Liberación femenina: De qué, para qué

Feminismo
Pocos temas suelen encerrarse con tanta rapidez en un círculo vicioso como el del feminismo. La mayoría de las mujeres considera que el pecado mortal de las feministas es, casi paradójicamente, cierta pérdida de la "femineidad". Para las militantes ese atributo largamente glorificado sería, en realidad, el símbolo —y aun la causa— de una situación dependiente. Les resulta difícil, sin embargo, coincidir respecto del enemigo: ¿son los hombres, las otras mujeres o el sistema social que condiciona la relación entre ambos sexos? A partir de este punto la lisia de interrogantes se vuelve infinita: ¿Es la mujer distinta del hombre? Sus eventuales diferencias, ¿son biológicas o culturales? El Eterno Femenino, ¿es una virtud, un defecto o una mitificación? ¿Cuáles son, verdaderamente, las cadenas? Para complicar el horizonte, Esther Vilar (autora de El varón domado, que apareció hace pocos días en Buenos Aires) asegura que, en realidad, los únicos explotados son los hombres.
Ampliamente publicitados, los movimientos de Women's Liberation crecen en tos Estados Unidos, día a día, y contaminan el resto del mundo. En la Argentina, dos grupos (Movimiento de Liberación Femenina, Unión Feminista Argentina; un tercero, Nueva Mujer se disolvió hace pocos meses) compiten por la conquista de almas rebeldes. En el informe que sigue, Panorama intentó descubrir las razones de su existencia, sus actividades y, al mismo tiempo, ubicarlos en un marco de referencias. Ya que, a veces, entre dos movimientos de mujeres que aspiran a liberarse suelen existir —en virtud de la ideología que los define— menos similitudes que diferencias.
Por culpa de un sinnúmero de asociaciones la presencia y los argumentos de las feministas provocan, en general, gestos de rechazo. Y ya no se debe al recuerdo de aquellas vociferantes y —a esta altura— enternecedoras sufragistas de principios de siglo. Aunque la mayoría de las amas de casa argentinas suelen lloriquear a causa de su destino, contrapuesto a la "libertad" masculina, prácticamente ninguna mantiene vínculos con el feminismo. En principio lo relacionan con un conjunto de figuras de aspecto anodino, pelo corto, zapatos abotinados y labios pálidos. A pesar de que la pantalla del televisor les muestra, a menudo, feministas bien maquilladas, con hijos y hasta maridos, sospechan que, tras la apariencia normal existe algún oscuro conflicto con el otro sexo. Y esa intuición dificulta, ante públicos de variado nivel intelectual, los esfuerzos dialécticos de cualquier feminista.
El tono agresivo que, en general, utilizan las militantes de estos grupos acentúa la idea de que "odian al hombre". Si bien todas las mujeres aspiran a que su trabajo doméstico disminuya cada día más, muy pocas están dispuestas a pagar el tributo de la soledad. Esta desconfianza básica, entonces, contribuye a ubicar en un segundo plano los argumentos —la mayoría de ellos reales— desplegados por las feministas. En su prédica atacan al hombre como culpable del sometimiento femenino y, aunque lo expresan en forma genérica, para la mujer que escucha se trata de uno solo, con nombre, apellido y caricias particulares.

FEMINISTAS ARGENTINAS. Titulares de movimientos que carecen de base, la misión de las feministas es, en la Argentina, difícil y, a veces, artificial. Algunas lo saben; otras, como María Elena Odone, insisten con una tenacidad digna de otros caminos. Fundadora del Movimiento de Liberación Femenina (que tiene 18 meses de vida), Odone responde a la encuesta de Panorama: "No puedo declarar cuántas somos porque como el número es muy reducido, ésa es un arma más que se usa en contra de nosotras. Las actividades de nuestro movimiento se desarrollan en varios niveles. El más importante es la concientización de sus integrantes a través de los medios de difusión. Su objetivo fundamental es la liberación de la mujer. En una primera etapa se da cuenta de que está en inferioridad de condiciones en una sociedad patriarcal o, más vulgarmente, machista. Luego necesita saber de dónde proviene esa opresión; por eso debe estudiar historia, sociología, psicología, teología y filosofía. Todas esas disciplinas han sido escritas por el hombre. Ahora es necesario que las mujeres comiencen a ver las cosas, sobre todo, desde el punto de vista de la mujer".
Las actitudes sociales hacia las mujeres expresan siglos de sojuzgamiento. La subordinación de las mujeres es un fenómeno real que puede descubrirse en toda institución y en toda estructura social. Estas instituciones y estructuras, a través de las cuales se oprime a las mujeres, constituyen un sistema que definimos como sexismo, tan profundamente arraigado en la conciencia que la mayoría no lo nota o lo acepta como norma (Manifiesto del Movimiento de Liberación Femenina liderado por María Elena Odone).
"Durante mi infancia se me ponderaba la buena conducta. Me gustaba mirar 'las figuritas, y, más tarde, leer. Era una chica muy tranquila, muy pasiva. Mi mamá me vestía siempre de rosado. Decía que ese color me beneficiaba. Me educaron según cánones tradicionales, para lograr prontamente el título de casada. Por eso, a los 16 años encontré a quien iba a ser mi marido y a los 19 me casé. Tenía muchas ganas de tener hijos; por lo menos seis. Tuve cuatro, hasta que me di cuenta."
Las mujeres han comenzado a manifestar su descontento. Hemos comenzado a hablar de nuevas alternativas. Exigimos el completo control de nuestras propias vidas y hemos comenzado a actuar de acuerdo con estas ideas y estas decisiones.
"El matrimonio transcurrió normalmente durante 10 años. Atendía a mi marido y a los chicos, pero también leía. El libro clave fue El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, que, para mí, sigue siendo la Biblia. Descubrí a Simone de Beauvoir y a través de ella la realidad de mi propia vida. No sé si habrá sido casualidad, pero a partir de ese momento empezaron los conflictos. Mi marido es militar: eso aclara muchas cosas. Acabo de leer que los militares han prohibido, en Chile, el uso de pantalones a las mujeres."
La lucha por nuestra liberación va más allá de las meras enmiendas legislativas, ya que plantea el problema de que la mujer controle su propia vida. Hemos comenzado a cuestionar cada institución básica de la sociedad, como el matrimonio, la familia y la maternidad a causa del papel que juegan estas instituciones en la perpetuación de nuestra opresión.
"A través de esos 10 años comencé a preguntarme quién era. Yo era la señora de. Estuve casada 20 años. El matrimonio fue una batalla campal. Tomé conciencia de que yo no era nada —o era siempre lo mismo—, y de que el marido iba ascendiendo. Adquiría jerarquía de acuerdo a sus méritos. Comprendí que mis méritos, aparentemente, no servían. Yo debía ser alguien; pero, ¿quién?"
Nos damos cuenta de que no se sabe nada sobre el potencial femenino ya que toda la energía, genio, fuerza y dignidad de las mujeres se refractan en el prisma del sexismo, que distorsiona y limita nuestras posibilidades.
"Ahora vivo de lo que me pasa mi marido. Mis compañeras dicen que eso no es liberación. Claro, a mí me gustaría encontrar trabajo fuera de casa, pero me siento incapacitada para ello. Sin embargo, busco trabajo. Me siento capaz para cierta clase de tareas pero jamás podría ganar lo que me pasa mi marido. No puedo despreciar eso en aras de una liberación que me impediría, si me pongo a trabajar, ocupar mi puesto en el movimiento. Yo trabajé gratis durante veinte años; entonces se trata de una indemnización. Mi marido me está pagando sueldos atrasados."
Integrante del grupo Nueva Mujer, hasta que éste se disolvió, Mirta Henault desplegó sus puntos de vista sobre ciertos temas distintos de los de Odone: "En un principio las actividades eran, fundamentalmente, de estudio y profundización de teorías. Teníamos el plan de hacer una serie de publicaciones que, en cierto modo, se cumplieron: por ejemplo, el libro Las mujeres dicen basta. El grupo era chico: estaba formado por amigas, y, en realidad, no se hacía trabajo exterior. Entiendo que UFA (Unión de Feministas Argentinas) es un movimiento más radical; podría compararse con las feministas radicales de los Estados Unidos. Nosotras tenemos una apertura más social, un enfoque más ligado a la lucha de clases. Yo creo que no hay prioridades: no se puede hablar de liberación femenina sin liberación social, y viceversa. Actualmente me atrevo a decir que el feminismo —como se lo entiende en los Estados Unidos— no tiene sentido en la Argentina, un país dependiente. Los grupos corren el riesgo de convertirse en sectas alejadas de la realidad. Nueva Mujer se disolvió debido
al impacto que produjeron, en nosotras, las cuestiones políticas y sociales. De una forma u otra, todas seguimos luchando por la liberación de la mujer."

EXTRAÑO CANTO AL VARON. El rosario de minuciosos insultos que acumuló Esther Vilar en El varón domado (Editorial Grijalbo, 1973) no está dirigido exactamente contra las feministas sino contra el conjunto del género femenino. Hija de emigrados alemanes, la autora nació en 1935 en Buenos Aires. Viajó y trabajó en Europa, América y África, y, desde hace años, vive en Alemania. En principio es posible acusarla de aspirar escandalosamente al best seller. Pero a pesar de sus efectismos e ironías El varón domado cumple alguna función positiva: el lector siente la tentación de componer una lista de mujeres que, sin duda, merecen esos duros calificativos y mandárselo de regalo, o de castigo (claro que ése es uno de los atributos del best seller). Muchas mujeres son como Vilar las pinta, aunque seguramente los motivos habría que buscarlos muy lejos del ámbito en que nacen sus burlas. Por lo demás, ese tono exagerado, simplista, casi épico, actúa a modo de guiños al lector: Esther Vilar no habla demasiado en serio, claro, pero en muchos casos el chiste se acerca a la verdad:
¿Cómo consiguen las mujeres inspirar a los varones ese sentimiento de felicidad que experimentan cuando trabajan para ellas, esa conciencia orgullosa de su superioridad que les espolea a rendir cada vez más? Lo hacen porque fueron domados,
amaestrados, domesticados para ello: toda su vida es una desconsoladora sucesión de gracias de animal amaestrado. ¿Cómo es, según Vilar, la mujer? La existencia humana ofrece la elección entre un ser animalesco y un ser espiritual. La mujer escoge sin discusión la existencia animalesco. Las mujeres no ejercitan sus disposiciones intelectuales, arruinan caprichosamente su aparato pensante y, tras unos pocos años de irregular training del cerebro, llegan a un estado de estupidez secundaria irreversible. Y no utilizan su cerebro porque no necesitan capacidad intelectual alguna para sobrevivir. No más tarde los doce años —edad a la cual la mayoría de las mujeres han decidido ya emprender la carrera de prostituta (o sea, la carrera que consiste en hacer que un hombre trabaje para ella a cambio de poner intermitentemente a su disposición, como contraprestación, la vagina)— la mujer deja de desarrollar la inteligencia y el espíritu.
Es sabido que, a causa de su teoría de la "envidia del pene", las feministas no aman a Freud. Esther Vilar tampoco, pero por otros motivos: "Probablemente, no hay en la historia, ocurrencia más absurda que la ilusión freudiana sobre la envidia del pene. El miembro masculino le parece a la mujer una cosa completamente superflua. Es para ella muestra de verdadero desorden (y no comprende cómo es que el pene no es retráctil, como ,la funcional antena del transistor portátil, y no se puede meter, después del uso, en el cuerpo del varón); a ninguna chica se le ocurriría —ni siquiera en lo más
profundo del subconsciente— envidiar a un niño por esta cuestión (la niña no puede sentirse postergada por la simple razón de que es la preferida). Freud ha sido una víctima de la doma por autohumillación femenina a que lo sometieron su madre, primero, luego su mujer, y luego, probablemente, también su hija. Y así confundió causa y efecto: pues una mujer no piensa que el hombre valga más que ella; sólo lo dice".
Y ésta es la inefable opinión de Esther Vilar sobre la sensualidad femenina: "El sexo es, desde luego, un placer para las mujeres, pero no el mayor. La satisfacción que produce la mujer un orgasmo se encuentra en una escala de valores muy por debajo de la que le procura, por ejemplo, un cocktail-party o la compra de un par de botas acharoladas color calabaza. Es, pues, absurdo el temor que tienen los varones de ser superados sexualmente, o hasta físicamente debilitados, por la reciente libertad que la mujer ha ganado con los anticonceptivos. Una mujer no pondrá nunca al hombre que la alimenta tan fuera de combate que no pueda presentarse puntualmente a la mañana siguiente en su puesto de trabajo".
EL TRABAJO INVISIBLE. Para Esther Vilar da mujer no es más que una bruja que se disfraza en forma sabia y costosa, y que por ninguna libertad abandonará su reducto hogareño. "Desde luego, la mujer le oculta al varón que, en comparación con lo que él hace, ella no hace prácticamente nada. Cierto que no para en todo el día sino que siempre está ocupada en algo. Lo que dice es que todo lo que ella hace tiene menos valor que el trabajo de él. Así, le sugiere que los placeres de débil mental a que se entrega durante el día entero (planchar, hacer bollos, limpieza y decorar la casa) son trabajos imprescindibles para el bien de la familia, y que debería considerarse afortunado por tener una mujer que le descarga de todas esas bajas tareas. El varón, incapaz de sospechar que, en realidad, esos trabajos divierten a la mujer, se sentirá efectivamente «afortunado»."
Otra argentina exiliada, Isabel Lar-guía, esgrime una concepción absolutamente opuesta. En un artículo publicado hace unos años en la Revista Casa de América (Cuba), Larguía acuñó una expresión feliz que las feministas ya se han ocupado de difundir: trabajo visible e invisible. A partir de los principios de Engels, Isabel Larguía analiza la situación de la mujer y sus tareas tradicionales: "La posición igualitaria ocupada por la mujer en la comunidad primitiva fue determinada por el valor de su trabajo productivo que se realizaba colectivamente. A partir de la disolución de las estructuras comunitarias y de su reemplazo por la familia patriarcal, el trabajo de la mujer se individualizó progresivamente y fue limitado a la elaboración de valores de uso para el consumo directo y privado. La mujer, expulsada del universo económico, creador del plusproducto, cumplió no obstante una función económica fundamental. La división del trabajo le asignó la tarea de reponer la mayor parte de la fuerza de trabajo que mueve la economía, trasformando materias primas en valores de uso para su consumo directo. Provee, de este modo, a la alimentación, al vestido, al mantenimiento de la vivienda. Los capitalistas —continúa Larguía— no tienen relación directa con el trabajo de subsistencia, aunque lo explotan indirectamente; la realización de una enorme masa de trabajo de subsistencia —especialmente en los países no industrializados—, sumado al bajo nivel de vida, les permite pagar salarios ínfimos y extraer jugosas ganancias".
Según el riguroso análisis de Larguía, la mujer es educada para que se ocupe de agradar por medio del sexo, y no de actuar por medio del trabajo. "Lo que la mujer corriente no alcanza a concientizar es que esta apropiación no se ejerce sólo sobre su «belleza», sobre su «ser poético e ideal», sino que tiene como fin último la confiscación de su fuerza de trabajo invisible mediante el contrato matrimonial. El romanticismo se constituyó en la más formidable cortina de humo que pudo segregar la historia para ocultar la explotación de la fuerza de trabajo esclava. El regordete Cupido que revoloteaba en torno de nuestras abuelas fue, en realidad, el más efectivo gendarme al servicio de la propiedad privada".
En el caso de las mujeres que, además de atender su casa, cumplen otros trabajos, la injusticia es doble:
"El hecho de que el trabajo doméstico, invisible, aparentemente carente de valor, continuó siendo considerado como una característica sexual secundaria, el hecho de que se le confiera una cualidad biológica hace que, en la actualidad, se considere lo más natural del mundo que la mujer trabajadora cargue con una segunda jornada".
A partir de este punto, la historia continúa en perjuicio de la mujer: "En los últimos tiempos —según Isabel Larguía—, la publicidad ha impulsado la convergencia de dos ideales: la mujer bella y la buena ama de casa firmemente anclada en la cocina. Esta mujer sufre una contradicción que sólo puede resolverse por la compra de aparatos de uso doméstico, pues debe proveer a un alto nivel de consumo en el hogar, sin adquirir jamás la apariencia de una trabajadora. La obligación de trabajar y, a la vez, de parecerse a Jacqueline Onassis, el conflicto entre la esclava y la señora, se resuelve en beneficio de la industria ligera".

LAS PRUEBAS. Mientras Isabel Larguía se preocupa por las dificultades que, también en una sociedad socialista (Cuba, por ejemplo), debe superar la mujer para conquistar su libertad total, la psicoanalista Marie Langer investiga los sutiles mecanismos que, en la nuestra, limitan a la raza femenina al trabajo "invisible". En un artículo que integra el volumen Cuestionamos II (que editará Granica hacia fin de año), Langer ejemplifica: "Analizo, actualmente, en el hospital, a un grupo de mujeres. Tengo de observadoras participantes a dos jóvenes psicólogas. Profesionalmente, están bien formadas. O deformadas. Mis observadoras dicen exactamente lo que yo hubiera dicho tiempo atrás. Veamos: una mujer joven, de clase obrera y precaria situación económica, que espera su primer hijo, cuenta cómo intenta estudiar, para evitar, en el futuro, la vida mezquina que lleva su madre. Usted quiere superar a su mamá, le dice una de las psicólogas. Esto es una interpretación «correcta» y, aparentemente, nada más. Pero, latentemente —y somos especialistas de lo latente—, es una intervención ideológica y culpógena porque implica que eso —superar a mamá— está mal. Pero, ¿por qué está mal? ¿Y por qué da culpa? Porque así nos lo enseñaron. Este es nuestro superyó que sirve para que no «supere» a los padres y para que la familia y el mundo queden tal cual son. La chica que quiere estudiar y que, además, no está feliz con su embarazo, sigue hablando. Usted rivaliza con su marido, acota la otra psicóloga. Este trabaja y estudia; lo mismo hace ella pero, cuando tenga el niño, le será casi imposible seguir su carrera. Sin duda, la observadora tiene razón. Pero, en sí, ¿está mal rivalizar en un
ambiente donde el hombre tiene poco y la mujer nada? Bueno, ella tiene su embarazo, como le recalca una integrante del grupo. Mientras que el esposo tiene, como el padre también, pene, aclara otra, con cierta experiencia previa de psicoterapia analítica hospitalaria. Es cierto, estamos hechas así. ¿Pero implica esta diferencia biológica que no se debe pretender cambiar de destino? ¿Cambiar cómo? ¿Individualmente? Yo, sabiendo que el marido de la chica embarazada, además de trabajar y estudiar, milita en la izquierda, resumo: «Es cierto que usted pretende llegar a más que su mamá y tener la misma oportunidad que su marido. ¿Y por qué no? Es un buen derecho. Pero hay dos caminos para lograrlo: luchar únicamente para salir una misma o luchar, simultáneamente, para que todos salgan y la vida deje de ser mezquina»".
En seguida, Langer explica los fundamentos de su intervención: "Al decir Usted quiere superar a mamá, se interpreta estrictamente a nivel edípico, dirigiéndose a la niña dentro de la mujer adulta que sigue compitiendo con su madre por papá. La segunda interpretación (Usted rivaliza con su marido) apunta a la envidia fálica; es decir, al complejo edípico negativo, y tiene la finalidad implícita que la paciente asuma esta envidia, la descarte posteriormente y adopte una actitud «femenina» hacia el marido-padre, aceptando al niño como sustituto del pene anhelado. Curiosamente, en nuestra paciente, esto equivaldría a que renunciara, primero, a sus estudios para, después, cuando la situación económica —gracias al esfuerzo conjunto de la pareja— mejore, renunciar también a su trabajo. Más concretamente: las dos interpretaciones estrictamente edípicas tienden a trasformar a una mujer «rebelde» en sumisa ama de casa. Dedicada plenamente al trabajo invisible del hogar, vivirá, «como mamá», en dependencia emocional total de su marido-padre y de su hijo, único producto visible y sustituto del pene. Será más infantil que el hombre, con menos capacidad de sublimación, ya que también ahora cela, como Freud lo describe, de la actividad política de su marido. Pero, ¿la mujer es así, o la sociedad la moldea de esta manera?".
Es lástima que la mayoría de las feministas releguen a un segundo plano las pruebas concretas de esa situación que pretenden atacar. Tal vez el mayor pecado sea su tendencia £. formar movimientos aislados, a plantear exclusivamente los problemas femeninos, al margen del tiempo y del espacio. "Estoy siempre a favor de las mujeres, cualquiera sea su situación, posición o ideología", proclama María Elena Odone. Sin embargo, resulta insensato ubicar en un mismo plano a las guerrilleras vietnamitas y a las mujeres de la clase media chilena que, con sus ollas como símbolo, manifestaron repetidamente contra Salvador Allende. Y, si fuera posible equiparar ambas conductas, habría que atribuirles distinto signo. Por específico o amplio que sea un proyecto de liberación femenina, parece difícil —o absurdo— que las mujeres intenten concretarlo lejos de los hombres, sus compañeros.

(Reportajes de Giselle Casares y Alicia Creus)
PANORAMA, OCTUBRE 4, 1973

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