Troilo no ha muerto despertó del sueño
de la vida
REPORTAJE A TROILO
Durante 51 años don Aníbal Troilo veraneó en Mar
del Plata, y fue allí, en un chalé junto al mar,
que habló largamente sobre su salud, lo que había
sufrido antes de operarse de la cadera, del
bandoneón que pagó 40 pesos viejos, de la noche
que creyó morirse al día siguiente de cumplir sus
60 años, de una semana caminando con bastón, de
sus estados de ánimo y tantas cosas más. Este
reportaje, que no se publicó en su momento porque
se encimó con su debut en el teatro Odeón,
adquiere de golpe el carácter dramático del cuadro
de un pintor el día de su muerte. No es una
necrológica. Fue una charla fresca, vital,
nostálgica, del tiempo viejo, pero sin
"raccontos". Un "Amarcord" con fueye de por medio.
Ese día se sentía, por momentos, un poco solo al
saber que sus amigos se iban yendo. Como ahora se
nos fue él. Trascartón estaba la muerte. Que no se
animó a buscarlo junto al mar. Que respetó su
voluntad de agonizar junto a su bandoneón, en una
noche de tango, tocando para hacer mutis "Quejas
de bandoneón". En 1974 llovieron notas sobre
Aníbal Troilo. La mayoría muy buenas. Pero eran
muchas. Mala señal. Tenían sabor de despedida.
Tristeza de presentimiento. Se temía por el mayor
ídolo viviente de la música de Buenos Aires. Fue
un año largo. Silencioso para un fueye dormido que
se alimentaba a discos. Afortunadamente o no,
Pichuco no se notifica que es un mito. Quiso vivir
y vivió. Largó montones de cosas. Se repuso la
cadera, operación mediante, y el verano lo
sorprendió en Mar del Plata como un turista más.
Vive en un chalé que doña Zita eligió con
sagacidad elaborada a través de 36 años de
matrimonio. Para hacerlo caminar, aunque no
quiera, la casa tiene 3 plantas que obligan a
subir y bajar escaleras sin darse cuenta. Para
tomar sol sin curiosos hay un jardín y una
terraza. Don Aníbal puede pasear su "fiaca" en
piyama regando plantitas y orejeando el mar desde
las ventanas del dormitorio. La casa está a metros
del mar, pero en una calle de poco tránsito. Se
puede dormir a pata suelta, y a don Aníbal le
gusta castigar la almohada 12 ó 13 horas diarias.
El teléfono comienza a sonar después de mediodía y
los amigos van cayendo, pero no a torrentes. Un
día llegó Astor Piazzolla, que vino a pasar fin de
año con su mamá, Nonina. Otra tarde tocó el timbre
Roberto Perfumo. Hace poco vino de Buenos Aires
sólo para hablar un rato Joan Manuel Serrat.
Troilo está uno o dos kilos por encima del peso en
que se siente cómodo (90 kilos), pero se propone
perder esos gramos de más para el debut en el
teatro Odeón 12 años después de sus recitales
memorables. Tiene 60 años, pero actualmente
aparenta menos. Está gordito, pero no hinchado. Su
voz es clara. Comenzó a hacer tango a los 10
años; lleva 50 años con el bandoneón a cuestas.
Quizá por eso aunque se trajo el instrumento para
practicar un poco, no lo hizo. Lo sacó del estuche
para la fotografía, pero luego se encariñó, y
cuando lo oyó cantar a Roberto Goyeneche en
Enterprise pidió un bandoneón prestado para
acompañar al "polaco". Hace 51 años que viene a
Mar del Plata para veranear. Le gustaba más antes.
Lo mismo que Buenos Aires. Tiene nostalgia del
tiempo ido. Pero no puede olvidar que las
vacaciones de la temporada anterior fueron muy
distintas. Durante los 60 días se tuvo que aplicar
120 inyecciones de cortisona para aliviar los
dolores de una artrosis de cadera. Volvió a la
Capital un 4 de marzo y trabajó un par de semanas
en el Viejo Almacén, hasta que tuvo que parar. "Ya
no daba más. No podía tocar. Ni estar parado. Ni
sentado. Los dolores eran terribles. Hasta ir al
baño era una tortura. No podía caminar ni cinco
metros en su casa. Sufría como un loco. Era algo
terrible. Nunca me dijeron que me operara. Mi
mujer fue la que me dijo que me operara: "Sí vos
me lo decís, yo me opero", le contesté. Hablé con
mi médico y me dijo que sí. Que después de haberme
desintoxicado durante 3 meses estaba en
condiciones de ir a la sala de operaciones. Estaba
bien del hígado, del riñón, del corazón, de los
pulmones. En una palabra: fui a la operación 0
kilómetro." —Ahora que ya pasó se lo puedo
decir: se temió que usted estuviera muy mal...
—Estuve muy mal. Al otro día de mi cumpleaños, el
12 de julio, vino Blackie para hablar de un
programa espectacular que finalmente no pude
hacer. El 11, cuando cumplí 60 años, la había
pasado con mi familia sentado en un sillón.
Tranquilo. Normalmente. Me estaba portando muy
bien. Comía verduras, frutas, sin sal, sin
alcohol, sin pan. Había bajado 12 kilos. Y de
golpe, al día siguiente comencé a sentirme raro.
Tuve como un ataque de epilepsia. Estuve 3 horas
muy mal. Pienso que fueron tantas inyecciones
que me dieron. Primero en Mar del Plata y luego en
Buenos Aires. Hice de todo. Hasta acupuntura. Pero
no pasó nada. Cuando una cosa tiene que ser
operada no hay remedio. Aquí ya no basta calor ni
inyecciones. Hay que operar. Me operó ese genio
que es el doctor Petracchí y fue un éxito total.
—Cuando tuvo que andar con bastones unos días,
¿qué pensó? —Me costaba caminar. Imagínese.
Estuve tanto tiempo sin caminar, anclado en mi
casa a un sillón, meses y meses. Usé bastones
después de la operación durante 10 días. Pero poco
a poco todo pasó y ahora me siento como nunca.
—¿Cómo se siente ahora sin hacer nada? —Bien.
No hago nada de nada. Descanso. Qué sé yo. Como un
burgués. —¿Hace algún régimen especial? —No.
Como de todo. Tomo un buen vino. Un par de
whiskies. La vida de siempre. —¿Ve menos a sus
amigos que antes? —No. Además estoy rodeado de
toda mi familia. Somos como diez u once. Están
todas mis sobrinas, mis cuñadas. Se van turnando.
Se van unas y vienen otras. —¿Sale menos de
noche? —No, salgo bastante. He visto unos
cuantos espectáculos. Algunos buenos. Otros más o
menos. Ahora voy a ir al circo Tihany. Tengo un
ansia bárbara de ir a un circo porque hace una
punta de años, desde que era un chico, que no veo
un circo. —¿Tanto descanso no puede cansar?
—Hace más de un año que estoy descansando.
—¿Qué pasó con su bandoneón que prácticamente no
lo tocó en Mar del Plata, aunque al traerlo se
propuso practicar un poco? —Aquí me aburguesé y
lo dejé de lado. —¿Suena siempre igual su
bandoneón? —Depende de uno. Depende de la
pulsación, del estado anímico. Nunca se está
igual. Como todas las cosas. Igual que un cantante
o un actor. Siempre no se está igual. —¿Se
preocupa todavía de la parte técnica o se olvida
cuando toca? —Se hace mecánicamente. La parte
técnica es muy importante, pero para un
profesional ya ha quedado atrás. —¿Cómo se
puede reflejar en usted esta inactividad de un
año? —Falta de estado, de estado, estado
atlético, diría. Voy a tener que comenzar a
estudiar para estar bien para el debut.
—¿Alguna vez pensó que no tocaría más? —Si.
Antes de operarme. Eso ya pasó. —¿Cuál es la
historia de este bandoneón? —Como la de todos.
Lo único particular de éste es que habrá costado
40 pesos viejos. Yo lo compré a razón de 120 pesos
a pagar 10 pesos por mes, y cuando había pagado 4
cuotas el tipo no vino más a cobrar. Así que ya
ve. Ese bandoneón que ha ganado fortunas costó 40
pesos. —¿Cuánto hace que lo tiene? —Como
cincuenta años. Salió muy bueno. Ha trabajado una
barbaridad. Ahora ya lo tengo un poco relegado
porque estoy trabajando con otro instrumento un
poco más nuevo, aunque todos los bandoneones son
viejos. Desgraciadamente el bandoneón es un
instrumento destinado a desaparecer. En la Segunda
Guerra Mundial bombardearon la fábrica alemana de
la doble A donde se fabricaban acordeones y
bandoneones. Como lo que más se vendían eran los
acordeones, y el único mercado del bandoneón
estaba en Argentina y Uruguay, cuando se rehízo la
fábrica dejaron de hacerse. —¿Nunca tocó
bandoneón con amplificación eléctrica? —No.
Nunca. No me gusta. No tiene sonido natural.
—¿Tampoco usó bronces en su conjunto? —No.
Cuerda completa. Como me gusta a mí. Cinco
violines, una viola y cello. —¿En vacaciones
escucha mucha música? —Sí. Sobre todo radio.
—¿Por qué no discos? —Por ahí me aburro. —¿Y
qué escucha en radio? —Tango, folklore, alguna
música seria. Lo que no aguanto son los ruidos. Me
enloquecen. . . —¿A qué llama ruido? —A la
música moderna. La que bailan los pibes como
locos. Para mí la música beat es inaguantable.
—¿Estrenará algo en el Odeón? —Un recitado. Una
milonga. Una pequeña cosita. Se llama "Caliente".
Lo haré con guitarra sola. Se llama "Caliente"
porque habla de montones de cosas calientes.
—¿Está más inclinado a escribir letra que componer
música actualmente? —Y casi casi, si. Siempre
me gustó escribir. Ese nocturno a mi barrio lo
hice cuando estaba internado en la clínica del
doctor Carlos Márquez haciendo una cura de sueño.
Hace tiempo. Estuve allí un mes. Al par de
semanas, cuando me hacían dormir tanto, me aburría
de dormir y me levantaba y escribía. Escribía
muchas cosas. Este tema. "Caliente", está dedicado
al doctor Márquez. —¿Tiene muchas cosas
escritas? —Sí. —¿Por qué no lo dice más a
menudo? —Y. . ., por timidez tal vez. Me gusta
escribir. Me gusta escribir una carta en forma
poética. En un libro de Horacio Ferrer publica una
carta que yo le mandé. Manuscrita. Una carta muy
linda. —Cuando lo visitó Astor Piazzolla
¿hablaron de tango? —No. Somos amigos.
—¿Escuchó lo que hizo Piazzolla con Gerry
Mulligan? —Si, pero no me gustó. No lo
entiendo. Menos como tango. —¿Y los discos
nuevos de Atilio Stampone? —Tampoco, no está en
mis pautas. Yo escucho a Fresedo, Salgán,
Pugliese. Escuchaba a Gobbi. Esto otro no lo
entiendo. Lo mismo que algunos cuartetos y
quintetos que han salido ahora que dicen que hacen
tango, pero yo no lo entiendo. —¿Cómo se ve
Troilo a si mismo en este verano 75? —Soy un
hombre muy tranquilo. Tomo las cosas con
parsimonia. Es mi forma de ser —¿Le gusta estar
solo más que antes? —Siempre me gustó estar
solo. Soy un poco retraído, pero me gusta la
amistad, estar rodeado de amigos, pero a veces me
gusta estar solo también. —¿Cada día más?
—No sé. —¿Le molesta que le hablen mucho del
pasado? —Al contrario. Me agrada. —¿No se
encuentra demasiado atado a ese pasado?
—Posiblemente. Mi mujer me dice a veces. "Vos no
te das cuenta de que te estás quedando solo. Se te
han ido casi todos los tuyos". Mi familia y mis
amigos, los poetas, los músicos, todos los que
fueron acompañando mi larga vida. Ya estamos casi
solos. Quedamos apenas unos cuantos de aquellos.
—¿Doña Zita es cada vez más importante para usted?
—Sí. Es mi vida. Toda mi vida. Mi vida fueron mí
madre y mi mujer. Y el tango. HORACIO DE DIOS
Revista Gente y la Actualidad 22.05.1975
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HOY, LA LAGRIMA ES PARA VOS Claro,
a veces no alcanzaba todo el teclado
del fueye, abriendo y cerrando, para
llorar tanto dolor de tantos. Y las
notas se le escapaban por los ojos,
lagrimeando una emoción que todavía no
había entrado en ningún tango. Por eso
a veces parecía dormirse sobre el
bandoneón, como en un entresueño.
Era cuando lloraba hacia adentro, para
poder entregarle todo eso a sus manos,
para volcar sus conmovidas entrañas
sobre e| pulmón que respiraba en sus
rodillas. Y transformarlas en e|
sonido que el pueblo metió en su
corazón para reconocerse desde allí-
¡Sí sabremos, gordo, cómo te dolía
Buenos Aires! ¡Cómo te habrá de seguir
doliendo todavía! MARTES, 11.38
DE LA MAÑANA Al cielo se le fueron
los azules, porque tal vez allí se le
fugaba un cacho de la luz de Buenos
Aires. Y la mañana gris abrió su
enorme fueye, de horizonte a
horizonte, para que echaran a volar
gorjeos y silbidos, llantos de
diminutos bandoneones desgarrando los
pechos, sirenas y latidos,
estremecidas cajitas de música, rumor
de charcos; todo reunido en un inmenso
acorde, como un viento sonoro que
sabía que alguien estaba venciendo a
la muerte. Allí estaba su pueblo para
encender las hogueras, su calle
Corrientes herida como por un
alumbramiento. . . Sus. tangos
eternos, creciendo y recreándose desde
todos los corazones que alguna vez se
acoplaron a su compás que nos ayudó a
nombrarnos. "Pichuco" comenzaba a
nacer otra vez. Buenos Aires sabía que
de algún modo se quedaba. . . Entonces
pareció que hasta el so| tenía ganas
de salir, o de llorar, en homenaje a
su tránsito. Desde un balcón cayó una
flor, un tango, un gorrión, una
lágrima seca, una paloma deslumbrada;
desde todos los balcones saludaron con
un adiós, distinto que inventaba algo
así como un advenimiento.
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