"Soy una puritana
empedernida", suele autodefinirse en rueda de
amigos, tomándose las manos y arqueando
exageradamente las cejas como para acentuar
que no está hablando en broma. Por cierto,
nunca falta algún escéptico que, ante
semejante confesión, se permite dirigir una
miradita cómplice a los ocasionales
contertulios: según una antigua fábula
referida al ambiente artístico, todo bicho que
camine bajo los sets es necesariamente un
irrecuperable adúltero y poseedor de cuanto
manía sexual exista sobre la Tierra. Sin
embargo, María Aurelia Bisutti ("alrededor de
los cuarenta", una hija) —la edulcorada
protagonista de Cuatro hombres para Eva,
Malevo y tantos otros sucesos televisivos y
cinematográficos— se esmera todo lo posible
en desalentar tan poco edificantes
habladurías. "Muchos no comprenden cómo puedo
sentirme bien sin un hombre a mi lado —se
extraña—. Fijate que pocos días atrás me
comentaba la tana Irma Roy, gran amiga mía,
que un conocido suyo le había preguntado
cuántos amantes tenía yo en este momento.
Cuando Irma le contestó que ninguno, él no lo
podía creer: Vamos..., le dijo, con esos
ojitos y esas piernas debe tener como diez.
Creo que pocas veces me reí tanto como cuando
me lo contaron. Sobre todo, porque podría
contar con los dedos de una mano las
experiencias amorosas que he tenido".
Así,
María Aurelia —o simplemente Naty, como la
llaman sus íntimos— asegura gastar el poco
tiempo libre que le dejan sus compromisos
laborales jugando con su hija Paola y
persiguiendo a la escurridiza perrita Bucky
por todos los rincones del pequeño
departamento que ocupa en la calle Azcuénaga
al mil. Precisamente allí, en su nada
sofisticado hogar ("no me sobra mucho dinero
como para comprar nuevos muebles, ya que con
lo que gano tengo que mantenerme a mí a mis
padres y a mi hijita"), la diva se explayó
ampliamente ante Siete Días sobre su vida
privada, su profesión y sus expectativas para
el futuro. Un diálogo que comenzó de la
siguiente manera:
—Llama la atención la
insistencia con que te referís a tu ausencia
de pareja, y a tu vida exclusivamente
familiar. Parecería que el tema te obsesiona.
—Ocurre que tuve una experiencia matrimonial
desastrosa. ¿Sabés lo que es estar viviendo
con una persona totalmente loca? ¿Con un
maníaco, de esos que no se recuperan jamás?
Mirá, no quiero entrar en detalles porque soy
muy respetuosa de mi vida particular y no soy
amiga de hacerle mal a nadie. Pero si te
cuento las que pasé al lado de mi ex marido,
no alcanzarían las paginas de la revista para
registrarlas.
—¿Esa experiencia hizo que
decidieras no volver a casarte?
—No creo
que eso pueda establecerse por decreto. Lo
cierto es que después de ese experimento no
quedé en condiciones de volver a entablar una
relación amorosa. Desconfiaba de cuanto hombre
se me pusiera a tiro. Algunos me decían que
hacía falta que le diera un hermano a mi hija,
para que no tuviera el trauma de la hija
única. Mirá, si se los puede tener, mejor;
pero si no se da, tampoco es tan grave.
—Hablando de traumas: ¿te psicoanalizás?
—Escuchá esto: un día hablando con un
psicoanalista, él me dijo que no sabía cómo
logré sobrevivir con todas las que me tocaron
pasar. "A usted le quedaban dos caminos —me
decía—: morirse o volverse loca". Por suerte,
el destino quiso que hubiera una tercera
senda. Yo te prometo que si supiera que el
psicoanálisis pudiera quitarme la
hipersensibilidad que padezco, acudiría de
inmediato a un terapeuta. Pero creo que eso no
me lo saca nadie...
—Perdón por la
indiscreción, pero ¿cuáles son las cosas tan
terribles que tuviste que soportar? ¿Sólo un
fracasado intento de vida matrimonial?
—Sin
duda, eso me marcó mucho. Pero también hubo
otras cosas: por un lado, la enfermedad de
Paola, que nació con una grave deficiencia
cardíaca y recién hace pocos meses pudo ser
operada con éxito. ¿Sabés lo que significa
vivir casi diez años sabiendo que tu hija
sufre del corazón y tener que ocultárselo para
no problematizarla? Hubo otras cosas, también,
que me afectaron tanto como ésta. Hace algunos
años, mi padre sufrió una depresión nerviosa
que lo llevó al borde del suicidio. Estuvo
internado tres años en una clínica
psiquiátrica. ¿Te parece poco?
—¿Esto
probaría que sos una mujer de gran fortaleza?
—No sé, pero pienso que cuando una asume una
responsabilidad, debe entregarse a ella hasta
las últimas consecuencias. Lo curioso es que
cuando salí de todos esos chubascos, en vez de
sentirme eufórica, o por lo menos tranquila,
me vino toda la depresión de golpe. Lloraba
por cualquier cosa, pensaba constantemente en
la muerta, qué sé yo todo lo que se me cruzaba
por la mente.
—¿Y cómo lograste salir a
flote?
—Recurriendo a Dios.
—¿Sos muy
creyente?
—Soy profunda, honda y
sinceramente cristiana.
—¿Por qué enfatizás
tanto tu condición de cristiana?
—Bueno,
esto es algo muy maravilloso que me ocurrió
hace poco tiempo. Una cosmetóloga amiga,
viéndome tan triste, me sugirió hablar con el
pastor de un templo evangelista. Al principio,
me resistí con todo, porque tenía frecuentes
charlas con un sacerdote católico y pensé que
la cosa no iba a cambiar mucho. Pero ella me
insistió tanto que finalmente hablé con el
pastor. Fue toda una revelación.
—¿Cómo
debe interpretarse eso?
—Y, no sé: el
diálogo se dio en una forma muy distinta a la
que yo estaba acostumbrada. La lectura del
Nuevo Testamento es de una riqueza
insospechada.
—¿Bastó una conversación con
el pastor para que te hicieras evangelista?
—No, la cosa no fue tan rápida. Soy
evangelista recién ahora, y voy todas las
semanas al templo.
—¿Cómo reaccionaron tus
compañeros de trabajo cuando se enteraron de
tu conversión?
—No lo pudieron creer. Ellos
están acuciados por problemas de trabajo o de
dinero. Ahora me encuentran feliz y contenta y
me preguntan: "¿Tenés un nuevo contrato?" Yo
les respondo que no. "¿Temporada en Mar del
Plata?" Les contesto que tampoco. "¿Y entonces
de qué te reís?" exclaman, sin llegar a
entender nada.
—¿No tratas de evangelizar
al medio?
—Por supuesto. Quiero que esta
experiencia tan gratificante para mí sea
compartida por todos aquellos que estén
dispuestos a probarla. Y te diré que hay unos
cuantos que, aunque más no sea por curiosidad,
ya se han acercado al templo. A tal punto
llegó mi campaña proselitista que una
compañera, Alicia Bruzzo, me preguntó pocos
días atrás: "Che, ¿después de los diez fieles
te dan una medalla?"
—¿Cómo te llevás con
tus compañeras de trabajo?
—En general, muy
bien. Me preocupa mucho el ayudar a la gente y
trato de no embromar a nadie.
—Sin embargo,
en más de una ocasión fuiste carne de algún
escandalete con otras actrices.
—Mirá, yo
no acostumbro a dar escándalos, y no sé a
cuáles te referís. Sólo recuerdo un altercado
que tuve con Fanny Navarro. Ocurrió en
Presidio, una tira de televisión, y fue así:
en un momento de la obra, yo salía de la
cárcel y dejaba allí mi camisón. Cuando
regresé, busqué mi camisón y no lo encontré en
ningún lado. Mirá, los actores no somos
supersticiosos, pero queremos lo nuestro. Yo
lo había cosido, le había hecho pinzas, lo
había remendado, en fin: le puse mucha
dedicación. Ahora bien, lo busqué como loca
sin resultado, hasta que un utilero me
aconsejó que me fijara en el camarín de Fanny.
—Y allí le hablaste a camisón quitado...
—Por supuesto. Yo le dije: "Mirá, Fanny, vos
sabés cómo somos las actrices con la ropa. No
te pido que te lo saqués ahora, pero para las
próximas grabaciones usá el tuyo". ¿Sabés lo
que me contestó? Que cuando lo tomó para sí
tenía un terrible olor a traspiración.. Bueno,
ahí exploté, le pedí que me lo diera en ese
momento y se armó una pelea bárbara.
—¿Sos
competitiva?
—En cuanto al cartel, te
aseguro que no me importa en lo más mínimo.
¿Sabés lo que yo haría con el cartel, la
imagen y todas esas simples paparruchas?
—-No. ¿Qué harías?
—Emmmm... para decirlo
suavemente, los tiraría por la ventana.
—¿Las actrices suelen ser más competitivas que
los actores?
—Qué va... eso es lo que la
mayoría de la gente piensa. Pero te puedo
asegurar que ellos suelen ser mucho más
pedantes.
—¿Quiénes son tus galanes
preferidos?
—Por favor, no me vengás con
esas antigüedades. Ya no existen los galanes
ni las estrellas. Hoy están los actores y las
actrices, por lo menos en lo que a nuestro
país respecta. Estrellas son Sofía Loren,
Brigitte Bardot y Marilyn Monroe, aquellas que
tienen todo un séquito de servidores y pueden
darse el lujo de elegir sus trabajos.
Nosotros, aquí, no somos más que laburantes.
—¿Alguna vez te sentiste atraída
sentimentalmente por el actor que hacía de tu
pareja en la ficción?
—¿Querés que te diga
una cosa? Si por alguna razón pudiera surgir
un vínculo afectivo especial con un actor, el
hecho de tener que trabajar con él llevaría a
frustrar la relación más que a estimularla. No
te olvides que cuando filmás lo tenés al
director, al fotógrafo y al asistente arriba
tuyo. Hay una total falta de intimidad.
—De
todos modos, no podés negar que has
participado de escenas tan realistas como para
hacer tambalear esta última afirmación.
—A
mí me pasó algo tan gracioso, en ese sentido,
que nunca termino de recordarlo. Resulta que,
en el antiguo Canal 7, Beatriz Taibo tenía que
protagonizar La rosa azul, junto con Alberto
Dalbes y bajo la dirección de Cunill
Cabanillas. La cosa es que a último momento
hubo una pelea por problema de cartel y la
Taibo renunció. Entonces me llaman del canal y
me dicen: "Mira, Tana, si vos no lo haces no
lo hace nadie, porque sencillamente no hay
tiempo. Cunill te ruega que lo aceptés, porque
nos costó mucho poner el ciclo en el aire y
ahora todo se puede ir en banda". Yo accedí,
total —perdido por perdido— nada arriesgaba.
—¿Qué pasó, entonces?
—Como yo no sabía el
libreto, y Dalbes quería demostrar lo bravo
que era, me dio un tremendo beso en una escena
que preveía apenas un besito cariñoso. Decí
que yo no sabía si estaban filmando en plano
corto o largo, que si lo hacían en el primero
le daba una patada que no te digo nada. Pero
lo más cómico de todo fue que, al llegar a mi
casa, mi madre me comentó espantada que al
separarme de Dalbes después de ese beso
interminable, había quedado entre nosotros un
muy visible puente de saliva. Era para
morirse...
—¿Cuál fue la escena pasional
que más trabajo te dio?
—Creo que fue en
Con alma y vida, en que tenía que interpretar
una escena muy erótica con un muchacho.
Sucedía en un camioncito, para ser más
precisa. Había muy poco espacio, un calor
tremendo (todas las cámaras estaban adentro) y
la escena era tremenda: él me arrancaba la
ropa... en fin, una entrega de lo más
violenta. Yo lo hice muy bien, casi perfecto,
y después que todo terminó, parecía muy
tranquila. Pero de repente, no sé por qué
pavada, me largué a llorar como loca. Ya ves
cómo salen las tensiones que una actriz tiene
que soportar.
—Volviendo a la realidad,
¿qué es lo que pretendés de los hombres para
volver a encontrar una nueva pareja?
—Que
sean como yo: que se entreguen totalmente y
sin retaceos. Los otros días me decía un
amigo: "Pero Tana, todos no pueden ser como
vos..." Y yo le contesté: "No me importa que
todos sean como yo, me bastaría con que
hubiera uno".
revista Siete Días Ilustrados
19.11.1973