"AMO AL TEATRO COMO A MI MISMA»

Rompiendo un prolongado silencio -no es muy adicta a los reportajes- la talentosa intérprete accedió a conversar sobre la función del artista, su rechazo al teatro político y los vaivenes de su peculiar, difícil personalidad

Thelma Biral
Sin ser muy proclive, a efectuar declaraciones políticas ni tener fama de asombrar a los reportemos televisivos deslizando palabritas non sanctas ante las cámaras, es una de las estrellas del mundo del espectáculo más olvidadas por la prensa local. En efecto, casi nunca ha sido objeto de las clásicas y remanidas notas promocionales ni suele —como tantas de sus colegas— hacer alarde de pomposos devaneos sentimentales. Es que Thelma Biral (31, un hijo) —la temperamental protagonista de 'Argentino hasta la muerte', 'La mafia' y tantos otros éxitos cinematográficos, teatrales y televisivos— reconoce abiertamente no ser muy entusiasta de las entrevistas periodísticas. "Ocurre que soy muy tímida —confesó días atrás a una redactora de Siete Días que llevaba le precisa misión de ablandarla para entablar un diálogo con ella—. Inclusive, conozco a muchos que me tildan, en general, de ser muy poco sociable.
Comunicativa o no, lo cierto es que basta hacer hincapié en su labor profesional para que la talentosa actriz abra todas sus compuertas y se avenga a conversar con el cronista. Porque, sin duda, pocos intérpretes asumen su trabajo con tanta seriedad y devoción como la Biral: egresada de la Escuela de Arte Dramático de la Comedia Nacional Uruguaya —casi toda su formación artística tuvo lugar en Montevideo, su ciudad natal—, TB debutó en el medio local en el año 1963 con Yerma, de Federico García Lorca, y desde entonces nunca dejó de consagrarse por completo a su vocación escénica. Mientras estudiaba, precisamente, los libretos de La Patagonia trágica —el film de Fernando Ayala de inminente realización— la actriz recibió a Siete Días en su modesto departamento céntrico y accedió, una vez vencida su indecisión, a hablar sobre su carrera, su vida privada y sus posturas ideológicas.
—Contrariamente a lo que ocurrió con muchos de tus colegas, vos entraste al medio artístico por la puerta grande.
—Es cierto, mi primer trabajo en Buenos Aires, en 1963, lo hice en el teatro San Martín y con gran éxito. Pero la ilusión fue muy pasajera y pronto empezaron los desengaños. —¿Por qué?
—Imagínate que yo venía engolosinada por haber trabajado en un medio chico como el uruguayo, en el que te llaman porque te conocen, te hacen sentir que realmente podés ser una figura promisoria. En suma, se trata de un mundillo en el que no hace falta que vayás a las fiestas para que todo el mundo se entere de tu existencia. Y, bueno, yo entré a la Argentina con mucha suerte y pasé muy pronto a ser una ilustre desconocida.
—¿Qué trabajo hiciste por aquella época?
—Realicé una gira con Alfredo Alcón durante cuatro meses por el interior del país. Fue toda una experiencia: aprendí a ponerme en clima, y a comprender que estaba actuando en condiciones totalmente distintas a las que se daban en el Uruguay. ——¿Cómo es eso?
—Fíjate que yo venía del barrio como se suele decir cuando hablan de mi país, y me resultó toda una novedad eso de las cazadoras de autógrafos, de la gente que te espera a la salida de la función y que te toca. Estaba entre sorprendida y deslumbrada: apenas podía creer las cosas que le hacían a Alfredo. Sobre todo, me llamaba la atención que..
—... ¿que a vos no te hicieran nada?
—Y, sí. Claro que yo era bastante desconocida por entonces. Además, los hombres no suelen demostrar su afecto por una actriz como las mujeres por un actor.
—¿Qué hace un admirador de una estrella al toparse con ella?
—En lo que a mí respecta, podría decir que —para mi suerte—, los hombres son bastante tímidos: casi siempre me piden autógrafos, y en la mayoría de los casos para sus novias. Nunca hacen escenas groseras. El único caso desagradable ocurrió este año en Mar del Plata, cuando un espectador que me esperaba a la salida del teatro logró cortarme un mechón de pelo. Me dejó como el último mohicano...
—Después de aquellos tiempos duros, ¿cómo mejoró tu situación?
—Tuve la oportunidad de conocer a Mario Faig, que era productor del Canal 13, y —como es habitual en ellos— me dijo que pasara por su oficina para dejarle una foto mía. Le dije que iría y, por supuesto, no lo hice. Pero la suerte quiso que se acordara de mí y me buscara para hacer un papel en la compañía dé Fernando Siro y Mabel Lando. Por lo visto, mi actitud le habrá parecido extrañísima, porque lo primero que hizo cuando me localizó fue preguntarme si no estaba loca.
—Y vos le contestaste que sos un tanto orgullosa.
—No: que soy excesivamente tímída.
—¿No te molestó haber estudiado tanto arte escénico para terminar haciendo teleteatros?
—En absoluto, y pecaría de soberbia sí te digo que lo hice por necesidad. Para mí, hacer una telenovela es tan importante como cualquier otro género teatral. Yo
elegí mi oficio por vocación y hago todo lo posible por jerarquizar a cada uno de los personajes que se me ofrecen. Ese es el verdadero profesionalismo y no otro, como algunos pretenden hacer creer a la gente.
—¿Te referís a quienes aprovechan el teatro o el cine como una tribuna política?
—Efectivamente, yo pienso que la función del actor es dar lo mejor de sí mismo en cada uno de sus trabajos. El adoctrinamiento desde el escenario no creo que dé resultado alguno.
—¿Y el opinar en algún momento —como en esta oportunidad— sobre acontecimientos que te conmueven?
—Tampoco me convence. Sin ir más lejos, pienso que en esos momentos uno debe trabajar con más fervor que nunca. Por ejemplo, yo me sentí muy mal cuando pasó lo de Chile, pero la función no se interrumpió por eso.
—¿Pensás que los espectadores percibieron tu dolor esa noche?
—Efectivamente, en la medida en que realicé mi labor con mucha más fuerza. Esa noche, cuando arreciaban las manifestaciones por Chile, yo estaba haciendo Túpac Amaru, de David Viñas, y escuchaba desde el escenario los cánticos de la multitud que desfilaba por la calle. Bueno, esa noche me entregué al público como nunca, porque entendí que lo que estaba pasando en Chile era lo mismo que ocurría en la obra, y que yo no estaba simplemente entreteniendo a la gente.
—¿Con qué criterio seleccionás tus papeles?
—Yo siempre hice los folletines con el mismo entusiasmo que puse en la obra de Viñas. Si te dijera que elijo por el aspecto político, te estaría mintiendo.
—A veces, das la impresión de estar continuamente a la defensiva en cuanto se toca el tema de la política.
—Puede ser, porque sé muy poco sobre el tema. A mí sólo me importa trabajar y contribuir desde la escena al progreso del país.
—En otro orden de cosas, ¿vivís tus personajes en la vida privada o te olvidas de ellos al salir del teatro?
—Cuando entro al teatro siento una total separación entre mi propia personalidad y la del papel que tengo asignado. Te juro que no es camelo, se produce una especie de magia y me voy transformando en el personaje . Lo único que no me puedo sacar de encima ni cuando estoy en las tablas es la imagen de mi hijo. Será porque mi carrera, mis personajes y mi hijo son las cosas que más quiero.
—¿Y qué es lo que más te disgusta?
—Quizás por mi ascendiente capricorniano, lo que menos me gusta es mi negativa a verme a mí misma. Me cuesta mucho aceptar las cosas y a la gente. Pienso que mi mayor enemiga soy yo misma.
—¿Te tratas con un psicoanalista?
—No, pero no dudo que sea una buena candidata para hacerlo. Por el momento, pienso que es una cuestión de carácter: yo prefiero vivir sola, con mi familia, antes que ir a cualquier reunión. A veces, mis amigos me tienen que llevar por la fuerza a alguna fiesta, porque yo siempre tengo miedo a estar con mucha gente.
—¿Qué hacés en tu casa?
—Juego con mi hijo, y a veces se me da por leer un poco.
—¿Por ejemplo qué?
—Primero te confieso lo que no me gusta para nada, que es la poesía. En cambio, suelo leer muchas novelas.
—¿No lees obras de teatro?
—Sólo por obligación. Es más: me animaría a decir que ni siquiera me gusta demasiado ir al teatro como espectadora.
—¿Cómo debe interpretarse eso?
—Y, es lógico. ¿Dónde viste a un actor que le guste estar fuera del escenario como un espectador más? A mí, como a todo intérprete, me gusta pisar las tablas, gritar y vivir sobre ellas como si fuera la primera vez que trabajo. Ya o dije antes: quiero al teatro como a nada. O, mejor dicho, lo quiero tanto como a mí misma.
—¿Y te querés mucho a vos misma?
—Muchísimo, mucho más de lo que te podés imaginar. Y no me parece ningún delito: si vos no te querés a vos mismo, ¿quién te va a querer?
Revista Siete Días Ilustrados
12.11.1973

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Thelma Biral