Hace 40 años Bleriot cumplió su gran hazaña
POR H. HARPER

la gran hazaña de Bleriot
FUE en una ventosa mañana de verano, hace cuarenta años, cuando me vi encaramado en el techo de un edificio, no lejos de Calais. Sostenía en la mano un teléfono portátil.
La línea comunicaba con un cuarto en el que se hallaba un operador de la Compañía Marconi. con todos sus aparatos, mientras que afuera, sobre el acantilado, se elevaba una antena. Esta estación inalámbrica sobre la costa francesa, y una similar en el Lord Warden Hotel, de Dóver, fueron las primeras que funcionaron en relación con un vuelo en aeroplano.
A mis pies, en las dunas, junto a la pequeña aldea de Les Bataques, había una tienda de campaña desde la cual era remolcado un pequeño monoplano, y a esa máquina se encaramó el francés que, durante una hora, iba a escribir su nombre en la historia, con el vuelo que, según un periódico, "transformaría al mundo'.
Ese pequeño aparato era el famoso monoplano de veinticuatro caballos con el cual su diseñador, constructor y piloto, Louis Bleriot, iba a intentar el cruce aéreo del canal, entre Dóver y Calais.
Desde mi atalaya, telefonée al operador breves reseñas de la escena que contemplaba: cómo Bleriot se había acomodado en la carlinga; cómo se ponía en marcha su pequeño motor Anzani de tres cilindros, y cómo el aviador despegaba ahora, en un vuelo de prueba.
En realidad lo que hice allí (aunque no lo comprendí en el momento) fué la primera transmisión inalámbrica desde el exterior, porque lo que yo decía era inmediatamente comunicado a Dover, y desde allí, por teléfono, a las oficinas de los diarios de Londres.
Tres competidores se habían presentado para conquistar el premio de mil libras esterlinas ofrecido por lord Northcliffe, por el primer cruce del canal en avión. El conde de Lambert, en viaje a Wissant con un biplano Wright, se estrelló en un vuelo de prueba y destrozó su máquina, aunque él se salvó. Luego. Hubert Latham, que volaba siempre con tal descuido que, según un periodista francés, "llevaba siempre a la muerte del brazo", hizo su primera tentativa, en un monoplano Antoinette, y debió descender en medio del canal, porque la humedad afectó el sistema de encendido del motor.
Por fortuna, el mar estaba en calma, y Latham pudo acuatizar. Su monoplano sufrió serias avenas mientras lo salvaban, y envió un urgente mensaje a París por una máquina de reserva. Esta llegó rápidamente, y él y Bleriot estaban prontos para el vuelo sobre el canal aquella mañana a que me refiero.
Bleriot paraba en el Terminus Hotel, sobre el puerto de Calais, donde yo tenía un cuarto. Latham estaba en un hotelito al pie de Blanc Nez, no lejos de la costa. Al acostarse, la víspera del 25, Latham pidió a algunos amigos que se despertaran temprano por la mañana para observar las perspectivas del vuelo. Así lo hicieron, y al descubrir que soplaba un fuerte viento, llegaron a la conclusión de que era improbable volar ese día, y resolvieron no llamar a Latham, que seguía durmiendo.
Aún cuando tuvieron noticias de que Bleriot, cuyo campamento se encontraba a poco más de un kilómetro, acababa de sacar su maquina, creyeron que sólo iba a realizar un corto vuelo de ensayo, y que el viento detendría su intento.
Pero al aterrizar, y luego de una breve consulta con su amigo Leblanc, Bleriot resolvió que había llegado el momento de volar hacia Calais, antes de que aumentara la intensidad del viento.
De pie en la carlinga, y mirando a través del canal. Bleriot inclinóse hacia Leblanc, que se hallaba junto a la máquina, y le preguntó:
— ¿Dónde queda Dóver?
Leblanc agitó un brazo en la dirección aproximada, y un instante después, Bleriot estaba en el aire, volando bajo, sobre un camino que ceñía la costa. Carecía de mapa y de brújula, y volaba sobre una dirección aproximada, mientras detrás de él, a toda velocidad, navegaba una torpedera francesa de escolta.
El aviador pronto perdió de vista a la torpedera, y voló sobre el centro del canal, sin punto alguno de referencia. Antes de mucho se encontró con un nuevo motivo de ansiedad. Su pequeño motor jamás había funcionado por más de veinte minutos sin recalentarse y perder fuerza. Pero en este vuelo debía permanecer en el aire durante media hora, por lo menos. Y precisamente, cuando se acercaba a la mitad del trayecto, el motor comenzó a denotar los síntomas conocidos, y el monoplano empezó a perder altura.
Pero la suerte de Bleriot era proverbial. En ese vuelo sobre el canal, la buena estrella volvió a sonreírle. Precisamente cuando las cosas se ponían muy serias, un oportuno chaparrón cayó sobre el canal y el agua contribuyó a enfriar al pequeño motor recalentado. El aparato volvió a elevarse. y Bleriot pudo seguir volando hasta avistar la costa inglesa.
Entonces descubrió que se había apartado bastante de su rumbo, y que se acercaba a la bahía de Saint Margaret. Virando y remontando la costa, ubicó una brecha en el acantilado, y enfiló hacia tierra Pero el viento soplaba en violentas ráfagas. Una de éstas tomó a Bleriot cuando aterrizaba, y el descenso fué malo, dañando el tren de aterrizaje. Y así se encontró en su carlinga, al pie de Dóver Castle, convertido en el primer hombre que había cruzado en vuelo el canal de la Mancha. Un vigilante llegó corriendo y, poco después, un automóvil. Bleriot había efectuado el cruce en treinta y siete minutos.
El famoso vuelo de Bleriot tuvo una profunda influencia en la opinión pública de todo el mundo. Para los ingleses fué terrible, porque demostró que la flota no podría proteger a la metrópoli de cualquier forma de invasión futura que llegara por el aire. E hizo algo más que eso. Obligó a los estrategos navales y militares británicos a profundas meditaciones. Se dieron cuenta de que la máquina de volar ya no podía ser considerada como el juguete de un inventor, y que su influencia en la estrategia y en la táctica debía ser tomada en serio.
Lo que ese vuelo hizo fué marcar claramente la aurora de la edad del aire. Pero no creo que ninguno de nosotros, al ver desvanecerse esa pequeña máquina sobre el canal, en aquella mañana de 1909. imaginara que menos de cuarenta años después, nubes de bombarderos arrasarían ciudades y objetivos militares.
Revista Mundo Argentino
14/12/1949

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