LEOCADIO MORALES
«VIDALA PARA MI PROPIA MUERTE»

En los suburbios de Santiago del Estero, un anciano constructor de bombos memoró ante SIETE DIAS los hitos de su azarosa vida: un monólogo de inesperada riqueza, digno de figurar en una antología de la mejor literatura criolla

bombisto en Santiago del Estero
Porque es ciego y temeroso de la gente, no acostumbra recibir visitas. Evita que los extraños le pregunten detalles de su vida, intimidades que hace mucho tiempo el viejo sepultó en la memoria de sus setenta años. Vive en las afueras de Santiago del Estero, en el borde de la ruta que une la ciudad con la provincia de Córdoba.
En la tranquera de su finca —puerta de pocas, descuidadas hectáreas de yermos pastizales—, un bombo criollo atestigua su oficio, la tarea manual que hace treinta años le da de vivir a él y a los suyos. Porque el hombre, de acuerdo con el título que la tradición pueblerina le adjudicó, es 'bombisto', constructor de ese instrumento musical que también acompaña a la vidala, el ronco lamento con que acompasa cada uno de sus movimientos, cada gesto, cada actitud que le roba al tiempo que se le escapa de las manos.
Rodeado de pocos enseres —los indispensables para sobrevivir en medio de tanta pobreza— transcurre su vida anudando historias. Quizá por eso mismo rehúye conversar con los extraños, para evitar que le roben su máximo capital: los recuerdos, las sombras que aún atesora en su lejano pasado. También, porque1 el viejo compone espontáneamente largas letanías musicales, cuyas estrofas, improvisadas en el momento, expresan algunas claves de su propia vida.

"El brillo de mis horas se acabó,
yo vivo en esta sombra recibida,
cantemos entonces al Señor,
mi vida desde siempre está perdida."

"Me llamo Leocadio Morales, nada más. Soy ciego y tengo setenta años y siete meses exactamente. Comencé a hacer los bombos en el año 1918, sí señor. Soy nacido en esta finca y aquí vivo desde que me casé, a los 18 años. Tengo ocho hijos, cinco varones y tres niñas. Tres buenas mozas. Aquí viven las chicas de la única hija que me dio nietos. Ahora le voy a contar a usted, sí señor, todo lo que viví y he andado sufriendo."
"Mi padre ha sido del río Salado, de los que no hablaban el castellano, casado con una india. Murió ciego, cerquita de la tapia. Mi madre también murió ciega, cerquita del paraíso, al lado de la bomba de agua. La hermana de mi papá, doña Teresa, también ha muerto ciega; el hermano de mi padre, Manuel Genero Morales, murió ciego. Un primo hermano mío, el sobrino de mi padre, ciego murió, sí señor. Cinco han muerto ciegos, fijesé. Mi padre ha muerto de noventa años, más o menos. Cuando se despidió de todos, en quechua, nos dijo: Tengan cuidado: la muerte avisa cuando viene; yo nunca le hice caso. Así es, señor."
"Yo no fui como mi padre, no señor. Aprendí a hablar en quechua pero también en castellano. Hasta he sabido hacer el servicio militar. En la milicia ascendí a cabo, pero después, cuando renuncié porque me había casado, enganché en la policía, sí señor. Vea, don, no me presumo: yo quisiera que usted —aquí le llaman al lugar Santa María— vaya a un kilómetro, vaya a la vuelta de la barranca, vaya a la costa del río, vaya usted al zanjón y pregunte usted qué clase de policía ha sido Leocadio Morales Si ha sido bravo, o castigador. O prepotente. Yo no he castigado a nadie, a pesar de que en esta vida no hay hombres bravos ni santos."

No soy quien suelo olvidarte
ni aunque me salga otra suerte,
antes que el mundo se acabe
y Dios me mande la muerte,
si es cierto que yo te quise,
olvidarte no hay de ser.

"No me jacto porque soy ciego, no señor. Pero siempre supe pelear de a dos no más, sin testigos. Eso es de hombre. Lo contrario no andar gritando por esas calles y esos fachinales que uno se va a pelear. Yo siempre he peleado a cuchillo, sí señor."
"En una ocasión, aquí a la vuelta de lo del Anca, en épocas en que la finadita mi esposa estaba viva, había un muchacho, un tal Dieguino Pereira, zurdo y derecho el tipo. Y ese muchacho me tenía ganas y me dijo que me quería pelear. Y le dije: Cómo no. Mira, yo te voy a pelear solamente mano a mano —le dijo yo— y los dos solos no más. No quiero que nadie nos vea. Y me dijo: Cómo no. Dije: ¿Dónde quieres? Y me dijo: De mi casa como a un kilómetro, allá en el monte. Y yo, que me conocía el terreno, le dije: Bueno, te voy a esperar hasta las diez, le dije."
"El finado mi padrecito supo enseñarme a pelear a los zurdos con cuchillo. Para saber atajar y atacarlo no se le da vuelta para acá sino para el otro lado, para adentro. Porque si al zurdo usted le vuelca para acá, ya lo tajeó. En cambio, si lo vuelca para adentro con el cuchillo no se cortajea. El día de la pelea le digo a mi señora que voy a llevar un tordillo para las casas. Y bueno —me dice—, ¿venís temprano? Yo le contesté que ahorita nomás iba a venir. Así que yo llevé una lima y llevé el puñal. Al cuchillo lo afilé de los dos lados: estaba cortando un pelo al aire. Y caminé como treinta metros hasta donde había un clarito grande. Detrás de unas plantas, como a cinco metros, desmonté. Y busqué un buen terreno, cosa de que no resbalemos ninguno. Y allí, cerca de una tranquera, estuve parado. Mirando el camino, saqué mi cigarrillo; mientras fumaba dejé mi puñal sobre una piedra."
"Vea: con decirle que no se presentó el joven, sí señor. El único motivo que yo tenía para pelear con él era que me tuvo ganas. Yo quería complacerlo, darle el gusto, sí señor. Y no me iba a matar, eso no iba a ser. Y si yo lo mataba, no le quede dudas, al otro día me iba a presentar yo solito a la cárcel, para pagar la deuda. Sí señor."
"Es que antes éramos muy burros, con perdón de la palabra. Éramos muy torpes. Por cualquier cosa nos agarrábamos a botellazos. Éramos gente 'ignoranta'. Y por eso mismo estuve en la cárcel."

Lo que mi corazón siente
y en un papel te hablaré,
diciéndote la verdad:
porque yo me muero por ti,
me pierno en la noche lejana,
espero en sueño profundo
darte mi amor fecundo.

"¡Ah tiempos! Antes de perder la vista, sí señor, yo supe estar preso. Fue por cosa de hombres, poca cosa, ¡bah! Estuve tres años en cárcel porque le haché a un muchacho un pedazo de mano. Algún día me las vas a pagar, le dije la tarde en que me faltó, tirándome una piedra cuando iba con mi hija para lo de mi hermano, que todavía vivía. Quiso la suerte que el día en que me encontré con él yo llevaba el cuchillito tucumano. Lindo y filoso, sí señor."
"La tarde en que me encontró con él —eran tiempos de vidala y yo iba cantando una de amor—, el hombre estaba en la puerta del almacén, sentado sobre una bordalesa de vino, sin sombrero. Cuando me vio llegar, al tranquito, me gritó: Horacio: ¿y las vidalas? Entonces yo le grité: Las vidalas no, pero yo a vos sí te espero. Y ya le saqué de allí y le tiré con el cuchillo al brazo. Pero todo se perdió el día en que me quedé ciego. ¿Usted sabe lo que sufre un ciego? ¿Sabe lo que le trabaja la cabeza a un ciego? ¿Lo que usted no puede ver? Para vivir penando es mejor morir. No se puede conversar con los amigos, no se sabe de qué cara salen las voces, no se sabe si la vejez ya las arrugó. No se puede tomar un vaso de vino ni ninguna otra cosita sin que se lo acerquen, para que uno lo tantee con la mano y al final, temblando en la noche se lo acerque a los labios. Sí señor."
"No puedo soportar que vengan caras extrañas, porque uno no puede saber cómo son las facciones. ¿Yo qué sé de usted? ¿Es alto, bajo, rubio, negro? A mí me llenan la cabeza esas cosas, me aturden y me pierden. Yo escucho radio y me asombro, sí señor. ¿Por qué tanto progreso?, digamé. ¿Tantas guerras, tantas muertes, tanta pobreza? ¿Por qué tiran bombas contra las escuelas, en esa guerra de Vienman? ¿Qué es lo que es? ¿Será la ambición? ¿Se pelean por un poquito así de tierras? Tiene que ser por el egoísmo, no me cabe la duda. Yo tengo un caballo, tengo una máquina de coser —que se la compré a crédito para esta hija mía—, tengo una cama de dos plazas, una cocina a leña, tengo dos catres de lona. Gracias a Dios pude comprar la bomba de agua, antes de que se muriera la finadita. Esto es lo que voy a dejar a mis hijos, sí señor."
"Pero... ¿en qué está la Tierra? Todo el agua de vertiente que sale de allí, de esas rocas, ¿para dónde va? Yo quisiera saber: años y años y sale agua. ¿Para dónde va el agua? Yo quisiera que alguien —un cura, un científico— me diga sobre qué está puesta la Tierra. Qué profundidad tiene. Qué es lo que hay arriba de los montes. Yo soy muy ignorante, sí señor. Pero hay cosas en que no me hacen caer: dicen que el hombre llegó a la Luna, pero yo no creo en esas cosas. No, señor. No se le puede quitar el poder a Dios. Es imposible."
"Y porque creo que no se le puede quitar el poder a Dios, creo también que un hombre que mata sangre ajena merece sufrir el castigo de Dios. Yo le he quitado la mano a un cristiano, sí señor. Pero estoy altamente arrepentido. Y he perdido la vista porque creo que eso lo ha ordenado Dios. Será por alguna naturaleza o porque cometí una acción perversa. Y también es castigo que yo haya nacido pobre: a veces no he tenido ni para comprar un pan en el día, sí señor."
"El destino, ¿sabe? El destino es caminante. Porque cuando hombre y mujer tienen amor y engendran, sí señor, en ese mismo momento Dios pone el destino en el nuevo ser. Y cuando nace va a ser uno, siete o cinco. Si es así será porque Dios le puso su marca al destino del hombre, sí señor."

Cantores de tierra afuera,
cantores de soledad,
cantores de la tristeza,
son cantores sin piedad.
Yo canto porque me duele
ver lo que pasa acá.

"Yo he andado mucho y he sabido trabajar con el hacha. También he sabido golpearme el ojo. En Tucumán me han sabido castigar con un látigo y estuve varias veces en el hospital. En una ocasión en que ya ni podía leer de cerca, comencé a ver manchas oscuras que rondaban por delante de todo lo que se aparecía delante mío. Y fui a ver al médico en el pueblo, que me mandó para Buenos Aires para que me operaran. Y así fue, señor. Me pusieron una inyección y cuando me desperté estaba todito vendado, sí señor."
"A los cinco días me mandan a casa con la orden estricta de no enderezarme en la cama y tampoco quitarme las vendas. Pero resulta que en esas casillas de Buenos Aires, todas pegadas unas a otras, apenitas si separadas unas de otras por una madera, se escuchaban voces, se oían gritos. Y como yo vivía con un hijo mío que era un borracho sinvergüenza que me molestaba, me levanté de la cama para reprenderlo, me quité las vendas y desde entonces no vi más, sí señor."
"Y entonces, desde hace cinco años tengo pesadillas. Y fíjese qué curioso: nunca vi el mar pero siempre sueño con él. Que ando sobre un bote en medio de una tormenta, sí señor. Que el cielo se oscurece y que el bote se me llena de agua. Y que viene una ola y me quita de la mano un balde, con el cual quito el agua de mi bote. Y por poco no lo saca del agua. Una ola infernal y maldita. Y también sueño que las casas se desmoronan, como cuando la Tierra se movió una vez. Y que los vientos hacen volar todo por el aire, se llevan casas, personas, animales. Y a mí también."
"Cuando sueño eso me despierto asustado, lleno de calor, sudando por todos lados, sí señor. Y rezo el Padrenuestro que estás en los cielos. Pero sigo pensando en los borrachos ignorantes que se matan por cualquier cosa, como cuando yo era borracho señor. Y entonces canto la vidala."

Levanta paloma ingrata,
mezquina, tu amor,
recibe entonces mi vida,
muera entonces mi flor.
Tormenta los mares traen,
silencia la muerte ya
la vida de este Morales
que al mundo vino y se va. '

"Pero de los sueños siempre me olvido, mejor no acordarse, sí señor. Y ahora usted podrá andar diciendo por allí: Este hombre es viejo, me está mintiendo, dice macanas, se está alabando a sí mismo. No señor, no es así. Las cosas son diferentes. Pero sepa, señor, que yo ciego y todo me gano la vida. Hago los bombos, sí señor. Los mejores, los que más suenan. Pero hacer un buen bombo, señor, no es milagro. Hoy agujereo el palo, lo hago secar mañana. Después preparo el cuero y lo pongo en agua con ceniza. Total: seis días, sí señor. Eso se tarda. ¿Y qué es lo que se gana? Se vende a dos mil pesos. Pero hay que comprar el palo, el cuero y los tientos. Mucha plata se va en esas cosas, porque el palo hay que comprarlo, el cuero también. Y quedan apenitas unos pesos, que se dejan siempre en el mismo mostrador, porque la yerba, de vez en cuando un poquito de carne y esas cosas hay que saber pagarlas, sí señor."
"Por eso es que tendré que vivir como se dice agobiado, sin ninguna esperanza. Para vivir y vivir molestando, mejor cantar. Y vivo porque aún sé cantar. Porque cuando me muera, aquí van a quedar muchos para sufrir. Y los hijos se van a ir a cualquier lado como hijos de perdices. Y ni siquiera cantarán:

Tormenta los mares traen,
silencia la muerte ya
la vida de este Morales
que al mundo vino y se va."

ROBERTO VACCA
Revista Siete Días Ilustrados
07/02/1972
 

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