¿QUE ES EL PUEBLO Y DONDE ESTA?
Por JORGE L. GARCIA VENTURINI
Habría que ajustar el concepto de pueblo a su verdadera dimensión humana despojándolo del contenido místico con que se lo recubre. Humanizándolo se jerarquizaría el pueblo real, porque una política popular está en función de toda la comunidad, de cada una de las personas que la integran y no de instancias mitológicas que terminan devorando al hombre.

Pueblo
EL 1º de mayo del año pasado se efectuó una de las concentraciones que en la Plaza de Mayo suele (¿o solía?) programar el partido gobernante. Al iniciarse el acto se dijo que "el pueblo", masivamente, se había reunido allí. Al promediar la ceremonia, un sector (estimado en la mitad de la concurrencia) se retiró airadamente del lugar proclamando que "el pueblo", contrariado, abandonaba el acto. El resto de la concurrencia, la otra mitad, comenzó a gritar "si éste no es el pueblo el pueblo dónde está". Es decir que "el pueblo" habría estado en el lugar, luego se habría ido, pero, a la vez, se habría quedado. A todo esto, si por la plaza habían transitado algo más de cien mil personas, varios millones (el Gran Buenos Aires, más las delegaciones traídas desde el interior harían unos 10 millones de asistentes potenciales) habían permanecido en sus casas o se habían ido a otro lado. Y según las expresiones vertidas esta millonada de personas no serían pueblo ni tendrían nada que ver con él.
¿Qué es el pueblo y dónde está? ¿Es "el pueblo" los que fueron a la plaza, los que se fueron, los que que se quedaron, o los que permanecieron en sus casas? ¿Cómo es la cosa? Porque no se entiende bien que si cien mil personas acuden a un estadio deportivo se hable de un "público" y si esa misma cantidad o menos asiste a un acto político se le llame "pueblo". Extraña metamorfosis semántica.

La mayoría o el sector más humilde
De lo dicho surge claro que el llamar pueblo a una multitud —su tamaño no interesa— es absolutamente arbitrario. Hemos incluso llegado a oír llamar "el pueblo" a unos centenares de muchachones que recorrían las calles proclamando a su equipo predilecto.
Pero esa radical desvirtuación del vocablo no es la única. Con harta frecuencia se identifica "el pueblo" con una determinada (real o supuesta) opinión mayoritaria. Es decir, "el pueblo" sería la mayoría, de lo cual resulta inexorablemente que la mitad menos uno no son pueblo, lo cual es bastante curioso.
También es muy frecuente identificar "el pueblo" con los sectores más humildes de la sociedad. Además de la muy seria o insalvable dificultad de establecer dónde hay que trazar la raya entre la humildad y la no humildad, estaríamos ante la incongruencia, no menos grotesca que la anterior, de suponer que los que no son tan humildes no son pueblo. Los marxistas, por su parte, gustan mucho de decir "los obreros y el pueblo unidos", con lo cual la cosa se complica aún más, pues resulta totalmente imposible determinar qué significa en este caso el vocablo en cuestión.

El pueblo como totalidad
No parece demasiado difícil discernir que "el pueblo" no es ni una determinada multitud, ni el sector más humilde de la población, ni una mayoría más o menos ocasional. "Pueblo" es —en el más estricto sentido de la filosofía política— la totalidad de los integrantes de una determinada sociedad política. El "pueblo argentino" está formado por todos los integrantes de esa sociedad llamada República Argentina; el "pueblo cordobés" por todos los que forman parte de la provincia de Córdoba, etcétera. Esto que suena a lección escolar es uno de los temas más olvidados o desvirtuados del lenguaje político habitual, no sólo periodístico, comiteril o callejero, sino aun de "serios" tratadistas. Pueblo son, pues, todos, los que fueron a la plaza y los que no fueron; los humildes y los que no lo son; los que piensan de un modo o de otro y aun los que no piensan; los que forman mayoría, los que integran minorías y aun los individuos solitarios.
Como en casos anteriores (nación, estado) no negamos el derecho a que en tal uso no se impliquen otras significaciones. Por ejemplo, no es justo usar la fórmula de Lincoln respecto de la "democracia": gobierno de, por y para el pueblo, y pensar en el sector más humilde o en la mayoría. No es justo, en otro orden de cosas, llamar "pueblo judío" ,(in totum) al público, no muy numeroso, que reclamó la muerte de Cristo. Cuánto dolor ha provocado este error semántico.
Otras expresiones frecuentes son "el pueblo tomó la Bastilla", "el pueblo derrotó al tirano", "el pueblo preguntó de qué se trata", en la que "el pueblo", simpliciter, aparece como protagonista de una acción, como una persona colectiva de precisa incidencia en momentos decisivos de la historia.
Pues bien. Nos parece evidente que esta protagonización jamás existió. Nunca "el pueblo" como totalidad, es decir, en su verdadero significado, es realizador de una gesta, protagonista de un hecho histórico (excepto, claro está, en muy pequeñas comunidades). Los que se juegan de un lugar u otro son siempre rotundas minorías. La inmensa mayoría jamás actúa como protagonista, ni aun muchas veces como espectadora, excepto en algún acontecimiento deportivo.

Pueblo y verdad
"El pueblo sabe perfectamente lo que quiere", "el pueblo siempre tiene razón", "el pueblo juzgará", son expresiones que hacen del pueblo una suerte de entidad metafísica, una especie de superyó panteístico (mucho más separado del pueblo real que la mismísima volonté genérale de Rousseau, lo cual no es poco decir), un algo trascendente, místico, transhistórico, infalible, inapelable. Esa mística entidad, informe y fantasmal, luce los atributos que la teología sólo atribuye al Ser increado y todopoderoso, cuyo lugar ocupa más de una vez.
Pero lo cierto es que "el pueblo" —ya considerado como totalidad, ya como mayoría, ya cómo sector más humilde, ya como multitud o público— no siempre tiene razón; más aún: frecuentemente no la tiene. Y sin llegar a decir como Ibsen que "las mayorías nunca tienen razón" (exagera) sí pensamos con Tito Livio que "la voluntad del pueblo hace tantas mudanzas cuantas hace el tiempo".
Después de todo, si la política es un arte y una ciencia, ¿por que atribuir su idóneo ejercicio a todos (es decir, al pueblo), a quienes no les otorgamos esa misma idoneidad en otras ciencias u otras artes?
Nos apresuramos a aclarar (siempre hay distraídos) que lo dicho no niega, ni resta valor siquiera, al sistema republicano ni al sufragio universal; tan sólo aspira a encuadrarlos en sus justos límites: un procedimiento, quizás el mejor, para constituir un gobierno. Pero nunca para definir la verdad, ni siquiera la verdad política.
Bueno sería ceñir el concepto de pueblo a su verdadera dimensión, que es una dimensión humana., despojándolo de la dimensión mis tica en que se le ha colocado. Humanizando y precisando el concepto jerarquizaríamos al pueblo real, porque una política popular (verdaderamente hablando) es una política en función de toda la comunidad, de cada una de las personas humanas que la integran, y no de instancias: mitológicas que en definitiva terminan devorando al hombre concreto y singular, el único que realmente existe, sufre y espera.
Redacción
abril de 1975

Nota: más de Jorge Luis García Venturini en http://zoonpoliticon001.blogspot.com/2017/08/un-filosofo-que-habla-de-cosas-serias-y.html (visto en abril 2020)
 

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