ROBERTO DE VICENZO
EL PRECIO DE LA GLORIA
Luego de acumular victorias -casi 200-, dos títulos de campeón mundial, incontables elogios y de ser señalado como ejemplo del deporte nacional, el casi legendario Spaghetti no oculta su cansancio, esa indefinible fatiga que se agazapa a la sombra del éxito

Roberto De Vicenzo
Quizás en la última década ningún deportista argentino haya recibido tantos reconocimientos internacionales. Tampoco nadie, en el medio deportivo local, alcanzó tantos triunfos en ese mismo período. Razones suficientes para que, al efectuar un balance de los últimos diez años, el nombre de Roberto De Vicenzo (47, dos hijos) encabece la lista de quienes más aportaron para el deporte nacional: casi 200 victorias a lo largo de su dilatada campaña y el título de campeón mundial individual, logrado por segunda vez este año, son algunos de sus méritos. Justamente fue su recordada actuación en la Copa del Mundo —la mayor disputa del golf internacional—, jugada en la cancha del Jockey Club, en la localidad bonaerense de Olivos, la que decidió al Círculo de Periodistas Deportivos de la Argentina a considerarlo merecedor del Olimpia 70, una distinción con que anualmente galardona al deportista más meritorio de la temporada.
Acosado por mil obligaciones y compromisos, el popular Spaghetti —un apodo que le viene de la adolescencia— se somete a un desenfrenado ritmo de tareas: atender amigos, concurrir a citas, conceder entrevistas periodísticas, y por supuesto jugar al golf, son, en fin, las tareas que le insumen gran parte del día. Un traqueteo que debió superar SIETE DIAS para concretar el encuentro: antes menudearon las llamadas telefónicas y el maestro debió hacer un minucioso estudio de su agenda de compromisos para establecer la cita, que sin embargo no estuvo exenta de sobresaltos. En una firma dedicada a la venta de artículos deportivos, y mientras filmaba un corto publicitario para una institución bancaria, junto a José Jurado —una gloria del golf nacional—, De Vicenzo se prestó al diálogo interrumpiéndolo para ensayar escenas, firmar autógrafos a ocasionales admiradores y saludar a conocidos.
Una hora y media de accidentado vaivén permitió eslabonar estas confesiones del cotizado y veterano golfista:
—¿El título de deportista del año modificó su vida, sus costumbres?
—A lo largo de 1970 he sido distinguido varias veces. La Asociación Americana de Golf me otorgó el premio Bobby Jones, el Círculo de Periodistas Americanos de Golf, el Richardson Award, y el American School me entregó el trofeo Kennedy y me propuso como ejemplo para sus alumnos deportistas; además, este trofeo Olimpia lo obtengo por segunda vez. Todo esto me obligó a efectuar una serie de cosas al margen del golf. La conmoción no sólo fue para mí sino para toda mi familia. Toda nuestra vida privada se interrumpió. Hubo que atender llamadas, fijar fechas, asegurar mi presencia en gran cantidad de recepciones y agasajos. . . Una verdadera locura.
—¿Para un golfista es importante la popularidad?
—Es fundamental. Al entrar en la consideración del público uno juega con mucha más convicción. En el deporte es importantísimo estar seguro de lo que se hace y cómo se hace.
—¿La popularidad le permite ganar más dinero?
—En realidad, no. Los premios de los torneos están estipulados de antemano y no se modifican. Uno va a ganar o perder.
—¿Pero no aumentaron las invitaciones para jugar en torneos profesionales?
—No, la cantidad es siempre la misma.
—¿Elige los torneos en que juega o va a todos los lugares?
—Selecciono bastante mis participaciones. Esta es una profesión en la que hay que moverse muy rápido y cansa bastante. Yo ya estoy muy fatigado.
—¿Juega durante todo el año?
—No, ya es bastante con estar seis meses al año fuera de casa. Mi familia también me necesita.
—¿Cuánto gana anualmente?
—Si todo va bien, alrededor de 5 ó 6 millones de pesos viejos.
—¿Eso es lo máximo a que puede aspirar un profesional del golf?
—Si yo jugase de enero a enero, podría recaudar unos 40 millones de pesos viejos. Pero para eso no tendría que parar un segundo, y yo no estoy dispuesto a más sacrificios.
—¿Por qué?
—La temporada es demasiado larga y comienza a resultarme muy duro andar detrás de los torneos, de un lado para el otro. Por otra parte, no tengo tantas ambiciones. Prefiero ganar menos dinero y estar más tiempo cerca de los míos.
—¿Recuerda en cuántos países actuó?
—Salvo detrás de la Cortina de Hierro, creo haber jugado en casi todo el mundo. Como dato ilustrativo, puedo agregar que en los últimos diez años di la vuelta a la Tierra 50 veces.
—A usted se lo reconoce como "el mejor embajador argentino", ¿no teme que esa condición sea utilizada por ciertos gobiernos con fines políticos?
—No creo que eso haya sucedido ni suceda jamás. Es más, ojalá los gobiernos me utilizaran para ser útil al país de alguna manera. Desgraciadamente, eso nunca ocurrió.
—¿Cuál fue su rival más difícil en tantos años de trayectoria?
—No podría nombrar a uno en particular. En realidad, los golfistas no jugamos tanto contra los rivales como contra la cancha que sirve de escenario.
—¿Cuál es el mejor jugador que vio actuar?
—Son dos: Arnold Palmer y Sam Snead.
—¿Y entre los argentinos?
—De los últimos años, Fidel De Luca, por la firmeza de su juego. De todos los tiempos, José Jurado, por supuesto.
—Hace ya casi 40 años que está dedicado al golf, ¿pensó cuándo se va a retirar?
—Realmente no, aunque me lo planteo todos los días. Tengo conciencia que, ocurre siempre, el deporte me va a abandonar en algún momento, dentro de muy poco.
—¿Qué piensa hacer entonces?
—Colaborar con la Asociación de Profesionales de Golf y ayudar, aconsejar a los jóvenes profesionales.
—¿Qué es el golf para De Vicenzo?
—Todo.
—¿Pero no pensó que, por el golf, quizás dejó de laido muchas cosas que le interesan?
—Siempre estuve muy obsesionado por el golf y si ocurrió no me di cuenta. Quizás sea mejor así, ¿no?
Revista Siete Días Ilustrados
11.01.1971

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