Adolfo Salinas
Primer locutor de la televisión, publicista,
organizador de festivales juveniles,
descubridor de conjuntos "beat"

Fito Salinas
Tiene 40 años, tiene el amor de su mujer, tiene tres hijos, tiene una agencia de publicidad, tiene un millón de pesos por mes, tiene una casa quinta en Moreno y tiene una analista para tratar de saber por qué a pesar de tener todo eso siente que le falta algo muy importante.
—Claro, usted va a decir que es muy fácil ser rebelde y entender a los hippies ganando un millón de pesos por mes. . .
—El que lo dice es usted. . .
—Sí, el que lo dice soy yo, pero ya es algo haberse dado cuenta a los 40 años, cuando todavía se está a tiempo, de que lo más importante es tratar de tener tiempo para uno mismo, que no hay nada en este mundo que pueda reemplazar la felicidad que dan las cosas chiquitas.
—¿Vio "El Arreglo", de Elia Kazan?
—No, no tuve tiempo.
—Es una lástima, quería preguntarle sí consideraba que era su caso.
—Cuando se vaya de casa, después de charlar conmigo, se habrá dado cuenta.
Adolfo Salinas, Adolfito hace más de treinta años, y Fito desde que su imagen se metió desde la aventura primera de la televisión en todas las casas, conserva todavía mucho de aquella cara de chico serio que fue durante mucho tiempo el sinónimo de locutor de televisión.
—Llegué a la radio por una apuesta. Yo iba a un café de Río de Janeiro y Rivadavia. . . Bar Díaz se llamaba, y se imagina que éramos todos unos secos que para jugar una raya al billar teníamos que hacer una colecta pública. Y había un tipo que iba todas las tardes vestido como un príncipe, tomaba un whisky solo y no saludaba a nadie. "Pero éste quién se cree que es", decíamos todos, hasta que nos enteramos que era un locutor —Alberto Correa Córdoba— que trabajaba en radio Belgrano. Y yo sostenía que lo que hacían los locutores no era nada difícil, y que yo lo podía hacer. "Qué vas a hacer vos", me decían todos, y entonces les hice una apuesta a los muchachos de que conseguía trabajo como locutor. Me fui a la radio y pedí que me tomaran una prueba. Me preguntaron si había trabajado alguna vez, y cuando dije que no, Samuel Yankelevich me miró con simpatía, como diciendo pobre pibe, dónde te metiste. . . La cosa es que me dieron un papel y me puse a leer, y al rato Samuel lo llamó al padre, don Jaime, y le pidió que me escuchara. Cuando terminé de leer, me pidieron que volviera al día siguiente.
—¿Cuándo fue eso?
—En 1947, ó 48. . .
—¿Y después?
—Volví al día siguiente y me llevaron directamente al despacho de don Jaime Yankelevich. Estuve parado junto a la puerta como media hora, y él ni siquiera levantó la cabeza de los papeles que leía. ¡Ni buenas tardes me dijo! Al rato, llamó a un asistente, y cuando entró le dijo que me llevara al estudio, pero se arrepintió inmediatamente y le dijo que se fuera que me iba acompasar él. ¿Se imagina cómo estaba yo, no? Ahí parado delante del dueño de la radio argentina. . . Así pasaron unos minutos más, hasta que se levantó, me agarró del brazo y me llevó por pasillos y salones sin mirarme ni hablar una sola palabra. Por fin, llegamos a la puerta del estudio, se paró, me miró y con su voz más ronca me dijo: "En cuanto pases esa puerta pensá que desde acá para allá nadie te va a dar una mano jamás. . . Pensalo, que todavía estás a tiempo. ¿Entrás o no?" Le dije que sí y me dieron trabajo en el noticioso de las seis de la mañana.
—¿Después fue el primer locutor que tuvo la televisión, no?
—Sí, pero después de muchas cosas, como la de encabezar una huelga, la huelga más importante que hubo en la radio, a la que se plegaron los músicos y técnicos. El único que trabajaba era Yankelevich, y eso fue cuando tenía nada más que un mes de locutor. Esto se lo digo para quienes suponen que yo soy rebelde ahora que gano un millón de pesos por mes.
—¿Cómo fue su debut en televisión?
—Sorprendente. Era como si hoy me llamara alguien para decirme que mañana tengo que animar un programa en un medio nuevo que se llama "sensivisión". En ese entonces decir televisión era lo mismo, era algo totalmente desconocido y nadie sabía nada de nada. A mí me llamó Yankelevich y me dijo que a las 10 de la mañana tenía que estar en el edificio del Ministerio de Obras Públicas. Llegué, y ahí estaban Guerrico, que era e| director, y Celasco, que manejaba la cámara. Me hicieron sentar y me dieron un papelito. Se encendió la luz y lo leí, pero se terminó enseguida. Y teníamos que estar en el aire hasta la 1 de la tarde. Yo no sé si era porque no sabían apagarla o qué la cosa es que no teníamos idea de lo que había que hacer, hasta que vi un ejemplar del diario "El Mundo" y me puse a leerlo. Lo leí todo, hasta hicimos las palabras cruzadas creo. . . Y así seguí hasta que empezó a trabajar Piñeyro, y la gente comentaba que ganaba cualquier cantidad de plata. Entonces hice un planteamiento, y después de muchas idas y venidas me ofrecieron por seis horas diarias, sin libreto —es decir que yo tenía que improvisar todo el tiempo—, seiscientos pesos por mes.
—¿Y en la radio cuánto ganaba?
—El doble. Y dije que no. Estuve dos años sin trabajar, hasta que me llamaron para hacer la locución de "Crónicas en bandeja", un microprograma que tenía Zelmar Gueñol.
—Lo que más recuerda la gente de usted es el anuncio de Aerolíneas Argentinas, ¿no?
—Sí, puede ser, y es uno de los que más recuerdo, pero por una experiencia inolvidable y bastante graciosa. . . Resulta que en ese entonces Aerolíneas había decidido renovar todos los uniformes y el concurso lo ganó Lagarrigue. El primero que hizo fue el mío, y cuando llegaron los Comet 4 se organizó un viaje de presentación. Yo no pude ir en el que hacían para los directivos y la gente de publicidad, así que tuve que ir al día siguiente, que era para las Fuerzas Armadas, y estaban todos de uniforme. Pero cuando llegué yo con el que tenía que usar para la publicidad parecía el mariscal del aire, así que todos me saludaban pensando que sería algún genio de la aviación. Me sentí en el fondo, y aunque me daba vergüenza porque todos andaban caminando como si fueran en un ómnibus yo me até el cinturón hasta donde pude. Cuando estábamos en el aire, el piloto anunciaba las cosas que hacía... "Ahora volamos con tres turbinas, ahora con dos, ahora con una... Ahora una caída en picada, ahora vamos a dar una vuelta completa..." Sabe cómo bajé, ¿no? Amarillo, verde, anaranjado, todo descompuesto, con la gorra caída.. . Y los militares extranjeros deben haber pensado que si yo, que parecía el mariscal del aire, estaba en ese estado, ¡qué se podía esperar de los otros argentinos!
—Usted ganó también el primer Martín Fierro, ¿no?
—Sí, acá está.. . Y éste es todavía de los que hacía Luis Perlotti. Acá está la firma, ¿ve? También fui el primero que grabó un tape. Estuvimos 14 horas grabando, y en el momento de verlo el que lo tenia que pasar nos vino a anunciar que se había equivocado al pasarlo y que lo había borrado todo. Lo tuvimos que hacer otra vez.
—¿Y por qué dejó de hacer televisión?
—Porque perdió todo el encanto que tenía antes. Ahora está todo demasiado organizado y no tiene imaginación. Todo es igual: alguien se para delante de la cámara y repite los mismos gestos de todo el mundo. Son todos iguales, les falta personalidad. Y estaba muy cansado.
—¿Y la idea de la agencia de publicidad?
—Fue de alguna manera una gran casualidad. Empezó el día que decidí independizarme y le vendí a Canal 11 la idea de hacer una serie de shows para televisión grabados en los Estados Unidos. Así que nos pusimos de acuerdo con Golberg, que era el representante de la N.B.C., y nos fuimos con Jorge Falcón. Claro, nosotros, por lo que nos había dicho Golberg, suponíamos que la gente de la N.B.C. nos estaría esperando con alfombras, cámaras, los artistas, todo listo para empezar a filmar; pero no sólo no había nadie en el aeropuerto sino que ni siquiera sabían que íbamos. Después de dar un montón de vueltas nos ofrecieron unos tapes viejos de los shows de Andy Williams, Samy Davies, Fred Ataire y Doris Day. Pero no servían para acá, porque son muy distintos los gustos. Así que pensamos salvarnos usando fas figuras invitadas a los shows haciendo uniones entre ellos, pero además teníamos que filmar en lugares que estuvieran de acuerdo con la ambientación del show original para hacer las mismas uniones. Ahí empezaron los problemas. Íbamos a filmar al Central Park y aparecía un policía a pedirnos la autorización. Y había que ir a pagarla. Dieciocho dólares por día. Pagábamos, y cuando volvíamos ya ni nos acordábamos dónde estábamos filmando antes, y como íbamos a otro lugar volvían a pedir la autorización, pero cuando le mostrábamos la que teníamos nos decían que era para filmar en el sector DHJ 23 y que nosotros estábamos en el BZI 45, y que teníamos que sacar otro permiso. Y como nadie sabía dónde quedaba el sector DHJ 23 teníamos que pagar otro permiso. Pero ahí no terminaba la cosa, porque cuando queríamos encontrar un estudio nos pedían dos mil dólares cada media hora, y los cameramen necesitaban un ayudante para que les llevara los focos, y el ayudante tenía que tener un electricista. Cuando preguntábamos para qué quería el electricista, nos decían que era para que le enchufara las lámparas. ¿No las podía enchufar él? No, señor, no podía. Cada uno tenía que hacer su función. Y para colmo está tan bien organizado el asunto que si íbamos a filmar a un café el mozo nos pedía la tarjeta de afiliación al sindicato; si no la teníamos no se podía hacer nada.
—Pero trajeron los shows, ¿no?
—Sí, se pasaron durante un año entero. Eso fue en 1964. Otra cosa que nos pasó fue tener que cambiar el cartel de un teatro donde actuaba Samy Davies, y poner en la puerta un anuncio de Andy Williams. Me imagino lo que habrá pensado el empresario cuando llegó a la noche y en vez de encontrar el cartel que decía: "Esta noche Samy Davies en Golden Boy", se encontró con el nuestro: "Esta noche, Andy Wilíiams para la Argentina". Después encontramos un tape de Vincent Edwards, cuando era gran furor la serie Ben Casey, cantando. Pero, como no lo habíamos visto, estuvimos buscando un hospital para darle la ambientación. Y fuimos al RockefeIler Center, que es el más importante. Cuando nos vieron llegar con las cámaras a cuesta llamaron a la policía, pero les dijimos que estábamos haciendo un documental sobre los mejores hospitales del mundo. Entonces nos pusieron todo a nuestra disposición, hacíamos pasar las ambulancias por donde quisiéramos. Yo viajaba en una y el gancho para la presentación era decir que nos habíamos enterado de que Ben Casey cantaba y que lo buscábamos por todos los hospitales. En la ambulancia venían dos empleados del hospital y no me entendían nada, por supuesto, pero se me escapó "Ben Casey", y pararon la oreja Ya no los pudimos convencer de que los habíamos dado como ejemplo de los médicos y otros camelos más. Nos tuvimos que ir y nos amenazaron con hacernos un juicio si pasábamos lo filmado por televisión.
—Lo pasaron igual, ¿no?
—Por supuesto, y fue uno de los éxitos más grandes. Otra vez descubrimos a varias figuras en el show de Samy Davies, pero estaba todo ambientado en una ciudad del Oeste. ¿Y dónde conseguíamos un pueblo con vaqueros y todo? Entonces un Ítalo-yanqui que se las sabía todas nos comentó que en Nueva Jersey había un camping que simulaba un pueblito exactamente igual a los que vemos en el cine, a donde iban a pasar los fines de semana los empleados con sus familias. Y todos se disfrazaban de cow-boys, con revólveres y todo. Entonces, para poder filmar, les hicimos creer que yo era un multimillonario argentino que quería llevarme un recuerdo de los Estados Unidos y que acostumbraba viajar con todo un equipo de filmación. Me alquilé un Dodge último modelo, me compré un cigarro más grueso, y la filmación se hizo. Todo era así. Por eso, cuando la televisión se mecanizó, me fui.
—Sí, pero la agencia, ¿cómo la formó?
—Yo soy muy amigo de la gente de Thompson y Williams y me pidieron que les organizara algo para tratar de atraer a la gente joven. Así nació el programa, y con el éxito del programa, mi agencia, y con mi agencia más clientes, y con todo eso tengo trabajo y mi agotamiento, y con mi agotamiento el descubrimiento de que la gente no sabe vivir, que yo no sé vivir, que me falta la cuota necesaria de placer. Y esto último lo descubrí el mes pasado, en Mar del Plata, cuando sentado frente a una cazuela de mariscos con mi mujer descubrí que me gustaba todo, que la vida era mucho más linda de lo que podía imaginarla...
—¿Y ahora?
—Creo que todavía estoy a tiempo. Tengo que hacer algo para tener tiempo de vivir, me gustaría ser como Espineta (nota MR:textual en la crónica), el flaco del conjunto Almendra, que llega a las nueve de la noche con una lata de sardinas en la mano derecha, chorreando aceite, con un queso en la izquierda, un pan debajo de un brazo y la colección de discos debajo del otro y dice simplemente "vengo a cenar con vos" y se instala en la alfombra y es feliz. Sí, ya sé que es fácil ser rebelde con un millón de pesos por mes, pero ¿cuánto menos se puede ganar cuando uno pretende que a sus hijos no les falte nada, que puedan educarse como merecen y tener todas las posibilidades de llegar a ser alguien en la vida?. .. Y ahora ¿qué opina? ¿El mío es el mismo caso de "El arreglo"?

Néstor Barreiro
FOTOS: Juan Mestichelli

Ir Arriba