Reunión cumbre del episcopado
argentino La Iglesia que quiere Pablo VI
En Córdoba se está
decidiendo el futuro de la Iglesia argentina, pero
a los pocos habitantes estables que permanecen en
la localidad turística de Embalse no parece
importarles. Apenas sacudieron su calma serrana
cuando un ejército de hombres invadió el hotel "El
Tala" para acondicionar sus instalaciones de la
Asamblea Plenaria Extraordinaria del Episcopado
Argentino, que habría de reunirse allí a partir
del 30 de mayo. Para muchos, la reunión sería una
excusa para renovar el debate entre pre y
posconciliares, que desde la última Encíclica
dictada por Pablo VI agita con más fuerza los
cimientos de la Iglesia. Finalmente la sangre no
llegó al río, y dio la razón a uno de los obispos
adscripto al grupo conciliador: "La Iglesia es una
barca; sobre ella navegan grupos que discuten
duramente entre sí, pero la barca sigue igual su
curso". El objetivo primordial de la asamblea
era poner en vigor el nuevo Estatuto de la
Conferencia Episcopal Argentina, reformado de
acuerdo con las disposiciones, orientaciones y
espíritu del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Presidió el arzobispo de Buenos Aires, Antonio
Caggiano, y a su izquierda se ubicó el arzobispo
de Santa Fe, Nicolás Fasolino (80 años), recién
elevado a la púrpura cardenalicia por el Papa.
"Soy demasiado viejo para eso", protestó Fasolino
el domingo anterior, cuando el nuncio apostólico
le anunció por teléfono la decisión papal. La
paridad de fuerzas entre conservadores y
renovadores quedó planteada desde el primer minuto
de las deliberaciones. Se esperaba que fuera
Jerónimo Podestá, obispo de Avellaneda, el
encargado de romper lanzas contra los
tradicionalistas, para incorporar a los debates
algunos capítulos de la encíclica Populorum
Progressio, y las conclusiones de la Comisión
Episcopal Latinoamericana (CELAM), reunida el año
pasado en Mar del Plata. El propio cardenal
Caggiano fue el encargado de disuadirlo, en una
reunión secretísima que mantuvieron poco antes de
comenzar la asamblea. Ese mismo día, monseñor
Devoto, obispo de Goya, recibía un telegrama del
Sindicato de Obreros del Tabaco de esa ciudad,
pidiéndole intercediera ante las autoridades
nacionales para que le fuera levantada la reciente
intervención al gremio. "No hay bases legales para
intervenir el sindicato. Veré lo que puedo hacer",
fue la respuesta. Inevitablemente, el problema
social se hacía presente en la asamblea. Por
primera vez se ensayaba en el país la novedad de
elegir, por voto directo de los 55 arzobispos y
obispos, los integrantes de las comisiones
Ejecutiva, Permanente, y Episcopales, además de la
provisión del cargo de secretario general del
Episcopado. El primer enfrentamiento se dio
cuando se trató de designar a un presidente y dos
vice de la comisión ejecutiva. Sorpresivamente,
para la presidencia, fue reelegido Antonio
Caggiano, por un escaso margen de dos votos
obtenidos en la tercera consulta.
Extraoficialmente se sabía la decisión del
arzobispo de Buenos Aires, de 78 años, de no
postular su candidatura. Para vicepresidentes los
cargos recayeron en Juan Carlos Aramburu y Antonio
Plaza, este último vinculado oficiosamente a un
tibio grupo renovador. Aparentemente, el primer
round daba ganador al grupo tradicionalista.
Igualmente reñida fue la elección de los delegados
al Sínodo Episcopal convocado por el Papa para
setiembre próximo, en Roma. Los nombres de los
designados, guardados en el mayor secreto, fueron
transmitidos al Vaticano por una unidad móvil de
alta potencia ubicada en un Ford Falcon en los
jardines del hotel. Pablo VI será el que decida.
Al comenzar esta semana se daba como segura la
posibilidad de ríspidos debates al tratar temas
tan fundamentales como la acción social de la
Iglesia y la redacción del proyecto de Plan
Nacional de Pastoral. En esto juegan su última
carta los redactores de "La Iglesia y el país", un
volumen que contiene las posiciones y los debates
realizados el año pasado en Chapadmalal, por el
grupo sacerdotal más avanzado entre los que
procuran el aggiornamento de la Iglesia argentina.
Los sacerdotes, algunos discípulos de
Lucio Gera,
decano de Teología del Seminario de Villa Devoto,
defendían objetivos precisos: aproximarse a la
comprensión del país real, determinar el papel que
cabe en esto a la Iglesia, y definir los cambios
de mentalidad que la sociedad posterior al
Concilio exige de los católicos y de las
jerarquías eclesiásticas. "No basta con llenarse
la boca con frases de la Encíclica; hay que
cumplirla", insisten. La llegada a Río Tercero
de Mons. Brandao Vilela, presidente del CELAM, y
amigo del obispo Podestá, parecía decisiva para la
causa de los posconciliares. Igualmente será
decisiva la presentación de las conclusiones de la
asamblea al presidente Onganía, en los próximos
días, última apelación que colocará a la Iglesia
argentina en la línea que traza desde Roma el Papa
Pablo VI. Revista Siete Días Ilustrados
06.06.1967
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Acuciados por el espíritu que
alentó Pablo VI en la Populorum
Progressio, los obispos del país
deciden en Olivos el futuro de la
Iglesia argentina
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