60 AÑOS DEL PARTIDO DE DON LISANDRO
Por OSCAR A. TRONCOSO

Fundado como una avanzada del conservadorismo —tipo radical-socialista francés—, el Partido Demócrata Progresista modelado por Lisandro de la Torre sobrevivió a los habituales riesgos de la política argentina. Defensor de los pequeños ganaderos, de la Constitución santafecina de 1921 — breviario de liberalismo y laicismo—, del federalismo, los municipios y la democracia.
Lisandro de la Torre
UNA de las pocas decisiones de inteligencia política en la historia argentina del siglo XX es la ley del voto secreto y obligatorio, con la que los conservadores lograron que el radicalismo abandonara la abstención revolucionaria. En marzo de 1914 se hizo la primera experiencia a escala nacional en la renovación de la mitad de la Cámara de Diputados, ganando el partido manejado por Hipólito Yrigoyen la mayoría en numerosas provincias y la minoría en la Capital Federal. Sin embargo, el gran acontecimiento fue el triunfo socialista en la ciudad de Buenos Aires, que provocó una desusada alarma en los aledaños del poder.
"Causó un verdadero pánico en los círculos conservadores —confesó Carlos Ibarguren en La historia que he vivido—. Los senadores que formaban la vieja guardia del Régimen, reuniéronse privadamente en la antesala de la Cámara para deliberar acerca del peligro que significaba ese triunfo. Asistió a la reunión, solidarizándose con sus colegas y adversarios políticos, el único senador radical, José Camilo Crotto. Se temía que el extraordinario acrecentamiento de votos socialistas en la Capital influyera poderosamente en las masas populares de las provincias. Que el capital extranjero se retraería ante el peligro extremista que pudiera traer consigo una evolución revolucionaria contra las instituciones y la tradición de la nacionalidad".
Se analizaron diferentes medios para conjurar la nueva amenaza social que despertaba tanto pavor: en primer término se pensó en una revisión de la ley Sáenz Peña, luego en calificar el voto para los extranjeros nacionalizados, y por último, se iniciaron reuniones en mansiones del barrio norte y en el Jockey Club para unificar a las fuerzas conservadoras dispersas. Se resolvió hacer un llamado a las organizaciones independientes afines con esas ideas y que fueran empecinados críticos de la situación que se produciría si predominaban radicales y socialistas. Las gestiones culminaron el 14 de diciembre de 1914 —en pleno tronar de los cañones de la Primera Guerra Mundial en el invierno europeo—, cuando desde el Savoy Hotel se difundió la Junta Directiva presidida por Lisandro de la Torre, acompañado por Carlos Ibarguren y Juan R. Vidal en las vice-presidencias, y por el general José F. Uriburu. Joaquín V. González, Indalecio Gómez. José María Rosa, Julio A. Roca. Benito Villanueva y Norberto Quirno Costa en los carros restantes. Por una moción del presidente de la nueva fuerza política se la denominó partido Demócrata Progresista y proclamó que adoptaba "la resolución definitiva e inquebrantable de sostener y consolidar el sufragio irrestringido e inviolable como único medio de llegar al fin de nuestras aspiraciones".

La banda de música
La democracia progresista nació en condiciones muy precarias porque quienes auspiciaban su creación tenían objetivos encontrados. Desde un flanco, los veteranos en maniobras de comités llamaban burlonamente "la banda de música" a los jóvenes del flamante partido y especulaban con utilizarlos para recuperar a la masa popular, con una apariencia remozada y una melodía diferente. Desde otro sector, Lisandro de la Torre y sus acompañantes confiaban erróneamente en un proceso regenerador del conservadorismo y esperaban que la fuerza de centro a la que pertenecían asumiera "actitudes drásticas contra los vicios inveterados de la política criolla y las intrigas palaciegas tejidas en el Congreso y en la Casa Rosada".
Con el andar del tiempo y el desarrollo de los sucesos todo quedó al descubierto: unos volvieron al redil de la media palabra de los gobernantes de turno; otros confiaron en el nacionalismo de las minorías selectas; alguno encabezó el motín militar de 1930. Lisandro de la Torre se puso frente a ellos, se enemistó inevitablemente con muchos de sus viejos amigos y bregó desesperadamente porque el partido Demócrata Progresista adquiriera una fisonomía definida que transformara el panorama político nacional.
La Alianza Demócrata Progresista-Socialista de 1931 logró una gran movilización del pueblo que sólo el fraude electoral pudo sofocar, frustrando una posibilidad de renovación de métodos políticos y de amplias reformas económicas. El acceso al poder del general Agustín P. Justo significó para de la Torre el sacrificio de una amistad de
toda la vida con el general Uriburu, y para los dos amigos distanciados el fracaso de sus objetivos políticos desde ópticas diferentes, a pesar de que en una época habían estado juntos en las filas de la democracia progresista
A continuación, Lisandro de la Torre acentuó su apoyo a las causas populares y en 1935 sacudió a toda la nación con su investigación del comercio de las carnes desde su banca del Senado nacional. El crimen político fue la respuesta y Enzo Bordabehere el mártir demócrata progresista; poco más tarde, el gobierno de Luciano F. Molinas en la provincia de Santa Fe fue eliminado con una intervención federal en razón de que era imponible desalojarlo por el camino legal de las urnas
El suicidio de su figura máxima en 1939 privó al partido Demócrata Progresista de su columna vertebral y a partir de entonces se caracterizo por hacer hincapié en las alianzas electorales. Apoyó a la Unión Democrática en 1946 frente a Perón e integró listas de candidatos a diputados con los comunistas; al año siguiente ensayó con poco éxito constituirse en partido de dimensiones nacionales, para lo cual aprobó un programa redactado con las ideas que sustentara Lisandro de la Torre durante su actuación pública; en 1963 seleccionó al binomio presidencial Aramburu-Thedy y una década después un sector respaldó para la más alta magistratura a Francisco Manrique.
De esa forma el partido fundado como una línea avanzada del conservadorismo —equivalente en su hora al radical-socialismo francés— logró sobrevivir en las azarosas contingencias cívicas argentinas. Con realismo comicial obtuvo representantes provinciales y nacionales que le permitieron siempre hacer oír su voz en la vida política del país.
A lo largo de sus sesenta años de existencia los demócratas progresistas aportaron la defensa de los intereses de los pequeños ganaderos de zonas con colonias de inmigrantes, como buenos herederos de la Liga del Sur; la Constitución santafecina de 1921, modelo de institucionalización de los principios liberales y laicos; su permanente lucha por la defensa del federalismo, la descentralización del Estado y la preservación de los municipios como célula viva de la democracia.
REDACCiON
marzo de 1975

(Acerca del autor de la crónica: https://es.wikipedia.org/wiki/Oscar_Troncoso)

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