CANTANTES
Un oficio y un rito
Alfredo Zitarrosa
Alfredo Zitarrosa

"Cabecita de fósforo", dice, y se ríe. No se refiere a quien está colocando el grabador ni tampoco á sí mismo. Le está hablando a una pequeña persona que emite todo tipo de sonidos y que lo mira desde un corralito. "Mirá cómo habla. No dice una palabra, pero habla ¿no?". Alfredo Zitarrosa acota: "Se parece a mí ¿verdad? Pobrecita". La menor de sus hijas también está en Buenos Aires, con su mujer y su otra hija. Cada vez son más frecuentes —y triunfales— las visitas del cantante uruguayo a la Argentina. En los últimos meses inauguró un café-concert, Van Gogh, y después formó parte del show Argentinísima, entre los consagrados del folklore argentino. Pero la creciente fama le molesta; no por soberbia, sino porque prefiere por sobre todas las cosas la solitaria actividad de la creación.
Piensa, en un futuro no muy lejano, dejar de cantar y dedicarse a escribir: canciones, cuentos y unos borradores de novelas que lo están esperando, entre una pila de papeles, en su casa de Montevideo. Pero son sólo proyectos. Por ahora, al menos, Alfredo Zitarrosa es un cantante y también autor de hermosas canciones, que cuando canta se olvida de todo, menos de la música y del público, y que en esos instantes es feliz.
Zitarrosa desaparece del pequeño living del departamento y se interna en la cocina, Rompe hielo, trae dos whiskies. Atardece en Buenos Aires, una ciudad que él quiere pero a la que no se acostumbra.

ALLA EN MONTEVIDEO
Zitarrosa cuenta su vida íntima, simple. Se levanta alrededor de las once y media y se encierra en su estudio con el mate. Con grabadores, libros y la guitarra repasa viejas canciones, lee poemas de otros, así, hasta las cinco. Almuerza y después sigue trabajando hasta las diez de la noche, la hora de salir con su mujer, de encontrarse con amigos, "Y canciones salen cuando ellas quieren; es importante tener esa disciplina pero la mayoría de las cosas que se te ocurren quedan por el camino. Una letra que no terminaste, una melodía que no se pudo juntar con la letra. La canción debe salir en general como los tangos, como te decía, que se identifican con su primer verso. Las primeras palabras vienen juntas con la melodía, las primeras palabras, después eso se desarrolla como un psicoanálisis, no sabés en qué va a terminar, no conocés el terreno, lo vas tanteando. "Oigo tu voz llamando", el primer verso de una zamba, puede desembocar en una súplica, una maldición, no sabés".
"Lo mismo ocurre en el caso de la canción testimonial; ella surge por las circunstancias mismas del momento en que la estás componiendo; es muy probable que intentes hacer una canción de protesta y te salga un panfleto, una cosa mal hecha. Y, en cambio, es frecuente que una canción que no sabías que se iba a convertir en una canción testimonial, o de propuesta, como alguna vez dijo Daniel Viglieti, me parece un gran acierto, se convierta en tal cosa sin que vos te hayas dado cuenta, porque incluye tres versos que hablan de la vida social, de lo que importa en la vida de nuestros pueblos".

EN BUENOS AIRES
Una de sus manos suele desaparecer entre las piernas entrecruzadas si no está ocupada en juguetear con un cigarrillo prendido. Las palabras surgen en Zitarrosa con una tímida certeza, como si le molestara por momentos estar seguro de algo. Como es honesto prefiere la incertidumbre, se siente más cómodo con ella, casi la provoca a fuerza de cuestionarse, de no estar seguro de sí mismo. Recuerda un proyecto de un año y medio atrás, que todavía no es más que algunos papeles, una cierta cantidad de apuntes: las contracanciones. Poemas para ser dichos con música, pero de ningún modo canciones. La idea apareció un día en que quiso borrar todo un pasado: años y años de cantar, de sentirse junto a una guitarra y pensar que ciertas cosas valen la pena. Pero después se dio cuenta de que negar ese pasado implicaba renegar de algo que le importa demasiado: el público que lo alentó durante toda su carrera.
Entonces, ahora le parece injusto el proyecto. Aunque no esté archivado. Asimismo están pendientes posibles novelas, obras de teatro, y un diario, donde apunta observaciones, ideas, impresiones, escenas vistas o momentos vividos.
"No tengo ningún plan concreto, espero que la vida me suceda, sabés, y ver para dónde salgo. Esto de cantar me tiene muy arruinado, estoy muy enajenado en el oficio". Los viajes, los ensayos previos a la función, el éxito, lo abruman. Por ejemplo, durante el día, si a la noche tiene que cantar, no hace más que dormir, no puede hacer otra cosa. También le preocupa que en el último año sólo compuso dos canciones, cuando habitualmente crea una por mes.
Cuando habla del momento de cantar, Zitarrosa cambia. "Estás sometido a eso, es como un rito. Tenés que cantar. Cante. Y cantás. Y me olvido de todas las preocupaciones, salvo del acompañamiento. Lo demás desaparece, incluso el público como individualidad, él viene a ser como un eco que vos vas oyendo; cómo reacciona, si alguien tosió, qué te pidieron, cuándo empieza el aplauso. Con el silencio también el público te expresa cosas; hay un silencio crítico, reflexivo, que uno percibe, y hay un silencio aprobatorio. Y cuando uno canta o compone, hay una ley: tiene que haber goce".
Zitarrosa acepta, finalmente, el placer que le da cantar y componer, un sentimiento de alegría, o dolor, que su público comparte.
PANORAMA, NOVIEMBRE 26, 1974

 

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