Universidad de Tucumán: El polvorín de la República
 

El jueves 4 amaneció nublado en Tucumán. El aeropuerto y sus alrededores —declarados zona militar— soportaban la presencia imperturbable de efectivos -del Ejército y de la policía. En el centro el clima de ocupación no era menor.
Con más de tres mil personas congregadas en la plaza Independencia, el resto de la ciudad se hundía en un silencio nada sereno. El presidente, Alejandro Agustín Lanusse, desde la Casa de Gobierno, terminó su discurso sobre un fondo de breves aplausos y crecientes silbatinas por parte de un grupo implacable de universitarios. Luego, una lluvia de naranjas usadas a guisa de proyectiles se estrellaron contra las puertas de la Casa de Gobierno provincial. El presidente había dejado ya los balcones y empezaba a atender las audiencias en el Salón Blanco. Mientras tanto, en los claustros tomados —Derecho, Ciencias Económicas, Universidad Central y Escuela de Enfermería— la situación asumía todo el carácter de un cónclave revolucionario: allí se incubaba la reacción más enconada que ofreció Tucumán a la visita de Lanusse. Y lo que es más grave, en esa manifestación se escudaba una dura crítica a la estructura de la enseñanza universitaria.

FUERZAS OCULTAS. Aun para aquellos que, como fieles sabuesos se empecinaron en desmembrar paso a paso el proceso desatado en la Universidad de Tucumán, el resultado que arrojan los acontecimientos sigue cubierto por un velo de misterio. Aparentemente, el conflicto se originó en la Facultad de Bioquímica y Farmacia el 19 de abril, mientras el rector Héctor Ciapuscio asistía en Buenos Aires a la reunión del consejo que nuclea a sus pares de todo el país.
Es entonces cuando los alumnos de Bioquímica ocupan el rectorado y exigen reivindicaciones de índole exclusivamente académicas. Sin embargo, la compulsión crece y al día siguiente se ocupan la Escuela de Enfermería y la Facultad de Derecho. El regreso de Ciapuscio a Tucumán trae una novedad: ha presentado verbalmente la renuncia. "Es cierto —confirmó el jueves a Panorama el ministro Gustavo Malek—, pero yo le dije en ese momento que no podía irse en medio de una situación tan conflictiva."
Los acontecimientos posteriores son bien conocidos: Ciapuscio promete soluciones y mantiene la situación a pesar de las hostilidades de los grupos más activos. De todos modos no consigue frenar el vendaval; en total rebeldía Filosofía y Ciencias Económicas se suman a las tomas y el rector renuncia formalmente el 2 de mayo, luego de declarar el receso académico en plena concordancia con sus decanos, quienes de inmediato dimiten para respaldarlo.
Obviamente, el problema arranca de un nudo político. Ernesto Della Croce, comandante de la V Brigada de Infantería y hombre de predicamento en Tucumán, define la situación: "Es necesario saber definitivamente —arenga— si deseamos ser consecuentes con nuestras tradiciones o hacemos caso omiso del pasado y nos adherimos a la violencia que pretende coartar el sistema de vida del pueblo argentino". Aludía, indudablemente, al notorio antagonismo que divide la conducción universitaria actual de la anterior, liderada por el cursillista Rafael Paz.
Definido por quienes lo conocen como simpatizante de una doctrina socialista y nacional, Héctor Ciapuscio instituyó infinidad de becas, dio a la Universidad autonomía para elegir sus autoridades y abrió el comedor universitario. Sin embargo, aunque nunca lo repudiaron abiertamente, los estudiantes se negaron a intervenir en la elección de autoridades y canalizaron su acción en una línea combativa dirigida no hacia Ciapuscio sino contra el régimen que representa. De todos modos su política le permitió satisfacer la mayoría de los requerimientos estudiantiles; llegó a participar de las asambleas y brindó la posibilidad de que los jóvenes difundieran las distintas tendencias políticas que germinaron en la alta casa de estudios.
"Les ofrecí la imprenta y la televisión y tuvieron la ocasión de salir a la calle para decir lo que querían —reconoció Ciapuscio—. Además, bajo mi gestión, la policía no tuvo acceso a las facultades".
Se colocó así entre dos fuegos: por un lado, la insistencia estudiantil en juzgarlo como un personero más del régimen repudiado, y por otro, las presiones de grupos docentes en desacuerdo con la conducción universitaria.

¿Y AHORA, QUE? La renuncia de Ciapuscio —por el momento a consideración del presidente Lanusse— intenta ser mantenida en el ministerio. El mismo rector se defendió ante Panorama: "Yo solamente hago esto para facilitar el proceso: el problema no es académico sino político. Además, los decanos se han solidarizado conmigo y los docentes hacen huelga hasta que se levante mi renuncia". Con todo se mostró escéptico: "Seguro que me la van a aceptar; pero éste es el caso poco común de un rector que quiere irse y la Universidad no lo deja". Su principal preocupación coincide en cierto modo con la de los estudiantes: que no se produzca una nueva intervención y que el nuevo rector salga de la propia comunidad.
Sin embargo, mientras Ciapuscio descansaba en Horco Molle, en los jardines de la residencia universitaria, el ministro Malek deslizó a Panorama que la renuncia del rector fue por su propia voluntad: "Nosotros no se la pedimos en ningún momento; además, hay muchos puntos de contacto entre el pensamiento de Ciapuscio y el mío". Esas coincidencias no se referían, con seguridad, al proyecto de ley universitaria, ya que en respuesta al elevado por Malek, el rector tucumano envió uno de su propia cosecha. Por otra parte, el ministro descargó en Lanusse la responsabilidad por el desenlace del entuerto: "Es cosa del presidente. El tiene la renuncia en sus manos".
Afuera, en los corrillos, Ciapuscio era hombre muerto: la decisión —dada a conocer luego de la reunión de Malek con los decanos y de éstos con el presidente— fue reabrir las facultades nombrando a Raúl Héctor Barber, hasta ahora al frente de Derecho, como rector interino. Más tarde, en la cena con la que Oscar Sarrulle homenajeara a Lanusse, el decano de Medicina, Ángel Bonatti, explicaba sonriente los pormenores de la elección: "...y le tocó a Barber por sorteo. Siempre lo hacemos así".

LOS ESTUDIANTES. El jueves 4 y el viernes 5 los estudiantes que participaban de las tomas —una minoría en virtud del cierre del comedor, ya que la mayoría de ellos pertenece a localidades del interior de la provincia— vivían en un ambiente de tensión casi total, sometidos como estaban a un cerco policial inquebrantable y tedioso. Cada tanto, como respuesta a las proclamas y consignas voceadas desde el interior de los claustros, la policía lanzaba una andanada de gases lacrimógenos, pero sin extremar las medidas. Por toda defensa los universitarios esgrimían hondas de goma y protegían sus posiciones con barricadas en las que ardían, a menudo, viejos neumáticos.
Cerca de las puertas, un precario cargamento de bombas molotov cuidaba los accesos, a la vez que los pizarrones servían en las calles de improvisados murales: "El poder nace del fusil", "A Lanusse y al GAN no los quiere Tucumán", eran, entre otras, las consignas escritas con tiza. En un tono insólitamente paternalista, fue el mismo jefe de policía, Enrique José George, quien obligó a retirarlos del medio de la calle: "Saquen estas cosas, muchachos —dijo frente a la facultad de Derecho—, son útiles de trabajo y se están arruinando al divino botón". Atrás de George aguardaban un par de carriers y varios pelotones de efectivos armados hasta los dientes.

LIDERES JUVENILES. Entre los máximos pilotos de la ocupación estudiantil se destacan José Luna, de extracción peronista, y el jujeño Héctor Marteau, socialista. Atrincherados con su gente, hablaron sin embargo para aclarar la posición en la lucha. Luna explicó en la facultad de Derecho que pertenece al grupo de base independiente, pero esos matices se olvidaban, ya que "todo el estudiantado de Tucumán está unido por sobre las tendencias para repudiar al gobierno". Sin embargo, las reivindicaciones mínimas pedidas se mantenían dentro del esquema académico.
La tarde del jueves 4 los estudiantes ganaron la calle exigiendo que se quitara el cerco policial, "que se abran las aulas de estudio y se constituyan comisiones mixtas para expedirse en 48 horas". Esta actitud trajo aparejado el recrudecimiento de los focos de acción en las esquinas próximas a la Casa de Gobierno, con abundancia de fogatas y gritas de consignas. Hasta las ocho de la noche del viernes, más de un centenar de detenidos poblaban comisarías y dependencias del comando de la V Brigada. La represión, si no extremadamente violenta, fue contundente.
PANORAMA, MAYO 11, 1972

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No es casual que la Universidad de Tucumán —un complejo que nuclea siete facultades y cinco institutos, con casi 17 mil alumnos— se haya convertido en el tábano más fastidioso que soporta la conducción educativa de la Revolución Argentina. Organizados políticamente desde noviembre de 1970 en ocasión del tucumanazo que provocó la caída del entonces rector Rafael Paz, los estudiantes encaran una lucha que —más allá de lo aparente— alienta objetivos que sobrepasan las barreras académicas.
La renuncia del rector Héctor Ciapuscio no hizo sino acentuar esa crisis y el estudiantado, sin apoyo de los gremios, disminuidos en número por el éxodo que provocó el cierre del comedor y el receso total de actividades, canalizó su acción en dos frentes: la toma de facultades y los actos relámpago en la ciudad de San Miguel. La visita del presidente Lanusse tropezó, era inevitable, con un clima tenso. Partidarios de la línea dura, los universitarios acentuaron las hostilidades y se convirtieron, el fin de semana último, en líderes de una oposición que no tuvo otras manifestaciones que las por ellos urdidas. Raúl Lotitto, enviado especial de Panorama, siguió de cerca la evolución de los hechos.
Este es su informe:

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