Quiero llenarme de Bach
Es uno de los tres divos de la canción argentina y latinoamericana, junto a Leonardo Favio y Palito Ortega. Sus presentaciones en el exterior le reditúan alrededor de tres mil dólares diarios. Roberto Sánchez -Sandro- desconoce la existencia de una nueva canción nacional. Identifica su música con la obra de Juan Sebastián Bach
Sandro
"Tu peligrosa insolencia me estremece, tu picardía me hace sonreír, la candidez de tu mirada me enloquece. . . Dime, pequeña, qué más puedo pedir...". Roberto Sánchez se eriza, abre los brazos, canta, cree —seriamente— que su canción 'Quiero llenarme de ti' podría figurar en cualquier antología de la mejor poesía universal. Otra de sus convicciones lo lleva a fabular que las morosas melodías que acompañan a estas letras son comparables a las fugas de Bach. "Lo que yo hago —deduce— es similar a lo que hacía Bach en su época. Es así, porque yo pongo todo de mí en las canciones, igual
que Sebastián". Esta familiaridad con el Kantor de Santo Tomás tal vez podría explicarse económicamente: Sánchez —o Sandro, que de él se trata— es uno de los tres cantantes mejor pagados de la Argentina y de Latinoamérica. Una sola de sus actuaciones en el exterior le reporta tres mil dólares diarios. La riqueza, su juventud, disculpan —en parte— aquella ingenua insolencia. Pero hay también otros motivos; próximo a cumplir los 24 años, exhibe —sin resquemor— una infancia que también admite deslices: hijo de un obrero de la carne, de extracción humilde, vivió permanentemente las carencias que se originan en la pobreza. Curiosamente, hay quienes intentan identificar su música —él mismo está en esa tesitura— con un modo de ser del argentino de las clases bajas, que accede al prestigio y a la popularidad a través de sus actuaciones artísticas. Por eso, sus admiradoras comparan la trayectoria de Sandro con la de Palito Ortega. Sin embargo, queda algo en el tintero: Sandro es —para muchos— uno de los mejores cantantes de jazz (estilo New Orleans) de la Argentina, mérito que, obviamente, no alcanza para aspirar a los astronómicos cachets que posibilitan los aullidos incoherentes y las tiernas, absurdas, infantiles baladas de su actual repertorio. Esta contradicción bastaría, por sí sola, para justificar el reportaje. Pero muchas más se tienden —notorias— al correr de su creciente popularidad.
—¿Cuáles fueron sus principales trabajos antes de dedicarse a la canción?
—Fui changador, camionero, empleado en una droguería; bajaba y subía bultos. Mi primer sueldo no llegaba a los siete mil pesos mensuales. Fue en el 60, cuando trabajaba como aprendiz de matricero.
—Usted abandonó los estudios secundarios. Es más, era un pésimo alumno. ¿Cómo se llevaba entonces con su padre?
—Efectivamente, llegué sólo al primer año del Nacional, en el colegio Mariano Moreno de Buenos Aires. No era un pibe muy liero, simplemente me hacía la rata. Pero con el viejo me llevaba bien. Él era un tipo bárbaro, muy amplio, comprensivo. Cuándo yo tenía 10 años me dio la llave de casa. Cuando decidí abandonar la secundaria me dijo: "Bueno m'hijo, haga usted lo que quiera, pero hágalo bien". En realidad, él se entristeció cuando dejé de estudiar, porque era un laburante y quería que yo tuviese una vida mejor que la suya.
—¿Cómo fue su adolescencia?
—Cumplí etapas, como todo el mundo. A las 15 paraba en un boliche de Valentín Alsina, El Pancho, con un grupo de muchachos simples, sin dobleces, francos, a los que podía querer y odiar sin tapujos.
—¿Qué hacían? ¿Qué era lo que más les gustaba?
—Divagábamos. . . desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde.
—¿Cómo empezó a cantar?
—Como todo el mundo, desde chico. A los 8 años me paraba arriba de una mesa y bailaba como los gitanos. Desde entonces me llaman así, "gitano". Pero en realidad, el que me llevó a cantar, aunque no lo sepa, fue Elvis Presley. Yo hacía un número suyo, imitándolo, cuando estaba en la escuela primaria. Me alabaron tanto por eso que, desde entonces, me dediqué seriamente al canto. Pero en ese entonces era uno más del rebaño.
—¿Ahora tiene individualidad?
—Creo que sí. Y así me visto. Nadie me enseñó a adquirirla.
—Pero su individualidad, ¿está en la ropa?
—No solamente. En mi forma de sentir, de pensar, de vibrar.
—¿En qué piensa? ¿Por qué vibra?
—¿Cómo? No entiendo. Dígame algo y yo le diré qué pienso sobre eso. . . Vibro por mi vida.
—¿Es audaz?
—Claro. Vuelvo a lo que empecé a contar antes. Cuando me dijeron que tenía que hacer un número escolar en la primaria, me disfracé de Elvis Presley. El número era de fonomímica pero, lamentablemente -o por suerte para mí- se rompió el disco de Elvis y tuve que cantar a viva voz. Tuve tanto éxito que las chicas, en la calle, me siguieron toda la noche hasta que organizamos un baile donde yo fui centro de la reunión. Así comencé a divagar. Un discjockey de mi barrio -Jorge Vilela- me llevó a un club. Yo formé un conjunto, Los de fuego, que luego se convirtió en Sandro y los de fuego. A Vilela se le ocurrió el seudónimo de Sandro. Después vino Mancera, vino la grabadora, vinieron los pesos.
—¿Cuánto ganó por su primera actuación?
—800 pesos.
—¿Cuánto le pagan ahora?
—En el país, no tengo precio.
—¿Piensa que ya alcanzó la cúspide de la fama?
—No. La fama es algo que hay que tomar con la punta de los dedos. Voy a alcanzar la fama cuando llegue a ser un Frank Sinatra, un Maurice Chevalier.
—¿Realmente quiere ser un Sinatra, un Chevalier?
—Claro. No sé si doy para eso, pero tengo un sentido de superación inestimable. Para mí, nada hay más importante que la superación profesional. Quiero ser mejor de lo que soy ahora, pero no tengo mucha idea de dónde estoy parado.
—¿Cuáles son sus ídolos?
—Elvis Presley, Sinatra, Tom Jones, Yves Montand, Leonardo Favio, Yaco Monti, Palito Ortega.
—¿Qué tipo de cantante es Sandro?
—Melódico, pero trato de identificarme con la vida misma. . . canto, a mi manera, lo que siento.
—¿Es agresivo?
—Creo que no, pero cuando me buscan. . . me encuentran.
—¿Qué piensa del público?
—Soy lo que soy por el público, pero yo me hago otra pregunta: ¿qué piensa el público de Sandro?
—¿Cómo lo siente usted? Sus admiradores, ¿son exigentes o aceptan cualquier cosa?
—No, son terriblemente exigentes. Se ha producido, en los últimos tiempos, una notable evolución, particularmente en la juventud. Hay otros objetivos, otras ambiciones. Yo trato de entender esa corriente, busco condicionarme a la sociedad que me rodea.
—¿Acepta entonces esta realidad que se vive en la Argentina?
—Lógicamente, si no no podría vivir acá.
—¿Le interesa mucho vender?
—Me interesa llegar a mucha gente.
—¿Quién le enseñó a vestir?
—Nadie. Me guío por mis gustos.
—¿Cómo es un día de su vida?
—Absolutamente normal, rutinario, no tiene ningún interés especial. Algo agitado, a veces.
—¿Usted es nervioso, neurótico?
—A veces me pongo bastante nervioso, pero no soy neura.
—¿Le gusta la soledad?
—No, tengo muchos amigos.
—Pero es un melancólico.
—¿Por qué?
—Por la vida, los problemas. . . tengo una gran sensibilidad, la menor cosa me daña, un gesto, una palabra, una mirada.
—¿Sus canciones reflejan esos estados?
—Sí, canto lo que me pasa.
—¿Cómo explicaría el boom de Favio?
—Si yo pudiera explicar ese boom... si yo pudiera explicar un montón de cosas que pasan, sería famoso como adivino. Son cosas que ocurren, inexplicables. Muchas veces hay una comunicación directa, espontánea, inapreciable, entre el intérprete y su público. Son imprevisibles los efectos de esa comunicación espontánea. Así se producen los booms.
—¿Existe una nueva canción argentina?
—No sé. Yo no estoy en la nueva canción argentina, estoy en la canción de siempre, hago lo que siento.
—¿Cómo hace una canción?
—Así, como se hace este reportaje. . . Uno va divagando, de una pregunta pasa a otra, las preguntas me llevan a un verso, de un verso se pasa a otro y ya está lista la canción.
—¿Cuántas canciones escribió en su vida?
—Una barbaridad. No me acuerdo. Vivo componiendo.
—¿Cuántos LP grabó en total?
—Nueve de larga duración.
—¿Le gusta mucho el dinero?
—Me gusta vivir bien, el dinero me interesa, no me gusta. Quiero para mí todo el confort, la buena vida.
—¿Le gustan las mujeres?
—¿A quién no?
—¿Qué es el amor?
—No sé, se siente y punto.
—¿El odio?
—La otra cara del amor.
—¿Se considera un intuitivo?
—Tengo buen olfato. Me precio de él, me hace descubrir cosas que, de repente, otros no ven, ni siquiera perciben.
—¿Cuánto dura la vida de un cantante?
—Un artista no tiene, no puede tener límites en su carrera. Vive hasta que el público dice basta. Yo estoy en esto hace siete años y espero dar para muchos más. Me gusta cantar, estar en el candelero.
—¿Tiene miedo? ¿Se angustia con facilidad?
—Todos tenemos miedo.
—¿Es supersticioso?
—A veces.
—¿Es creyente?
—Sí, creo en Dios. Soy católico.
—¿Va a la iglesia?
—No.
—"Quiero llenarme de ti", su película, ¿es buena?
—No soy yo quien deba opinar. El público argentino es lo bastante adulto como para juzgar por sí solo.
—El film recaudó, aproximadamente, 35 millones de pesos. ¿No le parece que la cifra merece una explicación? ¿A qué hechos atribuye este éxito de taquilla?
—Es fácil hallar una respuesta: mis discos se venden, tengo más de un millón vendidos en el país y 5 millones en el extranjero. La película permite que la gente me vea cantando. Tal vez mi figura posea un gran magnetismo. Por otra parte se publicitó bastante; eso ayudó.
—¿Por qué hace cine?
—Es un buen negocio.
—¿Le importan las críticas que recibió el film?
—Un rábano.
—¿Y lo que piensa el público?
—Muchísimo.
—¿Le gusta leer?
—Sí, actualmente estoy leyendo la Biblia.
—¿No la había leído antes?
—No.
—¿Usted es auténtico consigo mismo? ¿No se engaña? ¿No se hace trampas?
—Jamás. Estoy bien conmigo. Cuando digo algo y lastimo a una persona me siento culpable. Necesito que me perdonen. Me gusta halagar a la gente.
—¿No se aburre de usted?
—No.
—¿Y del canto?
—Nunca hago cosas que me aburren.
—¿Qué opina de la muerte?
—Cuando me venga a buscar le contesto.
—¿Ha idealizado a alguien en su vida, además de admirar a algunos cantantes?
—A mi papá. Era un tipo derecho.
—¿Cuál es su mayor ambición?
—Vivir, Sentir. Vibrar. Permanentemente.
Revista Siete Días Ilustrados
16.06.1969
Sandro

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