Ben Gurion
Un profeta en el desierto
cuya voz se hace oír en todo el mundo

Ben Gurion
Un corresponsal francés en Jerusalén hizo un viaje a Ghana. El taxista que lo conducía del aeropuerto de Accra a su hotel le preguntó de dónde venía. "De Israel", dijo el viajero.
El otro se volvió a mirarlo con expresión admirativa: "Un gran país, ¿eh?" Fue necesario explicarle que Israel no mide sino 20.000 kilómetros cuadrados, menos de la décima parte de su propio país.
"Bueno —se corrigió—, pero está muy poblado." El otro le preguntó cuántos habitantes tendría Israel, y los estimó en cuarenta millones. Costó trabajo hacerle comprender que sólo son dos millones, menos de la tercera parte de la población ghaneana.
"No puede ser —fue la triunfal objeción—. Sólo aquí, en Accra, hay dos millones de israelíes." Se refería a los muchos técnicos y asesores —un centenar largo— que el gobierno de Israel puso a disposición del presidente Kwame N'Krumah, mentor número 1 del panafricanismo. Su presencia es tan visible, su actividad tan dinámica, que el taxista de Accra no podía sino deducir una capacidad equivalente a la de ciertos países occidentales.
Mientras esto sucedía en la costa occidental de África, una cantidad de rostros de color descollaba en las calles de Jerusalén y Tel Aviv.
• Habían acudido a la Universidad Hebrea —donde estudian regularmente unos 200 muchachos africanos— los delegados de varios países del África Negra a un congreso sobre tierras áridas.
• Terminaba su adiestramiento, en presencia del general Joseph Mobutu, el flamante cuerpo de paracaidistas del Congo, que se juzga esencial para un país cuyo territorio era hasta ahora inaccesible en sus 9/10 partes.
Pero todo esto —la ingenua sorpresa del automovilista de Accra, un magno esfuerzo internacional para fertilizar territorio africano, la asistencia militar israelí al Congo— no eran sino expresiones aisladas de una astuta política exterior que la prensa internacional no parece evaluar cabalmente.

"Israel no existe"
Aunque David Ben Gurion juzgó hace dos meses (ver número 40, pág. 14) que la posición de su país era suficientemente sólida para contraerse, por segunda vez en quince años, a la meditación y a las faenas rurales, está claro que la política exterior de Israel no ha cambiado —ni puede cambiar— ahora que su viejo compañero Levy Eshkol lo reemplaza al frente del gobierno.
Esa política reposa sobre los siguientes datos:
• Israel es el único Estado del mundo cuya existencia misma es impugnada. Los Estados Unidos, por ejemplo, no reconocen al régimen de Mao Tse-tung; pero tampoco ponen en tela de juicio al Estado chino. En cambio, todos los países árabes se empeñan en ignorar la resolución de las Naciones Unidas que creó el Estado de Israel.
• El gobierno Eshkol, como el de su predecesor, propuso conversaciones de paz, aun allanándose a la condición previa que opone la otra parte, a saber: la solución del problema de los refugiados. (Israel financiaría, de su propio presupuesto nacional, los gastos de instalación de esos refugiados en los países árabes.) Como la Liga insiste en que no hay nada que discutir, porque "Israel no existe", se ha pedido a las Naciones Unidas que imponga la realización de esas conversaciones de paz. Esa solicitud fue apoyada por no pocos países africanos y asiáticos; y, entre las delegaciones iberoamericanas, por Brasil y Venezuela.
• Mientras no se obtenga esa imposición internacional, el pueblo israelí conservará el fusil al hombro como único medio de mantener el statu quo, y sin dejarse provocar por episodios fronterizos de menor cuantía. Tiene la sensación de ser el primer poder militar del Medio Oriente, puesto que en la guerra moderna, el número cuenta menos que la tecnología. La doctrina militar de Israel sigue fundada en la "expedición punitiva": en caso de peligro, marchar sobre El Cairo, destruir al agresor eventual y regresar a las bases.

El retorno a la tierra
Si, a los 76 años, David Ben Gurion se hundió con sus espaldas curvas en el desierto de Neguev —como ya lo hiciera ocho años atrás— no fue, por cierto, para desentenderse de los problemas públicos. Ni siquiera para descansar, después de presidir los destinos de su pueblo durante una generación (quince años de gobierno y doce, anteriormente, al frente de la Agencia Judía). Es que Israel necesita un profeta, sin el cual dejaría de ser Israel.
Cuando Ben Gurion abandona su despacho oficial para compartir la vida de unos pastores de ovejas, quiere recordar que la vida rural ha retemplado siempre el idealismo y la energía histórica del pueblo judío. "¡Ojalá los hijos de Tel Aviv me sigan al desierto!", dijo al marcharse, después de cargar sus trastos en un "jeep". Tomando el brazo de su esposa Paula (nacida en Brooklyn, Estados Unidos) pasó por el sitio donde antaño se levantaba la ciudad de Sodoma, castigada por sus pecados, y ambos pensaron, sin duda, que estaban desandando el camino de Lot y de su mujer.
Austero, sencillo (detesta dar la mano y usar corbata), este viejo librepensador no sólo recita el Viejo Testamento: lo vive. Espía con ingenua ansiedad el brote de las matas en el desierto y festeja como un triunfo nacional el descubrimiento de cada fuente de agua. El sueño sionista del retorno a Palestina se cumplió, según él, porque era también un retorno a la tierra, a la vida rústica y elemental. Y a medida que Palestina recobra su feracidad de los tiempos bíblicos, resurge también un tipo de hombre judío con sus caracteres genuinamente atávicos.

Un "modelo" económico
Mientras dura su ausencia, el gobierno israelí amplía sus relaciones internacionales, acordando prioridad, ciertamente, al problema de la seguridad militar.
La ofensiva diplomática de Israel se manifiesta en todas las capitales africanas —sin otra excepción que la de África del Sur y la de los países árabes— y tiende, en particular, a ganar amigos difundiendo la técnica, un determinado "modelo" económico y nociones precisas acerca de la función del ejército en las nuevas nacionalidades.
La experiencia económica de Israel parece ser la que más se adapta a los países africanos. En casi todos ellos, la mayor parte del territorio es estéril y los agrónomos de Israel saben cómo tornarlas fértiles. En cuanto a la forma de la propiedad rural, consiste en la cooperativa, que evita los inconvenientes del estatismo y el sórdido aislamiento del campesino individual. Entre tanto, el Estado financia la industrialización del país. Acrece rápidamente el número de los estadistas africanos que, encontrando inaplicables a sus países los sistemas capitalista y soviético, miran con interés la originalidad israelí.
Lo mismo puede decirse sobre la organización militar. El ejército israelí, pequeño y ágil, cubre eficazmente las fronteras, sin gravitar desmedidamente sobre la economía nacional. Los estados africanos no pueden sostener, evidentemente, fuerzas armadas demasiado numerosas; por otra parte, tampoco podrían utilizarlas con provecho, porque no cuentan con transportes adecuados. De ahí que, para organizar su cuerpo de paracaidistas, Mobutu, el "hombre fuerte" del Congo, no haya recurrido a las potencias occidentales, sino a Israel.
Se ha dicho que el gobierno de Londres expresó su disgusto por el hecho de que países que fueron colonias británicas opten por la asistencia técnica y militar israelí. Hasta ahora, los Estados Unidos, Francia y Bélgica no han formulado objeciones.

La conferencia de Rehovoth
En agosto se llevó a cabo la segunda conferencia internacional de Rehovoth: la primera se había efectuado en 1960. Esa pequeña ciudad en los confines del desierto, colonizada por el Instituto Weizmann, será un seminario mundial permanente de trabajos sobre el "planning" metódico de la agricultura en los países en vías de desarrollo. Para adecuarse a esa responsabilidad, el Instituto acaba de adquirir el imponente Centro Ullman, consagrado al estudio de las ciencias naturales.
Abba Eban, viceprimer ministro de Israel, declaró, como presidente de la segunda conferencia, que se ha creado por primera vez un contacto entre las jóvenes naciones del Tercer Mundo y la revolución científica de nuestro tiempo. Ya se sabe, añadió, qué necesitan los países en vías de desarrollo, y el problema no es ya qué hacer, sino cómo hacerlo. El pueblo israelí aprendió que el factor humano es más importante que la abundancia de los recursos naturales.
África estaba representada por Camerún, la República Centroafricana, el Chad, Congo, Dahomey, Costa de Marfil, Etiopía, Ghana, Liberia, Mali, Niger, Nigeria, Senegal, Sierra Leona, Tanganyka, Togo, Uganda y Alto Volta. Entre los países asiáticos concurrieron Birmania, Laos, Nepal, Filipinas, Singapur y Thailandia. También hubo delegaciones de los insulares estados de Chipre y Madagascar. De Iberoamérica, sólo un país estuvo presente: Brasil.
El debate contó con el concurso de prestigiosos especialistas internacionales, como D. H. Gadgil (India), Gunnar Myrdal (Suecia), Marión Clawson (Estados Unidos) y G. P. Hirsch (Gran Bretaña).

Israel y África
Esta actitud de Israel está alcanzando sensacionales repercusiones políticas.
Un ejemplo: la reunión panafricana de Dakar (del 2 al 11 de agosto), y que continuó la línea moderada de la anterior, reunida en Addis Abeba (mayo). Los ministros de Relaciones Exteriores de los treinta y dos miembros de la OUA (Organización de la Unidad Africana), examinaron los progresos alcanzados y las dificultades que se oponen a sus designios últimos.
Por una parte, se resolvió cooperar activamente contra el colonialismo (Portugal) y contra el racismo (Unión Sudafricana). En los últimos meses, el gobierno de Lisboa se muestra dispuesto a negociar; el de Pretoria, colocado a la defensiva, se siente rechazado por el concierto internacional. Por otra parte, las tres agrupaciones ya existentes de estados africanos (la de Monrovia, la de Casablanca y los de habla francesa) comienzan a diluirse en el seno de la organización continental. Fue Sekou Touré, el joven presidente marxista de Guinea, quien exigió la supresión de los grupos "que se han formado según los azares de la colonización". El agudo presidente de la República Malgache, Filibert Tsiranana —que hace pocos meses visitó Israel— respondió: "Si mi amigo Sekou Touré quiere que los grupos regionales desaparezcan, ¿por qué no pide a la Liga Arabe que se disuelva?"
Esta impugnación podría parecer quimérica unos meses atrás. Pero ahora es el presidente Nasser quien vislumbra la amenaza del aislamiento diplomático, sobre todo después de sus nuevos fracasos en Siria y el Irak. El semanario panafricano "Jeune Afrique" escribe en su última edición (número 147): "La RAU se vuelve simultáneamente hacia Moscú y Washington. De la URSS espera una contribución eficaz en la lucha contra el Baas (partido socialista antipersonalista de Irak y Siria). De los Estados Unidos, una ayuda financiera que es indispensable." Entiende "Jeune Afrique" que el Kremlin estaría dispuesto a cooperar, pero no sin compensaciones, y que "al Oeste, la reticencia aumenta".

El tratado antinuclear
La posición diplomática de Nasser
no se aliviará, seguramente, mientras se exprese en los términos de su reciente discurso de Alejandría:
"Las fuerzas armadas se preparan para reconquistar los derechos del pueblo palestino, porque la campaña de Palestina, en 1948, fue un verdadero desastre para la nación árabe. Nadie puede olvidar esa batalla, esa catástrofe. Hay que restablecer el derecho de los palestinos. Debemos, por consiguiente, estar dispuestos a enfrentar a Israel, al sionismo y, con ellos, al imperialismo." Agregó: "Para nosotros, no es concebible el desarme mientras los derechos de los palestinos sean despreciados. El desarme es quizás una astucia que emplean ciertos países; para Israel es, tal vez, una manera de engañar al mundo."
Egipto e Israel firmaron el tratado de Moscú, que prohíbe efectuar pruebas nucleares, excepto las subterráneas. Ambos países habían recorrido un buen trecho hacia la conquista del arma atómica; pero ahora el tratado antinuclear, prohijado por las grandes potencias, pone en evidencia los peligros que supone, para la paz en el Medio Oriente, la carrera armamentista entre Israel y la RAU.
Los términos del discurso de Alejandría contrastan claramente con los de una nota de la cancillería hebrea a las grandes potencias:
"Israel no pertenece a ningún bloque militar, no tiene armas nucleares, no permite instalar en su territorio bases extranjeras. El mantenimiento de la paz es de interés vital para la existencia del Estado de Israel y la política de Israel reposa sobre esta convicción."
Mientras Ben Gurion continúa sus trabajos agrarios y de exégesis bíblica, ciertos observadores del Medio Oriente entienden que la política exterior de Israel está sacando ventajas, no para un conflicto con Nasser, sino para inducirlo a adoptar una línea de conducta más realista: Israel existe.
PRIMERA PLANA
17 de setiembre de 1963.
Ben Gurión

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