El pensamiento vivo de Quinquela Martin

Internado desde hace más de cinco meses en un nosocomio de Buenos Aires, el popular pintor boquense recibió a Siete Días para rememorar los hitos más importantes de su vida y explayarse sobre algunos temas de candente actualidad

Quinquela Martin
Es probable que de las personalidades que en los últimos tiempos transitaron los elegantes salones del rectorado de la Universidad de Buenos Aires para recibir un diploma honorífico, muy pocas lograron despertar tanta adhesión de la habitualmente impasible platea académica. Es que el homenajeado —un hecho ocurrido a mediados de noviembre— no era otro que el legendario plástico boquense Benito Quinquela Martin (82), un artista hasta entonces ajeno a esos claustros y cuya distinción inauguró, precisamente, una iniciativa de la citada casa de estudios: condecorar a las figuras más prominentes de las diversas disciplinas artísticas que se practican en el país. Por lo demás, existían sobrados motivos para que la ceremonia culminara con clima de jolgorio: era la primera vez en varios meses que Quinquela obtenía el visto bueno de sus médicos para abandonar —aunque sea por unas pocas horas— su habitación en el Instituto del Diagnóstico, donde está internado desde el mes de julio a raíz de un espasmo cerebral que puso en serio peligro su vida.
Ya de vuelta en el sanatorio, el afamado paisajista recibió entusiastamente a Siete Días para rememorar los hitos más importantes de su vida y fijar su posición con respecto a algunos temas de actualidad; una entrevista que, por prescripción médica, no pudo extenderse a más de una hora de duración y en la que estuvo vedada la utilización de cámaras fotográficas. De allí que las tomas que ilustran esta nota correspondan al período previo a la internación de BQM.

"Es totalmente ridículo. ¿Se da cuenta? La Universidad me nombró académico a mí, que abandoné la escuela a los 9 años para trabajar como carbonero. . . Ni siquiera desciendo de una familia de abolengo: como todo el mundo sabe, de recién nacido fui depositado en el torno de la Casa de Expósitos y jamás llegué a saber quiénes fueron mis padres. En fin, la cosa es que aquí me tienen diplomado por la Universidad. En realidad, yo no quise recibir la condecoración: a mí no me gustan esas cosas. Pero el rector me había hablado de sus proyectos, de reconocer públicamente los méritos de escritores, pintores, escultores y otros artistas, y me pidió encarecidamente que aceptara ser el primer galardonado. Y bueno, le dije que sí, que aceptaría para prestarles una ayuda espiritual. Creo que la nuestra es la única universidad del mundo que no tiene artistas, y eso debe cambiarse de una vez por todas.
Por supuesto que la ceremonia fue un pretexto fabuloso para mandarme un paseíto. Es difícil acostumbrarse a estar acostado en un hospital. Además, es la primera vez en mi vida que estoy enfermo. Todavía me cuesta hacerme a la idea, yo estaba pintando en mi taller y de repente me caí redondo. No podía mover una mano y también sentía las piernas como paralizadas. Cuando me trajeron aquí pensé que ya no tenía arreglo. Pero ya ve: me arreglaron. Eso sí, pintar no puedo todavía: la mano no me responde. Lo único que puedo hacer es dibujar, y muy suavemente. ¡Qué le voy a hacer! A los 82 años no se puede pretender participar en las Olimpíadas, ¿no?"

Quinquela enmudece. Se lo nota preocupado, quizás un tanto melancólico. Su fiel secretaria, Marta Serruti, señala a Siete Días que el internado añora su pintoresca bohardilla de la calle Pedro de Mendoza, frente al Riachuelo, donde aún yacen deslomados sus libros de Dostoievsky, Zola y Malatesta, su antigua cama de dos plazas cubierta con un poncho riojano y su vasta —casi carnavalesca— colección de trajes de principios de siglo. Le cuesta amoldarse a los pálidos azulejos de un hospital, tan diferentes del desconcertante colorinche que invade los rincones más recónditos de su atelier. Sobre todo, extraña ese pequeño cuadro que reposa, como único adorno, en una de las paredes de su cuarto; aquel que contiene una fotografía autografiada de Benito Mussolini, con la inscripción: "A Quinquela Martin, pittore grandissimo della vita moderna. Con ammirazione".

"Yo he recorrido varias veces el mundo y me han ofrecido sumas fabulosas por quedarme en Estados Unidos o Europa. Me invitaron, entre otros muchos, el fundador de la Falanje española, José Antonio Primo de Rivera, y Mussolini. ¡Qué mente lúcida la de Mussolini! Un tipo realmente excepcional. Pero yo pertenecía a Buenos Aires, a La Boca, y nunca pude alejarme mucho tiempo de ella. En aquella época el barrio era otra cosa. Era una zona de matones; le aseguro que aquí no entraba un solo vigilante. Estaban instalados casi todos los prostíbulos de Buenos Aires, porque La Boca era el centro obrerista más agitado del país. Después, cuando por orden de la cana se llevaron los prostíbulos, se convirtió en un barrio honesto: los burdeles se trasformaron en restaurantes. Claro que prostíbulos quedaron algunos, pero de otra calidad . . .
Cuando trabajaba de carbonero llegué a hacer mucha guita con las prostitutas: eran las únicas clientas que no me pesaban el carbón ni regateaban el precio. Además, yo llevaba a los muchachos novatos a hacer el amor. Porque era comisionista, ¿sabe? Pero, ¡ojo! que la aventura era gratis, che: en esos casos no se cobraba. Lo hacían por amor al arte. ¡Qué tiempos! Era otro mundo La Boca. Y, cosa curiosa, nunca hubo un literato capaz de escribir todo esto.
Fueron las épocas en que comenzamos nuestras migraciones diurnas al café Tortoni, en Perú y Avenida de Mayo, donde funcionaba La Peña. Éramos como una treintena de artistas, entre ellos Juan de Dios Filiberto, Atilio García y Juan José de Soiza Reilly. Nos reuníamos semanalmente bajo el lema "Aquí se puede conversar, decir, beber con mesura y dar, de su savoir taire, la medida. Pero sólo el arte y el espíritu tienen el derecho de, sin medida, manifestarse aquí". Era bárbaro: se daban obras de teatro, se leían poesías y cada uno podía presentar sus ultimas creaciones para que sus amigos las criticaran. Pero, como todas las cosas, La Peña tuvo que morir. Al final, ya se iba por obligación, desapareció la espontaneidad y se fue al c ... Más tarde, allá por 1950, creamos la Orden del Tornillo. Resulta que yo tenía un amigo que cada vez que venía a mi atelier traía un tornillo. Un día se me ocurrió crear esta Orden y me convertí, de pronto, en el Gran Maestre de la Hermandad. La ceremonia de ordenación consiste, aún hoy, en una comida frugal, alguna perorata humorística a favor o en contra del nuevo cofrade, y, luego, luciendo mi uniforme de almirante repleto de galones y tornillos, entrega al nuevo miembro el diploma que lo acredita como tal. Siempre hago la misma advertencia: "Este tornillo no los volverá cuerdos. Por el contrario: los preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten orgullosos". Como ve, una cosa de locos. Hasta ahora hemos entregado alrededor de 320 condecoraciones, y tenemos socios tan originales como el ex presidente de Indonesia, Achmed Sukarno, y el doctor Raúl Matera. ¡Qué sé yo cuántos más! Con todas estas cosas científicas que me hicieron en la cabeza ya no me acuerdo de nada. Pero le aseguro que la Orden ya ha trascendido a esferas universales. Hace poco tiempo, precisamente, recibí una carta de la redacción del órgano periodístico del Vaticano, el diario L'Osservatore Romano, pidiendo informes sobre la Orden y sus características. Les contesté que perseguimos finalidades de carácter espiritual y buscamos la hermandad de los cultores del arte y enamorados del ensueño; lo que nos acerca a Dios. Vamos a ver qué pasa. En una de esas entro a la Capilla Síxtina por la puerta grande.
También fue idea mía la creación de la República de la Boca. Se me ocurrió estando en París, cuando fui invitado a una comida de artistas en la República de Montmartre. Yo me dije entonces: "Esta idea se las afano y la llevo a Buenos Aires". Lo cierto es que la iniciativa prendió en seguida y a los pocos meses de mi regreso a la Argentina La Boca ya era una república con todas sus autoridades. Después nacieron otras, como la de San Telmo. Pero son repúblicas serias, y se están jodiendo por eso. Nosotros tuvimos el gran mérito de crear un monumento histórico. Por supuesto, me refiero al Caminito. Antes de que decidiéramos pintarlo, era un verdadero potrero. Hace muchos años había funcionado allí un desvío ferroviario, que desembocaba en la esquina de las calles Magallanes y Del Valle Iberlucea. Nosotros lo pintamos de arriba a abajo, le pusimos Caminito porque allí se había inspirado Filiberto para componer su afortunado tango.
Por aquella época, existía el peligro de que la calle-museo desapareciera en cualquier momento porque los terrenos pertenecían aún al Ferrocarril Sud y, una vez nacionalizados, pasaron a ser propiedad de la Empresa Nacional de Ferrocarriles. La cosa es que un buen día la empresa recibió la orden del Ministerio de Trasportes de vender todos sus terrenos baldíos; tarde o temprano, pensamos, el Caminito caería en manos de cualquier constructor de la zona. Yo me puse en campaña y recorrí infinidad de oficinas públicas hasta que, en agosto de 1959, la ENF trasfirió el terreno a la Municipalidad de Buenos Aires. La República de La Boca había ganado su primera batalla."

Amablemente, la enfermera indica que faltan apenas 10 minutos para la finalización de la entrevista autorizada por el médico. Quinquela, a su vez, se levanta del lecho y —acomodándose la larga bata de gabardina— camina con paso inseguro hacia la ventana. Visiblemente agitado, hace a un lado sus recuerdos y vuelve a la realidad.

"¡Pucha que cambió todo en tan poco tiempo! Ahora Buenos Aires vive el bochinche de la política, el Prode, la televisión y todas esas cosas. Pero está fabulosa igual, porque son todos medios que ayudan a despertar la inteligencia. Fíjese la muchachada de ahora, afila que da miedo. Son tres veces más piolas de lo que éramos nosotros. Y no hablo sólo de la juventud intelectual; también en las villas miseria hay cada intelecto escondido que da miedo. Claro que no todas son rosas; creo que también hay que ocuparse de los muchachos que no tienen medios económicos, porque algunos pueden ayudar muchísimo al país. Por eso hay que resolver el problema de los barrios de emergencia . . . Bueno, eso no es solo patrimonio nuestro: los hay en todos los países que he conocido. ¿Por qué razón no vamos a tenerlos aquí?
Le decía que el mundo está muy convulsionado. Antes, una noticia tardaba un mes en llegar de Italia; hoy llega en el día. Hay que ajustarse al ritmo. Lo mismo pasa con nuestro país. Yo pienso que estamos viviendo un gran momento: es preciso que haya tanto bochinche para que después venga la paz. En la historia siempre hay períodos de renacimiento y períodos de decadencia. Nosotros vivimos nuestro renacimiento hace 20 ó 30 años y ahora nos encontramos en la decadencia. Pero eso es bueno porque desde el fondo del tacho surge, otra vez, un nuevo renacimiento.
A propósito: yo me sorprendí mucho, como todo el mundo, con el regreso de Perón. Ahora, unos gritan "Perón al Poder" y otros "Perón a la horca". Eso no interesa: lo realmente importante es que la gente se interese, se mueva políticamente. Estoy convencido de que el país va a hacer capote, por la simple razón de que tenemos tantas riquezas que sería imposible hundirnos. Y eso que ya hemos hecho todo lo posible para que el barco se vaya a pique ... De cualquier manera, la presencia de Perón en la Argentina es muy positiva. ¿Lo querían tener aquí? ¿Esperaron qué sé yo cuántos años para que volviera? Bueno, aquí está. Es evidente que la gente lo sigue queriendo tanto como antes. Ahora se ha convertido en un fenómeno, una especie de Superman político. Antes, en cambio, no pasaba de ser un simple presidente: buenísimo o pésimo era un presidente más.
Volviendo a que la Argentina va a salir al frente, no hay más que ver el material humano que tenemos para convencerse. Estamos hechos, principalmente, de españoles e italianos, y nuestra historia podría decirse que fluctúa según cuál sea el temperamento predominante: España es el país del sainete, e Italia el de la ópera. En este momento nosotros estamos en la ópera, la cosa trágica, rimbombante y nerviosa. Cuando pase el temporal entraremos en la era del sainete. Además, la Argentina se hizo con el oro inglés y la sabiduría francesa. Por eso no creo mucho en los que hablan de "cultura argentina". A lo sumo tendremos una modalidad, pero todavía no hemos gestado una cultura. Pero de lo que estoy seguro es que vamos a ser el primer país latinoamericano en forjarla. Por lo menos, ya dimos algunos primeros pasos importantísimos: somos el único país de habla hispana que ha logrado introducir nuevos vocablos en el mismísimo diccionario de la Real Academia Española ... ¿Hablo mucho o me parece? Bueno, cuando uno está obligado a colgar los pinceles no le queda más remedio que empezar a filosofar. Últimamente ni siquiera leo. Durante mucho tiempo solía devorar los libros de Jorge Luis Borges: la influencia francesa en él es evidente, es un gran valor. También me gustó mucho esa nueva carnada de escritores que apareció hace cosa de diez años. Ellos, Cortázar y los otros, rompen con la línea académica y hablan un lenguaje muy crudo. Eso me gusta mucho: hay que escribir en la forma más natural posible. No es cuestión de compararlos con Borges, claro, pero cada uno en lo suyo.
Como ve, yo no leo ni voy al cine. Antes, en la época de La Peña, íbamos a buscar artistas para invitarlos al Tortoni, y así fue que descubrí, por ejemplo, a Enrique Muiño. Después, prácticamente, dejé de ir: hará más de diez años que no entro en un cine. Si no me equivoco, la última película que vi fue Un guapo del 900. Lo que pasa es que al cine lo veo muy fácil: si el actor se equivoca emparchan la cinta y chau. Por ahí me equivoco y estoy diciendo pavadas, pero yo siempre pensé que lo lindo de estas cosas es la improvisación, con todos los desastres que ésta pueda provocar. De todos modos, supongo que en el cine habrá pasado algo similar que con la literatura: he leído que las nuevas películas están hechas con mucha mayor naturalidad que las de mis tiempos. Y eso es muy importante. Una mala palabra no hace mal a nadie. Es más: crea un clima de complicidad y acerca a la gente. Por eso, m'hijo, desconfíe siempre de aquellos que jamás lanzan una puteada: ésos suelen ser los más peligrosos.
Revista Panorama
11.12.1972

Ir Arriba

 

Quinquela Martin