La UCR, Perón y los militares

En los últimos días de la semana pasada el horizonte nacional, poblado de conjeturas densas, pareció volverse más traslúcido. Pero la pretendida claridad no se debía a una disminución de las tensiones, ni a una modificación súbita del cuadro político: el viaje que Alejandro Lanusse realizó a España entre el viernes 23 y la madrugada del miércoles 28, mientras Juan Perón establecía sus cuarteles de invierno en París, había alejado del escenario argentino al protagonista local de una contienda a la que el país se acostumbró en los últimos tiempos. Hasta el mediodía del lunes 26, el silencio de Perón era perfecto, y las declaraciones madrileñas de Lanusse no habían rozado en forma perceptible el delicado avance del proceso electoral.



Política Nacional
El domingo 25 el brigadier Carlos Alberto Rey viajó a Mendoza para asistir, en su carácter de presidente accidental, a la Fiesta de la Vendimia; allí, en medio del fervor cuyano de la celebración, el comandante de la Fuerza Aérea afirmó que "luego del 25 de mayo próximo, con el nuevo gobierno en el poder", solicitará su retiro. Sin embargo, fue otro invitado a la fiesta mendocina, el almirante Carlos Guido Natal Coda, quien, mientras paseaba tranquilamente por la plaza Independencia de la capital provincial, dio un fuerte envión a las esperanzas de los que ambicionan la concurrencia a los comicios del 11 de marzo de todas las expresiones políticas de la Argentina. Coda dijo que: "Las Fuerzas Armadas aspiran a llegar a las elecciones sin problemas, sin proscripciones, para que todos voten y elijan sus candidatos", y que "esta etapa política se va desarrollando como todo momento electoral, de una forma muy ideal, tal vez un poco confusa". Pero aseveró que "vamos a llegar perfectamente bien a la institucionalización del país, que es la meta de las Fuerzas Armadas". Las palabras de Coda refrescaron los niveles directivos de los principales partidos políticos; el domingo 25, Ricardo Balbín afirmó que las declaraciones del jefe naval eran "una buena noticia".
El mismo día Lanusse anunció, desde Madrid, que estaba "a poco menos de 90 días" de terminar su servicio activo en el Ejército y también su gestión como "presidente de la República en nombre de las Fuerzas Armadas".
Después de esta afirmación, la mayoría de los observadores políticos concluyó que se abría un nuevo compás de espera, al aguardo de una respuesta de Perón. El líder justicialista no esperó demasiado; el lunes 26 dijo que sus partidarios ganarían las elecciones, y que "un mes después" tomarían el poder; también elogió a Mao-Tse-tung y censuró a los militares argentinos, de quienes dijo que "sólo son buenos para montar a caballo". Luego, explicó una declaración anterior, aquella en que aseguraba que, con cincuenta años menos, hubiera tirado bombas: "Lo único que quise decir con esta frase es que entiendo y comparto la rebelión de la juventud". Como si esto no bastara, recordó los fusilamientos de junio de 1956 y la muerte de los guerrilleros en Trelew.
El verdadero sentido político de los dichos de Perón estaba en su juicio sobre la conducta rebelde de los sectores juveniles; al hacerlo, el líder autorizaba, una vez más, el predominio de la juventud en la conducción del Movimiento. Al compartir su posición, el ex presidente corroboraba su apoyo a los sectores duros; al mismo tiempo, al decir que "un mes después" el Justicialismo llegaría al poder, violaba los términos del calendario establecido por las Fuerzas Armadas para el cumplimiento del proceso electoral, ya que la sospecha de que aludiera a los 30 días posteriores a la segunda vuelta quedaba disipada por un párrafo anterior de sus declaraciones: "No habrá segunda vuelta el 11 de marzo". En cuanto a las derivaciones que la actitud de Perón pueda provocar en el ámbito interno del Justicialismo, se analizan por separado.
Es posible que la Argentina asista, entonces, a un nuevo endurecimiento del proceso político. La ausencia de Lanusse y el silencio temporario de Perón abrieron un paréntesis; dentro de esta breve y relativa calma, los términos de los elementos que intervienen en el proceso se perfilaron con exactitud; las relaciones entre las Fuerzas Armadas y cada uno de los partidos mayoritarios, y los a va tares del cauteloso equilibrio representado por la convivencia preelectoral de radicales y justicialistas —sembrado de sospechas pactistas o de amenazas de desencuentro— son los principales cauces por donde discurre el máximo caudal de las fuerzas que participan de las elecciones. Por detrás, como un fantasma que a veces logra apariciones sangrientas, se sitúan la guerrilla y el ánimo violento de algunos sectores, vigilados por las instituciones militares, decididas a impedir que su presencia espectral actúe, ni siquiera como amenaza supletoria, sobre la solución política diseñada en marzo de 1971.

RADICALES Y PERONISTAS. La ausencia de la Unión Cívica Radical en la reunión organizada por el FREJULI en el restaurante Niño, hace pocos días, se debió a causas políticas formales; para los radicales el hecho proscriptivo no existía, y la intervención precautoria del partido no tenía mayor sentido. En realidad, los dirigentes del Comité Nacional consideraron que la invitación del Frente fue hecha con escasa anterioridad, y, al conocer que sólo asistirían a la reunión dos candidatos presidenciales y las agrupaciones pertenecientes al FREJULI, aquélla carecía de un carácter auténticamente "multipartidario"; es que, tiempo atrás, la UCR había hecho saber que se convocaría a una reunión de los partidos nacionales "ante el hecho proscriptivo".
El lunes 26 los radicales consideraban que la marcha del proceso podía ser afectada por la conducta de Perón. Y esperaban. Balbín criticó la decisión de Lanusse de impedir el retorno del líder, y aun anticipó algo que recién más tarde se conocería: que no había resolución alguna —escrita, formal— que impidiera a Perón el traspaso de las fronteras argentinas. Sobre esto, el brigadier Rey dijo en Mendoza que sólo "la Junta decidió que no puede venir", y Lanusse recordó a los periodistas, en España, cuando lo interrogaron sobre la instrumentación de la medida, "que no debían olvidar que el gobierno militar era un gobierno revolucionario".
Las nuevas prohibiciones a Perón inquietaron a los hombres de la UCR, porque conocen que buena parte de la opinión nacional tiene entendido que la presencia del ex presidente en la etapa final de la campaña proselitista del FREJULI produciría un vuelco electoral hacia el Justicialismo. La decisión de la Junta podía convertirse en una fuente de sospechas: permitía pensar que el principal favorecido por la medida era el radicalismo, cuyo oponente se veía desprovisto, en el trance final, de su apoyo más fuerte. Es por eso que Balbín afirmó que el hecho "desdibuja, desnaturaliza el ámbito".
Por fin, las hipótesis proscriptivas son descartadas, en el estilo más tajante posible, por los radicales, quienes, después de estudiarlas a todas, y alarmarse ante cada una, comenzaban a creer, durante el fin de semana, que ese peligro perdía solidez. De allí que aguardaran con verdadera expectativa la reacción de Perón —que había perdido durante febrero una parte de la iniciativa—, quizá convencidos de que, si su tono repetía el agrio estilo de algunas anteriores, podían volver los malos ratos de las últimas semanas, cuando los hombres de la UCR creyeron que los hálitos proscriptivos ubicaban en una "verdadera encerrona" al partido, amenazado de cerca en su itinerario electoral, apremiado por las acusaciones de la centroderecha y combatido silenciosamente por algunos sectores interesados en que no se cumplan sus postulados programáticos; todo esto, agregado a una situación interna complicada a causa de la política nacional del partido. Se explica: el persistente intento de convivir con el Justicialismo no es visto con buenos ojos por muchos radicales, que preferirían que la UCR mantuviera su carácter de opción, frente al peronismo, con rasgos nítidos.
Cuando las declaraciones de Perón llegaron a Buenos Aires, en el atardecer del lunes 26, un ligero estremecimiento recorrió los pasillos de la Casa Radical. Sin vacilaciones, un dirigente susurró que las "responsabilidades pre-electorales eran también compartidas"; pero la calma se mantuvo. Los radicales podían estar satisfechos, por lo menos, de no haber esperado en vano. Y formularon una nueva profecía: "esto no es nada más que el anticipo de mayores novedades; habrá que aguardar hasta el miércoles o jueves". Las novedades tampoco alteraron el ánimo de Ricardo Balbín, que se retiró temprano del Comité Nacional; quizá guardando fuerzas para la nueva etapa de la campaña electoral, que comenzó el miércoles 28, en Paraná.

VARIACIONES DEL PUNTO DE EQUILIBRIO. La atención del radicalismo varió su dirección; la expectativa enfiló con tranquilidad, hacia el vértice justicialista. Para la UCR, la tensa vigilancia de los hechos que las Fuerzas Armadas podían volcar sobre el proceso había culminado el último día de la semana pasada, y el centro de la acción se sitúa, dentro de los próximos días, en el nuevo capítulo de una lucha en apariencia tradicional: el duelo entre Perón y la cúspide militar.
Para algunos, la situación no se repite en los mismos términos que hasta hace tres meses. A partir de la consagración de la fórmula partidaria, con exabruptos o sin ellos, el Justicialismo ha entrado de lleno en la típica actividad de un partido en vísperas de elecciones, y, por consiguiente, ha depositado esperanzas en un probable resultado de los comicios. El renacimiento de la antigua controversia entre Perón y los militares no sólo conmueve al Movimiento en su marcha por el camino de marzo; también tiene claras consecuencias en el equilibrio interno del Justicialismo, porque puede colocar a Héctor Cámpora ante la opción de radicalizarse o intentar una desgastadora mediación entre las huestes juveniles y los sectores moderados.
¿Qué actitud asumiría la UCR ante un FREJULI con sus posiciones extremadas y un agudo enfrentamiento aun con los sectores más "legalistas", de las Fuerzas Armadas? Es difícil que prever; quizá la UCR considerara que el marco de la convivencia se ha deteriorado. A pesar de las advertencias de Balbín, a quien le gustaría "que se aceptara la recomendación del radicalismo cuando afirmó, en su nota al FREJULI (el jueves 15 de febrero), que estaba en contra de las proscripciones pero que cada partido tiene que cuidar su propio cuadro para que no se produzcan distorsiones que nos pueden afectar a todos".
Sólo hay que esperar que el Justicialismo decida su conducta. Mientras esto se produzca, las Fuerzas Armadas decidirán, también, la suya. Y la UCR calculará nuevas hipótesis, o resucitará las antiguas. Porque si las reacciones son fuertes, y se producen en cadena, el proceso electoral permite insospechadas variables. Y este tiempo no será tácito ni estratégico, sino, simplemente, la hora de las últimas decisiones.
Una síntesis de la posición del FREJULI, cuando, en las últimas horas del lunes 26 —y a sólo trece días del 11 de marzo— una marea especulativa trataba de discernir el comportamiento futuro de los partidos mayoritarios las Fuerzas Armadas, arrojará más luz sobre el intervinculado avance del proceso.

LA TACTICA PERONISTA. Mientras tanto, el sábado pasado, las 30 mil personas que concurrieron al acto citado por la Juventud Peronista como contribución a la campaña del FREJULI y que se realizó en el estadio de Argentinos Juniors, demostraron que la táctica frentista había girado 180 grados en su sector más duro. Instrucciones previas a los militantes juveniles y una perfecta organización que evitó aglomeraciones al finalizar la masiva demostración distendieron el clima que al promediar la semana parecía listo para estallar a la primera oportunidad. El giro previsor quedó también demostrado durante el desarrollo de la asamblea. Las consignas coreadas mantuvieron un delicado equilibrio entre el clima de fiesta que pretenden darle a estas demostraciones los grupos del FEN y OUP y las más radicalizadas de los sectores del peronismo revolucionario. La preocupación final de los dirigentes juveniles fue la misma que remarcó Cámpora en Bahía Blanca y en la conferencia de prensa que los frentistas convocaron el mismo sábado en el primer piso del hotel Crillon: la de no caer "en la provocación que puede dar argumentos a los que quieren proscribirnos".
Tantas preocupaciones por parte de los candidatos frentistas como de los dirigentes justicialistas, especialmente de la juventud, se extremaron ]luego de que el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Alcides López Aufranc, acusó a dos peronistas —candidatos, además— de pertenecer o tener directa vinculación con las llamadas "formaciones especiales". Por supuesto, la reacción no se hizo esperar: el sábado, los colaboradores de Cámpora en la conferencia de prensa enumeraron una serie de allanamientos injustificados, detenciones de miembros de la juventud e incluso el intento de rapto contra la esposa de Ricardo de Luca, dirigente del gremio naval y candidato a diputado por el FREJULI. Las denuncias tenían como fin probar que, si bien los justicialistas pretenden hacer buena letra y afirman que "el proceso debe desarrollarse en paz y libertad", hay quienes "nos quieren llevar a otro terreno donde no queremos ir".

LAS RAZONES. Para muchos, las definiciones del candidato y sus allegados tienen el mismo común denominador: evitar a cualquier precio que la proscripción insinuada pueda concretarse por culpa de una excesiva dureza no exenta de ingenuidad política. Este sería parte del precio, tal vez ya negociado por algunos dirigentes frentistas con altos jefes militares que, en las últimas semanas, se habrían opuesto a la interrupción del proceso, un hecho que podría desencadenarse como acto seguido de una proscripción al frentismo. Al parecer, estos contactos manejados por el ala "blanda" del FREJULI y que dirigen Benito Llambí, Antonio Benítez y Alberto Fonrouge, tienen por objeto el de limar las asperezas —producto de los desbordes juveniles—, para evitar no sólo las medidas punitivas sino, además, para calmar a sus socios frentistas, sumamente molestos por las exteriorizaciones "combativas" que despliegan los militantes peronistas en los actos.
En este sentido, las presiones ya alcanzaron límites enojosos y, entre otros ejemplos, dieron pie a que varios dirigentes del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) abandonaran ruidosamente el partido a sólo dos semanas de las elecciones (ver página 19). En
círculos del desarrollismo, la actitud de la juventud supone un escollo casi insalvable para captar a las capas medias —moderadas— en el próximo juego electoral. "Los actos están llenos de jóvenes y de obreros —afirmaba la semana pasada un dirigente del MID—, que giran hacia un peligroso monoclasismo, cuando en esta etapa la alianza de clases debe ser la bandera principal y necesaria". Una línea similar plantean algunos dirigentes sindicales, que consideran que su parte en el proceso actual está cumplida y que ahora habrá que "desensillar hasta que aclare", para usar una frase conocida de Perón. La táctica gremial en esta coyuntura sería, por lo tanto, prestar un apoyo formal a Cámpora —como cuando, el miércoles pasado, un millar de sindicalistas se reunieron con el candidato para ofrendar su lealtad—, pero no intervenir en forma directa en una campaña donde se consideran "traicionados". Según sus especulaciones, si Cámpora gana las elecciones pronto se verá asediado por la radicalizada juventud y, salvo que decida desafiar la irritación castrense, tendrá que reacomodar sus bases de apoyo en dos grupos de poder bien definidos: los militares y los sindicatos.

PERONISTAS VERSUS RADICALES.
El giro táctico que Cámpora habría obligado a dar a la Juventud Peronista también tiene que ver con el notable enfriamiento que han sufrido las relaciones con los radicales, remisos a reconocer pacto alguno y a embanderarse con un movimiento que grita su apoyo a las "formaciones especiales" por boca de sus más consecuentes militantes. Este distanciamiento también se trasluce en las agresiones que están sufriendo las pegatinas balbinistas a manos de los grupos peronistas descontentos con la actitud cautelosa y negativa de la UCR. Sin embargo, fuera de estos problemas menores y que los dirigentes justicialistas adjudican al fervor de sus partidarios, "que no respetan las consignas ajenas", es evidente que una dura lucha está aún latente entre ambos partidos. Mientras no se declare formalmente, sin embargo, Cámpora prefiere no desplegar demasiadas banderas y mantener la puerta del reencuentro abierta, al menos hasta tanto las amenazas proscriptivas queden definitivamente aventadas o su concreción arrastre a los radicales a definir su posición.
Es decir que, a tan sólo once días del acto eleccionario, las dudas y los recelos persisten en los tres núcleos capaces de aclarar el panorama argentino para los próximos cuatro años. Tanto los radicales como los frentistas y los militares, mantienen un delicado equilibrio erizado de riesgos e imprevistos tales que podrían modificar sus posiciones en apenas unas horas. Pero también queda un saldo bastante significativo: la convivencia entre peronistas y radicales es una tarea mucho más ardua y más difícil de la que algunos políticos imaginaron cuando se Lanzaron en su búsqueda.
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Ricardo Balbín: Un cuerpo electoral intacto
En plena campaña electoral el tiempo de los candidatos tiene un valor incalculable. Durante el mediodía del domingo 25 de febrero, cuando un sol de fuego resarcía a los porteños de los lluviosos días anteriores, Panorama, con la ayuda imperturbable y persistente del jefe de prensa del Comité Nacional, Rafael De Stéfano, entrevistó a Ricardo Balbín. En la penumbra de un estudio jurídico central, Balbín —que postergó su regreso a La Plata después de doce días de continuas giras por el interior— conversó largamente sobre la situación institucional, las relaciones del radicalismo con los demás partidos y con las Fuerzas Armadas, y los riesgos que acarrearía la postergación o nulidad del proceso. Sigue el resumen del diálogo mantenido: —Cuando los partidos alistados en la Hora del Pueblo comenzaron las actividades que luego se traducirían en las coincidencias básicas, el país, vio, por primera vez, que radicales y justicialistas emprendían juntos la misma tarea; ¿cómo puede resumir la reacción entre ambos partidos, a partir de ese principio de colaboración?
—En la Hora del Pueblo trabajaron varios partidos políticos. Unos mayores, otros menores; pero todos de importancia fundamental, porque estaban dispuestos a ayudar el proceso. Al principio, el país no lo entendió; veníamos de grandes desencuentros, de grandes debates, y no se comprendía cómo y por qué los partidos que habían luchado entre sí se encontraban alrededor de una mesa. Yo pagué un precio político personal por hacerlo; pero no me importaba. Estábamos al servicio de una causa superior, que era encontrar ese clima de pacificación que ahora se vive en el país. Recuerdo que cuando aparecieron los primeros documentos de la Hora, el señor Levingston pronunció un discurso en Neuquén; en él demostró que había perdido la calma; esto fue causa parcial de su sustitución; y su consecuencia, lo que nosotros llamamos —y es— el último turno de la Revolución Argentina. Luego, el país comprendió que, si se buscaba la emancipación, no iba a ser lograda por una parcialidad. Por eso se ejecutó esa tarea que ahora permite a partidos políticos hablar de gobierno compartido, conjugando orientaciones similares, y comprendiendo que todo debe realizarse el 11 de marzo de 1973.
—Juan Perón retornó a la Argentina, y usted se entrevistó con él. Después de ese hecho, desde muchos sectores se afirmó la existencia de un pacto entre el Justicialismo y la UCR; pero Héctor Cámpora y Balbín coincidieron en que sólo regían las coincidencias arribadas en la Hora del Pueblo. ¿Son descartables las sospechas de otra clase de entendimiento?
—La Hora del Pueblo es la que nutre las coincidencias y abre el camino. Cuando Perón llegó al país, la Hora tenía dos años de antigüedad. Es decir que, mientras él conducía desde Madrid su expresión política, nosotros trabajamos en la Argentina para conseguir un clima de pacificación. Este nuevo ambiente permitió su retorno. Pero lo que ocurre en la Argentina es que hay mucha gente que no quiere la institucionalización, y adjudica a las grandes actitudes intenciones torcidas.
—¿Qué importancia tienen esos sectores y qué persiguen para la UCR?
—Yo lamento que en el momento actual, a pocos días del comicio, algunas informaciones interesadas puedan haber pretendido desdibujar las intenciones de esta alta empresa nacional. Al principio, me preocupé poco; luego, entendí que algunos candidatos no habían comprendido al radicalismo. Nosotros tenemos la consigna de no agredir; si buscamos la pacificación, no conformaremos rivalidades. Lo que a mí me parece es que se han puesto un poco nerviosos; la orfandad que rodea a ciertas expresiones políticas determina que vengan a morder por los costados a las grandes columnas que tiene la opinión nacional. Hay sectores de la subversión que no quieren la institucionalización, porque ellos actúan y se acrecientan en el caos. Hay sectores de mediano nivel del gobierno, arribistas, que viven a la sombra de los árboles del poder, que tampoco tienen interés en que la Argentina se normalice. Hablemos, por ejemplo, del árbol que representa el señor presidente, cuya sombra cobija a enemigos de la institucionalización.
—¿Tiene otros enemigos el proceso?
—A los descriptos se suman expresiones políticas que quizá no estén enroladas en lo que nosotros llamamos la emancipación económica de la República, y porque la ven triunfar, se vuelven un poco agresivas. O mejor: torpes. No se dan cuenta de que van resultando minoría y que, a medida que atacan al radicalismo, éste se acrecienta. Por eso, si quieren conservar algún mérito electoral, con sinceridad les aconsejaría que no lo hicieran.
—Hay quien considera que cualquier intento del gobierno para condicionar el proceso institucional perjudica, en esencia, al radicalismo. La proscripción parcial o total del Frente Justicialista de Liberación, ¿pondría en un aprieto a la UCR?
—En un aprieto, no. En un estado de responsabilidad, sí. Pero nosotros creemos que va a triunfar la buena causa. El 11 de marzo, el FREJULI votará, seguramente. Si así no ocurriera, obtendríamos un comicio que nosotros no queremos; podríamos ser los triunfadores, pero este triunfo no sería el buscado. Intentamos hallar la participación y la estabilidad definitiva de todos los argentinos, y no estamos impacientes, ni nerviosos. Esperamos el comicio como la posibilidad de una victoria del radicalismo, y esto es inocultable; pero buscamos el triunfo de la República integral, con su cuerpo electoral intacto. No se trata de ganar un gobierno; si esto fuera así, el problema sería sencillo. Se trata de alcanzar un hito de emancipación nacional.
-—¿Qué significado atribuye a las últimas medidas del gobierno?
—Las medidas que se anuncian, que trascienden, que, a veces, no son resoluciones pero que parecen resoluciones, mortifican el proceso. Le voy a hablar de un caso concreto: se dijo
que Perón no puede venir a la Argentina. ¿Por qué no puede venir? Esto desdibuja, desnaturaliza el ámbito. Si se sospecha que esta medida es para favorecer a alguien, si se piensa que los favorecidos son los radicales, les decimos en el acto que somos los perjudicados, porque nos crean el problema que se enunció en la pregunta anterior. Si este problema se produce, será un hecho imponderable que determinará medidas trascendentes: y no será el candidato quien dé la respuesta sino la Convención de la UCR. Pero también decimos otra cosa: nosotros tratamos, en nuestras tribunas, de ejercer una prédica de pacificación nacional. Lo afirmamos en todos los tonos, con emoción, con convencimiento: yo no lo he advertido en otras tribunas. Me gustaría, entonces, que se aceptara la recomendación del radicalismo cuando, en su nota al FREJULI, el jueves 15 de febrero, afirmó que estaba en contra de las proscripciones pero que cada partido tiene que cuidar su propio cuadro, para que no se produzcan distorsiones que después nos pueden afectar a todos.
—¿Cree que el proceso cuenta con el respaldo unánime de las Fuerzas Armadas?
—A veces parece que sí, a veces que no. Y creo que en mucho depende de estados nerviosos, emocionales. A mí nunca me han conducido esos estados. Pero he advertido que la presencia vigorosa de los partidos, y, especialmente, la posición muy clara del radicalismo, han llamado a la reflexión. He sabido hoy, por ejemplo, que el 11 de marzo el país votará, y que se le entregará el poder a quien gane [Balbín alude a las declaraciones del brigadier Rey], que es irreversible la elección. Esta es una buena noticia, y tiene que permanecer. Costó mucho convencer a la gente de que íbamos a tomar el camino de la elección. Si este reportaje hubiera sido hecho hace tres años, yo le habría dicho que estábamos trabajando para recobrar la fe del país. Ahora le digo que estamos luchando para que no se pierda la fe ya lograda.
—¿Cuáles serían los riesgos de una interrupción del proceso?
—Lo he anunciado sin voces altisonantes, con una profunda reflexión. Cuando imperaba la democracia, la guerrilla no estaba y la violencia no se exhibía. Había reclamos, había quejas naturales, pero también había un Congreso que mantenía el oído atento para resolver estos problemas. Yo he explicado muchas veces —y se lo expliqué a Perón, y fue cuando él me dijo "coincido y estoy de acuerdo"— que las coincidencias que nosotros buscamos no están dirigidas al Poder Ejecutivo sino al mecanismo de sanción de las leyes, donde se elaborará la legislación progresista.
—Se entiende que fue el radicalismo quien primero habló de la participación de las Fuerzas Armadas en el gabinete, a través de los llamados "ministros comandantes"; ¿qué efectos, qué significado puede tener esta modificación en el futuro institucional?
-—Sin que lo hiciera el partido, fue uno de sus hombres quien enunció esta posibilidad. Yo no soy de los que entierran el pasado; al contrario, intento rescatar de él las mejores experiencias. La Argentina vivió un sistema constitucional correcto en la época en que tenía ministros de Guerra y Marina en el gabinete. Luego se creó la Fuerza Aérea, y también el Ministerio de Defensa, cuyo titular nunca tuvo en la República la importancia que tiene en otros países, como en los Estados Unidos. En el futuro gabinete del radicalismo, cada ministro custodiará su propia área; esto de los "ministros comandantes" es literatura moderna. Si el radicalismo merece la confianza del país, los ministros serán, simplemente, ministros; porque no queremos que los titulares castrenses traigan al gabinete la opinión de sus armas sino que lleven a sus fuerzas la opinión del gobierno.
—¿Cuál sería la política militar del radicalismo?
—En este Estado moderno en que vivimos, o en que viviremos, las Fuerzas Armadas van a cambiar su fisonomía. Ya no se necesitan los grandes ejércitos cuya importancia residía en el número de soldados; los argentinos necesitamos un ejército técnico, que reconozco que ya está en el ánimo de los militares argentinos, y cuya tecnología pueda ser incorporada a los procesos de industrialización que coadyuvan al desarrollo nacional. Se notará que evito todas las construcciones, todos los interrogantes que puedan formularse sobre el estado irregular que vive la República. Es que yo he resuelto ponerme en "estado de normalidad", como si hubiera ganado la elección, y pensara como presidente de la Nación. Le aclaro esto porque muchas preguntas que se realizan no obtienen respuesta, o las tienen relativas. Yo me he puesto, mentalmente, en el proceso que vamos a vivir.
—Más allá de la principal "área de colaboración" que el Poder Legislativo representa para la UCR, ¿en qué forma un gobierno radical otorgará participación a otros sectores?
—Generalmente, esta cuestión se plantea en términos contrapuestos. Muchos hablan de "gobierno de coalición". Yo hablo de gobierno compartido, puesto que el de coalición tiene su acepción perfecta bajo los regímenes parlamentarios. En un régimen presidencialista como el argentino, la coalición no juega. Gobierno compartido es, en nuestro entender, el gobierno de la inteligencia, de la capacidad y de la idoneidad. Buscaremos, entonces, todos los hombres capaces posibles; pueden estar en los partidos políticos, y pueden no estarlo. Todos serán llamados a colaborar, en la medida en que coincidan con la orientación del gobierno previamente ratificada por el pueblo. Con claridad: no podríamos llamar a colaborar a un hombre que esté, por ejemplo, contra la idea de la nacionalización del crédito, o el control del comercio exterior. Pero los que participen de nuestra vocación revolucionaria constructiva y actualizadora, de la idea de la emancipación nacional, no dude de que serán convocados.

Revista Panorama
01.03.1973
Política Nacional Argentina

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