¿La vuelta del peronismo?
CONFIRMADO: —¿Cree en la salida electoral?
JUAN PERON: —(Riendo fuertemente). Lo
importante es construir un gran país; el
terreno en que se haga me es indiferente.
El reportaje, aparecido en la edición
número 45 de Confirmado (28 de abril de 1966),
llegaba tras las elecciones de Mendoza, donde
un peronismo atomizado por los juegos de
presiones internas y externas había perdido
frente al conservadorismo. La derrota no
cambió un ápice las interpretaciones del ex
presidente, incluidas en el mismo reportaje:
"Desde mis comienzos como oficial del Ejército
me he dedicado al estudio de la historia,
comprobando la decadencia del demoliberalismo
y la íntima relación de éste con el comunismo.
Las estructuras deben cambiar. La opción es
entre una socialización de contenido nacional,
humanista y cristiano, y el socialismo
internacional marxista". El agua no dejó de
correr bajo los puentes; Perón sostiene sus
convicciones, y trata de apurar la marcha: de
algún modo siente que el tiempo se le acaba.
Las dos postulaciones políticas de Juan
Domingo Perón, que se apresta a festejar en
Madrid su 75º cumpleaños, dictan los límites
de un razonamiento de rara coherencia.
También, delinean el ancho margen que separa
las actitudes políticas dictadas desde la
capital española a los representantes de
turno, con las pretensiones ideológicas que
tratan de decantar todos los políticos
argentinos, dentro o fuera del movimiento
peronista. Como de costumbre —viejo vicio de
los argentinos—. es la negativa lo que perfila
con claridad el impacto del justicialismo en
el panorama político nacional: su solo
recuerdo encendió la prosa de Isaac Rojas en
el Luna Park, al celebrarse el 15º aniversario
de la revolución que derribó al ex presidente.
UN POCO DE HISTORIA Populista,
autocrático, discrecional en el poder, el
peronismo sufrió en el llano el paso del
tiempo. Sin figuras políticas de alto nivel,
los embajadores de Perón en el país pagaron
cara su dependencia del Líder; en los hechos,
aunque resistan, se ven superados por la mayor
agilidad y capacidad de maniobra de los antes
desdeñados —por ellos mismos— dirigentes
sindicales. Tanto consolidaron la autoridad
del jefe máximo, que terminaron ahogados
dentro del corsé: la disensión se paga con la
expulsión; la complacencia, con una
supervivencia que sólo les otorga una cuota de
oxígeno mientras el 'diktat' de Madrid lo
permite. La historia del peronismo desde
1955 señala que el área sindical es la única
que mantiene movilidad en los cuadros
partidarios; es que, para los políticos, sólo
quedan los jirones de una doctrina, mientras
los gremialistas disfrutan —como Perón,
salvando distancias— la posibilidad de
maniobrar y adaptarse a la realidad. El cotejo
entre las figuras de Matera y Vandor señala
con claridad el deslinde entre dos campos:
cuando el neurocirujano trató de forzar el
consenso de Perón hacia el Frente Nacional y
Popular II de 1964, mereció el anatema a
divinis; en cambio, el Lobo rompió, pactó,
negoció y se impuso al ex presidente cuantas
veces quiso, hasta el día de su muerte. Una
simple ojeada al peronismo en el poder marca
con fidelidad las diferencias: mientras la
verticalidad más rigurosa tamizaba los cuadros
partidarios, dirigentes de todos los colores
dinamizaban las filas internas de los
sindicatos y cambiaban los ejes de equilibrio
dentro de la CGT; en la pendiente de 1955,
antes de la Revolución Libertadora, es esa
línea la que impone el alejamiento de
Borlenghi, la que "renuncia" a Eduardo
Vuletich e impone como secretario de la CGT a
Héctor Di Pietro. Se produce la caída por fin
y, en tanto la burocracia partidaria añora al
jefe y lo sigue con devoción por las
estaciones de su exilio, los núcleos obreros
trabajan aceleradamente en el recambio: se
afirman los ortodoxos Framini, Eustaquio
Tolosa, se incorpora la nueva carnada cuyo
dirigente más notorio es el metalúrgico
Vandor. Puede decirse que Perón reasume el
juego político hacia junio de 1956: el 9, en
un intento desesperado, Valle, Tanco y Cogorno
descabezan definitivamente la corriente
militar, única alternativa válida para forzar
desde adentro el rumbo de la revolución que
conduce Aramburu desde noviembre de 1955. En
adelante, la fidelidad hacia Perón en las
Fuerzas Armadas se va diluyendo con las bajas,
los retiros, las despedidas sin pena ni
gloria. Apenas afincado en Madrid, el ex
presidente deja para las declaraciones
periodísticas el mantenimiento de la doctrina;
hacia la Argentina parten mensajes puramente
tácticos, donde el pragmatismo señorea y el
objetivo se reduce a adaptarse a los
movimientos adversarios. Sólo en el campo
gremial bulle la verdadera actividad política
dentro del movimiento. Mientras Perón no
encuentra otra salida que pactar con Frondizi
y ofrecerle buena parte de sus votos, los
sindicalistas aciertan en proponerse una meta:
la reconquista de la CGT. Paralelamente,
alimentan la resistencia, amparan a los
puñados de desilusionados por los cambios
políticos que tratan de forzar el retorno.
Así, cuando Perón vuelve sus pasos y rompe con
el desarrollismo (de esa época data una
anécdota: según Frondizi, Perón sostiene que
antes de llegar a Gubbio, aldea donde nacieron
los antepasados de Frondizi, San Francisco de
Asís prefirió dejarse comer por el lobo), la
CGT entra definitivamente en un período que
aún tiene lugar, caracterizado por una
conducción peronista. El general Iñíguez, con
su rebelión de Rosario, en 1960, liquida
definitivamente los vestigios de peronismo en
el Ejército, vuelca totalmente sus cuadros
hacia el endurecimiento antiperonista. No es
casual, entonces, que sea una delegación de
las 62 Organizaciones la que convenza a Perón
para participar en las elecciones de marzo de
1962, que precipitan la caída de Frondizi.
En adelante, mientras el jefe máximo sigue
enredándose en los hilos de la conjura
política, el movimiento obrero se repliega
dentro de sí mismo. El fracaso del Frente
Popular y Nacional se lo contrarresta con la
recuperación de la CGT, con el acento puesto
en la situación social del país; la llegada de
Illia al poder se contrabalancea con un
moderado al frente de la CGT reunificada: José
Alonso. El acuerdismo, sin embargo, tiene un
enemigo —Vandor— y un cinturón de castidad —
el Plan de Lucha—, Airado, Perón entiende por
fin que su papel lo ha llevado a ser El viejo
Vizcacha del movimiento; apoya, pues, a los
moderados, y alza las 62 de Pie para dominar a
los rebeldes acaudillados por el líder de la
UOM. Como acólitos, utiliza piezas ya
ablandadas, deterioradas por el uso: el mismo
Alonso, el "gobernador" Framini, Amado Olmos.
Pocos se engañan, sin embargo: Vandor sigue
detentando la mayor potencia de fuego,
imponiendo e irradiando su criterio desde las
poderosas 62 Organizaciones. Tal es la
contradicción que vive el peronismo, que el
Líder se ve obligado a transar y prestarse al
juego del Operativo Retorno; no pocos
testimonian el alivio que le produjo
reembarcarse hacia Madrid en Río de Janeiro.
El fracaso de la tentativa se tradujo en un
empate, y acaso haya determinado el comienzo
del eclipse para Vandor, hasta su eliminación
definitiva. Reunificadas bajo la batuta de
Perón, las ramas política y gremial optan por
fin ante el radicalismo del Pueblo, y su
enfrentamiento es caldo de cultivo suficiente
para acelerar el proceso que terminaría con
Juan Carlos Onganía en la presidencia.
Mientras tanto, la doctrina, los atisbos
ideológicos, la ubicación política de fondo
quedan a merced de las posturas momentáneas;
sólo aparecen en las entrevistas periodísticas
no argentinas, tan sólo sirven para
reivindicar la paternidad de la Tercera
Posición, la comparación de las situaciones
pre y pos setiembre del 55. Para los
periodistas argentinos que se costean hasta la
quinta 17 de Octubre de Puerta de Hierro, las
referencias son únicas, simplemente
temporales, al día. La pérdida de
posiciones de Vandor en el juego interno de la
CGT marca, hacia 1967, el comienzo de la
verdadera hegemonía de Perón en todas las
ramas del movimiento. Pero hay varias brechas
que se amplían; si la llegada al Congreso
de grupos provinciales del peronismo había
creado la picada de oponerse al Líder pero
mantener los votos en los reductos del
interior, fragua hoy por hoy del
neo-peronismo, también se convierte en lastre
la apertura violenta que prefieren las FAP y
grupos afines. No menos importante es la
ruptura que proponen, durante el lapso
Onganía, los participacionistas; derivados del
enfrentamiento con Vandor, esos gremialistas
son utilizados por Madrid para mantener
entreabierta la puerta de servicio, cosa de
poder transar sin perder coherencia. En esa
época se abren otros atajos: la CGT de los
Argentinos, con Raymundo Ongaro a la cabeza,
sostiene una casi mística dureza ante el
gobierno militar; la ortodoxia segrega de las
62 a 8 de los acuerdistas que, sin llegar al
participacionismo, confluyen en la búsqueda
negociada de una nueva normalización para la
CGT. Perón, a todo esto, persiste —lo hace
aún— en su táctica diversificadora: negocia
con los gobiernos con los blandos, amigos del
sistema, e instrumenta actividades opositoras,
como fantasmas cercanos el chantaje, dentro de
la ortodoxia. Alternativamente, según lo
exijan los cambios de rumbo de los gobiernos,
retiene y otorga "manijas" a dirigentes
gremiales y políticos de todas las tendencias
internas. Todo aparece como una ficción, por
supuesto, ya que nada deja de estar
condicionado al referendum madrileño. Cada
cambio ministerial tiene su correcta respuesta
en los desplazamientos internos del
movimiento. A nadie extraña, pues, que el
relevo de Juan Carlos Onganía y la asunción de
Roberto Marcelo Levingston sean seguidos por
cambios de marcha: es lo que ocurrió un par de
semanas atrás. Lo curioso aparece en los
interlocutores, ya que Perón prefirió esta vez
hablar ante dirigentes gremiales, e
instrumentar a través de ellos la nueva
posición.
AHORA, ELECCIONES Quince
años no pasan en vano. Más cuando transcurren
entre los 60 y los 75 de una vida que, si
bien evitó los excesos, no pudo menos que
vibrar con las alternativas de 12 años en el
poder y algunos más en el armado de mecanos
políticos. En la última época, quiéranlo o no
Perón y sus acólitos, el paso del tiempo
adelgaza notablemente el margen de maniobras
que procura el ya anciano Líder. Esperanza
para sus irreconciliables adversarios, temor
para sus seguidores, la fecha final aparece
cada vez más cercana para las expectativas,
condiciona más las salidas. Pese a mostrarse
rozagante, en extremo activo, Perón no hizo
más que metaforizar, ante sus visitantes
gremiales y políticos de Madrid, la
alternativa cierta de su desaparición. Allí
acaso resida la verdadera razón del cambio
táctico, lanzado a través de Paladino
(Confirmado Nº 275) y ratificado por los
sindicalistas: el pragmatismo al uso eligió
esta vez el camino de las urnas, y las
baterías del peronismo tienen como blanco
acelerar los plazos de la salida electoral.
Por cierto, también se ha procurado margen
para la negociación, Una eventualidad jamás
descartada por el Viejo; por eso se iza el
emparchado estandarte del retorno, que sirve
tanto para espantar bobos como para anestesiar
amigos y compañeros de ruta. Perón, esta
vez, quiere elecciones; no rechazó la
posibilidad de que la CGT se convierta en un
factor de poder, capaz de presionar y
acondicionar —si encuentra territorio
propicio— ciertos detalles de la consulta
popular. Pero tampoco habló demasiado sobre el
asunto; prefirió, en cambio, tender a la
unificación del movimiento (sería, por apego a
las lecciones históricas, una forma de
recorrer el camino de la legalización, como
ocurriera con el radicalismo entre 1890 y
1905), y la posibilidad de acceder a
gobernaciones, ministerios, senadurías,
diputaciones e intendencias parece prenda
suficiente para mantener el fuego sagrado
entre los peronistas de distinto signo.
Visiblemente, puede hasta conceder la
presidencia, los cargos más altos del
escalafón nacional; a cambio, sostiene la
necesidad de fortalecer al movimiento,
reflotar tramos de la doctrina que bascula
entre el populismo y el socialismo reformista.
El gambito de hoy aparece como irreversible;
el apoyo a quienes prefieren profundizar la
Revolución Argentina ha sido descartado,
porque el factor tiempo ya cuenta en contra:
la formación de un partido oficialista —por
ejemplo— mellaría irremediablemente la
posición electoral del peronismo. Puesto en
la nueva opción, Perón se manifestó dispuesto
a cualquier tipo de "sacrificio sensato";
hasta se estudia la posibilidad de utilizar la
presumible presidencia de Salvador Allende en
Chile como plataforma de aproximación a la
Argentina. Claro está, el nuevo esquema fuerza
el ingreso en un terreno poco hollado durante
los últimos 15 años: la realidad nacional,
modificada sustancialmente en ese lapso. Perón
hoy puede dialogar —lo hizo a través de
Paladino— con el antiperonismo más cerrado,
interpretado por hombres como Manuel Rawson
Paz y Ricardo Balbín, y aun llegar a un pacto
de no agresión que potabilice la llegada a las
urnas en pie de aproximada igualdad. Pero no
puede aplicar su táctica dilecta de
controlarlo todo entre seguidores y
simpatizantes, puesto que una importante
franja del padrón —que presume fiel— tiene
edad, aspiraciones e inquietudes (ver recuadro
en esta página) que son básicamente un a
priori revisionista del peronismo. Tampoco
Perón puede modificar, en la medida de sus
necesidades, el punto de vista que sustentan,
a través del gobierno, las Fuerzas Armadas.
Hace falta más que la promesa de buenas
intenciones para que los altos mandos,
ideológicamente —y también personalmente—
emparentados con los revolucionarios del 55,
reconozcan que aquella dramática alternativa
estaba errada. Por cierto, hay quienes
especulan con la posibilidad de instrumentar
la imagen de Perón para construir un acuerdo
nacional; pero el riesgo que se afronta es
mayúsculo, toda vez que el retorno podría
convertirse en una polarización política
negativa, con su clásica secuela de terror y
contraterror subversivo. En verdad, el regreso
de ese ciudadano argentino que tiene cuentas
pendientes con la justicia (ver recuadro
página 20) y viaja con pasaporte paraguayo
supera largamente la mera formulación de
deseos y se transforma en espinoso problema.
Sabiéndolo, Perón arma en Madrid,
aceleradamente, el nuevo andamio para su
proyección política; el regreso de Paladino,
la agitación del periodismo amigo o enemigo y
su renovado acercamiento a las líneas
sindicales no colaboracionistas son sólo un
anticipo, un prólogo para la llegada de
Isabel-Martínez. El viaje de la tercera esposa
del Líder, como carta definitiva en la
decisión de Perón, está previsto para los
primeros días de octubre; su papel, como en la
escaramuza electoral de 1966, consistirá en
repintar el descascarado mecanismo político
del movimiento, galvanizar —si lo logra— a la
rama femenina y obtener cierto control en las
filas sindicales más díscolas. Toda una
charada, mientras subsistan las líneas
encontradas dentro de los grupos más activos y
no se resuelva el rol que deberá jugar en la
patriada electoral el bando del neo-peronismo.
CONFIRMADO - 30 de setiembre de 1970
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Retorno: Cuentas y cuentos pendientes Pocas
horas después de su ardua conferencia de
prensa inaugural, Enrique Gilardi Novaro
recibió con no poca sorpresa un telegrama
firmado por Isidro Ventura Mayoral; el
abogado, como apoderado de Juan Perón,
refutaba conceptos y señalaba que la necesidad
de que el ex presidente se presentara ante la
justicia en caso de regresar al país era
materia opinable. Más aún, solicitaba
entrevista para discutir el punto; aún no tuvo
respuesta del subsecretario de Asuntos
Políticos. Compiladas por 21 comisiones
investigadoras, las causas presentadas contra
Juan Perón sumaron 35. En los 15 años que
transcurrieron desde su derrocamiento, la gran
mayoría ha perdido vigencia: ha prescripto,
término técnico que califica la extinción de
las causas por el transcurso del tiempo. Sólo
dos controvertibles causas penden,
jurídicamente, sobre la cabeza de Perón: la
acusación de traidor a la Patria, imputada a
través del artículo 227 del Código Penal, y el
juicio por presunto estupro coprotagonizado
por Nelly Rivas. Hay una tercera causa,
radicada en otro tipo de justicia, que derivó
en la baja, la prohibición de uso del grado y
uniforme del Ejército: fue aplicada por el
Tribunal de Honor de las Fuerzas Armadas y,
con toda probabilidad, es la que mayor
irritación produce al ex presidente. En el
caso de traición a la Patria, la mayoría de
los jurisconsultos coinciden en señalar que la
amnistía que benefició a decenas de ex
legisladores peronistas, también pasibles de
esa acusación, libera de los cargos,
paralelamente, a Perón. No obstante, la
justicia desestimó los insistentes pedidos de
Ventura Mayoral en ese sentido. Por fin, el
juez Hermelo, por la secretaría Derqui,
atiende el caso Perón-Nelly Rivas; sus pedidos
de extradición quedaron sin respuesta, y la
defensa insiste en reclamar la prescripción de
la causa. Nadie tiene dudas, sobre la
posibilidad de aceptar o rechazar el regreso
de Perón a la Argentina, que no son los
estrados judiciales los que guardan la clave
del proceso; basta la medida gubernamental de
decretar una amnistía para superarlos. En
cambio, la instancia fundamental es la
política, radicada a medias entre la esfera de
decisión del gobierno y el punto de vista
militar sobre el mantenimiento o no de las
medidas establecidas por el Tribunal de Honor.
El proceso, de todos modos, alcanza las
características de crucial definición.
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Sociología: El peronismo y la cátedra La
discusión del peronismo, una de las tareas más
apasionantes que afrontan los argentinos, no
transcurre solamente por los cauces políticos;
también en el plano científico amanece la
controversia. Quizá el mejor ejemplo de lo que
ocurre conste en la situación interna de la
Escuela de Sociología de la Universidad
Nacional de Buenos Aires, donde a propósito de
concursos de cátedra afloró una discusión de
enorme profundidad. Diezmado el plantel
docente por el éxodo de Gino Germani, en 1963,
y la intervención estatal de 1966, permaneció
en los claustros un núcleo que abarcaría 10
profesores titulares y 27 adjuntos; de los 37,
unos 15 militan en el Bloque Peronista de
Filosofía y Letras. El núcleo principal,
bajo el común denominador de Cátedras
Nacionales, postula una revisión crítica de la
actitud científica clásica, incorporando de
manera polémica a la sociología en las luchas
políticas nacionales, para hacer de ella un
instrumento de conocimiento y lucha". El grupo
más activo de las CN procede de diversos
campos: hay quienes, como Justino O'Farell y
Gonzalo Cárdenas, llegan desde el cristianismo
renovador; otros se ubicaban en el peronismo
de izquierda nacionalista; otros, por fin, en
el nacionalismo izquierdista acercado hoy al
peronismo. Entre los profesores más notorios
aparecen Roberto Carri, Lelio Mármora, Pablo
Franco, Francisco Rodríguez, Jorge Tsiftis,
Carlos Nastrorilli, Julio Testa, Roberto
Wilner. "Nuestra tarea comenzó —reconoce
Carri— cuando incorporamos el análisis del
proceso social argentino, enfocado desde la
perspectiva del sector mayoritario: el
peronismo." El fin es lograr una "sociología
nacional, porque no existe un campo específico
de la ciencia separado del proceso histórico
que transforma la realidad". "Partimos —añade
Cárdenas— de la situación actual del mundo,
cuyo fenómeno fundamental es la problemática
revolucionaria del Tercer Mundo. No creemos en
una historia universal plasmada a partir de
Europa o Estados Unidos. Negamos la sociología
que es histórica, porque los modelos
pretendidamente universales no son más que
formas imperialistas de coloniaje." Es una
definición.
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