Facundo Cabral
Con las barbas en remojo
   
El mensaje decía: "Lo felicito; es la primera vez en mi vida —tengo 26 años— que encuentro un hombre tan grosero, de tan mal gusto para decir poemas. Su canto es tan asqueroso que la música pierde su más valioso sentido". Sonriente, Facundo Cabral (33) estrujó el papelito, intercambió una mirada cómplice con un amigo y trepó al escenario del Auditorio Kraft, en Buenos Aires, para ofrecer la segunda parte de Contracantos, un espectáculo cuya responsabilidad comparte con Poni Micharvegas.
Las doscientas personas que se apeñuscaban en la platea —menos puntillosas que la anónima señorita de la nota— aplaudieron a rabiar los trinos de Cabral y se regodearon complacidas con las palabrotas que el juglar deslizaba picarescamente en sus canciones. Es muy probable que pocos espectadores hayan identificado a ese trovador de espesa barba negra, saco de cuero y actitud bohemia con el atildado Indio Gasparino que trajinara, allá por 1961, las pantallas de televisión y el éxito discográfico enancado en un tema que lo proyectó a la fama: Juana Luisa Valdés. Sin embargo es el mismo: después de cantar varios años con el seudónimo de Gasparino —con el que impuso, entre otros, el hit Dale, dale, Federico—, Facundo Cabral (ése es su verdadero nombre) no quiso renovar su contrato con Odeón y dedicó sus afanes troveros a la canción de protesta. Embarcado en esa línea, se costeó con su dinero giras por Chile, Perú y Colombia y retornó al disco en 1968, año en el que grabó El lustrabotas y Mimí la vedette, temas que caracterizaron su estilo de aquella época.
Hace unos días, sin suspender los recitales del sábado por la noche en el Auditorio Kraft ni sus actuaciones en el café concert La Cebolla, se hizo una escapada a Chile para concretar lo que puede ser su lanzamiento definitivo al plano internacional: la participación en el Festival de la Canción de Testimonio, un evento que en el trascurso de este mes excitará a la juventud de Zaragoza, España. Pocas horas después de su regreso de la capital chilena, F. C. mantuvo un jugoso diálogo con SIETE DIAS, durante el cual aclaró la trasformación de su estilo —"pasé de la canción de protesta a la testimonial"— y su modo de enfrentar el canto.
—¿Cómo definirías tu línea musical?
—Hay que consignar que yo tuve varias etapas: primero la de Gasparino, que fue comercial; después tomé temas sociales, denuncié la alienación y alcé la bandera de los explotados. Quería cambiar al mundo, matar a todos los que no estaban de acuerdo conmigo; pero después me pregunté: ¿quién es más imbécil, el tipo que pisa o el que se deja pisar? Por eso ahora dejé de lado la canción de protesta y quiero dedicarme al testimonio, a mostrarme a mí mismo sin que me importe la sociedad.
—¿Pero no hay ninguna continuidad en tu estilo?
—Hay una cosa que no cambió: yo nunca fui un gran cantor ni un eximio guitarrista. Para mí lo más importante es lo que se dice. Lo que más me interesó siempre fue la letra de mis canciones, porque creo que me comunico con mi público con la palabra. Por eso me interesa fundamentalmente el texto de lo que canto. Y eso fue así desde Dale, dale, Federico hasta Indio Go Home o No soy de aquí, que son baladas de mi última etapa.
—¿Para qué creés que puede servir la protesta o el testimonio a través de la música?
—Para cambiar conductas. A mí, particularmente, me sirvió de mucho. A los 18 años era un tipo malo, con traumas, con problemas, cerrado, enfermo. Un patotero, un muchacho de esos a los que yo ahora combato. Pero a medida que me fui metiendo en los temas que interpretaba fui mejorando, me curé. Pienso que así como cambié yo, también pueden cambiar los demás; por eso ahora trato de hablar de mí, que me vean cómo soy. Creo ser lo suficientemente limpio, sano y libre como para que valga la pena mostrarme.
—Entonces te interesa el sentido social que pueda tener tu canto.
—No, ahora no me preocupan los problemas sociales. Me interesan, sí, los hombres, pero no lo social.
—¿Pueden separarse ambas cosas?
—No. Yo necesito gente para vivir, todos la necesitan. Pero la forma en que está estructurada esta sociedad hace que los hombres compitan pero no convivan. No creo que esta sociedad sea una solución para el individuo.
—¿Antes lo creías?
—Creía que había que cambiar la sociedad. Cada vez que subía a un escenario sentía que me jugaba. Quería cambiar al mundo, pero ahora sólo quiero aprender a verlo.
—¿Por qué ese cambio en tu actitud?
—Me sentía deshonesto frente a mí mismo. Yo cantaba para un señor y le decía: Usted es un idiota porque tiene un trabajo que es una porquería. Pero resulta que ese señor al que yo le decía que era un idiota pagaba la copa que le permitía al dueño del boliche pagarme a mí. Así que yo, en definitiva, era un empleado de ese señor. En otras palabras, me sentía como un alcahuete barato. Por eso ahora quiero hablar de mí y explicar quién soy y cómo soy. Creo que eso va a aportar mucho más. Quiero mostrar lo que a mí me parece bueno y decirles a los que me escuchan: Esto es lindo, aquí lo tienen; si lo quieren, tómenlo.
—¿Cómo recibe eso tu público?
—Generalmente los menores de 20 años lo aceptan, pero muchas veces resulta ocioso para mí, porque esa gente está en lo mismo que yo, piensa, siente, se viste como yo. Lo mejor, entonces, es cantar para personas que no hayan definido su vida. Yo le digo a un chico que tiene ganas de dejarse el pelo largo pero que no se anima a hacerlo: Mirá, el pelo largo es muy lindo. Él incorpora un conocimiento, una experiencia que yo le trasmití y que puede —o no— ayudarlo.
—Y con la gente mayor, ¿qué pasa?
—Con ellos es distinto porque tienen su vida elegida en un sentido y no van a cambiarla porque yo les diga que el Sol es lindo y que la vida es algo más que comprarse un departamento y un coche. De cualquier forma yo les muestro mi verdad, aunque generalmente me agreden porque les da bronca que un tipo a los 33 años no esté tan podrido como ellos.
—¿Cuál es tu verdad?
—Es muy difícil de explicar. No es una conducta, es algo así como la honestidad, como la salud mental. Hay gente que vive toda su vida en la mentira. Porque si una mujer me deja y yo lloro y me vuelvo loco, entonces yo no entendí la vida, no comprendí lo que es el amor, no soy sano, no soy honesto.
—¿Te sentís honesto cuando cantas?
—Conmigo mismo, no, porque todavía hago cosas de mi época anterior; cuando bajo del escenario no me siento conforme. Pero creo que con mi público soy honesto; ellos esperan ciertas cosas de mí y yo se las doy. Les gusta que diga malas palabras —por ejemplo— y yo las digo. Pero voy dejándolas de lado.
—¿Por qué?
—Porque no las necesito. Antes, para decir ciertas cosas, no tenía más remedio que usarlas, pero ahora creo que es una forma de agredir al espectador; y como yo no quiero provocarlo, voy a evitarlas paulatinamente. Aunque eso me trae problemas porque mucha gente espera escuchar malas palabras y me pide que las diga.
—¿Eso puede perjudicarte económicamente?
—Sí, pero no me importa. Yo podría ganar mucho más dinero si adobara mis canciones con guaranga-das, pero no me interesa, y además me coarta para lograr una difusión masiva.
—¿Tenés interés en acceder al público a través de medios masivos de comunicación?
—Sí, pero para lograrlo hay que entrar en el sistema competitivo, y yo no quiero. Por ejemplo, yo tengo una canción que se llama Buen día, América, que tiene todas las condiciones para ser un éxito. Muchos productores que la escucharon me pidieron que participe con ella en festivales, que la grabe. Pero yo no quise porque creo que es una canción para llevar a Europa. Si voy al Festival de la Canción de Testimonio (que no es competitivo), pienso estrenarla. La estoy guardando para eso.
—Vos tenés una imagen de bohemio: ¿lo sos realmente?
—En cierto sentido, si: vivo sin mucho orden, procurando gozar al máximo cada momento y sin desvelarme por el futuro; no tengo las ataduras morales de mucha gente y tengo algunos ideales más allá de ganar plata. Pero fuera de eso no soy muy distinto de todos. Creo que también estoy alienado. No de la manera en que lo está casi todo el mundo, pero sí a mi modo. Estoy alienado con mi forma de vida, mis gustos, con cierto ambiente y cierta gente con la que me gusta tratar. Digamos que yo cambié los compañeros de oficina y el fútbol por los hippies y las barbas.
—¿Creés que con el tiempo puede haber una nueva trasformación en tu estilo?
—¿Por qué no? También puede cambiar mi filosofía, mi forma de ver la vida. Creo que no tiene por qué parecerme honesto mañana lo que me parece honesto hoy.
Rodolfo Andrés
Revista Siete Días Ilustrados
17.09.1970

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 Después de transitar los caminos de la gracia y la protesta Facundo Cabral decidió imprimir un nuevo giro a su estilo para embarcarse en una aventura que le obliga a revisar muchas de sus anteriores creaciones: intentar la canción testimonial y mostrarle a su público la intimidad de un artista

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