, motor del FREJULI la reconstrucción significa el nacimiento del "socialismo nacional", hipótesis que salta por encima del pacto social entre la burguesía y la clase obrera para explotar los contornos trabajados por la izquierda marxista a partir del cordobazo. Así, y por más que los mandos militares intenten a partir de mayo que el proceso se incline hacia los moderados, es probable que el frentismo sobrelleve en los próximos meses las primeras conmociones desagradables.
Los pronósticos sobre esa puja en cierne son inciertos. Es evidente que el poder militar, a pesar de su derrota política, valoró la inevitable victoria del FREJULI en su verdadera dimensión; esto significa la institucionalización del peronismo luego de las frustraciones de 1958 y 1963. En la noche del lunes 12, luego del parte de Alejandro Lanusse que reconoció el rotundo triunfo de Cámpora, miles de adeptos a la causa justicialista recorrieron las calles de la Capital haciendo sonar las bocinas de sus automóviles. Desde su despacho, el presidente habrá meditado sobre la integración de la genuina derecha argentina y también acerca del significado de la democracia que, según los militares, estaba a punto de morir por "enfermedad".
No extrañó que Lanusse tratara con respeto a los candidatos triunfantes y les ofreciera colaboración durante las diez semanas próximas; ya Alcides López Aufranc, jefe del Estado Mayor del Ejército, había formalizado las garantías a los candidatos del Frente durante la entrevista celebrada hace un par de semanas en el domicilio de Benito Llambí, un noveno piso de la avenida del Libertador al 3500. Antes de las elecciones llegó a insinuarse que los mandos militares, ante el pedido de algunos dirigentes obreros del peronismo, habían estudiado la posibilidad de postergar los comicios. Puede que esos capitanes cegetistas temar a la juventud y prefieran el intento "peronista" controlado, por los militares a la aventura del "gobierno propio"; pero la insinuación se trasformó en cábula el domingo 11, al tiempo que una vez conocidos los resultados de las elecciones, los jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea reconocían que ya era "demasiado tarde para lamentarse".
Es harto improbable, entonces, que las Fuerzas Armadas intenten desvirtuar el triunfo de las mayorías populares. Pero en el horizonte asoman algunos escollos considerables, como por ejemplo la solución que dará el gobierno peronista al problema de los presos políticos y al de los condenados por actos encuadrados dentro de la legislación antisubversiva. Lanusse y sus primeras espadas cumplieron con la promesa de normalizar el país; los peronistas, que también cumplieron con la promesa de ganar las elecciones, están en los umbrales del poder. Una larga y complicada etapa ha concluido. Muy pronto comenzará otra y los protagonistas están ante los ojos del pueblo. La Argentina, entretanto, sobrevive.
Jorge. Lozano
PANORAMA, MARZO 15, 1973


Cámpora al gobierno, Perón al poder: Rucci perdura y la juventud vigila
En las últimas horas de la noche del lunes 12 la expectativa dio paso a la algarabía y el júbilo de los peronistas ante la real consumación del triunfo. Tanto las palabras de Alejandro Lanusse como del ministro del Interior, Arturo Mor Roig, quienes consideraron innecesaria la segunda vuelta a pesar de que el FREJULI no había conseguido el 50 más uno de los votos emitidos, alejaron las pocas dudas que aún quedaban en los más pesimistas. A partir de allí, los peronistas dieron rienda suelta a su entusiasmo —como en las mejores épocas— e inauguraron, tal vez sin saberlo, un capítulo clave de la historia política argentina de los próximos años, y una etapa no menos importante en su evolución futura como movimiento de masas.
El justicialismo vuelve al gobierno canalizando sus votos con siglas distintas como la Unión Popular, como en 1962, o apoyando a otros partidos, como a la Unión Cívica Radical Intransigente en 1958, que facilitó el triunfo de Arturo Frondizi. De todas maneras, en este nuevo período donde la agrupación política mayoritaria irrumpe en escena luego de un mutis obligado que agravó las tensiones existentes en el país, el segmento en el que aparece encolumnada la masa peronista es innegablemente distinto que aquel que, en 1945, marcó la instancia popular más importante de la historia del país. Por lo pronto, los parámetros entre los que podrá moverse Héctor Cámpora y su elenco de gobierno son mucho más limitados que los que sufrieran los presidentes electos después de la época peronista. Si bien Frondizi subió a regañadientes de los sectores gorilas, tanto civiles como militares, su larga militancia radical avalaba mínimamente su actuación como jefe del Ejecutivo para los sectores más moderados de esos mismos grupos de poder. El triunfo radical de 1963 fue mucho más claro en ese sentido: si bien Arturo Illia asumió su cargo ante la indiferencia de gran parte del electorado —sólo alcanzó el 25 por ciento de los votos totales—, contó, en cambio, con el apoyo militar que vio en él la encarnación de su proyecto destinado a neutralizar al peronismo. Como una cruel paradoja, luego de siete años de Revolución Argentina, el nuevo presidente electo cuenta con el apoyo masivo del electorado —un 49 por ciento al cierre de esta edición—, pero en cambio sufre las consecuencias del recelo que los militares sienten aún por el movimiento creado por Juan Perón.
Frente a este parámetro claramente definido, el trabajo de Cámpora a nivel de gobierno se supone arduo y peligroso, no sólo porque las relaciones con el sector militar tendrán que ser objeto de un delicado estudio de posiciones, sino porque además la lucha por el poder podría determinar fraccionamientos en su frente interno, algo tal vez más importante que la eventual antipatía castrense. Por lo pronto, en los próximos días el electo presidente deberá contrarrestar la ofensiva que ya se insinúa entre los justicialistas y sus aliados para ocupar los futuros puestos del gabinete frentista. A pesar de las declaraciones de Cámpora, en la conferencia de prensa que brindó el lunes 12 a la noche, en el local de Santa Fe y Oro, respecto a la integración del elenco gobernante y donde afirmó que llamará a los hombres más capaces e idóneos para cada función, en fuentes peronistas se especulaba que muy difícilmente sus compañeros de aventura en el FREJULI consigan mucho más de lo obtenido a través de las urnas. Es decir, que los principales cargos del gabinete serían cubiertos por hombres del justicialismo, sobre todo los relativos a la administración interna del país (Economía, Trabajo, Interior), dejando para una eventual repartición los de menor peso interno, como Bienestar Social, o de importancia para la política exterior, como el de Relaciones Exteriores. De todas formas, esta composición entrará antes en una ardua serie de negociaciones, donde el principal ejecutor no sería Héctor J. Cámpora sino Juan Domingo Perón. Es posible entonces que antes de asumir el cargo, el nuevo presidente viaje a Madrid para poner a consideración del líder justicialista los nombres posibles para los distintos puestos y dejar que el ex presidente decida. En el caso de no poder real izar el viaje, el mensajero seria el secretario general del movimiento, Juan Manuel Abal Medina. Mientras tanto, y a la espera de la resolución del jefe máximo, los frentistas han comenzado a entretejer especulaciones y a medir sus respectivas fuerzas. El manejo de la economía del país para los próximos cuatro años es apreciado por la vieja guardia del justicialismo —Antonio Cafiero y Antonio Gómez Morales—, por los desarrollistas y por el Comando Tecnológico que dirige el ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Rolando García. El de Trabajo sería sin discusión para los sindicalistas como parte del precio político que necesariamente tendrá que pagar Cámpora ante el avance de la Juventud y que produjo no pocos encontronazos con el gremialismo durante la campaña. Tal vez la negociación más difícil no sólo entre los frentistas sino también con los militares será la elección del encargado de cubrir el puesto de ministro del Interior. Hasta ahora esa vacante ha sido raramente observada por los voceros peronistas y poco incursiona-da por las distintas fracciones que pueden pretender su control, una forma, tal vez, de evitar que un candidato lanzado prematuramente quede automáticamente eliminado por culpa de una inoportuna infidencia.

PROSPECTIVA. El anuncio de Héctor Cámpora de retirarse a descansar a su domicilio particular de San Andrés de Giles, antes de iniciar las actividades normales de un presidente electo, determinó, de hecho, que el lunes 12 quedara inaugurado un obligado tempo político. Sin embargo, en. la mañana del martes 13, apenas concluidas las ruidosas manifestaciones que recorrieron la Capital y el Gran Buenos Aires y que festejaban el triunfo obtenido, las primeras versiones sobre la actitud a tomar por el candidato en los próximos días comenzaron a ganar la calle. Así, por ejemplo, se reiteraba con insistencia que Cámpora estaría decidido a realizar una reestructuración en la cúpula dirigente del partido Justicia-lista, donde varios puestos quedarán vacantes cuando sus miembros ocupen los cargos legislativos o ejecutivos para los cuales han sido elegidos. Esto? puestos de indudable gravitación serían ocupados en su mayoría por hombres de la Juventud Peronista, que intentarán darle una dinámica distinta al proceso abierto a partir de la victoria en las urnas.
Una actitud de este tipo, sin embargo, puede provocar las primeras fracturas en el movimiento peronista, sobre todo por la resistencia de los líderes sindicales a reconocer el papel hegemónico que ha jugado la rama juvenil desde la llegada de Cámpora y que siempre recibió el apoyo vetado o decidido de Perón. A pesar del simbólico gesto de unidad que demostraron los caudillos de las ramas gremial y juvenil durante la conferencia de prensa del martes —Lorenzo Miguel y Juan Abal Medina estaban sentados al lado de Cámpora y apoyando sus brazos en los hombros del candidato—, la preeminencia juvenil es algo que molesta a los sindicalistas que ven, incluso, en esa masa radicalizada un peligroso factor de irritación en las futuras negociaciones que el peronismo deba emprender con el poder militar.
Pero en esto, como tal vez en muchas de las líneas tácticas que adoptará Cámpora desde el gobierno, los trazos finales seguramente estarán reservados a Perón. Es posible entonces que el ex presidente haya guardado para la juventud el rol que jugó el gremialismo durante su gestión: es decir, el canal de movilización y presión más poderoso y consecuente. Si fuera así, los caudillos sindicales tendrán que conformarse con pasar a un segundo plano o limar las asperezas que los separan de la rama juvenil para coparticipar de ese poder. Si, en cambio, Perón decide dejar librado a la habilidad y talento político del presidente la reconstitución de fuerzas dentro del movimiento, el auge juvenil estará en relación directa con las tensiones y las expectativas que desate este nuevo proceso peronista.
Esta última instancia táctica es la sustentada por algunos caudillos gremiales que presuponen que el líder justicialista evitará, en lo posible, intervenir en las rencillas internas y dejará a su candidato con las manos libres para decidir el rumbo. Con lo cual, por eso de que ningún dirigente peronista es Perón, Cámpora se vería muy pronto acorralado por las exigencias cada vez más radicalizadas de la juventud y tendrá que pedir el auxilio del ala sindical y de sus aliados políticos, para evitar incluso que la irritación castrense alcance niveles intolerables. Es decir que Cámpora tendrá que hacer gala de la misma habilidad y cabeza fría con que supo llevar al justicialismo a buen puerto, y, lo que es más aún, mantener ese equilibrio en todo momento para evitar su propio deterioro.

LAS PROVINCIAS. A pesar de que las elecciones dejaron marcada la preeminencia del justicialismo a nivel nacional, las incógnitas aún subsisten en varias de las provincias. Salvo en Catamarca, La Rioja, Chaco, Buenos Aires, Tucumán, Salta, Formosa, Jujuy, Misiones, Santiago del Estero y La Pampa, el FREJULI, o el justicialismo por separado tendrá que disputar el primer puesto en una segunda vuelta, pero de todas maneras el saldo se tiene como bastante positivo. El frente sólo perdió en Neuquén en forma categórica, donde tuvo que enfrentar a los neoperonistas Elías y Felipe Sapag, pero deberá discutir el primer lugar en San Juan, donde el bloquismo lo superó por escasa cantidad de votos. La elección también deparó otras sorpresas. La elevada cantidad de votos en favor del FREJULI en la Capital, donde de todas maneras habrá segunda ronda, no era esperada por los analistas, como tampoco el retroceso notable que sufriera en su provincia uno de los líderes del neoperonismo: Ricardo Durand, cuyo partido, el Movimiento Popular Salteño, llegó segundo pero a considerable distancia del justicialismo.
Sin embargo, el centro político de la segunda vuelta estará en dos distritos claves y donde el ballotage puede determinar una derrota para el FREJULI: Santa Fe y Córdoba. En la primera de estas provincias la ventaja conseguida por los candidatos frentistas Sylvestre Begnis y Cuello podría quedar neutralizada fácilmente si los manriquistas —segundos a escasa diferencia del MID que canalizó los votos peronistas— logran el apoyo del electorado radical, alendista o justicialistas disidentes. Claro que esa misma táctica intentará efectuar el frentismo, sobre todo especulando que el derrotado Alberto Campos no podrá volcar su electorado en contra del peronismo, sobre todo en este caso donde la opción será clara y definitiva. En Córdoba, en cambio, la tradicional hegemonía radical y el hecho de que el peronismo presente a una fórmula combativa (Obregón Cano-Atilio López) obligarán al electorado moderado y de derecha a juntar filas junto a la candidatura de Víctor Martínez, que de esta forma encarnaría al único gobernador impuesto por la UCR. Esta derrota podría tener consecuencias imprevisibles para el futuro del secretario general de la CGT cordobesa. Jaqueado por la conducción central del movimiento obrero y con un fracaso político sobre sus espaldas, su figura podría eclipsarse definitivamente. Claro que su eliminación no impedirá que la regional cordobesa siga siendo la más combativa y radicalizada del país. Otra clave trascendental para el proceso inaugurado el domingo pasado.

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