Anthony Quinn
La intimidad de un genial actor
   

"Caminemos", dijo Anthony Quinn en un gruñido, como si eso fuese más que un suficiente saludo para dos personas que se veían por primera vez y estuviera además previamente convenido que yo me internara acompañando su paso
de oso tambaleante por los polvorientos senderos de sus viñedos de la Villa Vigna, San Antonio, Italia.
Y caminamos, sí, más de 40 minutos sin que cruzáramos una sola palabra, mientras yo miraba ese rostro tan tosco y duro que parecía haber sido dejado sin terminar por un escultor temperamental, amigo de las aristas marcadas. Esa cara tan contradictoria que si bien lo mantuvo durante años relegado a segundos papeles lo llevó luego a la fama cuando se convirtió en el rostro de Zampano, el ya célebre personaje de "La Strada". Ese cuerpo que tiene la seducción de la animalidad y que sin embargo puede semejarse al de un gato cuando los ojos se tiñen de ternura y los labios se estiran en una semisonrisa de sol.
Y así, ese hombre que solo tuvo una meta en su vida (el triunfo), para el que ganar siempre se convirtió en lo primordial (como el día que instaló en el set de filmación un tablero de ajedrez, juego que él desconocía, y que no pudo abandonar hasta que batió a todos sus adversarios), vuelve a convertirse en un niño adorable cuando nos sentamos tras una mesa en la terraza y comienza a presenta."
—Iolanda, mi mujer. Es bella... ¿No? Mi hijo Francesco, que tiene 6 años. Francesco, muestra esos músculos a la señora... ¿Qué tal? Daniel, de 4, y Lorenzo, de 2. Lorenzo es mi miniatura... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
Y su risa "bestial" se estira por los campos. Tony bebe en dos sorbos un café negro como el alquitrán, con seis terrones de azúcar, y que revuelve como un irlandés su whisky. Hace una señal militar a sus niños, que entonces, ahora sí, nos saludan a coro en inglés, y efectúan una graciosa inclinación después de estrechar nuestras manos. No usan la fórmula adecuada de saludo, pero sus modales son impecables. Sus vestimentas (pantaloncitos, camisas, corbatas y medias italianas de crochet) les confieren una bella figura de estilo meridional puro.
Las formalidades han sido cumplidas. Anthony parece más amigo de la acción que del diálogo. Y posiblemente no halla manera más adecuada de expresar toda esa ternura que siente por sus niños que extenderse sobre el duro piso de baldosas, como león en acecho, mientras grita con voz áspera:
—¡A saltar sobre papá...!
La invitación no pudo sin embargo resultar más seductora. Los tres chicos al unísono saltaron sobre el torso desnudo del papá. Todos contra uno. Pero Tony puede jugar contra ellos como si fueran muñecos, y hasta los asusta con rugidos de fiera. La dureza de las brillosas baldosas del suelo convertirían la experiencia a los ojos de cualquiera como una temeraria imprudencia, pero... allí están las fuertes y toscas manos de Quinn para suavizar sus caídas sobre el embaldosado o los choques entre sus hijos. Tanto los juegos como las discusiones dentro del seno de la familia Quinn se acompañan, invariablemente, de demostraciones físicas de cariño y golpes afectuosos.
Los pequeños lloran, gritan, protestan, ríen, y entre cada acción besan a sus padres espontáneamente. Iolanda, la bella muchacha que contrapone su figura candorosa a la exuberancia de Tony, explica complaciente:
—Los niños son exactamente como Tony; llenos de temperamento. Peleándose en este momento y a los besos al segundo siguiente.
Tony parece sentirse feliz por el comentario, ya que una sonrisa abierta le ilumina el rostro a la vez que recrudece en los ataques a sus hijos. Pero mientras Tony se entretiene mostrando su amor paternal, Iolanda, sentada bajo el sol, cerca de la baranda, cuenta todo aquello de lo que su marido no habla:
—Tony es extraño, dicen todos. Egoísta, egocéntrico, pendenciero, ambicioso. Nunca pude entender por qué se dicen de él estas cosas. Tiene simplemente arrebatos de niños con una dulzura y actitud protectora muy madura. Pienso que la gente le da demasiada importancia a sus caprichos y se olvida de descubrir el hombre recio y valioso que vive en él. Mire... los chicos no se asustan, solamente juegan con él como lo harían con un amigo.
Otro de los problemas de Quinn, que Iolanda toca ahora reconfortada por la penumbra del atardecer, tiene gran importancia en su vida de relación a juzgar por el tono susurrante que su mujer ha conferido al diálogo;
—Lo terrible es a veces la forma en que Tony vive a sus personajes de ficción. Le cuesta abandonarlos aun cuando se recluye en casa. Por ejemplo, le pasó cuando hizo el "Papa Cirilo" en "Las Sandalias del Pescador", un personaje que le fue muy difícil lograr, pero al que sin embargo amaba por su pureza. La escena más difícil fue cuando —hablando con una mujer— debió tratar el tema amor no en el sentido usual, hombre mujer, sino en su aspecto integral. Cuando quise acordarme el "Papa Cirilo" estaba viviendo conmigo y la vida a su lado era casi intolerable. No veía la hora que acabara con el personaje.
Anthony se nos ha unido y acaba de oír tas últimas palabras que motivan en él una destemplada carcajada:
—Otro de mis personajes, "Bambolini", era gordo y petiso. Juro que llegué a encogerme varías pulgadas. Comencé luego de recorrer en mi Maserati más de 400 millas leyendo el libreto, a respirar a través de la boca, lo que me hacia parecer más viejo y patético y algo estúpido.
Los chicos descienden hacia el jardín por la escalinata de piedras para seguir jugando entre ellos, aunque ya es más de las 9 de la noche. Tony y su mujer, sin preocuparse por este hecho, me invitan, al fin, a pasar al interior de la casa. Allí me espera una nueva sorpresa:
—¿Los libros? Tengo más de cinco mil volúmenes que devoro cada vez que puedo, también esculpo o pinto. ¿Por qué? ¡Qué sé yo! Posiblemente sólo porque me hace bien. Me siento luego siempre mejor, hasta con ganas de dormir... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
Y su risa se mezcla ahora con la misma risa ronca, seca y sensual que emiten sus niños desde el jardín. Pero Tony ya no oye más que lo que él va diciendo en un largo monólogo, que no acepta ni destinatario ni interrupciones. "Ahora sólo cuento yo", parece decirse cuando me ve observar su fabulosa colección de obras de arte que abarca de un Rouault a un Henry Moore, pasando por objetos mayas y venecianos en un total desorden.
—Más que con un pintor, estoy identificado, por ejemplo... ¿A ver? ¡Sí! Ya está. Con el torero Ordóñez o con Mickey Mantle. Los tres nos basamos en el miedo para funcionar. Uno no puede ser creativo a menos que esté asustado. El miedo es el más grande amigo del artista. Sin él uno se vuelve descuidado.
Y su lenguaje está condimentado por una jerga que mezcla palabras del béisbol y del toreo.
—Antes de entrar en el túnel no puedo salivar. Cuando estoy más allá de él, quedo ante los ojos de 60.000 espectadores. Me santiguo y ya no tengo miedo. Pero allí se me viene el toro y vuelve el miedo. Sólo los toreros que no tienen miedo salen perjudicados. Pero a veces pienso que soy un torero a la antigua, y no porque tenga 52 años sino porque la lucha es ahora conmigo mismo. Lo único que cuenta es la victo-ría sobre mi persona. Por eso he ganado ya dos veces el "Oscar".
Después continúa filosofando a borbotones: "Siento nostalgias de Estados Unidos... Construiré una colonia artistico-filosófica en Rodas para gente creativa.. . También quiero tener tiempo para pintar, y no dejar a mis niños sin mí más de una semana".
Los chicos siguen jugando bajo la luz de la luna como si eso fuera lo más natural del mundo Iolanda, llenando la taza con un café muy negro y Tony planeando, confundiéndose, retomando un diálogo que sólo él puede ya desenredar, porque pertenece a una de sus más temidas batallas; la batalla contra el miedo.
K.I.
Revista Gente y la Actualidad
24.04.1968

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MAS DE DIEZ HORAS EN LA INTIMIDAD DEL GRAN ACTOR DE "LA STRADA", "ZORBA, EL GRIEGO" Y "LAS SANDALIAS DEL PESCADOR", NOS MUESTRAN UN PERSONAJE TIERNO Y SEDUCTOR, AMANTE DE SU FAMILIA Y AMIGO DE SUS HIJOS, CON LOS QUE JUEGA COMO SI FUERA EL TAMBIEN UN NIÑO MAS.


Anthony Quinn
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