"La Rosadita"
Un hotel pleno de radicales y de buenas intenciones

La Rosadita Radical
En pocos metros cuadrados, en pleno centro de Buenos Aires —Callao y Cangallo—, se encuentra el edificio no partidario con mayor densidad política en la Argentina. Allí está ubicado el Savoy Hotel, donde se están hospedando los miembros del triunfante binomio radical del Pueblo —Arturo Illía y Carlos Perette—, junto con Leopoldo y Facundo Suárez, Carlos Contín y una veintena de dirigentes del interior.
Razones casi geopolíticas —el Savoy se encuentra a pocas cuadras del Congreso y de las sedes de varios partidos políticos— permitieron tradicionalmente al hotel tener en sus listas de pasajeros los nombres de muchos políticos. En sus tres salones se realizaron la última convención de los conservadores y la primera de la UDELPA metropolitana. Sin embargo, ésta es la primera vez que se aloja allí un presidente electo.
Muchos periodistas han instalado sus "centros de operaciones" en el Savoy, y los continuos visitantes dan al hotel el excitante dinamismo de un lugar donde todos parecen querer influir sobre las decisiones más disímiles: allí llegan planes e ideas para crear una imagen mundial de la Argentina, activando la presencia del país en los problemas internacionales; teorías científicas para la eliminación de la garrapata y delicadas concepciones sobre cómo debe propenderse a modificar la estructura de un comité parroquial de la UCR del Pueblo.
Según el ítalo-yugoslavo Ivo Persuh, conserje y jefe de relaciones públicas del Savoy, todos —pasajeros y empleados— se sienten orgullosos de la suerte que les ha tocado después del 7 de julio. Como consecuencia de esta situación, la plana mayor del hotel viene recibiendo desde el 7 de julio menos quejas que las habituales. E, inclusive, las esporádicas protestas posteriores al 7 de julio vienen decreciendo: el mismo pasajero que había reclamado la semana pasada al tropezar con una improvisada conferencia de prensa en el primer piso y luego tener que aguardar pacientemente el ascensor mientras llegaban las delegaciones, habla ahora de su ocasional vecino Arturo Illía como de un "hombre con sentido democrático, que no se mudó al Alvear o al Plaza."

Pequeño Versailles
Lo que justifica el calificativo de "la Rosadita", que los iniciados aplican al Savoy, es la larga suite que ocupa Arturo Illía. La suite se encuentra vertebrada por el pasillo del frente, en el primer piso. El inquieto Carlos Perette ocupa un departamento en el tercero, y aunque todos reconocen que allí hay más movimiento, cuando alguien se refiere a "la Rosadita" todos saben que se habla del primer piso.
En el primer piso actúa como "gran chambelán" el sonriente y sanguíneo diputado electo Héctor Llorens. La mayoría de los dormitorios se transformaron en incómodas oficinas o salas de reunión, adornadas con ficheros, bonitas secretarias, máquinas de escribir y papeles por todos lados. Jóvenes radicales, bajo la conducción de los cordobeses Luis Caeiro y Juan Calderón, trabajan, fuman, atienden gente, divagan un poco y toman bastante café.
Con respecto a las ingestiones de café y bebidas, los veteranos mozos y barmen del hotel ya han esbozado su propio ensayo de sociología aplicada. Como se sabe, cada mozo es siempre un sociólogo en potencia, y lo único que se requiere es un periodista que provoque la exposición de sus conclusiones. Para el politizado y analítico personal del Savoy, quienes visitan a Illía y a Perette pueden ser agrupados en tres grandes categorías: los importantes —Llorens, Caeiro, Hansen, los hermanos Suárez—, que beben whisky importado; los medianos (miembros del brain trust de Illía) como Valle, Juan Gauna (hijo) y Abel Martínez, que a veces toman whisky y a veces café o Coca-Cola, y los chicos (generalmente visitantes que hacen largas antesalas para saludar al "viejo" y hacerse notar por los periodistas), que sólo toman café.
El tercer grupo es el que más problemas y menos compensaciones trae al personal del hotel. El conserje Persuh dijo a PRIMERA PLANA que "en los treinta años que conocemos a don Arturo, nunca se quejó. Lo mismo pasa con Perette o con los doctores Suárez. Pero una visita que viene a molestar a los triunfadores es capaz de armar un escándalo si el ascensor tarda o si el café está demasiado caliente."
Los mozos no solamente se ocupan de sociología empírica: también suministran —con el consabido compromiso, siempre violable, de que sus observaciones no se publiquen— interesantes ejemplos de psicología aplicada a la política. Francisco Rabanal, "a quien don Arturo mira con cierta indiferencia, no va a ser intendente: me di cuenta por la manera con que el doctor Illía lo saluda." También el ex intendente Bergalli es visto a menudo en los sillones del Savoy, de madrugada, "esperando que aparezca Illía para saludarle y tratar de hacer sugestivos apartes." Los botones del hotel no le dan muchas chances para ocupar algún puesto importante. Un rubicundo y jovial ascensorista dice que "el más vivo es el capitán Passerón (alude al capitán retirado Roberto Passerón), que, cuando vio que no podía hacer nada con Illía, se pasó a la corte de Perette."

Economía y sentimientos
Hasta el 7 de julio, Arturo Illía y Héctor Llorens se manejaban con un pequeño departamento de dos habitaciones, baño y salita. Su precio era de quinientos pesos por día, que cancelaba Llorens puntualmente todos los fines de mes. Las dependencias que utiliza ahora Illía no tienen precio determinado: fueron puestas a disposición de él por la gerencia, "sin hablar todavía de precios." Como la suite del primer piso está integrada por cinco departamentos como el que ocupaba Illía antes, si el precio no sufre modificaciones, el candidato triunfante deberá pagar, desde el 8 de julio hasta el 12 de octubre, cerca de un cuarto de millón de pesos. Claro que el Savoy puede tomar en cuenta, entre otras cosas, que "la publicidad que está recibiendo el hotel en estos días no tiene precio."
Los ejecutivos del hotel admiten, sin embargo, que las aglomeraciones que se forman en pasillos y vestíbulos ocasionan molestias, sin que ni el Savoy ni el personal de servicio reciban por eso compensaciones económicas. Pero este inconveniente está equilibrado con razones sentimentales: Arturo Illía se ganó el afecto de funcionarios y empleados.
Sebastián Fariña, soltero, cuarentón, ferviente peronista en otras épocas, mozo del Savoy, es ahora un decidido "illiísta" y ya ha hecho una pequeña campaña entre sus amigos de Mataderos. Uno de sus placeres es llevarle todas las noches a Illía la Coca-Cola con fernet con que el dirigente político cierra sus jornadas y charlar entonces con él sobre el "hobby" común a los dos; la medicina.

Besos y tangos
En el Savoy, solamente una vez vieron enojado a Arturo Illía. El causante fue el pianista del bar íntimo, José Melín, de 53 años, con un record que incluye diez años tocando tangos por Europa. Entre sus raros privilegios del pasado, se cuenta el de haber visto a Alfonso XIII, en camisa, comiendo pollo en Biarritz.
El incidente comenzó con una afirmación hecha en una madrugada a Illía por Melín, antes del 7 de julio:
—Usted no puede ser presidente. Es demasiado bueno y le falta carácter.
La reacción de Illía no se hizo esperar. Secamente replicó:
—Yo no soy el hombre que tiene lo que hace falta. Pienso demostrar que se puede gobernar con bondad y respeto a la Constitución. En cuanto a usted, lo voy a llevar de una oreja a la Casa Rosada para que me toque un tango.
Tan bien le cayó esta respuesta a Melín, que no pudo resistir a la tentación de besar a Illía en las mejillas.
Mientras un barman contaba esta anécdota a PRIMERA PLANA, entraba Carlos Perette al bar. Un cliente, con evidente euforia alcohólica, lo abrazó y, entre sollozos, le contó "el alegrón que tuve cuando me enteré que ganaste, Carlitos." El periodista ayudó a Perette a desprenderse de su admirador y, entre los dos, depositaron al entusiasta en una butaca. Melín, a instancias del alcoholizado cliente, comenzó entonces a tocar en el piano "Adelante, radicales".
Esa podría ser la síntesis más expresiva del ambiente dominante en un hotel donde, ahora, los clientes más apolíticos no vacilan en discutir largamente, en cualquier rincón, "los tremendos problemas que tendremos que resolver después del 12 de octubre", según testimonio del conserje Persuh.
30 de julio de 1963
PRIMERA PLANA

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