SABIN: ¡DERROTE AL CANCER!
Este es el clamor de la Humanidad azotada por el cáncer. Albert Sabin, que llegó también para disfrutar el primer viaje de bodas desde que se casó hace un mes, no pudo dejar de escuchar en la Argentina el mismo ruego.
Está cansado, pero piensa seguir luchando
Albert Sabin
Albert Sabin se atusó los bigotes, miró con aire protector a Jane, su mujer, una dulce norteamericana de 44 años, y sin ninguna solemnidad estiró su pierna herida sobre una mesa ratona de la suite que ocupa en el piso 14 del Claridge Hotel. Su mirada tropezó repentinamente con el abultado vendaje que le cubría el pie izquierdo, y con una mueca de dolor distendió totalmente su cuerpo.
Los 20 puntos de sutura que le aplicaron a raíz de las rabiosas mordeduras de su propio perro, el agotamiento físico producido por los fogonazos de los fotógrafos y la constante tensión de responder a cuanta pregunta se le formulara durante sus tres primeros días en Buenos Aires, habían causado efecto. En esos momentos, cuando era entrevistado por SIETE DIAS, Albert Sabin se había despojado de su actitud de científico. Era, simplemente, un hombre cansado.

LOS RECUERDOS
Pitaba incansablemente un aromático puro brasileño cuando una pregunta le hizo enarcar las cejas. Como si una ráfaga vibrante de recuerdos se hubiera agolpado en los pliegues de la frente. ¿Vive actualmente Albert Sabin la misma vida que hizo hasta agosto de 1966?
Simuló no entender las razones de tan sorpresivo interrogante. Abruptamente su sonrisa desapareció. Lanzó una frase trivial. ("Pierdo tanto tiempo en ducharme que ... ".) Los intentos para que verbalizara en alta voz una respuesta concreta fueron vanos. No fue difícil deducir entonces que Albert Sabin había regresado a una tarde calurosa del 26 de agosto de 1966. (En la lejana Cincinnati, una mujer, Sylvia Tragillus de Sabin, madre de los dos hijos del descubridor de la vacuna oral antipoliomielítica, provocaba su muerte asfixiándose con gas. Albert Sabin estaba viajando. Su primera esposa, luego de 31 años de matrimonio, no resistió el abandono. Se suicidó,)
Hábilmente Sabin eludió toda pregunta relativa a su intimidad. Pero tiene 62 años: sabe también retomar una sonrisa. "¿Quiere usted que le cuente cómo son las 24 horas de mi vida en Cincinnati?", pregunta con una voz de tonalidades cavernosas. "Bien. Me levanto todos los días a las 6 de la mañana. Luego de ducharme leo detenidamente casi todas las publicaciones que se editan en mi país. A las 8 llego al laboratorio, del que me retiro también a las 8. Al regresar a casa, lo primero que hago es ver un programa de TV —en realidad el único que me interesa— durante media hora: en él se transmiten todas las noticias internacionales de tipo político, económico y humano ... ". Interrumpe allí su diario para hacer una reflexión en la que estampa su característico sello de humor. "Diga también que estoy contra la guerra, contra cualquier tipo de guerra, sea bacteriológica, con bombas atómicas, con revólveres o con puñales". Se agita en una risa contenida y continúa: "Después del informativo, ceno. Soy un auténtico gourmet y Jane es una gran cocinera. Después... no, amigo... ¡más no le cuento!". Hace dos días Albert Sabin cumplió su primer mes de matrimonio con Jane Black, amiga del sabio desde hace 5 años y divorciada del acaudalado industrial James Warnes.

12 HORAS DE LABORATORIO
Desde que Albert Sabin ingresa a su laboratorio de Cincinnati, donde lo espera un bosque de probetas para su investigación, hasta que llega a su casa, pasan todos los días, exactamente, 12 horas. Ya en Buenos Aires pudo resumir cuáles son hasta hoy los resultados de seis extenuantes años de labor científica en la investigación del cáncer.
"La mayoría de las investigaciones en mi país —señaló— son de tipo bioquímico. La quimioterapia es muy importante: hasta el presente (¡y ése es un gran éxito!) se ha podido controlar, con drogas, un solo caso de virus animal, que atacó los ojos, y que ha evitado la ceguera en muchos enfermos."
La síntesis de su labor puede resumirse de la siguiente manera: el doctor Sabin se encuentra experimentando particularmente en animales (ratones, hamsters, y, aun, monos). "Con ellos las cosas están muy claras. Tienen agentes cancerígenos específicos: lo que produce cáncer en el ratón, no lo produce en el mono o en el hámster. Eso nos permitió detectar las posibilidades de curación del cáncer en los animales. Pero al trasladar nuestras investigaciones al ser humano, las cosas cambian: hay fallas en los análisis, imposibles de descubrir todavía. Pese a que hay muchos virólogos que estudian el problema; pese a los avances logrados en el estudio del cáncer producido por virus animales, no ha sido posible obtener ninguna respuesta precisa y aún nos queda mucho por hacer en ese sentido."
Quizá las expectativas creadas por la actividad del doctor Sabin fueron más allá de lo previsible por el hecho de haberse convertido el sabio en un auténtico benefactor de la humanidad a causa del descubrimiento de la vacuna antipolio. En realidad, sus aportes sobre la investigación en cáncer no han convulsionado como se esperaba. Pero también es real que Albert Sabin es un estudioso y que el campo de la exploración al que se ha abocado no le ofrece sino mínimas alternativas para lograr éxito en su tarea.
Con profundo dolor repitió varias veces una frase que, seguramente, quedará grabada para siempre: "Son muchos los virólogos que están trabajando en el mundo —entre los cuales estoy yo, por supuesto—. Hasta el momento, los resultados han sido negativos. Me pregunto hasta cuándo voy a seguir... y la respuesta aflora a mis labios sin que yo mismo pueda contenerla: ¡Voy a seguir mientras queden preguntas sin responder!"
Quien hubiera seguido al doctor Sabin por las calles de Buenos Aires, hubiera comprobado un hecho extraño y conmovedor: a su paso se sucedían los aplausos, el llanto, las exclamaciones de afecto de un pueblo que —como el argentino— fue tenazmente castigado por el flagelo de la poliomielitis y se sintió revivir cuando Albert Sabin descubrió su vacuna. Pero, para quien recuerde también que en los últimos dos años han habido dos millones de muertes por el cáncer: para quien recuerde que en estos momentos hay en el mundo 5 millones de personas que sufren el cáncer, esas exclamaciones y esos aplausos de afecto serán también una respuesta al interrogante de Albert Sabin:
"Doctor Sabin: ¡Derrote al cáncer! Que no queden preguntas sin responder."
Los científicos son exigidos hasta el límite de sus fuerzas. A veces es difícil respetar su intimidad. Albert Sabin vino a Buenos Aires en viaje de bodas. Quizá nada más extemporáneo que una exigencia de semejante envergadura. Quizás es torpe hablarle de investigaciones cuando él confiesa que su principal "hobby" es hoy el de amar a su mujer. Pero pocos podrán dejar de hacerlo cuando contemplen a Sabin-hombre, atusándose los bigotes, mirando con una sonrisa socarrona a Jane, esa dulce norteamericana de 44 años que con un dejo de voz también susurra: "Derrotará al cáncer".
Revista Siete Días Ilustrados
25.07.1967
 

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