A 15 ANOS DE SU MUERTE LA HISTORIA DESCONOCIDA DE EVA PERON

Una investigación revela toda la verdad sobre Evita, la mujer que, según el Times Londinense, "será recordada por muchos años en América Latina". Al cumplirse otro aniversario de su desaparición, SIETE DIAS ILUSTRADOS ofrece una serie de notas sobre su vida. Esta es la primera entrega

Eva Perón
"Cuidado. Con Evita no se metan". Esta fue una de las imprevisibles reacciones que provocó la pesquisa que durante dos meses ocupó "full time" a un equipo de investigadores, al cual SIETE DIAS encargó develar un enigma apasionante: Cómo era Eva Perón.
En sólo 8 años —desde su encuentro con Perón en el Luna Park, en 1944, hasta 1952— se convirtió "en la mujer que tuvo mayor significación que ninguna otra en una parte del mundo donde la tradición suele confinar al sexo femenino en el hogar. El nombre de Eva Perón será recordado por muchos años en América Latina", afirmaba el Times de Londres editorializando dos días después de su muerte.
¿De qué manera esa mujer consumida a los 33 años por un cáncer de matriz, hija natural de un estanciero bonaerense, que arriba a la Capital a los 16, y pelea por oscuros papeles en la compañía de Eva Franco, vive en pensiones siniestras y también pelea contra la ciudad feroz, se convierte en la figura política más odiada por los sectores civiles y militares del antiperonismo y aun más temida que el propio Perón? ¿Hasta qué punto tiene importancia el que no haya llegado a ser una gran actriz, y hasta qué punto su famoso resentimiento tuvo que ver con su transformación en el líder más potencialmente subversivo del peronismo?
Algunos antiperonistas opinan que su vinculación con la historia es sólo una turbia anécdota de intimidades y ofrecen la imagen de una trepadora ambiciosa que después de sus vinculaciones con periodistas, artistas, industriales y militares culmina exitosamente su carrera en los balcones de la Casa Rosada. Otros la convirtieron en un mecánico instrumento fabricado por Perón. El escritor Ezequiel Martínez Estrada no vacila en llamarla "pobre infeliz analfabeta". Ciertas derechas la apoyan ya por una visión individualista (la voluntad de una personalidad excepcional puede torcer el curso de la historia), ya porque Eva y Juan Perón constituyen esos demagogos que soliviantan a las masas pero sirven para alejarlas del marxismo. Ciertas izquierdas reclaman a Evita pero no se resignan secretamente a sus joyas, a su inconsistencia ideológica y a que, obviamente, Eva Perón no sea Rosa Luxemburgo.
Los peronistas oponen apasionadamente a las versiones de una Evita aventurera, la imagen de una mujer del pueblo, entrañablemente identificada con los dolores y las rebeliones populares y denuncian como prejuicios clasistas de la oligarquía y la clase media los ataques a su imagen moral. Pero fabrican una contrafigura maniquea, burocrática, idealizada, de estampa religiosa, sin fisuras, inobjetable, inhumana. Evita Demonio o Santa es, con poquísimas excepciones, la actitud que los investigadores de SIETE DIAS encontraron durante un trabajo donde enfrentaron el mutismo receloso, las amenazas, los insultos o las fantasías personales de quienes tiñen de subjetividad sus testimonios. Pero Eva Perón le importa mucho a los argentinos. Por eso tanta violencia intransigente en los juicios. Y por eso también —porque es una pieza clave de un pasado todavía caliente— el periodismo argentino tenía la obligación de humanizar el mito, evitando tanto la injuria como el oportunismo, yendo a las fuentes. Porque al saber quién era realmente esa mujer nos acercaremos a nuestras propias vidas, a nuestros miedos, a nuestros fervores, a los problemas esenciales de la sociedad argentina contemporánea.
Eva Perón
Eva Perón
Hacía falta un aporte como el que intentamos ofrecer desde este número. Mucho se habla acerca de Eva Perón pero muy poco en concreto trascendió acerca de su vida. Revelar cómo era, cómo vivía, cuáles eran sus relaciones con Perón, cómo y por qué se produjo la transformación de la actriz Evita Duarte en la agitadora social más importante del siglo en América Latina, es una tarea que intentamos realizar con el infinito cuidado que requiere la complejidad del personaje. Y en el decimoquinto año de su desaparición comenzamos a contar la vida desconocida de Eva Perón. Una vida que tuvo una muerte grandiosa y trágica, con millones de personas llorándola en la ciudad más grande del mundo hispano, con faroles enlutados, transportes oliendo a flores y altares de barrio, y enormes fotos, donde su sonrisa palidecía bajo la lluvia.

EMPIEZA EL FIN
Un rocambolesco rumor acosó a Buenos Aires el verano de 1952: los niños y adolescentes tenían que estar en casa temprano y no andar solos al oscurecer. Siniestros autos acechaban el centro y los barrios. Muchos habrían sido raptados y no se sabía más de ellos. "Ella tiene la sangre infectada, padece leucemia o septicemia y se la renuevan a cada rato. Por eso andan buscando sangre fresca, de pibes; les vacían las venas y los tiran por ahí."
Esta fantasía de vampirismo era parte de una leyenda negra tejida en torno de Eva Perón. Se moría, sí, pero de cáncer. Su agonía empieza el 9 de enero de 1950. Ese día hay 38 grados. Acababa de recibir un cable de Pío XII agradeciendo donaciones
a obras de caridad de la Fundación. Su peinador, Julio Alcaraz, le retoca el rodete por segunda vez.
A mediodía llega a Puerto Nuevo para inaugurar el nuevo local del Sindicato de Conductores de Taxis y la Escuela Evita. De pronto, cae desmayada. La gente ni se entera, pero el ministro de Educación. Ivanissevich, le aplica penicilina.
"¡Operaciones no!", se indigna Eva. El diagnóstico indica "una lesión inflamatoria subaguda que debe ser operada". Un médico peronista recuerda con tristeza: "Evita no quería ir jamás al doctor. Tenía una resistencia y un pudor increíbles hasta para desnudarse en el consultorio."
Sin embargo, Perón la convence. El 12 de enero el doctor Ivanissevich la opera con urgencia de apendicitis. Días después un nuevo diagnóstico amenazador advierte que "no es posible definir las causas de los dolores experimentados por la paciente sobre las caderas en la fosa ilíaca derecha".
En marzo, uno de esos fines de semana que era el único momento en que Perón y Eva podían hacer vida marital y hogareña, una discusión alteró la rutina. Los fines de semana eran sagrados. Durante la semana Eva se acostaba tarde. Al salir a las tres de la madrugada de Trabajo y Previsión se iba a cenar al Hogar de la Empleada donde, en un hábito que era resto de su vida de artista, se quedaba hasta las cinco. A veces, algunos poetas improvisaban una peña donde se guitarreaba y se recitaban versos cuyo único tema era Juan Perón.
Cuando llegaba a la residencia, ya Perón, con su puntualidad militar, estaba desayunándose o afeitándose. Apenas tenían tiempo para charlar un ratito.
Los sábados por la tarde la pareja veía, en un salón de la planta baja, tres películas que les enviaba la Subsecretaría de Informaciones y el domingo se les proyectaban otras tres.
Raúl Apold recuerda sonriendo que: "Un domingo la señora me llamó temprano. '¿Qué pasó Raúl? No me hiciste mandar las revistas y ayer no pude leer El Tony en la cama' ".
Ese fin de semana de marzo, mientras la perra Negrita corría por el comedor Perón insistió en el tema de la salud.
—"¡Si no tengo nada! ¿No ves que son confabulaciones de la oligarquía todos esos rumores de mi enfermedad, Juan?"
Eva discutió con ferocidad. Perón usó su tono más persuasivo y paternal. Era la única persona en el mundo a la que ¡Eva escuchaba y respetaba ciegamente. Pero esta vez adujo sólidos argumentos nada médicos:
—"Algún general anda detrás de este asunto de la enfermedad. ¿No te das cuenta?"
Eva Perón tenía su propio servicio de inteligencia, que desde las unidades básicas hasta el ejército, reunía información que ella ponía al servicio de Perón. Su susceptibilidad y su desconfianza con respecto a los enemigos reales o potenciales de su marido estaban siempre alertas. Eva le anticipó un complot, pero Perón se rió.
—"¿Vos también hacés méritos, hija?"
Perón jamás creyó en confabulaciones subversivas. Cuando el jefe de Policía lo informaba de alguno, lo despedía con desagrado.
—"Vea, no me venga con cuentos. Dígale a los muchachos del Departamento que no necesitan inventar complots, que no hagan méritos, que van a ascender igual."
A veces, cuando el coche presidencial volvía de la Casa Rosada, bruscamente cambiaba de ruta. Perón se sometía al cambio como jugando, mofándose de su servicio de seguridad.
—"No me hablen de complots. A mí sólo me puede matar uno de esos fanáticos que al levantarse, al almorzar, al acostarse, al viajar en subte, tiene la idea fija de matarme. Pero eso, ¿cómo se puede prever?"
El 12 de mayo Ivanissevich le ruega: "Señora, ¡déjese curar!". Eva, desgarrada, llorando, le aplica un carterazo. El ministro, indignado, renuncia. Perón le pide disculpas. Eva Perón intuye su tumor maligno, pero lo niega. En ese momento, una operación le hubiera salvado la vida. Perón sabe que el mal avanza. Desesperado, intenta sugerirle unas vacaciones. Pronto atisba, impotente, los estragos de la enfermedad en una Eva que trabaja 18 horas diarias, más entregada y obsesionada que nunca por los problemas que, haciendo colas que cubren la calle Perú, le trae la gente a su despacho del primer piso de Trabajo y Previsión.
Un liberal "aggiornado", el profesor Tulio Alperín Dongui, dice: "... la mujer de rostro tenso y afilado que había surgido de la alegre y exuberante Evita de los primeros tiempos de grandeza, era en parte el producto de una enfermedad implacable, que fue resistida con temple admirable, en el que mostraba una recia autenticidad."
Perón presencia en silencio cómo ella se consume. Los investigadores, acordes califican de martirio esa entrega de Eva Perón a su trabajo. Una Eva Perón que cierto día le confiesa al intendente Sabaté: "Yo tengo cáncer" y luego cambia de tema.
Del 12 al 17 de junio tiene destacada actuación en la conferencia de gobernadores de provincias y territorios. EI 24 de agosto los diputados peronistas le regalan un brazalete de perlas con catorce dijes de platino, zafiro y rubíes, que representan la bandera nacional, el escudo peronista, una goleta con flores registrando la fecha de casamiento, la figura del descamisado, las fechas de cumpleaños de Perón y ella, la paloma de la paz, la perra Negrita, las siglas de la C. G. T., el emblema partidario, el símbolo de la unión; el nombre de la obsequiada y la fachada del Palacio Legislativo.

LA CAIDA
En 1951 una violenta huelga ferroviaria conmueve al régimen. Eva recorre a pie las estaciones incitando a los obreros a volver al trabajo. Tiene uno de sus célebres ataques de impulsiva ira, cuando un guardabarreras de Chacarita la llama "enemiga de los obreros". Eva, exasperada, lo saca a puntapiés de la garita. "¿Y vos te decís comunista, chambón?", le grita.
El golpe del 28 de setiembre se acerca. El 5 de julio el Congreso aprueba un proyecto sugerido por Eva Perón, sobre provincialización de las gobernaciones de La Pampa y el Chaco. Llaman a la primera Eva Perón y a la segunda Presidente Perón. Se acerca también la campaña electoral del 52. La oposición denuncia su asfixia contra el creciente culto de la personalidad en actos violentamente disueltos y su estado de ánimo lo expresa un personaje de un cuento de Rodolfo Walsh, ubicado en aquella época, que comenta: "Inaugurose el Meoducto Presidente Perón. Asistió el gobernador".
Unos 2 millones de personas —según una información oficial— o 250.000 —según las agencias internacionales—, piden el 22 de agosto, a gritos, al oscurecer, hasta quedar roncas, en la avenida 9 de Julio, que la pareja acepte integrar el binomio de candidatos para el período 1952-58. Eva Perón no asiste. El público corea su nombre, la pide, la exige. Llega muy nerviosa. Ya tiene una voz ronca y "tan áspera como la de los canillitas que vocean periódicos en la calle Corrientes", según la caracteriza una de sus detractoras, Mary Main. Entonces comienza un dramático diálogo con la multitud. "¡Que acepte la vicepresidencia!", le gritan, sobre antorchas improvisadas con papel de diario. Entre el humo, Eva ve, desde lo alto del palco, junto al ministerio de Obras Públicas, a las masas que cubren la avenida hasta cerca del obelisco.
"Es una terrible decisión para una mujer. . . Denme cuatro días para decidirme.
"No. ¡Ahora, ahora!", le responden.
Durante larguísimos minutos su nombre sale de miles y miles de bocas, rítmico, alucinante. El diminutivo que sólo Carlos Gardel antes que ella logra provocar en la multitud, retumba.
"¡Evita, Evita, Evita!"
Eva Perón llora de emoción.
"Dénme hasta mañana . . .", suplica, casi sin voz. Pero miles de voces arrasan la suya.
"Dénme hasta las nueve y media de esta noche. . . ¡Les pido dos horas solamente!"
Pero la multitud no cesa.
Eva Perón exclama finalmente: "Al lado del general haré lo que el pueblo me pida."
Muchos interpretaron estas indecisiones de Eva Perón como un magistral recurso demagógico. Otros deducen razones objetivas. Ya en 1949 se había impedido el acceso de Eva Perón a Campo de Mayo, y según Sebrelli "la lucha contra Eva Perón comienza en 1945 cuando algunos militares amigos le advierten a Perón que su amistad con una actriz está deshonrando al ejército. El general Avalos admite que muchos de sus camaradas pidieron a Perón el fin de su amistad con Eva Duarte".
Según un testimonio citado por dicho autor "el descaro de esa mujer era inaguantable. Por ejemplo, un día Eva se puso junto a Perón durante el juramento de un ministro haciendo descansar su mano sobre el respaldo del sillón presidencial"
Muchos sectores no digerían fácilmente que en caso de acefalía "una mujer quedara convertida en jefe supremo del poder y de las fuerzas armadas, hecho sin precedentes en el mundo".
Demagogia o presiones, el caso es que el 31 de agosto, vestida de negro, Eva Perón renuncia a la candidatura. Entre bambalinas comienza a trabajar, sin embargo, para imponer su candidato, Oscar Nicolini, pero fracasa. El 28 de setiembre, después del frustrado golpe del general Benjamín Menéndez, habla al país con voz exhausta. La enfermedad ya hace estragos en su cuerpo. El 17 de octubre, Perón sostiene por la cintura a Eva durante su discurso, y a su turno, al hablar, la califica como "a una de las grandes mujeres de la humanidad", declarando el 18 de octubre "Día de Santa Evita".
El 2 de noviembre Eva Perón es internada en el Policlínico Presidente Perón de Avellaneda, en una ambulancia que bloquea la multitud.
Sin que ella lo sepa, la asiste el doctor George Pack, cancerólogo norteamericano especialmente traído por avión y que cobraría parte de sus honorarios en toros de raza.
Eva Perón nunca supo que Pack la había operado. Días después la CGT otorga una medalla al cirujano Finocchieto, que tuvo esencial papel durante la operación.
"Hay que esperar 6 meses a 1 año para saber si la paciente sobrevivirá", informa Pack.
El 11 de noviembre entra en vigencia por primera vez en el país, el voto femenino que Eva Perón instituyó.
Ella vota desde la cama y la urna es trasladada al hospital. El fiscal de Unión Cívica Radical es el escritor David Viñas. "Llovía", recuerda Viñas. "Asqueado por la adulonería que encontré adentro, entre los burócratas, me conmovió la imagen de esas mujeres, afuera, de rodillas, rezando, en la vereda, que tocaban la urna y la besaban. Una escena alucinante como arrancada de un libro de Tolstoy."
En diciembre de ese año el libro "La razón de mi vida" es declarado texto oficial para escuelas, colegios y universidades.
Eva Perón
Cuando el 4 de junio Perón iba a salir de la residencia, con la banda celeste y blanca sobre su uniforme de general, para asumir la segunda Presidencia, le susurró a Apold, que llegaba: "Dígale a Eva que hace frío en la calle."
"¿Quién está ahí?..." dijo ella desde la cama.
Apold entró al dormitorio con un libro de fotos de Eva Perón, magníficamente impreso, que recién aparecía. "Hace un frío terrible afuera", le dijo a Eva.
Demacrada, flaquísima, sonrió con sobradora tristeza.
"Venime con cuentos, vos. Juan te dijo que me hables del frío para que no vaya a la jura, ¿no? Pero voy igual."
Se levantó, apoyándose en su hermana Arminda. Fue a la balanza. Su hermana Blanca apoyó un pie, aumentando el peso en la balanza.
"Esto va bien", dijo Eva. (La aguja marcaba 41 kilos.) "¿Viste, che? Aumenté 2 kilos desde la semana pasada."
Su peso normal era de 54 kilos. Ese 4 de junio realmente ya sólo pesaba 38. El cáncer le había tomado la nuca y el talón derecho. Eva Perón se hizo colocar dos inyecciones de morfina. "Y voy a ir en coche descubierto", le dijo a Perón.
Hacía 4 grados cuando de pie en el auto presidencial, cruzaron la avenida de Mayo, bajo una lluvia de flores y papeles que les arrojaron al pasar junto a la subsecretaría de Prensa. En la Casa Rosada tuvieron que aplicarle dos inyecciones más, porque el dolor era tan insoportable que estaba por desmayarse.
Ese fin de semana Perón la baja en brazos a la salita de proyección. El último film que ven juntos: "Quo Vadis?".
El 4 de julio los gremios, en el Luna Park, le celebran un funeral cívico en vida. "El pueblo se reunirá esta tarde con emocionado recogimiento para celebrar la gloria de Eva Perón", dice funerario el Consejo Superior Peronista. Un monumento a su memoria, más gigantesco que el Jockey Club comienza a concretarse. El secretario de la CGT, Espejo, grita en el estadio:
"En los lejanos tiempos de la Grecia Milenaria y la Roma heroica, cuando la personalidad de un ciudadano se perfilaba con caracteres extraordinarios, su pueblo lo inmortalizaba incluyéndolo entre sus héroes. Era la apoteosis".
Con una ceremonia similar, Augusto, primer emperador romano, erigió un culto religioso a la memoria de César, convirtiéndolo en Dios.
"Es el paso a la inmortalidad —continuó diciendo Espejo—, y los caracteres humanos se esfumaban ante la divina condición del héroe. Hoy la patria entera realiza la apoteosis de su heroína." Moribunda, recibía su apoteosis en vida.
Desde las ventanas de la residencia sobre Libertador, se oía rezar, en los jardines, a decenas de personas arrodilladas. En el cuarto, estilo Luis XIV, con una virgen de Luján sobre la cama y un Cristo del Corcovado sobre la mesa de luz, Eva se moría. El 18 de julio fue como una resurrección. Había entrado en coma a las 17, pero a las 23 parece volver del otro mundo. La reacción dura poco. El 26 de julio dormitaba. De pronto, a las 11 le dice a su hermana Arminda: "Eva se va".
Ya no reacciona más. A las 20 el doctor Taquini le tomaba el pulso, el doctor Finocchieto le sostenía la mandíbula para que no se asfixiara con su propia lengua y Juan Duarte fue el primero en descubrir que su hermana ya estaba muerta.
"¡Ya no creo en Dios! ¡Ya no hay Dios!", dijo llorando mientras salía corriendo de la pieza.
Desde hacía días, ministros y sindicalistas esperaban en la planta baja la noticia.
Hasta las 23, el doctor Ara, discípulo del embalsamador de Lenín, prepara el cadáver para ser expuesto durante 10 días. En realidad, un año antes había sido informado por
emisarios de Perón y pese a su negativa la cancillería española lo había obligado a hacerse cargo del trabajo. Ara cobró 100.000 dólares, que Juana Larrauri le pagó religiosamente en cuotas de 25.000. El último pago fue el 16 de setiembre de 1955.
En una mortaja lila y con un ramo de orquídeas en la mano, Eva queda expuesta en la rotonda de Trabajo y Previsión. Nicolás Repetto publica un artículo elogioso en el periódico "Nuevas Bases" que el Partido Socialista retira de circulación.
El 1º de agosto, a pulso, 50 obreros escoltados por cadetes militares y enfermeras de la Fundación trasladan el féretro en una cureña hasta el Congreso. Después, a la CGT. Pero los 10 días de su velorio son únicos en la historia en Buenos Aires.
En los barrios crecían los altares. Los faroles de la ciudad estaban enlutados, como los diarios, como la música sacra de las radios, como los escolares con guardapolvo y moños negros, como las cuatro enormes pantallas de cine que reflejaban su foto a cada uno de los lados del obelisco. Larguísimas colas de 30 cuadras, con personas que esperaban bajo la lluvia hasta 12 horas para desfilar ante su cadáver implicaron 4 muertos, 1.975 heridos, o desvanecidos, o víctimas de crisis nerviosas. Cien ciegos por día desfilan sollozantes. Mujeres con grandes cirios mojados, con temperaturas de cero grado, hombres con crucifijos, lisiados, gente que lloraba en las calles como si alguna víscera les hubiera sido arrancada. Una de las colas llegaba desde Entre Ríos y Belgrano, hasta Paseo Colón y por allí, bordeando la Plaza de Mayo, hasta Perú. La otra, desde la Avenida 9 de Julio y Rivadavia iba al obelisco. Desde allí entraba por Diagonal hasta fundirse por Florida con la anterior.
Una ciudad enlutada y un desborde de masas como Sergio Eienstein jamás soñó.
¿Qué significaba esa mujer para esa gente arrodillada en la gigantesca misa a su memoria, en la Avenida 9 de Julio, al mes de muerta? ¿Por qué Eva Perón es algo tan amado o execrable para millones de argentinos? La historia comienza en Los Toldos, en tierra de indios, una tarde de abril de 1919.
Revista Siete Días Ilustrados
25.07.1967
Eva Perón
Eva Perón

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