Alejandro Mayol
"Quiero al sacerdocio y a Beatriz"

Pocas horas antes de partir rumbo a Chile con su esposa, Beatriz Braga Saralegui, Alejandro Mayol mantuvo extenso diálogo con Panorama. Se desarrolló en el quinto piso de una vieja casona del barrio Norte, que fuera residencia de Osvaldo Magnasco, su abuelo materno. Mayol (pantalón vaquero y camisa a cuadros) se sentó tras un viejo escritorio, y exhibió firme decisión en su planteo, seguridad en sus respuestas, aplomo en sus afirmaciones. Desde las paredes de la habitación siguieron el encuentro la reina Margherita de Italia (retrato dedicado al "Dottore Osvaldo Magnasco") y el gabinete en pleno de Julio A. Roca, en el que su antecesor desempeñó (brillantemente) la cartera de Instrucción Pública. Estas son sus etapas esenciales:
Sacerdote Alejandro Mayol
Mayol: —Sí. Así es: el padre Alejandro se casó. O sea ... yo me casé.
Panorama: —¿Por qué se casó?
M.: —Sencillamente . . . porque la quiero a Beatriz. Creo que para querer a toda la gente necesito tenerla a mi lado. Y ella me necesita a mí. El único mandamiento del Evangelio es querer a la gente ...
P.: —¿Cuál es su opinión sobre la ley del celibato sacerdotal?
M.: —Primero: va directamente en contra del celibato mismo; es uno de los elementos que configuran el estatuto de minoría de edad del sacerdote en la Iglesia. Al ser impuesto, se dificulta asumir libremente el celibato en toda su proyección de signo evangélico, surgido de la libertad de los hijos de Dios. Creo que es una vocación y un carisma personal que no tiene por qué ser vitalicio. Mucho más escaso de lo que se piensa y, por eso, más difícil de encuadrar dentro de una legislación universal.
P.: —¿Y segundo?
M.: —. . . segundo que la actual legislación, resabio de formas monásticas, al mantener fusionadas dos vocaciones distintas —la del sacerdote y la del celibato— ya no apunta al bien común, sino al mal común de la Iglesia.
P.: —¿Por qué?
M.: —Porque crea un condicionamiento sociopsicológico fuerte que lleva a un buen número de sacerdotes hacia anormalidades sexuales para compensar la necesidad afectiva o sencillamente a buscar la compañía del dinero y la seguridad. Porque mantiene toda esta problemática de vital importancia en la más rigurosa clandestinidad. Porque hace caer la sospecha de hipocresía sobre todos los sacerdotes, aun sobre aquellos, y puedo dar testimonio que son muchos, que llevan con altura el celibato. Porque no existe ningún argumento serio a favor de la ley, ni bíblico, ni patrístico, ni de tradición. Lo afirma la mayor parte de los teólogos del mundo. Claro que cuando no existen razones ... el mantenimiento se trasforma en arbitrariedad. Además, porque el 80 por ciento del pueblo de Dios opina que los curas deben casarse y "vox populi" ...
P.: —¿No cree que su problema personal lo lleva a magnificar las críticas a la jerarquía eclesiástica?
M.: —Creo, en conciencia, que no. Ya no son casos aislados, sino un alto porcentaje de sacerdotes los que se han casado. Esto indica que las causas no son única ni principalmente personales, sino estructurales o institucionales. Aquí está una de las raíces principales de la famosa escasez de vocaciones. No puede pasar mucho tiempo sin que se ordene gente casada. Yo noto a la Iglesia bastante empantanada aún por el tabú sexual que goza de buena salud. Síntoma evidente es la absoluta negativa a dialogar sobre el tema.
P.: —Las autoridades de la Iglesia esgrimen razones de peso para mantener su actitud sobre el celibato ...
M.: —Esto se ensambla dentro del conflicto de la autoridad en la Iglesia. Estoy convencido que el cáncer de la Iglesia es el abuso de autoridad. Grupos que dominan sobre mayorías. En este aspecto la Iglesia no se diferencia demasiado ni del bloque socialista (tanques en Checoslovaquia), ni del occidental (marines en Vietnam). La autoridad se trasforma en dominación e impide el crecimiento, la maduración y la autodeterminación de personas, grupos o países.
P.: —Según usted los rusos juegan sus tanques y los norteamericanos su infantería de marina. ¿Cuál es, en la Iglesia, el elemento que a su juicio posibilita la estructuración de grupos de poder?
M.: —Pienso que es el jugar con una imagen de Dios. En general, la dominación en la Iglesia se establece por una ecuación: voluntad de Dios igual a voluntad del grupo. La fe se trasforma en ideología: justificación del grupo de poder. Esto incapacita para evangelizar y para discriminar los carismas: los elementos que cuestionen el grupo de poder serán sistemáticamente centrifugados en nombre de ese Dios al cual se pretende tener envasado y monopolizado. Es el dios arriba y afuera del cual cuelga la autoridad trasformada en dominación. Así se establece una cadena de dependencias
verticales que se protege con tanta mayor crispación cuanto menor es la legitimidad real de esa autoridad, cuanto menor es su representatividad en el pueblo de Dios, cuanto menor es su capacidad de interpretar el proceso de la fe de ese pueblo, desconectada por su misma estructura burocrática. Mi experiencia es que los pastores que se conectan realmente con el pueblo no tienen necesidad de recurrir al dios empaquetado en fórmulas canónicas para perseverar y legitimizar su función. Con los pastores que se pastorean a sí mismos ocurre lo contrario.
P.: —Pero de sus palabras se desprende una manifiesta inclinación a rechazar el principio jerárquico. Ninguna institución puede marchar si no verticaliza su estructura . . .
M.: —El drama y el desafío de la Iglesia es que tiene detrás suyo 17 siglos de oficialismo. El Concilio Vaticano II y Medellín son la toma de conciencia aguda de que la Iglesia testimonio del Dios Viviente debe asumir y hacer suya la suerte de los pobres. Pero el problema es que los pobres no son políticamente oficialistas, porque son los que están abajo en nuestro "occidente cristiano". De aquí proviene la dimensión política inevitable de toda evangelización "situada" en América latina. La jerarquía con minúscula, o sea la jerarquía sin pueblo echará mano a la autoridad, invocará al dios de arriba y afuera para impedir una definición de cualquier sector de la Iglesia hacia una posición crítica con respecto al orden, o mejor al desorden, establecido. La autoridad ha sido el instrumento de readaptación de la Iglesia al oficialismo. Ha guillotinado sistemáticamente todo brote de espíritu profético y de compromiso con los pobres: Mendoza, Córdoba, Podestá, Tierra Nueva, San Isidro, Rosario, Helder Cámara en Mar del Plata y el último decreto de la curia prohibiendo a los sacerdotes pronunciarse en materia política, económica o social, están en la misma línea. El dios de arriba y afuera y el Dios de los pobres se están agarrando a puntapiés. Todo esto no quiere decir que la Iglesia no deba ser jerárquica en su estructura, sino que debe despojarse de su despotismo iluminista que rebaja la fe al nivel de una ideología. En definitiva, creo que el dios que mantiene la ley del celibato y el dios que quiere que sigan existiendo ricos y pobres es el mismo.
P.: —Alejandro Mayol ¿después del paso que acaba de dar, se considera con derecho a ejercer la integridad del sacerdocio?
M.: —El sacramento del Orden, que uno recibe al consagrarse sacerdote, es eterno e indeleble. Para aquellos cristianos amigos que reconozcan mi "orden sagrado" seguiré celebrando misa y confesando. No pienso ser cismático ni unirme a pequeños círculos de alocados; seguiré en comunión con la Iglesia. Siento amor a mi vocación sacerdotal y al mismo tiempo siento amor por Beatriz. Las dos cosas no son incompatibles.
Revista Panorama
18.03.1969

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