LAS ARTES
Cochet: La pasión de un oficio

"Ni nunca pensó que podía ser otra cosa que pintor, ni encontró rara la cosa, sino la más natural del mundo... Nació pintor, es todo." J. Torres García ("Historia de mi vida")

Cochet
Gustavo Cochet se limitaba a ejercer esa condición cuando, en 1937, se dirigía por Radio Barcelona a los españoles: "¿Por qué indignarnos? ¿De qué le ha de venir al pueblo que destruye y quema imágenes que le son odiosas, saber de aquellas que tengan otro valor? Pero, en cambio, guiados por los artistas que saben estar en sus puestos en estos momentos, se salvará todo lo que queda del patrimonio artístico. Y a propósito, qué magnífica ocasión para limpiar la ciudad de esos horrorosos monumentos que la afean, como los de Pitarra, Clavé, Robert... En la Conserjería de Cultura de la Generalidad las paredes están cubiertas con malas pinturas: vamos, pidamos al Señor Consejero que nos preste una escalera y arranquémoslas. Tendremos un doble mérito: librar al noble palacio de esas feas pinturas históricas y descubrir los frescos de Torres García, los que representan el trabajo, los campos, la poesía, el amor. Arranquémoslas sin compasión. Son las obras de artistas mercenarios, que en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, por unos dineros, aceptaron encolar sus telas sobre los muros pintados por el maestro, a quien todos debemos el más grande respeto. Así le habremos rehabilitado".
A casi cuarenta años de aquella arenga, Cochet no parece conservar las energías como para repetirla. Sin embargo, cuando Francisca Alfonso —su compañera de toda la vida— nos introdujo en el atelier de Funes (un pueblito en las afueras de Rosario), Gustavo estaba sentado frente a una tela enmarcada, junto al ventanal, ejerciendo su vocación de pintor.
A punto de cumplir ochenta años, parece ir hacia la muerte con la misma decisión y el desparpajo con que resolvió, al llegar por primera vez a Barcelona, en 1915, qué rumbo tomar. "Estuve un largo rato alrededor de la estatua de Colón, sin saber a dónde ir. Finalmente, muy cerca de allí, en la plaza Palacios, subí a un tranvía tomando la resolución un tanto trágicamente. ¡Me plantaré donde termine el trayecto y que pase lo que pase! En el barrio de Poblé Nou, donde llegué, encontré ayuda y amistad. Nunca podré compensar eso con mi gratitud."
También encontró a Francisca, que se incorporó con naturalidad a la vida de un anarquista que intentaba un oficio azaroso. "Cuando llegamos a París, en 1920, caminamos muchas cuadras cargando nuestras maletas, hasta que dimos con una mísera piecita en la rué Mazarine. Mi mujer se echó sobre la cama y lloró desconsoladamente. Yo estaba como un niño ante la diablura consumada. Su padre le había advertido que la vida al lado de un pintor sería de hambre y miseria... y allí teníamos la realidad. Pero luego, después de pasar la tarde en el Louvre, compramos salchichas y papas fritas y una botella de vino. Todo había pasado ya."
No parece tener muchas más cosas ahora, aunque su taller en Funes es más grande que una piecita. Como siempre ocurrió, a su alrededor están sus cuadros y Francisca. Si vuelve la cabeza hacia el ventanal hay un jardín abigarrado, donde crecen las flores que cuida Francisca; más allá, la calle sin pavimentar, y en los cuartos del fondo su hijo Francisco, su nuera y sus nietitos. "Las mujeres siempre hablan mucho y yo suelo pensar en tantas cosas cuando me hablan. Con mi hijo, que viene a verme todos los días al taller, solemos sentarnos frente a frente y hablar un par de horas sin pronunciar una palabra. Yo dejo mis pinceles y pasamos el tiempo, o bien mirándonos, o bien sumergidos cada uno en lo suyo, haciéndonos pequeñas atenciones. Nadie me molesta mientras trabajo, por ejemplo para avisarme que es hora de comer. Francisca supo, sin que nadie se lo enseñara, que se puede comer a cualquier hora, pero que sólo se puede crear cuando se está inspirado y sin interrumpir el trabajo.
¿Cómo podría, de cualquier manera, una mujer interrumpir el trabajo de quien no dejó de hacerlo viajando permanentemente, haciendo el amor y la guerra? Durante la Guerra Civil Española, a pesar de haber cerrado su taller —para participar como miliciano— el mismo 19 de julio de 1936, realiza su colección de aguafuertes Caprichos, donde describe la contienda. No lo interrumpió en la Argentina, entre el 31 y el 34, donde regresó con su familia luego de once años en París. "Esto era terrible. Rosario, donde nos afincamos, era como un frontón donde la pelota rebota tantas veces como se la lance. La pelota, en este caso, era el espíritu nuevo del arte. Vivíamos en Rosario como seres al margen de la sociedad. El médico, el carpintero, el artesano, son tan útiles como el artista. Una ciudad sin artistas es como un cuerpo sin cabeza."
Por eso volvió a España, para tener que regresar repatriado luego de la guerra. Desde 1941 hasta hoy reside alternativamente en Santa Fe, Rosario y Funes, dando clases en la Escuela de Artes Plásticas y en la Facultad de Arquitectura de Rosario. "Me echaron en 1955, a mí, que como anarquista no no adherí jamás a ningún partido político." Sigue pintando y dando clases en la Escuela de Bellas Artes de Pergamino hasta 1963.
"Suerte que por los años que me echaron de la Facultad de Arquitectura había comenzado a vender bien mis cuadros. Ya en 1944 Julio E. Payró me había incluido en 22 pintores argentinas y era ampliamente conocido, pero usted sabe cómo es eso ... Un día empecé a vender, quién sabe por qué razón, luego de más de cuarenta años con la pintura."

EL INVENTARIO DE LOS AÑOS. Cochet luce ahora una mirada que va bastante más allá de los seres y las cosas que lo rodean. No parece insistir en eso, sino, simplemente, mostrar una expresión que es el reflejo de su propio mundo y de un cansancio al que sólo se sobrepone para pintar. Fue lo primero que hizo en 1964, apenas llegó a Funes luego de una operación que lo postró durante dos meses. Ya por entonces hacía tiempo que había abandonado el grabado, una técnica que lo coloca entre los mejores y que hace difícil precisar —suponiendo que fuera necesario— si
Cochet es más grabador que pintor, o a la inversa.
Es que debe de resultar difícil atender al presente cuando el pasado tiene ochenta años, muchos sucesos, viajes y personajes. "Sí, sí... Picasso era un genio, sólo que demasiado soberbio. Yo lo conocí en París, en el veinte y pico. Era demasiado insoportable. Claro, para la corte de fisgones y adoradores del arte, cualquier cosa es permisible y hasta fascinante en un talento pero para sus colegas de la misma generación, que buscaban las mismas cosas, que pasaban las mismas horas en el taller, era un tipo bastante difícil de tragar. Además, era afiliado al Partido Comunista, y usted sabe cómo son: sectarios, pequeño burgueses y profundamente interesados ... en el fondo, contrarrevolucionarios ...
Quizá el acontecimiento más fascinante en la vida de Cochet sea la coincidencia que lo halló en Collioures, en 1939, a la muerte de Antonio Machado. Así lo cuenta Cochet en su libro "Diario de un pintor", en un relato firmado en Francia en ese mismo año: "En el pueblo de pescadores de Collioures, un pequeño hotel, la dueña, una señora cuarentona todavía guapa, lloraba con sincera aflicción. En el cuarto sencillo y limpio respirábase una paz absoluta. Las ventanas, a través de sus cortinas bordadas, dejaban entrever la silueta de las montañas. Antonio Machado parecía dormir plácidamente, pero su sueño era el de la eternidad: enfermo, vencido, subiendo y bajando esas montañas, había llegado hasta allí para morir lejos de su patria, a la que con tanto amor había cantado. El entierro: un extranjero, un refugiado, un rojo. A los pescadores de Collioures, gentes sencillas y buenas, no les preocupaba tal cosa. Sabían que era un poeta, un hombre en desgracia, perdido y derrotado lejos de su tierra. Eso era suficiente para que ellos se conmovieran en lo más íntimo de sus corazones y lo acompañaran con profunda pena. El alcalde de Collioures, el pueblo que había acudido al duelo al que sólo faltaron el cura y los potentados, lo despidió con emocionadas palabras".
En Funes, provincia de Santa Fe, a más de treinta años de entonces, Cochet estruja la memoria. "Estábamos ante la fosa todos los refugiados que, como él, llegamos lastimosamente a Francia. No sé cómo se dio eso, pero lo cierto es que salvo las palabras del alcalde, nadie pronunció un discurso. Espontáneamente, cada uno de nosotros se acercó al féretro y le dijo a él, a Machado, sus propias cosas. Sus amigos poetas, cuchicheando ante el cajón improvisaron allí, seguramente, sus poesías más sentidas. Allí quedó Machado, muy cerca de la frontera de su querido país. Él estaba muy triste antes de morir —porque sabía que se moría—, pero ya debe de haberse acostumbrado a ese pueblo de gentes trabajadoras, las gentes que él amaba."
Sin embargo, Cochet rescata la emoción de volver a encontrarse en Francia, en 1967, con casi un centenar de trabajos que había abandonado treinta años antes, o su encuentro casual con Rubén Naranjo, un artista rosarino que se embarcó al mismo tiempo que él en 1915. "Éramos amigos de la niñez y juntos decidimos tentar otros rumbos. El mismo día, él se embarcó hacia los Estados Unidos y yo hacia España. Cuarenta años después me topé con él en Rosario, en medio de la calle. A la vuelta de todos esos años nos reconocimos inmediatamente, en el mismo lugar."
De aquella primera partida guarda el último recuerdo familiar: "Cada vez que recuerdo a mi madre siento una profunda pena porque nunca más volví a despedirme de ella, luego de aquella vez que me entregó mis arreos y se fue a su cuarto a llorar. Sabía de mi paradero sólo cuando le avisaba de mi llegada a alguna parte, pero tardé tanto en volver que no la hallé más. Le quería evitar lágrimas porque ignoraba que nada desahoga tanto nuestro corazón como las lágrimas; y además, si me hubiese despedido, ¿qué más habría dado que fuese por un largo viaje o para siempre jamás?"

EL OFICIO DE PINTOR. "A los diecisiete años me despedí de mis padres para ir tras mi oficio. Creo que hoy sigo en lo mismo. Es la cosa que rescato como ninguna en mi vida, hoy que el oficio de los hombres ha perdido tanto de su dignidad y orgullo, su categoría." Cochet puede decir, sin duda, que tiene un oficio, que es la sólida base sobre la que despliega el talento. "Entre 1912 y 1914 estudiaba pintura en Rosario con César Caggiano. Alternaba mi oficio de telegrafista con los estudios, que completaba con frecuentes viajes a Buenos Aires para aprender con Thibón de Libián y Walter de Navazio. A principios del 15 se me planteó el dilema: ¿telegrafista o pintor? Pintor —me dije—, y otra vez: ¿maestro o pintor? Y la respuesta fue la misma, de manera que me fui a Europa. Allí mis estudios fueron el trabajo y el respirar permanentemente el aire de creación y libertad de todos los que nos afanábamos por lo mismo. Trabajé muchos años en la restauración de cuadros y retratos antiguos, lo que me permitió conocer a fondo las técnicas y los procedimientos de los viejos maestros, como asimismo interpretarlos y comprenderlos hasta en sus más sutiles expresiones. En cuanto al arte contemporáneo, en París dediqué más de cuatro años a copiar a casi todos los impresionistas. Creo que los estudié en tal forma que puede decirse que nadie lo ha hecho igual."
Lo que Cochet pintaba en Funes cuando Francisca nos guió hasta el atelier, eran unas frutas y unas flores dispuestas sobre una mesita, a un costado. Es que insiste en retratar la realidad, aunque rehúye el naturalismo. Esto se ve claramente en sus grabados, y, fundamentalmente, en los dibujos. "¿Por qué al pintor no se le quiere conceder la misma libertad en el dibujo que la que se le deja en el color? Si yo pinto una cara roja nadie se alarma. En cambia, si la dibujo cuadrada, ¡pobre de mí! Sin embargo, en un caso como en el otro, la estructura puede responder a una necesidad absoluta de entonación o equilibrio de la composición del cuadro. Además, ¿no se le permiten fantasías —suponiendo que lo fueran— a la propia naturaleza? Están los olivos centenarios de Mallorca. Pues, si hay olivos que parecen hombres, ¿por qué no puede haber hombres que parezcan olivos y montañas que parezcan casas? Y al fin y al cabo, ¿qué tiene todo eso que ver con el arte de la pintura? Nada."
Gustavo Cochet, uno de los más notables pintores y grabadores argentino, es hoy un anciano lacónico, de cuya historia, recuerdos y expresiones actuales, de permanente desarraigo a las cosas, a los lugares y al presente —que sólo reconoce la excepción de Francisca— puede extraerse un único hilo conductor: su oficio de pintor.
"Me encontré una vez con un amigo médico, y al preguntarle por su profesión: «¡Alto! —me dijo—, estoy de vacaciones, ni una palabra de ese asunto». No le dije nada, pero me admiré de que hubiera alguien que, consagrado a una profesión, pudiera desentenderse de ella a piacere. No sabía si compadecerlo o envidiarlo, pues yo, hasta caminando por la calle no puedo ver dos colores sin buscar mentalmente entonarlos. Sentado en una mesa de café, inconscientemente, voy repartiendo las tazas, las cucharitas y los vasos buscando un ritmo ideal compositivo."
"Entonces me acordé del basurero de un barrio en el que supe vivir y que, incluso los días que tenía franco, se paseaba por las calles de su jurisdicción. No trabajaba, pero no podía ver una basura sin levantarla. O aquello que Michelet dice del agricultor francés, que los domingos pasea por su campo, aparta un cascote, arregla un alambrado o acomoda una rama. Nadie más feliz que el que ama a su oficio con libertad y devoción."
PANORAMA, ENERO 31, 1974
Cochet
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