LA HORA DEL VOTO EN BLANCO
voto en blanco
El 13 de noviembre de 1955 el general Pedro Eugenio Aramburu sucedió en la presidencia al general Eduardo Lonardi, el jefe que había encabezado en Córdoba la Revolución Libertadora que derrocó a Perón —septiembre de 1955—. El nuevo presidente provisional (acompañado en la vicepresidencia por el contralmirante Isaac Rojas) dio a su gobierno un tono de marcado antiperonismo, más sensible si se compara con la contemporizadora gestión lonardista.
Fueron intervenidos la CGT y todos los gremios; se decretó la disolución de las dos ramas del partido peronista; se formaron comisiones investigadoras que actuaron discrecionalmente, y se dictó el decreto 4161 que castigaba con severas penas cualquier forma de adhesión al régimen depuesto. A esta represión política se agregó una dificultosa situación económica de marcada incidencia en la clase trabajadora: el gobierno pretendió compensarla con un tímido 10 por ciento de aumento en los salarios. El clima de descontento fue propicio para la acción de numerosos núcleos politizados que comenzaron a albergar la idea de la salida insurreccional. Adherían a la misma casi todas las estructuras sindicales, elementos militares y numerosos dirigentes que (desde la cárcel) alentaban este tipo de iniciativas. Dos generales —Juan José Valle y Raúl Tanco—, a quienes la Revolución Libertadora había castigado con reclusión su lealtad al gobierno peronista, burlaron el confinamiento y aceptaron la responsabilidad de la conducción del movimiento revolucionario de junio de 1956. Bajo la jefatura directa de Valle, el día 9 a las 11 de la noche estalló el Movimiento de Recuperación Nacional inmediatamente reprimido por el gobierno. Un cuestionado decreto de Ley Marcial se tradujo en 27 fusilamientos. Entre los ejecutados figuraron el general Valle, oficiales, suboficiales y civiles.
La medida conmovió al país y aun quienes la aplaudieron comenzaron a inquietarse. El Poder Ejecutivo tardaba demasiado en convocar a elecciones; las clases populares vivían permanentemente azuzadas por huelgas, y desde sectores preocupados por la política económica del gobierno se lo fustigaba incesantemente con denuncias y reclamos.
El presidente Aramburu anunció por fin, en la tradicional cena de camaradería de las FF.AA., que se convocaría a elecciones generales en el último trimestre de 1957. Tres meses más tarde, después de consultas a partidos políticos, se anunció que las elecciones para autoridades nacionales, provinciales y municipales se harían el 23 de febrero de 1958. Previamente, el 28 de julio de 1957, se realizarían los comicios para elegir convencionales constituyentes que reformarían la Constitución del 53 (la del 49 había sido derogada por decreto del gobierno provisional).
Los partidos políticos reajustaron sus resortes organizativos y prepararon sus campañas. La UCR, que en Tucumán ya había tomado la delantera eligiendo su candidato a presidente a Arturo Frondizi, se dividió en la UCRI —adicta a las autoridades del Comité Nacional— y la UCRP, con el liderazgo compartido de Ricardo Balbín, Miguel Ángel Zavala Ortiz, Amadeo Sabattini y Crisólogo Larralde.
Los peronistas, por su parte, recibieron desde Chile, donde el comando adelantado peronista retrasmitía las indicaciones de Perón, que estaba en Caracas, la orden de votar en blanco.

"¡Volveremos!"
El anuncio de la elección para la reforma de la Constitución previa a la de autoridades nacionales causó sorpresa. "Aramburu lo empujó a Rojas a la convocatoria para hacer una Constituyente liberal. La idea era implantar el régimen proporcional para establecer un Ejecutivo no fuerte; quizás un gobierno de tipo parlamentario", reflexiona ante Panorama el dirigente ucrista Oscar Alende.
El decreto respectivo establecía con perfecta claridad cuáles eran los aspectos sobre los que deberían decidir los convencionales. 1) Si debía modificarse el régimen electoral; 2) Si era necesario afianzar la libertad individual y de expresión y los derechos individuales y sociales; establecer un mayor equilibrio entre los poderes del gobierno central; fortalecer el sistema federal y las autoridades provinciales e imponer un régimen adecuado de dominio y explotación de las fuentes naturales de energía.
En la plaza Congreso, un acto —sin oradores— en apoyo de la Constituyente, contó con la presencia de público numeroso y entusiasta. Sólo se leyó un documento, atribuido a Américo Ghioldi. El fue encargado de darle lectura. "Hacía un frío tremendo pero había un mundo de gente" —recuerda a Panorama el dirigente socialista. "La idea básica del acto y del documento era incitar al pueblo a que votara."
Los partidos políticos de importancia nacional reaccionaron en forma tan rápida como variada, y a sus posiciones adhirieron muchas agrupaciones de influencia puramente local, lo que anticipaba el complicado desarrollo de las deliberaciones. La UCRP y los partidos Conservador, Demócrata y Cívico Independiente aceptaban discutir sobre la base de la agenda propuestas por el Poder Ejecutivo. Los socialistas, demócratas cristianos y demoprogresistas, en cambio, entendían que la Constituyente era soberana y por lo tanto debía dictar su propia agenda (posición que despertaba grandes inquietudes en asesores oficiales: "Pueden, incluso, pretender elegir al presidente". Por su parte, la Unión Federal anunció que pediría la reimplantación de la Constitución del 49. El Partido Comunista, más drástico (conmocionado por el afianzamiento de Khruschev que en esos días arremetía contra la vieja guardia del stalinismo), proclamaba que debía resolverse el cambio de régimen. Su vocero en las tribunas era Rodolfo Ghioldi. Los intransigentes fueron prácticamente los últimos que definieron su táctica, tras arduo debate. Las dos tendencias básicas fueron personificadas por: Rodolfo Carreras (platense, línea dura), que sostuvo la no concurrencia a la Convención; David Blejer (entrerriano, dirigente porteño), quien planteó una táctica más elástica: asistir para fijar clara posición partidaria. Los manes de Moisés Lebehnson —malogrado doctrinario radical bonaerense—- campearon en el debate. (El había presidido en 1949 el bloque partidario que participó en la Convención Constituyente.) La inclusión de la reelección presidencial en la agenda posibilitó entonces que el radicalismo no se retirara en frío. Terminó el antológico discurso con reminiscencias macarthureanas: "¡Volveremos!"
Animados, tal vez, por esa misma esperanza, la UCRI resolvió concurrir, plantear la nulidad de la Convención y retirarse.

"Fe, esperanza y prescindencia"
"En esta justa no puede haber abstenciones, porque la deserción del deber cívico ante una operación de tan capital importancia para el futuro del país sería culpable abandono de obligaciones ineludibles", editorializaba el diario "La Nación". Muchos lo entendieron así y optaron por no abstenerse. Preferían el voto en blanco, para demostrar que los peronistas eran mayoría. (A pesar de la opinión del demoprogresista Horacio Thedy, pocos días después de la elección: "No creo que sean furibundos partidarios del tirano. El voto en blanco, en realidad, expresa el temor a pagar la multa electoral".)
La orden "votoblanquista" corrió como un torrente por sindicatos y zonas populares. Profusión de leyendas murales que nadie borraba y panfletos que circulaban libremente alimentaban la suspicacia de los que creían ver en esto una maniobra del gobierno. Hay quienes lo confirman. "Se perseguía nuclear al peronismo, aun con el riesgo que eso significaba, para utilizarlo como elemento de unión de la opinión independiente a través de la UCRP. Para que los radicales del Pueblo ganaran por oposición y no por elección." El testimonio de Luis Lonardi puntualiza: "Dijimos a gente del gobierno: «¿Saben el riesgo que significa esto?». Respondieron: «Sabemos que es grande, pero igual lo corremos.»"
El dirigente socialista Américo Ghioldi rebate a Panorama esta acusación: "El gobierno fue prescindente en el sentido de que no influyó en el desenvolvimiento de los partidos políticos".
Sin embargo, todas las medidas tomadas tenían influencia. La causa de la ruptura de relaciones con el gobierno de Venezuela, que había declarado persona no grata al embajador argentino, general Carlos Toranzo Montero ("por existir fundados indicios de que en la sede de la representación diplomática de la República Argentina se han venido preparando sucesivos atentados contra la vida de refugiados políticos"), contribuyó a endurecer la línea peronista.
Sus dirigentes discrepaban sin embargo en la táctica. Los sindicalistas se plantaron firmes en el voto en blanco. Los políticos entendían que el mejor medio de expresar esa posición era votar por los partidos opositores. "El voto en blanco expresaba la disconformidad de algunos sectores de la opinión pública, mientras que otros miembros de ese mismo sector realizaban pactos políticos amparando el voto positivo a favor de determinadas miras políticas" analiza ahora el entonces ministro del Interior Aleonada Aramburú: ("Su designación en el ministerio político es la prueba más clara del vuelco de Aramburu hacia los radicales del Pueblo" —sostiene Oscar Alende).
Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, enrolados en el voto positivo, escribían en la revista "Qué": "Nada de triunfos morales; goles contra el gobierno". Alejandro Leloir, jefe del partido peronista, preso durante dos años, redactó en la celda 650 (Penitenciaría Nacional) extensa carta aconsejando el voto en blanco. La publicó, en ediciones extraordinarias, la revista "Mayoría". El mensaje contradecía un documento escrito con anterioridad, donde propiciaba apoyar a "partidos que se opongan a la reforma constitucional". (Uno de sus abogados afirmaba haber oído su confesión: "La verdad es que me he visto obligado a dar un documento en favor del voto en blanco. Sé bien que es una actitud que a nada conduce, pero tenía que salvar mi vida.")
Acusaciones de la Unión Federal por la falta de garantías en sus actas; de ''Resistencia Popular", a quien la policía no autorizaba en término para las reuniones proselitistas programadas; protestas de la UCRI por sutiles imprescindencias que la perjudicaban (rompían sus carteles, retaceaban su inclusión en programas informativos a los que otras agrupaciones tenían libre acceso), dejaban traslucir parcialidad oficial.
La reacción de Aleonada Aramburú ante Panorama es concluyente: "El gobierno fue totalmente prescindente en el manipuleo político".

Otra vez la democracia
Concurridos actos políticos caracterizaron los últimos días de lucha proselitista. "Estoy seguro que la República alcanzará la victoria esperada y que ella servirá de mucho para la convivencia del país en una democracia que, afianzada en Argentina, cubrirá etapas trascendentes en la escena de América. Que nadie se quede atrás. Que todo siga. Es la marcha del destino argentino" —concluyó así Balbín su discurso de clausura. Frente a la Casa del Pueblo los socialistas se extendían tanto en su retórica que Palacios no pudo explayarse: vencía la hora de cierre de la campaña. Por radio, Frondizi daba las instrucciones finales para impulsar a la lucha, infundir fe, fortalecer la voluntad.
Cada partido aspiraba a la mayor cantidad posible de bancas convencionales. Un sistema muy complicado determinaría su distribución. Fue ideado en el siglo pasado por el profesor belga D'Hondt para su propio país. Dio entonces en Bélgica al partido católico la posibilidad de aplicar el sistema proporcional —reclamado por sus adversarios— sin excesivo desmedro de la mayoría. En nuestro país sólo la provincia de Tucumán lo había utilizado en una oportunidad.
Había que distribuir: 32 bancas en la Capital Federal, 45 en Buenos Aires, 19 en Santa Fe, 17 en Córdoba, 10 en Entre Ríos, 8 en Mendoza y Tucumán, 7 en Corrientes y Santiago del Estero, 6 en Chaco, 5 en Salta y San Juan, 4 en Jujuy, La Pampa, Misiones y San Luis; 3 en Catamarca, Chubut, Formosa, La Rioja, Neuquén y Río Negro, y 2 en Santa Cruz.
Como la elección se hacía por distritos, paralelamente con las propias campañas, los partidos intentaban alianzas circunstanciales para lograr mayoría en las asambleas provinciales o en la nacional. El viernes por la noche los grupos pegadores de carteles luchaban por ser los últimos, así nadie los taparía. El sábado, la vieja y renovada lucha por ocupar con fiscales todas las mesas hacía su último esfuerzo. Había gran expectativa.
El levantamiento del estado de sitio al cabo de dos años establecía de nuevo la ley sin limitaciones. Después de mucho tiempo, los partidos volvían a la elección con la idea de que eso, por fin, era democracia.

El aluvión blanco
El domingo 28 de julio fue un normal día de comicios. Votó el 90 por ciento de la ciudadanía sin inconvenientes de ninguna naturaleza.
A las 18 comenzó el recuento de votos. Más de dos millones (2.115.861) de votos en blanco fue el importante resultado final. Inmediatamente detrás, la UCRP con 2.106.524 y la UCRI con 1.847.603. A mayor distancia el socialismo, 525.721; la democracia cristiana, 420.606; los demócratas, 333.749; los demoprogresistas, 263.805; comunistas, 228.821; Unión Federal, 159.177.
Por el sistema D'Hondt y los resultados electorales la mayoría de votos no implicaba forzosamente la mayoría de bancas. La UCRI obtuvo 77 convencionales, en tanto que la UCRP, 75. Los demás partidos, incluidos los provinciales, el resto de los convencionales.
"Ha triunfado la reforma", titulaba "La Razón". Los radicales del Pueblo celebraban su victoria. "Casi sin propaganda, sin dinero, apenas en diez días hemos obtenido la mayoría" afirmaba, eufórico, el ucerrepista Zavala Ortiz. La tradicional estructura de la UCRI, no muy convencida respecto a la tesis integracionista, echaba la culpa de la derrota al abandono de la línea radical pura (el presidente capitalino, Luis Boffi, enviaba conceptuoso y nostálgico telegrama de felicitación a su colega radical del Pueblo, Rosito). Los peronistas también sintieron el impacto de los resultados. Sin duda eran la fuerza mayoritaria, pero no tanto como para aguantar solos el enfrentamiento con las demás fuerzas. Un triunfo que traía apareada una gran responsabilidad.
En Santa Fe —sede de otras convenciones— comenzaba a vivirse el clima previo a los acontecimientos excepcionales. Un recogimiento histórico y una euforia comercial porque pronto se convertiría en el centro de la atención nacional, del periodismo y de la radio.
El decreto de convocatoria fijaba que la Convención se reuniría antes del 1º de septiembre y terminaría antes del 1º de octubre, aunque podía prorrogarse hasta el 14 de noviembre. Durante las sesiones, hecho el recuento globular ya todos sabrían a qué atenerse. Y por qué jugarse.
Revista Panorama
18/03/1969

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