ITACUMBÚ: voz indígena presagio de un dolor
por Andrés Enrique Salemme

Itacumbu
CORREN los primeros días del año 1938, cuando al confundirse en un abrazo de confraternidad los presidentes de Argentina y Brasil — Agustín P. Justo y Getulio Vargas — en Paso de los Libres, se coloca el broche final para la construcción del puente internacional que en la actualidad une dicha ciudad correntina con la brasileña de Uruguayana.
Mas el brillo que acompañara a los festejos preparados por las cancillerías de Buenos Aires y Río de Janeiro se empañaría al regreso de la delegación argentina. Finalizados los actos, el presidente de la Nación,
acompañado por sus ministros de Guerra y Marina y de una reducida comitiva, vuelve a la Capital de la República en el avión "Electra", de la Armada Nacional, y no en el Lockhedd, que piloteaba el jefe del regimiento aéreo Nº 1, teniente coronel José F. Bergamini, en el cual habían cubierto el trayecto de ida.
La partida se sucede sin novedades, pero a los pocos minutos en que las máquinas se encontraban en el aire, formadas en escuadrilla, las Furias se dan cita en el cielo, desencadenándose una fuerte tormenta en la zona, que dificulta la acción de los pilotos, a punto tal que ya ni se vislumbra la escuadrilla, quedando cada aparato librado a la pericia e iniciativa de su personal. Se suceden de esta forma los constantes cambios de altura para sortear extensas zonas de vientos y tormentas que aplastaban a las máquinas de cola.
Horas de incertidumbre se viven en El Palomar, hasta que a las 19.30 de ese domingo 9 de enero, las máquinas de la escuadrilla aparecen y logran aterrizar. Pero del plateado Lockhedd, que conducía Bergamini, conceptuado como el aviador más hábil, no se tienen noticias.
Mientras tanto, los aviadores de las restantes máquinas manifiestan que debido a la fuerte tormenta que reinaba en la zona perdieron de vista al avión de transporte al poco rato de haber levantado vuelo en Paso de los Libres. Y nada más... Los minutos transcurren con velocidad vertiginosa, pero noticias del avión perdido no llegan... En la base aérea crece la expectativa por momentos, a pesar de que se abrigaba gran confianza en la capacidad y serenidad de los aviadores. El telégrafo y la radio trabajan febrilmente... Las altas autoridades de la aeronáutica permanecen en la base aérea militar, atentas a cualquier comunicado, pero éste no llegaba...
Alguien insinuó que quizás el avión pudo haber descendido en algún lugar del trayecto, alejado de lugares poblados. Eran las 23 y seguía creciendo la inquietud. Hasta que alrededor de la 1 de la madrugada comienzan a llegar las primeras noticias alentadoras pero confusas.
¡Aterrizaron sin novedad en Itacumbú, departamento de Artigas, República Oriental del Uruguay! Otro cable anuncia que el avión había caído al sur de Uruguayana y que algunos de sus tripulantes estaban heridos. Y así todas. Incertidumbre y desesperación en los corazones argentinos, que por las vagas informaciones ya presumían el desenlace fatal.
Y la triste noticia llegó en las primeras horas de la mañana. En Itacumbú — palabra que en charrúa quiere decir "piedra que revienta al calor" — un campesino anuncia haber visto a la máquina. A la primera noticia rápidamente parten para el lugar varias comisiones de auxilio, con una única esperanza, de poder socorrer a las víctimas de la catástrofe. Pero esas esperanzas quedan frustradas apenas los viajeros llegan a las proximidades del lugar donde había ocurrido el accidente. Los nueve pasajeros, horriblemente mutilados, habían perecido carbonizados. He aquí sus nombres inolvidables: coronel Abraham Schweizer, jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación; teniente coronel Antonio Berardo, jefe del regimiento 1 de artillería; teniente coronel Firmo H. Pocadas, edecán del primer mandatario; teniente coronel José F. Bergamini, jefe del regimiento aéreo Nº 1, piloto del Lockhedd; Mayor Víctor V, Vergami, copiloto de la máquina; teniente de navío Juan Creschnick; sargento primero Víctor Ángel Loveratto; sargento telegrafista León Rosas Castillo, y Eduardo Justo, hijo del presidente de la República.
En la nomenclatura de los sucesos que estremecieron, la opinión pública no podía faltar, pues, la data del 9 de enero, día del accidente, ni tampoco la del jueves 13, en que, las víctimas recibieron sepultura.
El desastre de Itacumbú arrebató vidas útiles y promisorias, hirió hogares y sumió en el dolor a la Nación, al pueblo, que así ha sabido mostrar su solidaridad, olvidando toda posible causa de diferencias espirituales, hasta la misma política, que en esos días, turbulenta y de enconadas pasiones, se aquietó.
Y hoy, en un sentimiento en que se conjugan la piedad humana y el espíritu fraternal que une a los pueblos bañados por el Plata, se levanta en Itacumbú un monumento que perpetúa un accidente de aviación que llegó hasta lo más íntimo de la sensibilidad argentina, uruguaya y brasileña. De la primera porque arrancó de la vida a un grupo de oficiales; de la. segunda porque la fatalidad quiso que el avión se arrastrara hasta su territorio para la tragedia, y de la tercera porque los caídos regresaban de un acto en donde se habían ratificado los sentimientos de cordialidad internacional entre los pueblos de Argentina v Brasil.
Revista PBT
02/01/1953
Itacumbu

 

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