Carlos Monzón Se fue en
silencio, volvió con gloria Por EMILIO
LAFERRANDERIE
No es la primera vez que un retador pierde sus
posibilidades en el corto trayecto que va del
camarín al ring. Monzón ganó su gran batalla
en el mantenimiento de una confianza que no
supo de trasplantes, de ambiente extraño, de
favoritismo casi absoluto para el local, de un
descreimiento que casi igualó a colegas
italianos y argentinos. No fue muy distinto en
lo técnico, en todo lo que sabemos de sus
virtudes y sus falencias, pero fue enorme en
la convicción con que encaró el combate y en
la disposición para no dejarse enredar en la
telaraña de los desplazamientos del italiano,
hombre de guardia baja, peligroso por lo que
hace al fogueo y por una condición que ha sido
el secreto de muchos de sus éxitos: pegar en
el retroceso, amagar la retirada y volver
sorpresivamente con el cross. También aquí
quiso sorprender, pero a poco de empezado el
combate se encontró con un hook de izquierda
que le impuso respeto. En los primeros cinco
rounds Monzón concretó algo muy importante:
"el que mando en el ring soy yo". No había
diferencias mayores todavía. La pelea era
sucia, enredada, llena de forcejeos, de
abucheos, de protestas. Nino abrió su larga
serie de infracciones restregando el guante
sobre la cara del argentino, dándose vuelta
frente a la mano que venía para reclamar una
supuesta irregularidad que sólo era suya;
Monzón también mostró su repertorio ilícito
con la misma claridad, sobre todo en la
utilización del hombro como tercer puño para
quitarse de encima al italiano. El plan de
Amílcar Brusa encontraría un aliado en la
sorpresa que Benvenuti acusaba en sus
movimientos y en sus gestos: se encontraba
frente a un hombre de mayor alcance de brazos
y la famosa izquierda del "rey" podía fallar
—y falló— por esa simple cuestión métrica. Su
actitud de contragolpeador se complicaba por
dos factores: la dureza de la zurda de Monzón
en la apertura —nadie se atreve a
contragolpear seguido si el que está enfrente
tiene dos mazas en los puños— y su falta de
cintura para plasmar el retroceso. La cintura
de Benvenuti nos pareció de yeso, falta de
flexibilidad, sin el trabajo acabado que es
imprescindible para que los desplazamientos
del cuerpo pongan fuera de distancia al
adversario obedeciendo las órdenes del
cerebro. Su protesta de brazo levantado fue la
primera manifestación de impotencia, por más
que encontrara el propósito demagógico de
hacer caer algunos objetos sobre el ring.
Monzón seguía metido en una heladera, dejando
de lado problemas temperamentales que muchas
veces lo perdieron en Buenos Aires. Tenía
resto, además, para seguir trabajando sin
importarle el reloj, mientras que la boca
abierta de Nino denunciaba el aire escaso que
se le escapaba. El secreto del triunfo radicó
para el nuestro en el manejo eficaz de la
zurda. Toda Italia habló antes de la derecha
de Monzón, del peligro de esa mano, como si la
izquierda del santafesino sólo sirviera para
saludar. LA ZURDA DE MONZON GANO LA PELEA, lo
repetimos. Ese trabajo constante, en recto y
en hock, llegando arriba para volver abajo, no
estaba en los cálculos de Benvenuti, y no sólo
le sumó una preocupación doble, sino que
terminó por minar sus energías, por dejarlo en
un andar de pasos cortos, cada vez más
forzados. En el noveno round el italiano llegó
dos veces al rostro, dos veces en que sus
manos cayeron netas, y no ocurrió nada. Monzón
continuó armado y entonces —mucho antes del
nocaut— ya era un vencido, un "muerto"
boxístico al que sólo le faltaba el
certificado de defunción, que se concretaría
en el decimosegundo round, sobre los dos
minutos, con ese cross de derecha que le puso
broche final, la última flor, a la figura
desmoronada del campeón de Trieste. La nota
insólita la pusieron las tarjetas de los tres
hombres encargados de dar el veredicto,
incluido el árbitro alemán Rudolf Drust, que
hasta el instante del nocaut consagraban la
victoria del italiano. La tarjeta de GENTE
marcaba dos puntos de ventaja para Monzón,
todas las tarjetas del mundo señalaban que el
argentino estaba adelante en el puntaje, todas
menos las oficiales. Un caso de miopía
inexplicable, o quizá muy fácil de comprender,
quizá muy "explicables" a fuerza de resultar
tan insólitas.
LA FICHA Nació en San
Javier, provincia de Santa Fe, el 7 de agosto
de 1942. El padre: Roque Monzón; la madre:
Amalia Ledesma. Carlos es el octavo hijo de
una larga escalera de doce hermanos. EL
HOMBRE Tiene una vitalidad actual "de
apetitos repleta en su flacura". Mide 1,80 y
sus 72,500 en la hora de la verdad se
distribuyen en músculos largos, sin
protuberancias exuberantes, como en casi todos
los casos de los grandes noqueadores. Su piel
es cetrina, de un criollo auténtico, con
sangre mamada de la tierra. Un proceso
vitamínico fue transformando al muchacho débil
—déficit de alimentación— que se calzó los
guantes por primera vez en el otoño de 1959,
en este campeón de la vitalidad, intacto, que
subió al ring del Palacio de los Deportes en
el mejor momento de su carrera. EL CARACTER
Tímido en el primer mano a mano. Le cuesta
soltarse si no tiene confianza, hábito, con la
rueda. A la media hora asoma una sonrisa que
después se hará perdurable si no hay
"oradores" que lo aturdan, si encuentra en el
que está a su frente los oportunos baches de
silencio que exige para su comodidad. Estas
son las características más salientes de un
tipo que siempre parece arrastrar un baño de
sufrimiento que le viene del pasado, de un
pasado muy difícil, de una niñez con hambre
que no trata de ocultar en ningún momento.
Aficionado a los chistes directos, sin
rebusques, simples como él. La vida, Amílcar
Brusa —su hacedor— y el hogar que levantó
dejaron atrás al pendenciero de la
adolescencia que más de una vez terminó en una
comisaría. EL AMATEUR Como aficionado
combatió desde el 2 de octubre de 1959 al 12
de diciembre de 1962. Disputó un total de 87
combates, ganó 73, empató 6 y perdió 8. Sus
vencedores en el período amateur fueron:
Rodolfo Cecarossi, Raúl Pérez —tres veces—,
Salvio De Meo, René Lamboglia, Ismael Hamze y
Osvaldo Mariño. Desde su cuarta pelea como
novicio ya estaba bajo las órdenes del técnico
que lo llevó a la consagración. EL ANIMO
Es el hincha Nº 1 de Carlos Monzón. En abril
de este año, edición de "El Gráfico"' del 28
de ese mes, página 40, primera columna, dijo
textualmente: "A ese italiano lo pongo en el
piso. Brusa me ha dicho cómo pelea y con eso
me alcanza. No es noqueador y debe venir
«carrereado». Hizo 45 rounds (tres peleas) con
Griffith, y Bethea le ganó por abandono".
Desde entonces, quizás de antes, estaba
convencido de que la corona era suya. Nunca
esa fe llega a la altanería. La expresa como
pidiendo disculpas, pero en su voz, en sus
ojos y en sus gestos transmite la naturalidad
de una convicción ganadora que tenía su razón
de ser. Es dueño de la inconsciencia
proverbial de los grandes campeones, de los
hombres que en la hora más difícil, en los
combates de más riesgo, son dueños de todos
los nervios de su cuerpo, como si los
manejaran desde el volante de su confianza sin
límites. No dudó jamás en que sería el
ganador, pese a que durante mucho tiempo
masticó una indiferencia popular que sólo se a
roto, definitivamente, al derrumbar a Nino
Benvenuti. Fue el menos conocido de los cuatro
campeones mundiales que ha tenido la Argentina
en su historia. Ni Pascual Pérez, ni Accavallo
ni Locche vivieron en esa penumbra que hasta
el último instante rodeó a su figura. Monzón y
su gente fueron los encargados de ponerle una
antorcha de esperanza que a ellos les alcanzó.
LA FAMILIA Está casado con Mercedes Beatriz
(26) y tienen dos hijos: Silvia Beatriz (7) y
Abel Ricardo (4). Viven en una casa que Monzón
empezó a construir en 1966, ladrillo sobre
ladrillo, cada bolsa en el Luna una pieza más.
Está en el barrio Yapeyú, en las proximidades
del río Salado, y el propósito del campeón
—antes de Roma— era el de construir una
despensa en el frente de la vivienda que mira
a una calle de tierra, en un paisaje que
recuerda al "después" que viene más allá del
"paredón" que puso la poesía de Manzi para
definir el límite entre la ciudad que muere y
el campo que se abre. EL HINCHA En el
fútbol es hincha de Unión de Santa Fe y es
figura infaltable en los partidos que se
juegan en la capital de la cerveza, prestando
un apoyo que los hinchas "tatengues" le
devuelven cada vez que Carlos sube a un ring.
Por contrapartida un hermano del nuevo campeón
del mundo, Niscéforo (35), es caporal de la
barra "Santa Rosa de Lima" (Dios libre y
guarde) que sigue con un fervor muy especial
los colores del otro grande del pago: Colón.
EL CAZADOR Puede ser considerado el enemigo
público más importante de las perdices y las
martinetas. La caza, más allá de un hobby es
una pasión para Monzón. Tiene equipo completo:
rifles, cartucheras, y el perro "Chiquito" que
es uno de sus mayores orgullos. Todo día libre
es día de caza si el sol ayuda a salir campo
afuera. Se puede pasar el día entero caminando
entre las chircas, pidiéndole a "Chiquito" que
le marque las piezas, para apuntar y tirar con
una puntería llamativa que nos hace pensar que
ojalá nunca enderece el rifle sobre los
cristianos. Sabe todo el repertorio de la
caza; tal vez en ese terreno sea más locuaz
que en otros: "Los patos vuelan dos veces: a
la mañana cuando salen para comer y al
atardecer cuando vuelven a los dormideros; ahí
hay que agarrarlos. Venir el mediodía para
tirarles es al puro cohete". Casi un erudito
en la materia EL AMIGO Un comerciante de
Paraná, Julio Varela, dedicado al ramo de
artículos para la construcción es el amigo
inseparable de Carlitos. No se ha perdido
ninguna de sus peleas, lo sigue a todos los
puntos del país, y también estuvo en Roma —se
lo vio en el ring cuando tocaban los himnos—
para dejarle una adhesión que no tiene
parangón en lo que conocemos hasta hoy. Si
pelea Monzón... Julio Varela debe andar muy
cerca. Lo acompaña al pesaje, almuerza con él,
lo alienta durante todo el combate, y después
lo aguarda para cenar juntos. Como dice
Monzón: "ya es de mi familia, el hermano mayor
que encontré en la vida". EL TROFEO Ni
las plaquetas que ha recibido ni las medallas
que premiaron sus triunfos importan tanto para
él como un trofeo muy especial que ocupa un
lugar preferente en su casa: un huevo de
avestruz que en su frágil corteza encierra una
dedicatoria de sus amigos de San Javier, el
pueblo donde nació. Lo repite a menudo: "no
hay oro que pueda valer más que este huevo,
porque es de la gente que me vio gatear..." .
EL AUTO Tiene un Gordini que compró "a
plazoletas largas", tan largas como exiguas
fueron siempre sus bolsas toda la campaña que
lleva realizada. EL NlÑO Trabajó de
cadete, vendió diarios en las calles de Santa
Fe, vivió el drama del plato vacío, de oír las
doce campanadas de la iglesia sin necesidad de
apurar el paso. Aprendió a comer sin horario,
cuando le tocaba. EL TEMPERAMENTO El
gran obstáculo de Monzón entre las cuerdas del
ring, más allá de los rivales, ha estado en su
temperamento: muchas peleas se le complicaron
en el afán por sacar al rival, por poner "esa
sola mano" que le daría el triunfo. Pasado el
quinto round, su trabajo casi siempre tendió a
desdibujarse porque en el empecinamiento por
terminar cuanto antes se le iba la claridad
necesaria para ver la oportunidad propicia y
colocar la mano justa. EL CINE No tiene
ninguna preocupación por ver "Teorema", por
ejemplo. Para sus inquietudes alcanza con el
cine de acción, "con muchos tiros", para
sentirse conforme. Toda vez que viaja a Buenos
Aires sus pasos se encuadran casi en un
triángulo: el Hotel Splendid, frente al Luna
Park, donde se aloja en esas circunstancias,
el gimnasio, y la calle Lavalle, no para
recorrer vidrieras, sino para saciar sus
ansias de cine. En ocasión de su último
combate en la Capital Federal (Candy Rosa)
dejó ocho mil pesos en las boleterías de los
locales cinematográficos, porque generalmente
iba dos veces por día. ¡Flor de cliente! LA
BEBIDA ¿Puede haber un santafesino que no
tome cerveza? El es uno de ellos: déle vino y
estará satisfecho a la hora de sentarse a la
mesa. LA LINEA BOXISTICA No la tiene. Es
dueño de un estilo indefinido, "a lo Monzón",
que no sabe de ortodoxia. A veces deja hacer
para ubicar el contragolpe. A veces acorta
distancias para plantear el castigo, pero casi
nunca "se mete en el cuerpo". Pertenece al
grupo de los boxeadores raros, difíciles de
resolver para los rincones de enfrente. Nunca
lo vimos tan medido, tan sabiendo lo que
quería, como en el caso de la pelea del
sábado. Es un boxeador de fuerza, práctico,
que jamás llegará a deslumbrar porque no tiene
condiciones técnicas para ello ni se lo
propuso jamás. Es el hombre que busca la
destrucción, con armas poco prolijas, con
"clinches" abundantes, con fragor de papel de
lija, en base a una izquierda que no larga en
el "jabeo" blando, en el toque, sino en el
punteo duro, y con una derecha que ha sido la
clave de sus triunfos más resonantes. Del
recto de esa mano saben muchos, de la potencia
que mantiene en el cross todas las referencias
pueden correr por cuenta de Nino Benvenuti.
LAS FECHAS CLAVES 6 de febrero de 1963:
debuta como profesional y vence por nocaut en
el segundo round a Ramón Montenegro, en
Rafaela. 28 de agosto de 1963: en su noveno
combate pierde la condición de invicto frente
a Antonio Aguilar, por puntos, en el Luna
Park. 29 de diciembre de 1965: derrota por
puntos a Carlos Salinas y obtiene el cinturón
"Eduardo Lausse". 3 de setiembre de 1966:
vence a Jorge Fernández y conquista el título
argentino de los mediano. 10 de junio de 1967:
vuelve a derrotar a Jorge Fernández, también
por puntos y en doce vueltas, y se consagra
campeón sudamericano. 7 de noviembre de 1970:
vence por nocaut en el decimosegundo round a
Niño Benvenuti, en Roma, y es el nuevo campeón
mundial de la categoría mediano. Ha realizado
un total de 81 peleas, con 68 triunfos (45
antes del límite), 1 sin decisión frente a
Albino Verón, 9 empates, y 3 derrotas. Su
serie de 60 peleas sin perder ocupa el segundo
puesto dentro del pugilismo sudamericano,
detrás de Jaime Giné, quien está primero con
87 combates sin contrastes. EL RELIGIOSO
Es devoto de la Virgen de Guadalupe. No es
asiduo concurrente a los templos, pero antes
de cada pelea se arrodilla ante la imagen de
Guadalupe para pedirle suerte, y al regreso le
lleva dos docenas de claveles. Cuando venció
por primera vez a Jorge Fernández, ex retador
por la corona mundial, le dejó a la virgen su
pantalón de campeón argentino. Fue esa la
primera vez que lloró por un triunfo. EL
"MAÑOSO" Todo campeón de boxeo tiene sus
secretos que no figuran en el libro. Si Pelé,
el rey del fútbol, sabe poner la pierna en
plancha, también Locche utiliza "sabiamente"
el pulgar de su guante para nublar la visión
de un adversario. En la pelea decisiva que nos
trajo el satélite, Monzón mostró una "sabia"
colocación de su hombro sobre el rostro de
Benvenuti para quitárselo de encima. José
Menno, que estaba en su rincón, supo de esa
artimaña durante gran parte de su carrera y
creemos que en ese aspecto hubo transmisión de
gimnasio. EL MAESTRO Amilcar Brusa, 48
años, tres hijos, no es sólo el hombre que ha
llevado de la mano al boxeador desde el
gimnasio del club Unión de Santa Fe al
escenario culminante del Palacio de Los
Deportes de la capital de Italia. La tarea de
Brusa ha sido mucho más amplia, más total, en
el caso de Carlos Monzón. El maestro
santafesino fue el encargado de torcer un
rumbo equivocado, una adolescencia espinosa,
para mostrarle lo que importa, la dedicación,
lo que significa la entrega al hogar, lo que
encierra dar una base sana a un esfuerzo
deportivo. No sólo le dio clases de boxeo,
sino también clases de vida y de ahí que su
figura adquiera casi la misma dimensión que la
del discípulo en la hora triunfal. También
Amílcar Brusa es un "campeón del mundo", mucho
antes del derechazo que derrumbó a Benvenuti.
Revista Gente y la Actualidad 12.11.1970
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del sitio
EI cross de derecha que le dio a
Carlos Monzón la corona mundial fue la
culminación de un trabajo superior, in
crescendo, que asomó como cosa cierta
después de la quinta vuelta. Nunca
vimos al santafesino tan frío, tan
seguro, tan decidido a demostrar lo
que se proponía sin reparar en la
enorme estatua boxística que tenía a
su frente. Hoy sabemos que Nino
Benvenuti entra a ser pasado, pero
hasta ese momento lo rodeó una
aureola, bien colocada, de gran
campeón. Su consagración olímpica en
Roma, su reencuentro con el título
mundial, lo perdió y lo volvió a
recuperar frente a Emile Griffith, su
apego a una línea boxística clásica y
la potencia de una izquierda que el
año pasado desmoronó a Luis Manuel
Rodríguez, pesaban para cualquier
rival en la hora previa.
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