HURACAN
El título llegó jugando
Huracán
"Queremos un sello grande que diga Verde Esperanza y no pierde..."
"No. Es demasiado largo para un club de fútbol. ¿Por qué no le ponen «El Huracán»?". (Diálogo en la librería Richino, de las calles Sáenz y Esquiú, el 26 de mayo de 1903, un día después de la primera fundación).

"Al fútbol se lo puede jugar de dos maneras: bien o mal. Lo fundamental es jugarlo bien. Después no hay que desesperarse por los triunfos: llegan solos." (De las "convicciones futbolísticas" de Luis César Menotti, director técnico de Huracán, Campeón Metropolitano 1973).
Huracán, y todo Parque Patricios —un barrio porteño fiel a sus orígenes— acaba de dar la primera, ansiada vuelta olímpica de la era profesional, casi medio siglo después de la última, realizada durante el período amateur. Es que tras su esplendorosa década del 20 (fueron campeones en 1921, 22, 25 y 28), se fueron sumando las frustraciones a pesar de los esfuerzos, a veces desesperados, por superarlos.
Curiosamente, el globito se consagra campeón por primera vez en el profesionalismo, cuando regresa a las fuentes, cuando apuesta a las convicciones de Menotti, su estratega desde 1971: primero jugar bien, después ganar. Es ahí —precisamente en mayo de 1971—, cuando Huracán empieza a ser campeón. Es verdad que de aquel equipo no quedan muchos: estaba Alfio Basile; aparecía esporádicamente Miguel Ángel Brindisi; el delantero Roque Avallay aún no se había desprendido de sus torpezas, y Carlos Babington recién empezaba a entusiasmar a los madrugadores fanáticos de la tercera división.
Durante 1972, la producción se aproximó algo más a la realidad de 1973. La columna vertebral del equipo ya estaba casi definida: Basile como pilar defensivo; Brindisi, Russo y Babington haciendo la media cancha, con la conexión ofensiva de Avallay y Larrosa. Sin embargo, pudieron observarse, en partidos decisivos, algunos errores gruesos: los marcadores laterales se mostraban inseguros y faltaba definición en la delantera. Cuando al equipo se le obstruía en su zona creadora, estaba irremediablemente perdido. Pero Menotti no tardó en advertir los déficit y presionó ante los dirigentes la adquisición de refuerzos fundamentales: Nelson Chabay, insólitamente abandonado por Racing, solucionó el problema del lateral derecho, y Jorge Carrascosa, comprado a Rosario Central, solidificó el sector izquierdo. La tibieza —no exenta de elegancia— de Edgardo Cantú, fue suplida por el vigor de Daniel Buglione —otro jugador surgido de las inferiores— y Héctor Roganti se afirmó en la custodia del arco. El problema de la extrema línea defensiva había quedado resuelto.
Pero la sorpresa, esa cuota de talento creador, esa ráfaga que necesita un gran equipo, la produjo sin duda la incorporación de René Housemann, descubierto en Defensores de Belgrano, con todas las virtudes del potrero todavía intactas.

LA CLAVE DE LA EFICACIA. Huracán demostró —hasta que la selección le quitó sus mejores valores— una saludable inclinación por el juego corto y una disposición sorprendente para el contragolpe mortífero. El dispositivo se asienta en la importancia temperamental de Coco Basile (dando la razón a los que afirman que los equipos se arman de atrás hacia adelante). Otra de las características del equipo es el desborde por las puntas, el retroceso de Avallay, y la simultánea proyección de Brindisi, además de las perfectas entregas largas, de Babington. Mientras tanto, cuando pierden la posesión de la pelota, sus hombres cuidan zonas, quitan espacio o, de pronto, se abroquelan atrás, listos para retomar el control e imponer su ritmo.
El equipo mantuvo su fidelidad a la línea impuesta por Menotti, pero ganó en estructura y funcionamiento. De ese modo, llegó a la punta de la tabla; soportó serenamente el acecho que en algún momento significaron Boca, River e Independiente, para finalmente sacar distancias y terminar asombrando por su capacidad de gol y su casi infalibilidad (la excepción fue la derrota por goleada frente al cuadro de la Ribera). Pero en el momento más propicio para asegurar la conquista, el seleccionado nacional convocó a Russo, Housemann, Brindis Babington, y Avallay. La medida obligó a Menotti a dejar un tanto de lado sus convicciones: "Soy firme —dijo— pero no tonto". Entonces se vio a un Huracán más modesto, refugiado en la solidez de su defensa y esperanzado en las ráfagas de sus jóvenes suplentes: Quiroga, Leone, Del Valle, Tello y, a veces, Scalise. A pesar de haber recuperado a Russo y Housemann (ambos desertaron de la selección, incapaces de adaptarse al régimen de concentraciones impuesto por Sívori) Huracán no alcanzó el nivel anterior y se limitó a "producir resultados". Es que el dúo BB (Brindisi - Babington) y el despliegue de Roque Avallay, no son de fácil suplencia.
Y así, lo que no habían conseguido os talentos de Herminio Masantonio, Llamil Simes, Tucho Méndez, Héctor Ricagni, Néstor Rossi o el "colorado" Giúdice, ni las políticas de contrataciones supermillonarias, lo lograron la sencillez y la filosofía de un hombre que suele repetir aquello tan simple pero tan difícil de lograr: "Primero hay que jugar bien, después ganar ... ".
PANORAMA, SEPTIEMBRE 20, 1973

Ir Arriba