VOCES
El polaco del tango
Roberto Goyeneche
Roberto Goyeneche
En esta temporada veraniega se desplazó hacia Mar del Plata un barómetro del canto popular. Alguien sentenció: "la República estuvo aquí y los éxitos o fracasos se darán de la misma manera en todo el país, durante el resto del año". Ya hay indicios de que el presagio se confirmará. Hace poco más de un mes, en sendas presentaciones marplatenses, Leonardo Favio y Palito Ortega provocaron una casi rabiosa adhesión multitudinaria. Pero esos éxitos no fueron únicos o excluyentes.
Entre los que optaron por un contorno menos espectacular, y sin embargo sólido, en actuaciones reiteradas y ante auditorios renovados, Roberto Goyeneche fue y es el fenómeno más digno de consideración. Resulta doble si, como corresponde, en él se calibra el anhelado resurgimiento del tango. Acaso se triplica si se tiene en cuenta que ese resurgimiento involucra, y a la vez excede, la adhesión al tango en cuanto música y se afinca en el apartado especial del tango canción, el del cantor solista que dice una letra, el de unos versos sencillos que trasfieren un mensaje, una alegría o una nostalgia. Esta forma de comunicación, casi coloquial, se habla replegado en los últimos años. Al silencio casi pudoroso con que el hombre argentino escucha el tango, había sucedido imprevistamente la exaltación barullera.
Ahora el fenómeno tiende a trastrocarse. Una selección natural se ha producido entre los nuevaoleros, polarizados en dos ídolos mayores, mientras otras voces ganan de más en más adeptos para el tango e, inclusive, cantores obligados al mutis en plena madurez reaparecen y retoman el ritmo normal de sus carreras. Este es el caso de Roberto Goyeneche, que hace dos años inició el lento peregrinaje del resurgimiento y hoy configura el "boom" de! tango.

Vía crucis de "El Polaco"
Aunque representa unos cuantos años más, Roberto Goyeneche tiene cuarenta y tres. Más bien bajo, su delgadez se aparea a su nerviosidad, a una pronunciada sensación de ansiedad, lo mismo cuando canta que cuando conversa. De ascendencia española, la cara afinada y magra y su cutis entre blancuzco y amarillento le dan cierto aire eslavo que justifica el apelativo de "El Polaco" que en pretéritos años de bohemia le endilgó otro cantor, Ángel Díaz.
"Canto desde niño", memora, mientras sus afinados dedos, que parecen de niño, hacen cabriolas con dos enormes fichas de cincuenta mil pesos. Las ganó "por pálpito" la noche anterior, en inverosímil escapada al Casino y "no me animo a cambiarlas. Se las daré a mi mujer". Lo sorprendente fue que los tres shows que servía desde medianoche le dejaran ganas para la ruleta. Lo explica con esta frase: "Desde los quince años soy un profesional, puede decirse". Se inició como vocalista de la orquesta típica de Raúl Kaplan, siguió en la de Horacio Salgán, culminó de 1956 a 1963 en la de Aníbal Troilo.
"Pobreza y tango fueron mi academia", aventura a señalar este cantor que en el porteño barrio de Saavedra, su cuna, cursó la escuela primaria. "Empecé la secundaria y dejé", agrega. Su hogar bullía en compases de tango, alumbrado por el recuerdo del padre, que con su mismo nombre y apellido escribió capítulos menos retumbantes que meritorios del glorioso dos por cuatro. Compositor e instrumentista, muerto prematuramente a comienzos de la década del treinta, el viejo Goyeneche fue pianista de Arolas y de Julio De Caro, tuvo orquesta propia, integró con el vanguardista Juan Carlos Cobián el anticipador cuarteto Royal y compuso la música de tangos que llevaron al disco Rosita Quiroga ("De mi barrio") y Carlos Gardel "Yo te perdono", "Metejón", el mismo "De mi barrio"). "No obstante sus méritos, mi padre fue un hombre modesto y pobre. Se fue dejándonos su dignidad y su vocación". El futuro cantor bebió con variantes esa vocación y asumió la condición de asalariado: "Me agarré al volante, fui colectivero, taxista y camionero, alternando con mis primeras escaramuzas de cantor".

Mi vida es mía
No es mucho más lo que Goyeneche gusta contar de su existencia privada. Apenas si confiesa su pasión futbolística (es "hincha" de Atlanta). Sobre su vida sentimental tiende un manto de discreción, aunque en la conversación aluda incidentalmente a una mujer ¡("mi mujer") que no se ve junto a él en los lugares en que actúa. En los veinte días que estuvo en Mar del Plata ocultó celosamente la dirección del departamento que lo alojaba.
En ese lapso sus lugares de actuación fueron de diferente índole: el Hotel Horizonte, salón iluminado y público familiar, en dos presentaciones por noche, y la boîte La Dolce Vita, donde aparecía una sola vez pasadas las dos de la mañana, ante familias que se entremezclaban con el ambiente sugestivo de la madrugada, muchachones prestos a vociferar la adhesión incondicional y mujeres solitarias. En la boîte, el cantor se defendía exclusivamente por sí mismo, con acompañamiento mediocre. En Horizonte el espectáculo se armonizaba en la jerarquía que aportaban la guitarra de Roberto Grela y el bandoneón de Leopoldo Federico. Memoraba el nivel de calidad de las presentaciones de Goyeneche en el porteño Caño 14. Los ases eran tres.

Cantar para todos
"Hay que trabajar en cualquier lado, eso no impide que uno tenga sus preferencias", masculló "El Polaco". Ninguno de los locales marplatenses satisfacían sus preferencias. "Me gustan — aclaró— los locales inmensos, iluminados al máximo, donde uno se funde cara a cara en la multitud. O si tío, el aire libre, los grandes espacios abiertos. Ni siquiera me molestan las interferencias, el chico que llora o corre, o la madre que lo busca. Trato de elegir, además, los tangos que se entiendan hoy y aquí". De ahí que el paso por los clubes populares, donde cada fin de semana bordea doscientos mil pesos, lo sitúe en escenarios preferidos, tanto como los festivales que solidificaron su crédito más allá del cómputo publicitario. Los festivales de Teodolina (Santa Fe), Balcarce, Baradero y La Falda significaron para Goyeneche éxitos inmensos. Tuvieron la introductora antesala de varios discos de rauda venta y son a la vez el pedestal de éxito de las futuras grabaciones.

El surco y la gloria
Graba desde hace mucho. "Lo hizo —informa José Tiscornia, su representante— como vocalista de Salgán, de Troilo y de Baffa-Berlingieri. Ahora, en calidad de solista, es el súmmum del éxito". Para R. C. A. Víctor ha registrado 17 "longplays" en los últimos veinticuatro meses. El que con acompañamiento de Armando Pontier incluye "Miedo" y "La última curda" batió records inesperados. El último, que el sello editor posterga en su lanzamiento debido al éxito de los precedentes y las consiguientes reediciones, podría superar los más exigentes vaticinios según expertos del mercado del disco. Lo acompaña el mayestático Troilo con orquesta de 26 músicos.
Sus afirmaciones son más resueltas cuando generaliza la índole del tango que prefiere cantar: "Ante todo, la gente debe entender lo que se le quiere decir. El viejo lunfardo está perimido y sólo unos pocos tangos de antología justifican sumirse en el diccionario de Gobello para entenderlos mejor. También se nota que el lunfardo evoluciona y una nueva jerga está al alcance de muchos. No soy purista ni puritano, pero convengamos: lo mejor es un lenguaje popular, sencillo, claro, sin rebuscamientos literarios ni forzadas deformaciones reas. Por allí anda la poesía del nuevo tango".

Gardeliano sin imitación
"Me considero gardeliano", apunta Goyeneche, y aclara prestamente: "No busco imitar al 'Mudo'. La cuestión es simple. Gardel inventó un modo de cantar el tango, el único válido hasta hoy. Todos los que le seguimos fraseamos como él, como él decimos música y letra. Yo respeto a Corsini y a Magaldi, que intentaron otro estilo; de más está decir que no impusieron una escuela tan firme como la tradición gardeliana".
A la consideración crítica se imponen los matices que Roberto Goyeneche incorporó a esa tradición. En primer término, menos potencia y disciplina de voz que sentimiento y expresión. "Soy más un 'disseur' que un cantor", aclara. Hay que agregar la delicadeza confidente que suma a ese sentimiento y a esa expresión, y cierta mímica que a veces se torna exagerada en el movimiento de la boca, en la intranquilidad del lacio inferior. Además, la gradación dramática con que imposta la letra hasta calcular un efectismo que culmina en cada final. El micrófono lo trasmite como un jadeo, vierte la sensación de que el cantor desfallece en cada tango y renace, tras frotarse finamente el rostro con el pañuelo blanco, en una próxima interpretación. "Está en su madurez", opinan unos. "Tiene más éxito cuando peor canta" tercian otros. En tanto, Goyeneche no cesa de actuar y supera ingresos de dos millones de pesos mensuales. Sobre el escenario viste siempre igual: traje negro, bordada camisa blanca, moño oscuro y delgado que quiere ser corbata.

Y la cúspide sigue
"Contame tu condena, decime tu fracaso. . ." Estos versos de Cátulo Castillo, sobre compases de Troilo, resuenan insistentemente en oídos argentinos desde hace dos años. Son del tango "La última curda" y podrían dibujar la mejor presentación de Roberto Goyeneche. Trascienden la frontera y acaso en julio se remonten hasta el Japón, proposición a punto de concretarse y que sería para el renacido cantor una forma todavía más retumbante de gloria y dinero. La compensación de los tiempos de ostracismo que siguieron a su actuación con Troilo es muy grande.
Dice sentirse cómodo en la puja con los nuevos: "Me gustan las nuevas olas pero no me embromen con esos cantantes inventados por la publicidad, esos pobres muchachos que gritan y no interpretan. Para mi —añade— la nueva ola se llama, por ejemplo, Néstor Fabián, un pibe que se las trae. Se está fogueando. Le falta un algo que lo está adquiriendo poco a poco. Canta. Tiene futuro". En lo internacional admira superlativamente a los Beatles: "Son geniales, tienen originalidad y cultura musical, son modernos sin macaneos. Los barbudos que vemos por ahí se quedan en el macaneo, son campeones de la pose". (Goyeneche peina una discreta media-americana y no esconde avances de temprana calvicie).
Los "pobres muchachos" valen para él como consideración general. No han podido poner escollos en su nuevo camino, ni en los escenarios ni en la televisión. Por pantalla chica ha consumado la proeza de alternar voz y presencia, simultáneamente, en tres canales de Buenos Aires. El 7 lo reclamó para "El tango y sus estrellas". El 9 lo incluyó en "Grandes valores del tango". En el 11 irrumpió en "Domingo 69". "Tampoco la televisión me contenta del todo" confiesa Goyeneche. Al pasar, sólo como dato biográfico, recuerda que en el cine asomó en "El derecho a la felicidad", junto a Ubaldo Martínez. Son datos que (desaprensivamente) completan su trayectoria. El "boom" está más acá, con las presentaciones que lo obligan al constante deambular y el disco que le da don de ubicuidad.
Revista Panorama
18.03.1969
Roberto Goyeneche

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